Aclaración: Hetalia Axis Power y sus maravillosos derivados NO me pertenecen, ya quisiera que si, pero bueno, es obra del amado y adorado Hidekaz Himaruya -le prende velitas al altar-

Ésta historia, aún no estoy muy segura de como nació, sólo sentí el querer hacerla, es Franadá, por tanto si la pareja no les agrada, absténgase de leer, o háganlo, tal vez les guste un poco, aunque mis personajes son un tanto OoC. Espero que les agrade y que no sea agotador.


Notre Bonheur

Felicidad es lo que deseas dar a la persona que amas, ¿pero y la traición? ¿qué hay del dolor? ¿la trizteza? Si estás con quien amas, ¿podrías superarlo?

-"¿Por qué? ¿Por qué acepté estar contigo? Siempre supe como eras…. Como te comportabas… Como siempre lo harás, y aún así, te creí, te creí cuando dijiste que cambiarías, te creí cuando dijiste que serías capaz de cuidarme, pero ahí estás, eres tan cruel… ¿por qué me haces esto? ¡¿Qué te hice Francis? ¿No era ayer que decías amarme? ¿Por qué no me notas? Inventa una excusa, mírame, ve que estoy aquí., dime que es un error, dime que me amas, intenta explicarme que ella no es nadie, hazlo como otras veces, dime algo Francis… Así al menos podría aparentar que te creo, así podría dejar que en la noche cures la herida y te disculpes tontamente como siempre, flirteando, jugando con mi cuerpo entre las sábanas que ahora compartes con ella."-

En la habitación se escuchaban todo tipo de sonidos, suspiros, gemidos y alguna que otras palabras que sólo hacían que el canadiense que observaba la escena, estático desde el marco de la puerta, cayera una vez más en la realidad que normalmente sólo creía soñar, pero que no era así, ahí estaba, lo observaba y le dolía. Francis moviéndose entre las sábanas, besando una piel que no era la suya, diciendo dulces palabras a una persona de la cual luego se desentendería como de muchas otras.

Matthiew a pesar de intentar salir de ahí, sentía ganas de quedarse, de seguir observando aquella escena, no como un burdo vouyerista, sino para enseñarle a su corazón de una vez que la persona que él amaba no le correspondía, que todo su pasado juntos, había sido compartido por muchos más.

-Au revoir Francis – fueron sus últimas palabras mientras salía del cuarto, cerrando la puerta para caminar directamente hacia la salida de la casa del francés, sabía muy bien que el otro le seguía, sus palabras no habían sido suaves, después de todo, de todas las personas del mundo, sólo a él se hacía notar, sólo a él quería mostrarse, aún lo quería.

-¡Matthie! ¡Matthie por favor espera! –Caminaba presuroso a su pareja a la vez que le atajaba por el brazo- deja que me explique al menos por favor.

-No tienes nada que explicar, y sabes que es verdad, sabes que no hay nada más que decir, ¿verdad?

-Matthie, no, yo…. –intentaba excusarse, el canadiense lo sabía, ¿pero cómo podría ésta vez? La carta que le salvaba siempre que una situación como esa ocurría, había sido olvidada dentro de su baraja, no tenía ningún as bajo la manga esta vez, ni siquiera él pudo notar cuando la mirada llorosa del canadiense se posaba sobre él y su acompañante nocturna.

-Sé que es tu costumbre, sé que si te amo, debería aceptarte como eres, pero esto es sencillamente ridículo. Míranos, tú buscando cobijo en otras personas, –"casi siempre que puedes lo haces", pensaba el canadiense, quizás si lo hacía siempre, pero no estaba enterado- yo aferrándome a ti, aguantando todo, todo lo que me haces. Sólo quería que alguien me reconociese como persona, que me hiciese sentir que si existo, que no soy sólo alguien para pisar o para olvidar.

-Matthew – el francés observaba quietamente a su novio, porque eso eran, eran pareja, habían estado juntos ya hace más de dos años, o algo así recordaba, ya era difícil saber cuánto tiempo llevaban, ¿hacía cuánto tiempo había estado conociendo íntimamente al chico que ahora le observaba quieto, sin oponer fuerza al agarre que ofrecía por su parte , sumiso, con una sonrisa, aguardando el momento para dejar que las lágrimas que se acumulaban en sus ojos salieran una vez fuera del camino del otro? – Por favor, tenme paciencia, sabes que no busco herirte –sus manos iban soltando lenta e inseguramente las del más pequeño, subiendo por su pecho, posando una de ellas sobre su mejilla de manera delicada.

