Los personajes de crepusculo son propiedad de Stph Meyer ella me los presta para que yo juegue con ellos

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Capítulo beteado por Sarai GN, Beta de EFF

(www facebook com/ groups/ elite. fanfiction)

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Princess of Darkness

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Treinta y uno de octubre, la fecha en la que la puerta del inframundo se abría para nuestro festín, estaba harto de tener que esperar ese único y maldito día para salir y ser el demonio que en realidad soy, cansado de este maldito encierro.

YO soy el hijo del dueño de la oscuridad, podía hacer lo que se me diera la gana, pero no, castigando al hijo de Lucifer enseñarían la lección más preciada para todos los demonios… nunca retes al diablo. Como si me importara una mierda lo que pensara mi padre, de solo imaginar el festín que me daría esta noche se me hacía agua la boca, los colmillos se me expandían, la excitación en mi cuerpo llegaba a niveles insospechables. La maldita media noche se me estaba haciendo eterna, los minutos parecían convertirse en horas, quería salir ya y mandar todo al diablo, literalmente, mandar a mi padre a meter su cabeza en su trasero.

—Edward… —La voz ronroneante de Irina me causó repulsión, ella tenía una sangre tan asquerosa y ni siquiera era buena para follar, un puto iceberg daba más calor que ella, bufé frustrado cuando sentí sus tacones repiquetear contra el parque—. Eddie...

—Es Edward —murmuré contrito—. ¿Qué quieres? La odiaba. Odiaba su meloseria insípida y su absurdo enamoramiento, como si yo fuese a tomar en serio en algún momento, como si estuviese a la altura para que yo la aceptase.

—¿Por qué tan enojado? Eddie de cariño, demonio —sonrió—. Quería saber si vas a subir esta noche. —Se acercó colocando sus asquerosas uñas en mi remera negra—. Quiero ir…

—No puedes —sentencié tajante.

—Pero tú…

—No, Irina, ni aunque quisiera llevarte —me burlé de ella. Esta noche quería sangre pura, la necesitaba, había pasado mucho tiempo y necesitaba un coño tierno, sangre sin manchas, estaba harto de comer inmundicias. Las hechiceras eran buenas, pero no tanto como para clavar mis dientes en ellas, su sangre era oscura como un pozo de petróleo, servían para descargarme, aunque nunca quedara cien por ciento satisfecho, así que yo había esperado este maldito 31 de octubre como un jodido adicto…

Sangre, virtud y mucho, mucho sexo. A pesar de tener casi cuatrocientos años, aún era joven, malditamente apuesto e irresistible, sobre todo para las humanas, todo en mí las atraía: mi olor, mi voz, mi jodido porte, y es que las pobres cosillas insignificantes eran tan fáciles de caer. Una mirada coqueta, una sonrisa torcida y la señorita más remilgada se convertía en una puta sedienta de que mi miembro la hiciera gritar sin parar.

¿Quién soy?

Esa era la pregunta del millón cuando sus huesos se reducían a polvo entre mis dedos, cuando mis colmillos se enterraban en la tibia carne de su cuello, cuando mis ojos se volvían un par de zafiros rojo sangre, fríos como un glacial, tomando de ellas mi pago por el polvo de sus vidas.

Nada en este mundo es gratis, si quieres algo tienes que pagar por ello.

—Por fin se acabó tu castigo —gritó Jasper, entrando a mi habitación, haciendo que Irina se alejara rápidamente, ella y Jasper no eran muy cordiales, mi primo nunca se entregaría al placer con una hechicera como ella, ni de ninguna, la verdad no sé qué esperaba para adentrarse en el oscuro y placentero mundo del sexo por diversión.

—Lárgate. —Miré a Irina bufar—. Me enferma tu presencia.

—Eres un maldito hijo de… —chilló con voz estridente.

—Termina esa frase y los días estarán acabados para ti —espeté entre dientes—. Lárgate. —Ella dio un portazo fuertemente al salir de mi habitación.

¿Qué creían, que en el inframundo vivíamos en cuevas? No somos tan malditamente arcaicos.

