La sangre derramada
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, ya me gustaría, pero no es así, son de Tadatoshi Fujimaki sempai y de sus miles de seguidores bla bla bla...
Este fic contiene escenas subiditas de tono, para personas adultas o que hayan superado la pubertad con éxito... no me hago responsable de los traumas causados. Dicho queda.
Durante siglos, los dos clanes han vivido enfrentados, en una contienda que no parece tener fin. Las razones de la lucha se perdieron hace generaciones, pero aún así, siguen peleando y matándose entre ellos. Pero todo está a punto de cambiar, y se verán obligados a una última lucha que lo decidirá todo.
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La sangre derramada
Capítulo uno: Escapar de la muerte.
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Está muerto.
Solo piensa en eso, en que no tendría que estar ahí, y sin embargo aún respira.
Siente el peso sobre su cuerpo, el aroma a tierra removida, las pequeñas patitas de los insectos carroñeros recorrer su carne en una búsqueda infinita de alimento.
Las alimañas expectantes, acechando la zanja en la que ha sido enterrado, junto a una docena de cuerpos mas.
No sabe quienes son sus compañeros de lecho, solo que huele demasiado, están fríos, aunque la tierra arde a su alrededor. Casi siente que le quema en las heridas abiertas.
Tiene que salir, como sea. Excava con las manos desnudas, horada la piel de sus dedos hasta hacerla sangrar, pierde el conocimiento un centenar de veces, pero tiene que salir, tiene que buscar ayuda.
Casi puede notar el frío helado de la noche en su rostro, cuando por fin logra mover la suficiente arena como para asomar. No sabe de donde le viene la fuerza, no sabe si es por sobrevivir o por pura cabezonería, pero lo logra; de algún modo, consigue salir fuera, pararse de pie sobre su propia tumba, moverse un paso, otro y otro mas.
Se aleja.
Apenas si ha avanzado un par de metros cuando las pequeñas criaturas, perros hambrientos y algún que otro visitante nocturno, comienzan a sacar pedazos de carne de los cuerpos que yacían a su lado por el hueco que él mismo ha creado.
Se apoya en un hombro, un árbol le sostiene. El aire le rodea, pero no siente nada mas. Si le preguntan, ni siquiera tiene muy claro como demonios puede estar de pie así, si ya está muerto.
Nota la boca inundada, se arquea hacia delante para escupir, sangre.
El dolor se hace presente, su lengua ha sido cercenada, eso lo recuerda. Al igual que recuerda la cara de quien se lo ha hecho. Un compañero, un amigo, un hermano... cumpliendo con su labor en el clan.
Kuroko vacila en su siguiente paso, cae de rodillas pero logra levantarse.
Usa su antebrazo para limpiar la sangre de su barbilla, y lo único que logra es mezclarlo con la tierra que mancha su ropa, harapienta y destrozada.
Solo se le ocurre un lugar al que acudir. Seguramente le rematarán, no estaría mal, aunque tiene la ligera esperanza de que no sea así, de que ese clan lo acoja en su seno sin hacer muchas preguntas.
Al fin y al cabo, solo es un muerto mas.
…...
Odia el silencio, y mas en mitad de la noche.
No lo soporta, siempre anuncia algo malo, muy malo.
Cuando en la noche ni un solo animal logra hacerle llegar sus quejas, es mala señal.
Solo sus pasos, las sandalias de tela sobre la arenisca del camino. Va ladeando la cabeza, contando los farolillos que alumbran el exterior de las casas, que le son tan conocidas.
Teppei sonríe, para él solo, a pesar de que siente que algo va mal.
Los dominios del clan aparecen, cortando el horizonte, cambiando de un modo sutil las líneas de las casas del resto. Su clan, ancestral y mas antiguo que el tiempo, ya estaba ahí mucho antes de que se creara la ciudad a su alrededor, y él conocía cada piedra del camino, cada brizna, cada hoja de cada árbol.
Aprieta el paso al ver un extraño fardo pegado a la puerta de entrada.
La mano en la espada, por si acaso, pasos seguros pero cautelosos.
Se agacha, y nota una mata de pelo. Parece una persona, aunque no huele como un ser vivo.
Aparta un poco las telas, ahoga un gemido de sopresa.
– Hyuuga, abre, soy yo. –Golpea la puerta con el puño cerrado, sin dejar de mirar el cuerpo junto a sus rodillas.
