Disclaimer: Todo es de Himaruya Hidekaz, yo solo lo uso para mis fantasías xD
1º Pareja: ItaCest.
Capitulo: La dama y el vagabundo, fluff.
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Un día cualquiera en la casa de los gemelos Italia, Feliciano corría por toda la cocina jugando con un gato mientras que Lovino intentaba en vano cocinar algo decente, le daba pereza ir a la tienda y por ello intentó hacer comida con lo que tenía en la alacena, osea: Pasta rancia y algo de vino. Pero las cosas terminaron algo torcidas, Veneciano llorando porque sabía mal y Romano gruñendo porque ni él podía comer semejante miseria asquerosa.
—Ve, fratello...
—¿Qué quieres?
—¿Y si pedimos una pizza?
—...¿No podías haberlo dicho hace media hora, pedazo de idiota?
—Esque el gatito era lindo y se me olvidó decírtelo...
—Tsk, como sea, pero tú la pagarás ya que a ti se te ocurrió.
—¿¡Ehh?! ¡Pero no tengo dinero!
—¡Pues yo tampoco, imbécil!
—¿Entonces con qué pagaremos la pizza?
—¿¡Como crees que voy a saberlo?!
De acuerdo, aquí fue otra hora de discusiones, gruñidos y lloriqueos, adivinen quién hacía qué cosa. Finalmente Lovino recordó que tenía el huerto de tomates en su jardín trasero mientras que Feliciano en un momento de lucidez se le encendió la bombilla y recordó igualmente que siempre tenía pasta de emergencias guardada bajo su almohada, Romano no sabía como reaccionar a eso, ¿Era normal guardar un paquete de pasta debajo de tú cama? bueno pero el punto era que podían hacer una comida decente con solo aquello y quizá un poco de queso que aún quedaba en su vacío refrigerador.
—¿Por qué siempre termino cocinando yo?
—Porque te quejas de que ensucio y no te gusta limpiar— Expresó el norteño con una sonrisa.
—Ah, es cierto...
Corto diálogo durante el transcurso de una media hora que Italia del Sur estuvo cocinando la pasta y una pobre salsa que consistía de unos miserables tomates con un poco de queso, eso era casi un insulto a su gastronomía pero estaban en crisis de pereza -Y sin dinero- por lo cual no se podían permitir comprar cualquier cosa ni con tarjeta de crédito, Veneciano por mero ocio comenzó a cantar una de sus optimistas canciones que hacían a Lovino sacar su lado asesino y atragantarlo con sus propios tomates, sin embargo y gracias a dios logró controlarse a tiempo para terminar con lo que sería la cena más pobre de toda su asquerosa y puta vida... Si, Tenía un lenguaje digno de la realeza. Una vez listo todo simplemente puso un plato grande sobre la mesa, porque los demás estaban sucios y primero muerto antes que lavar a mano todo, eso se lo dejaría a Feliciano. Con una mueca que dejaba mucho que desear tomó asiento soltando un suspiro de resignación, relajó un poco el gesto más al ver que el norteño no se acercaba volvió a la mueca amarga de un principio antes de lanzarle una cuchara de palo en la cabeza, gesto recompensado con un grito y chillidos por parte del otro italiano.
—Vee~...— Murmuró adolorido ya sentado frente al chico.
—Come y calla.
Por supuesto que Veneciano hizo caso al consejo, puesto que el estómago de ambos muchachos rugió exigiendo comida casi al mismo tiempo, algo avergonzados empezaron a degustar lo que no sabía tan mal pero tampoco era digno de un Italiano gourmet; lo único que se escuchaba de fondo era el sonido de los cubiertos y unos cuantos "ve" que salían de vez en cuando. Todo bien, sino para esos momentos en los que quedaban solo unos cuantos fideos en el plato y los gemelos se observaban como si de la segunda guerra mundial se tratase, primero un momento de tensión, luego un choque de los tenedores luchando por conseguir lo poco que aún quedaba, maldiciones de Lovino y sorprendentemente también de Feliciano, hasta que en un extraño giro de los acontecimientos terminaron luchando por un mismo fideo; uno comiendo de cada lado de él sin fijarse en las posibles consecuencias que eso traería, de manera imprevista para los italianos sus labios se juntaron, no sin un poco de salsa alrededor. Hubo unos segundos de eterno silencio dónde seguían con ese inocente roce, hasta que Lovino se separó notablemente sonrojado con un gesto de absoluta incredulidad.
—¡E-esto jamás pasó!— Y sin más, desapareció corriendo por la escalera de la casa, sin reparar en el gesto bobo y la enorme sonrisa que Feliciano traía; porque quizá era eso lo que estuvo buscando desde un principio, quería a Romano más allá que a un hermano.