Caminé hasta mi pila de cd's, me gustaba coleccionar estas cosas del mundo mortal, tenía una pared llena de discos de música metálica y el mejor Rock and Roll. Diez años de encierro podían ser un millón aquí, coloqué el cd de Hellfest en el volumen más alto, para tratar de engañar al tiempo. Si el inframundo era más que neblina, oscuridad y demonios o hechiceros, éste era mi lugar. MI IMPERIO—. ¿Qué vas a hacer esta noche, Ed?

—Lo mismo de siempre, Jasper, follar, robar, matar, sentir…

—¿Sentir? —dijo con voz de burla—. ¿Tus ciento veinte concubinas no te hacen sentir?

—Sabes lo frío que es follar con una puta hechicera. —Chasqueé mis dientes—. Cierto, no lo sabes. Me huele que te has equivocado de territorio, no sé, quizás deberías ir arriba del cielo mortal… pendejo —bufé.

—Mi tío Carlisle me ha dicho que debo ir contigo esta noche y cuidarte de que no cometas las mismas estupideces que cometiste hace diez años.

Genial, ahora tenía niñero, si mi padre pensaba que iba a arruinar mi día estaba malditamente equivocado, por muy demonio que era, no tenía poder para dominarme.

—No soy un bebé, por más que el mismísimo Diablo quiera creerlo. ¡Soy Edward Masen, el príncipe de las tinieblas, maldita sea! —Caminé hasta el estéreo y coloque otro cd.

—Lo sé, hermano. —Jasper se sentó en mi cama jugando con uno de mis discos, siempre que iba a la tierra conseguía esas idioteces por las cuales los humanos trabajaban como burros, yo solo chasqueaba los dedos y las cosas me eran dadas—. Piensa en mi tío, no quiere que le pase nada a su heredero. James estaría más que encantado en quitarte el trono.

Enfoqué mi mirada escarlata en la azul sin emociones de mi primo y mejor amigo.

—James puede irse al mismísimo purgatorio —sonreí—. Esta noche solo quiero alimentarme y follar unos cuantos coños vírgenes. Créeme, extraño uno sin usar —sonreí—. Quizás matar a unos cuantos malditos y jugar con las mentes de algunos remilgados. —Me miré en el espejo ajustando mi capa negra y tomando el antifaz. Se acercaba la hora cero.

Jasper suspiró. Él no era como yo, su viaje a la tierra lo invertía para buscar a su madre… bueno, la tumba de su madre. Cuando mi tío Caius había ido con mi padre hacía casi quinientos años atrás, se había prendado de una chica rubia de bonitos ojos azules, o al menos eso describía él; de esa "pretensión", como la había llamado el gran Carlisle, había nacido Jasper.

Un romanticón empedernido, amante a las cosas cursis y peludas… y no me refiero a un coño sin depilar, me refiero a los jodidos perros que el maldito recolectaba para asearlos, darles de comer, y luego con su don envejecerlos hasta morir. Maricón, sí, yo también lo creo. Pero gracias a ser el hijo del Rey de las Tinieblas mi mente estaba protegida contra todos, en especial contra Jasper, que al tener genes humanos era mucho más débil que yo. En qué cabeza cabe que mi padre, el gran Carlisle, se le ocurriera que él iba a cuidarme.