Parece un niño, muy mal herido. Pronto se da cuenta de que no lo es, es mas bien un adolescente, aunque no lo puede asegurar aún.
Aparta un poco de tela mas, sus heridas se hacen visibles. Puede ver como sujeta sus propias vísceras con una mano, los profundos cortes en sus brazos, mostrando hueso y tendón. Le faltan dedos, una gran parte de la oreja.
Respira, lentamente y a pequeños sorbos, pero respira.
Kiyoshi se inclina sobre su pecho, hay pulso, leve pero hay.
Tras él la puerta emite un gemido lastimero al abrirse y no tarda ni un parpadeo en tomar el cuerpo en sus brazos y meterlo a la carrera en los dominios del clan.
–¿Quién es?. – El guardián le pregunta, uniendo sus piernas a los rápidos pasos del recién llegado.
- No lo sé, estaba en la puerta. Necesito agua. – Lo lleva hasta una sala, anterior a las habitaciones, y ahí lo deposita en el suelo con todo el cuidado del mundo.
- Podría ser una trampa, un enemigo, ¿Estás loco?. – Intenta apartarlo, pero solo un vistazo le hace consciente de que Kiyoshi tiene razón al darse prisa. - Voy por ayuda.
Escucha sus pasos alejarse por el pasillo lateral, y su voz, gritando a todos que salieran de sus habitaciones.
Riko aparece, la sábana superpuesta para cubrirla, su sirviente con ella muy cerca.
–Por todos los dioses, ¿qué le han hecho a este muchacho?. – Se arrodilla junto al cuerpo, le ayuda a quitar las telas que lo cubren hasta dejarlo desnudo sobre las maderas del suelo.
Por fin llega el agua, y le limpian, sin mucho cuidado. Primero tienen que estar seguros del alcance de las lesiones, y no necesitan mucho tiempo para ver que son muy graves.
- Le han torturado. – Teppei murmura lo que es evidente para todos. Mitobe aparece en la sala, la caja con los útiles médicos en sus manos.
La sangre y la arena mezcladas recorren el suelo, pero no es eso lo que le preocupa al médico.
El hombre se concentra en su labor, limpia, desinfecta y cose todas y cada una de sus lesiones. Incluso las mas escabrosas; para eso está en el clan, ese es su cometido.
Hyuuga revisa las prendas, busca algo que le identifique, algún arma, escudo, documento... nada.
Los harapos que lo cubren parecen ser un uniforme ninja estándar, negro liso y de tela gruesa como para soportar los elementos y el roce, pero nada hay en ellos que diga algo sobre su propietario.
Mitobe limpia el interior de su boca, suspira asqueado por la situación. Mira a Riko y niega. Le han cortado la lengua.
La chica se pone a su lado, limpia con cariño y delicadeza su rostro, su pelo, que se descubre de un azul celeste precioso.
Todos se miran, ninguno le reconoce. Y es extraño, llevan toda la vida ahí, conocen a todo el mundo, su red de informadores es inmensa, y no recuerdan nadie con ese cabello tan llamativo, aunque si que conocen a la persona capaz de infligir ese tipo de heridas.
– Llevadle dentro. – Riko se adelanta. – Acomodadle en la sala de las ropas, junto a mi cuarto, y que venga Izuki. Quiero que rastree sus pasos, a ver de donde venía antes de aparecer en nuestra puerta.
–Así se hará. – Kiyoshi se queda a su lado, limpiando la sangre que ha manchado sus manos, atento a los últimos movimientos del médico.
Le observa administrarle diferentes inyecciones, tapar y vendar casi todo su cuerpo, coser con tranquilidad los lugares donde la carne había sido cercenada brutalmente.
– Voy a matar a ese animal. – La rabia con la que lo dice sobresalta a la chica. – Ha sido él, lo sabes tan bien como yo. Esa puta no tiene compasión y sus perros mucho menos. Tenemos que hacer algo.
– Y lo haremos, no te alteres, pero primero tenemos que asegurarnos de que este chico sobrevive a los próximos dos o tres días. Cuando esté fuera de peligro, decidiremos que hacer.
Teppei hace una pequeña reverencia con la cabeza, y espera a que Mitobe acabe para tomarlo en sus brazos, con sumo cuidado, y llevarle donde la princesa les ha ordenado acomodarle.
