El Argo II parecía ir más lento a cada segundo. Las costas de Nueva York ya se vislumbraban detrás de una luz cegadora. Incluso el agua contaminada y turbia les parecía familiar. Hacía tiempo que Percy no volvía a casa. A su hogar. Annabeth se aferraba a su mano saltando de la excitación, porque, aunque estaba cansada como el infierno, volver a su cabaña, a los campos de fresas y a su querida ciudad erala propuesta más atractiva que había recibido en la semana.
Gea por fin había quedado encerrada y bien callada. Todo lo que hacía falta era un poco de estrategia. Ni un ejército enorme, ni una gran batalla. Sólo habían sido ellos siete. Annabeth y Percy. Frank y Hazel. Piper y Jason. Y claro, Leo. Sólo ellos siete, contra la madre tierra. No había sido fácil, pero la misma Grecia les había dado una ayudadita.
Y ahora podía decir que eran libres.
Aunque, en su interior, Percy aún temía que de la nada apareciera otra profecía. Otra que se llevara la poca felicidad que estaba logrando. Que pusiera en riesgo al mundo. Otra misión que se llevara a Annabeth de su agarre, esta vez definitivamente. Con solo pensar en lo inestable que era su felicidad, Percy sentía la tentación de renunciar a todo eso. Ese mundo de dioses que le pareció fascinante a primera vista, pero que luego lo había envuelto al punto que era imposible zafarse. De eso estaba seguro. Era como si no pudiera relajarse ni diez segundos, cuando algún monstruo acataba su campamento, o un amigo fuera secuestrado. Y claro, ese complejo de héroes desinteresado y leal lo llevaba a volver a colocarse la armadura y salvar al mundo.
A sus dieciocho años no estaba seguro que tanto más viviría. Y justo en ese momento. Con Leo haciendo bromas en la cubierta, Frank y Hazel sonriéndose como estúpidos, Annabeth a su lado, veía cuanto podía perder. Ahora tenía una familia, una nueva, y lo peor que eran igual o más dados a meterse en problemas que él mismo.
-Todos te extrañaron tanto- dijo Annabeth en un susurro con el fantasma de una sonrisa, temerosa de salir.
-Yo también los extrañé- respondió buscando su mirada. La chica captó sus intenciones y enfocó sus ojos grises en los verdes de Percy.
-Creo que ahora todo será diferente- continuó abrazándolo de lado –Griegos y romanos. Juntos. Va a ser un completo desastre desde ahora.
-Tal vez ya era tiempo de un cambio- dijo, recordando que, si los dioses se había esforzado en mantener a los dos campamentos separados, había sido por una razón- Dos campamentos, el doble de aventuras- señaló con una sonrisa traviesa.
-El doble de riesgo- lo cortó Annabeth- ¿Tienes idea como será si se encuentran unos a otros en una misión?
La única respuesta de Percy fue un suspiro. Una guerra entre romanos y griegos era lo último que necesitaban, hasta la más pequeña diferencia entre los campamentos podía convertirse en una declaración de guerra. Y aún no estaba muy seguro de que Reyna los hubiera perdonado por quemar su campamento…
La batalla contra Gea había terminado, ahora se enfrentaría a algo mucho más complejo.
-¿Te has puesto a pensar en cómo todo lo que hacemos no sirve para nada?- expresó con cierta frustración. Percy pensando profundamente siempre era mal augurio…
-¿A qué te refieres?- preguntó Annabeth algo insegura sobre si realmente quería adentrarse en la mente de Percy, algo complicada y con la capacidad de concentración de una mariposa, pero al fin y al cabo útil en algunas ocasiones.
-Siempre nos esforzamos en salvar al mundo. Nos rompemos la espalda tratando de proteger a todos, y por un momento parece que somos felices, hasta que llega algún nuevo dios, titán o lo que sea, que tratará de acabar con esa felicidad. Acabamos de vencer a la misma madre tierra, y al llegar a cas tendremos que reconciliar a Grecia y Roma, que por cierto se han odiado los últimos dos mil años.
-Si lo pones así nuestra vida suena deprimente- interrumpió su novia, con una ligera sonrisa tranquilizadora. – Aún más si agregas el hecho de que en unos meses empieza la universidad.
-¡Exacto!- exclamó Percy con un tono entre vencido e irónico- No sé cuánto más durará esta felicidad, pero quiero estar seguro de aprovecharla- Y por fin, ese era el momento de la verdad, al principio no estaba seguro hacia donde lo llevaban sus pensamientos, pero ahora sabía que no se arrepentiría. Sólo esperaba que Annabeth pensara lo mismo.
Lentamente, se volvió hacia ella, y después de un silencio que aprovechó para prepararse psicológicamente dijo: -Cásate conmigo.
A penas y había pronunciado las palabras buscó una reacción en los ojos de su novia. Todo en su cara decía que no se esperaba eso. Entre todas las cosas que Percy pudo haber dicho, la última que esperaba era eso. Los ojos ligeramente desencajados buscaban algún punto en donde fijar su mirada, algo tangible y real. Algo que no se evaporara con el aire.
-No tiene que ser ahora- continuó Percy muy seguro de sus palabras, pocas veces había estado tan seguro de algo como en ese momento- Sólo prométeme que lo harás- continuó tomando las manos de Annabeth y envolviéndolas entre las suyas. Por fin logró captar la mirada de la chica, para encontrarse con unos ojos abiertos como platos, ilegibles, peor claramente aún en shock.
Annabeth creía haber olvidado como hablar, no encontraba las palabras, o mejor dicho la palabra, para contestar. Asentía alterada clavando la vista en los ojos de Percy, en ese momento inmutables y curiosos. Decidida, tragó saliva y con una voz que no parecía suya respondió:
-Sí.