—Chicos. —Mi madre tocó la puerta y yo le bajé el volumen al estéreo que en esos momentos reproducía mi canción favorita, Highway to Hell. Ella asomó su cabeza mirándonos a Jazz y a mí—. Supongo que atravesarán la puerta esta noche… —ambos asentimos—. Solo sean lo más discretos posible. —Entró y acarició mi mejilla con dulzura, a sus mil trescientos años, mi madre era la mujer más hermosa del inframundo, su poder era tal que al unirse con mi padre habían hecho la mejor jodida cosa de su larga existencia… Yo—. Jasper va a acompañarte, quiero que recuerdes lo que pasó hace diez años, y por favor no cometas la estupidez que cometió tu tío Caius. —Miró a Jazz con cariño—. Te amamos, pero tu padre no actuó muy inteligente al dejarla viva luego de que te arrancara de su lado. —Jasper asintió y mi madre, la bruja más poderosa del inframundo, acarició su cabeza como si fuese uno de los tantos cachorros que Jazz cuidaba, alimentaba y luego mataba. Si al menos lo hiciera por distracción, pero según él sufrirían mucho si quedaban vivos, así que él los recogía de las calles, los llevaba a un lugar donde los sacos de pulgas se daban un festín alimenticio, luego los bañaba, y con su don del tiempo los envejecía y adiós pulgosos—. Prométeme que te portarás bien. —Mi madre me miró con sus grandes ojos turquesa, tratando de ver en mi mente lo que haría esta noche… Jodida ella, ya que tampoco podía leerla.

—Yo velaré porque no se meta en problemas, tía. —Mi primo sonrió—. Salir del inframundo sin E, no es lo mismo.

Y es que la multa por hacer una estupidez como la que había hecho hace una década atrás era restringir los permisos de salidas por diez años mortales, y al ser yo el hijo del jefe, me habían puesto como ejemplo. No, yo no podía permitir que otro imbécil como el tal Charles Swan me tomase una foto. No cuando mis colmillos estaban clavados en el cuello de una mujer.

—Tu padre quiere verte antes de que cruces la puerta, Edward.

—Va a darme otro sermón de cómo comportarme en la tierra —bufé, arreglando mi cabello—. Lamento desilusionar al gran Lucifer, pero me importa una mierda lo que tenga que decirme, el discursito ya me lo sé, se ha encargado de repetírmelo durante diez malditos años mortales.

—Es tu padre.

—No soy un niño.

—Solo ve y reúnete con él —sentenció fuerte, revolví mi cabello antes de ver a mi madre salir.

Este año me encargaría personalmente del imbécil maldito hijo de puta que arruinara mi maldita existencia, este año Charles Swan iba conocer lo que era meterse con el ser más poderoso del inframundo.

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Portland, 31 de Octubre de 1994

El mundo estaba tal cual como lo recordaba, niños disfrazados, jóvenes drogados o ebrios hasta la saciedad, mujeres buscando un polvo y varias putitas vírgenes…

Jasper se había ido a jugar con sus sacos de pulgas, eran las nueve y media de la noche, estaba sentado en una rama de árbol viendo cómo el párroco de una iglesia follaba con una jovencita de diecisiete años dentro del confesionario… oh sí, uno de mis más grandes placeres, elevar un poquito la lujuria del párroco mientras la mujer le contaba una fantasía sexual pidiéndole que le mandara no sé cuántos avemaría por impura. Supiera ella que eso en el inframundo es una insignificancia, había sido divertido excitar al "siervo del señor", así que estaba viendo una de las tantas películas porno dirigidas por mí, meramente satisfecho de sangre ya que había matado a seis personas de la calle y a una maldita puta que se atravesó en mi camino. Era gente que nadie iba a extrañar y por lo tanto no iban a buscarlos, me había encargado de no dejar rastro. No me joderían mis salidas anuales del inframundo, éstas iban a seguir como estaban, porque mataría a todo el que quisiera ser más listo que yo. Después de hacer unas cuantas travesuras, como que hubiera ciertos robos y algunas más tentaciones, estaba aburrido. Tenía sed, sed de pobres e indefensas mujeres vírgenes, me coloqué bien el antifaz, levanté el cuello de mi capa y ajusté mis guantes negros, habían tres chicas en una esquina, mis colmillos picaron alagándose un poco al ver que las señoritas eran castas de cuerpo, porque su mente era un sinfín de perversidades, la cuales yo estaría dispuesto a satisfacer, tenía dos manos, así que podría con las tres.

A eso me dirigía cuando lo vi.