Por un momento está tentado en quedarse ahí, a su lado, pero el cansancio hace aparición, obligándole sin que él quiera, a ir a su propia habitación y caer en su lecho para un merecido descanso nocturno.
…...
La oscuridad mas absoluta es su reino, el lugar donde se siente cómodo, a salvo.
De rodillas en mitad del cuarto, Aomine medita.
Concentrado en su respiración, no deja que nada mas lo perturbe. Sus dedos estirados, posados con desdén en el frío metal de la hoja de su espada, un firme recordatorio de que sigue con vida, que solo de ella puede fiarse, y de nadie mas.
Aprieta la mandíbula cuando su tranquilidad es rota sin consideración alguna.
Los pasos apresurados que recorren las maderas del pasillo son ruidosos, y reconocibles.
– Aomine, la princesa quiere verte. – La voz suena aburrida, sin ganas. – Quiere vernos a todos.
No añade nada mas, no espera respuesta alguna; sabe que no la tendrá.
El ninja cierra los ojos, se sume de nuevo en el silencio. Llena de aire sus pulmones hasta su límite casi doloroso, recorre el filo de su arma hasta al punta, y sube de nuevo los dedos por ella hasta que la empuñadura le anuncia el final de la parte cortante.
Un solo gesto, rápido e inapreciable para el ojo inexperto, y la espada pende de su costado, con suma maestría.
Sus pasos recorren el oscuro palacio sin hacer apenas ruido, mas bien parece que se desliza, que flota sobre el suelo.
Tras la puerta puede escuchar a la princesa gruñir, molesta.
Sea lo que sea lo que ocurre, la tiene de mal humor.
Apenas si ha deslizado el panel unos centímetros, un cuerpo cae a sus pies, un muchacho del servicio.
Momoi recorre la distancia hasta él, le patea con los blancos tabis cubriendo sus pequeños pies, sosteniendo el borde del Kimono entre sus dedos, para moverse con maestría.
– ¿Qué ocurre? – Supone que su reunión de emergencia no tiene que ver con el chico, es algo mas importante.
La princesa le mira, y es cuando se interpone entre ella y el chico, creando un espacio para que huya lo mas rápido posible.
Momoi aprieta los mofletes, molesta por que su juguete haya escapado.
– Ese estúpido viejo. – Recorre la sala hasta el centro, toma un pergamino que yace tirado y se lo tiende al moreno. – Dice que tenemos que terminar con las matanzas de civiles... y que tenemos que … argh, mejor que lo leas por ti mismo.
Aomine asiente, se acerca al pequeño recipiente de aceite con una mecha prendida y lee con atención.
La orden es clara e inamovible.
El emperador quiere que su guerra con el clan Seirin termine de inmediato.
Ya que no está seguro de que un tratado de paz sea cumplido por ambas partes, propone, no, mas bien ordena, que las princesas deben contraer matrimonio con alguien del clan contrario... y proporcionar un heredero en un año o menos.
Los hombres de cada clan deberán cuidar de su virtud hasta el día del matrimonio, y ninguno de ellos tiene permitido negarse; bajo pena de muerte inmediata.
Aomine relee la misiva un par de veces mas, supira.
– No pienso casarme con ninguno de esos perdedores, antes prefiero la muerte...¡¿Me oyes?!. – Golpea a Daiki en la cara con la mano abierta; él ni se inmuta ante la agresión.
– ¿Qué quieres de mi?. – No la mira, no cuestiona, no se pregunta si está bien o mal, solo obedece como miembro del clan Too lo que ordena y manda su princesa, y antes que ella su madre, y la madre de su madre...
– Quiero que te cueles en sus dominios, y que violes a Riko. – La sonrisa demente que adorna sus labios le indica que lo dice totalmente en serio. – Haz que sufra, que llore, que le duela. Tráeme una prueba de le has arrebatado su pureza y se la entregaré al estúpido viejales demente. Si tenemos suerte, mandará matar a ese clan al completo y por fin podremos terminar con esto de una maldita vez... Parecen cucarachas, no se les puede matar...
–Como desees, mi princesa. – No termina de decirlo cuando ya no está en el cuarto.
–Justamente eso, lo que yo deseo. – Su pequeña sonrisa se extiende por todo su rostro.
No había nada mas placentero para la princesa que salirse con la suya...
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Yeihhhh new proyect super happy de la muerte.
Espero que os guste, como siempre el primero es una probadita de lo que vendrá.
Besitos y mordisktios
Shiga san