-¿Si?
-Sí.
Rápidamente Percy la abrazó por la cintura y le frotó el cabello rubio mientras componía una sonrisa de oreja a oreja.-Tenemos que decirle a los demás- dijo apresurado ante de darle un beso en la coronilla y correr a buscar a sus amigos
-¡Espera!- gritó Annabeth entre dientes- Tal vez… deberíamos esperar, al menos a llegar al campamento- dijo dudosa, aferrando la mano de Percy para evitar que saliera corriendo a los dioses saben dónde.
-¿Esperar?- preguntó añadiendo una ligera nota lastimosa a su voz-No creo que cuando bajemos al campamento lo primero que les interese saber sea nuestros planes amorosos- continuó con tanta ansia que fue necesario que Annabeth mantuviera su agarre.
-Aun así,- interrumpió la chica- no podemos estar seguros si se lo tomaran para bien…
-¿Por qué no lo harían?- preguntó Percy- Son nuestros amigos ¡seguro se alegrarán!
-No me refería a los chicos…- dijo Annabeth en un tono con el que sobraran las explicaciones. SI Percy lograba captar a lo que se refería, al menos esperaba que entendiese la situación desde su punto de vista- Hablaba de…
-Tu madre- completó dejando caer los hombros- Y los otros dioses ¿realmente crees que les importen nuestras vidas después de que les hayamos salvado el trasero por segunda vez?
Y aunque Annabeth no contestó inmediatamente, la respuesta se quedó flotando en el aire. Sí. Realmente les importaba. Porque un grupo de héroes los había salvado, de una amenaza que no pudieron anticipar. Los habían golpeado en donde más les dolía, el orgullo.
Seguramente Afrodita estaba regodeándose con el espectáculo, pero a diosa era bastante diferente al resto. Ya se imaginaba el rostro de Zeus, cuando se viera obligado a agradecerles en nombre del resto, o cuando Hades los viese con esa mirada despectiva. La situación era… complicada. No había porque echar más leña al fuego.
-Entonces, ¿esperamos?- preguntó Percy sintiendo como las palabras salían forzadas de su garganta.
-Me parece la mejor idea- respondió la chica, evitando la mirada de Percy. No quería caer en ese truco de los ojos verdes de cachorrito, y correr al altar en cuando el Argo II tocase tierra.
-O tal vez…-
-Tal vez nada…- susurró Annabeth-
-Tal vez- continuó ignorando a su novia- si nos comportamos como los jóvenes servidores del Olimpo que somos, su enorme ego podrá crecer aún más, y pasarán por alto algo tan pequeño como una boda.
-¿En serio crees que funcione?-preguntó con cierto escepticismo.
Percy se encogió de hombros para decir:-No perdemos nada con intentarlo.
-Dije Sí- continuó Annabeth como si hablara con un terco niño pequeño, lo cual era casi lo mismo que hablar con Percy cuando a este se le metía una idea en la cabeza- ¿No te basta con saber que dije Sí?
-Dijiste que sí solo porque no te lo esperabas- empezó Percy alzando las cejas- Fue un reflejo de su subconsciente.
Annabeth no estaba completamente segura si había oído bien. ¿Había dicho reflejo de tu subconsciente? Ni siquiera estaba segura de sí Percy conocía el significado de esa frase, tal vez solo la escuchó en Nat Geo, y ahora creía que encajada.
-¿Sabes si quiera lo que dices?- preguntó sin dar más rodeos.
-Claro que sí- respondió mirándola derecho a los ojos y asintiendo con cada palabra- Es como cuando digo Quieren pizza para cenar y todos dicen sí. O cuando digo Te amo, tu respondes Oh, yo también te amo Percy- dijo imitando la voz de Annabeth, pero subiendo el tono al menos tres octavas.
-¿Cuál es tu punto?- interrumpió ligeramente sonrojada. ¿Cómo era posible que se hubiera vuelto tan predecible? Además, sabía que su voz no era tan aguda…
-Mi punto es que esperabas la pregunta, o al menos te la habías planteado. Sabía que dirías que sí.
-Si estas tratando de convencerme, no lo estás haciendo bien.
Percy tomó aire con impaciencia. Realmente no tenía idea de cómo plantear un buen argumento frente a Annabeth. Así que decidió ir por otro camino…
-Pon atención a todo- comenzó sin sabes muy bien por qué movía las manos en círculos exageradamente- Si yo, con sesos de alga, puedo predecir que algún así nos casaríamos, es claro que los dioses también lo habían pensado. La única razón por la que se molestarían es porque saben que nos necesitan, así que vamos al Olimpo, agrandemos sus ya enormes cabezas, dejémoslos ser felices y ellos pasarán por alto esto, no es como si no lo hubieran esperado.
Annabeth lo observó durante unos minutos. A veces Percy podía ser más inteligente de lo que aparentaba, eso lo sabía, lo había demostrado más de una vez en la misión. El argumento que le había dado tenía muchas lagunas, y alguna que otra contradicción. Pero el chico había sugerido tragarse su propio orgullo y ser sólo Sí, señor y No, señor con los dioses. El noventa por ciento de su cerebro le decía que no era buen momento, que algo saldría mal. Pero Percy parecía tan entusiasmado y seguro, era imposible no contagiarse.
Además ¿no tenían derecho a un deseo o algo así? La última ve le había ofrecido inmortalidad, tal vez ahora se conformarían con algo de libertad de decisión…
Este último pensamiento hizo que una sonrisa empezara a salir por las comisuras de sus labios.
-¿Eso es un sí?- preguntó el chico con los ojos esperanzados más grandes que pudo lograr.
-Creo que ya había dado el gran Sí, toma esto como una rectificación.