Cabello castaño y gafas ridículamente espantosas, corría asustado… conocería ese saco de carne a miles de kilómetros de distancia, alguien me amaba mucho, porque no había pensado aún en buscar al hijo de puta de Charles Swan, lo seguí con la mirada viéndolo correr como alma en pena, internándose en la negrura del bosque haciendo mi tarea de desaparecerlo mucho más fácil y satisfactoria mi venganza. Lo haría tan lentamente que el maldito recordaría mi jodida cara hasta después de muerto.

Perro, bastardo… Mi padre me amaba, lo sabía, y yo era el hijo del mismo Lucifer.

Olvidé los coñitos calientes y dulces por el momento, mi mente se enfocó en el maldito perro que me había confinado diez años a no disfrutar de mis salidas anuales a este mundo, había cambiado mucho, ya no era aquel jovencito desgarbado de lentes ridículamente grandes, ahora estaba más maduro y corría como si el demonio lo persiguiera.

En efecto lo hacía…

—Dios misericordioso, por favor, ayúdame —dijo recostándose a un árbol.

Sonreí, el maldito no se atrevería a meterse en mis planes. Toqué mis colmillos con mi lengua mientras veía al bastardo encogerse todo lo que podía, escuchaba pisadas muy cerca, debía acabar con él antes que alguien me viese.

Salí de mi oscuridad dejándome ver, mostrándole mis colmillos, intimidándolo un poco, al verme su cara palideció.

—¿Me recuerdas, perro? —sonreí torcidamente

—Por favor, hazme lo que quieras a mí, pero no la lastimes —gimió desesperado—, por favor no la lastimes.

«Hay que buscarlo, el bastardo sabe demasiado.» —Leí la mente de uno de los hombres que estaba cerca—. «El jefe ordenó acabarlo a él y a su bastarda.»

—Por favor… —Charles me hizo mirarlo—. Eres tú, el de la foto hace diez años atrás, te recuerdo. —Su voz vaciló un poco, podía sentir su miedo, pero a la vez sentía el valor, en su mente solo había una preocupación, y no era conservar su vida—. Sé que vas a matarme, pero te lo suplico, no le hagas nada a ella, por favor, ella no tiene la culpa de nada. —Miré entre sus brazos el pequeño bulto de mantas y cobijas—. Por favor, yo…

—Calla —mi voz salió fría y dura—, deja las cobijas en el suelo.

—Por favor, yo… —Levanté mi bastón, empujando la garra en su pecho.

—He dicho calla y obedéceme —musité con voz firme, si algo odiaba en las personas era su jodida idea de sublevación.

Charles se agachó dejando el bulto de cobijas detrás de él, susurró algo y luego se giró a mí.

—Mi vida no importa, si hay algo de compasión en ti, tenla por mi Bella. — Estaba harto de sus palabrerías, de sus ruegos que no lo llevarían a ningún lado, quería deleitarme con esto, pero mi tiempo se acababa y aún habían coños vírgenes que devorar para quedar satisfecho hasta el próximo treinta y uno de octubre. Hundí mi bastón en su pecho haciendo que la garra atravesara su corazón, disfruté el crash que ésta hacía al atravesarlo, el momento en que su alma salió por su boca, retorcí el bastón dentro de su cuerpo antes de sacar la garra y quedarme observando los últimos latidos del asqueroso músculo incrustado en el metal.

—Para el próximo maldito… —reí—, yo no tengo compasión…

Iba a irme solo, lo que había dentro de las cobijas no era mi problema, me iba a girar para ver si encontraba a las tres putitas vírgenes, entonces lo escuché.

Un sollozo, algo mínimo, un sonido ahogado. Cómo reaccioné, no lo sé. Las pisadas se escuchaban cada vez más cerca, tomé el bulto de cobijas rosas y desaparecí del lugar.

Quizás el hijo de Lucifer sí tenía algo de compasión.

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Hola hola, hacía años que quería subir esto por aquí pero me había aguantado por Dsex, espero que les guste es un mini fic de 4 capis, gracias a Sarai por el beteo de esta historia ya Salem y Kiki por sus porras, será un cap semanal

Espero me dejen saber que tal nos vemos el fin de semana con SD

KIZZ

Ary