- y-yo… ya no puedo, lo lamento, pero yo ya no puedo, no es justo, – sus palabras entrecortadas demostraban con firmeza como se sentía, más intentaba permanecer sereno, evocando como en otros tiempos una dulce sonrisa- pero es mi culpa, todo estará bien – su mirada clavada en los azules ojos del que le acompañaba, no parecía querer ceder, no sería débil, delicado tal vez, pero débil nunca – ve a terminar – le señalaba su cuarto donde una joven observaba la escena disimuladamente por entre las rendijas de las bisagras de la puerta- yo, creo que me marcho, perdón por haberte molestado, no quise interrumpir.

-Deja que me vista, voy a dejarte, hablaremos en el camino –como órdenes sus palabras resonaban en los oídos del canadiense "¿es necesario hablar más de esto?" Pensaba para sí mientras el otro le soltaba para ir rápidamente al cuarto, dando indicaciones a la mujer para que se marchase mientras dificultosamente intentaba ponerse su ropa, sabía que si no se apresuraba, el otro se marcharía, no era algo que hubiese ocurrido otras veces en la misma situación, pero el temor de que ocurriese le embargaba, era un sentimiento extraño, era la soledad tocando a las puertas de su corazón.

En la entrada, sin apresurarse, el canadiense dejaba las copias de su llave en una mesita junto con una nota que pensaba dejarle al francés, agregando una última frase con letra temblorosa para salir de aquella casa, para salir corriendo, escapar de quien en otros tiempos fuese su salvador, la única persona que recordaba su nombre. Una vez fuera, corría, apresuraba cada vez más el paso por las calles de París, letreros con distintos nombres observaban su apresurado pasar, sin evidenciarlo al final de cuentas, al igual que el resto de la gente que no prestaba atención, quería huir, pero algo quería detenerle.

-Ya estoy listo – sorpresa para el francés, ya no había nadie en la sala, buscó en la entrada, se asomó por la puerta de ingreso, nadie, sus temores se confirmaban, por fin se había marchado - ¿Por qué? ¿Por qué de todas las personas, tú tenías que entrar? – una de sus manos sujetando la pared, su cuerpo cayendo pesadamente hacia el piso del corredor, su otra mano sujetada a la pieza tallada en madera que se encontraba a su lado, la chica mirándole desde lo alto, era vulnerable, ese hombre que decía repartir amor al mundo, no era más que un solitario y vulnerable hombre que no caía del todo en razón de lo ocurrido.

-No debiste haberlo hecho – la chica le ofrecía la mano para levantarse, pero no parecía querer ceder, por lo que le tomó por el brazo con el fin de dejarle a su altura- tu lo amas, ¿me equivoco? – El hombre levantó la mirada y escudriñó cada detalle de la chica, no parecía querer reclamarle algo – ¿es tu novio? Es bastante lindo, tiene una cara bonita – sólo el viento parecía oírla – Matthew es un lindo nombre – su objetivo se había cumplido, él la había escuchado- ¿por qué no le buscas?

- No sé dónde buscarle, él no es de aquí –no quería mantener una conversación, menos sobre ese joven que sólo el día anterior le había dicho de todas las maneras posibles que le amaba.

- ¿No es de aquí? ¿Entonces de dónde es? – la conversación seguía, él no sabía a donde quería llegar esa mujer.

-¿Por qué no te marchas cómo te dije? –le daba la espalda para caminar nuevamente hacia la sala de estar.

-Porque lo he oído –mencionaba seria pero preocupada a la vez.

-Si sé que escuchaste todo, pero no quiero que te quedes por lástima…

-No me refiero a su conversación. – siguiéndole la mujer se inclinó frente a él – Escuché el sonido de tu corazón cuando se rompía, y ¿no lo sabes? No debes abandonar un corazón sólo cuyo dueño es una persona solitaria, nada bueno viene de eso, por ello mismo, me quedaré unos momentos si no te molesta, el daño está hecho, tú eliges si echarme, pero, creo en serio, que lo mejor es que por ahora estés acompañado.

El francés sólo podía esbozar una sonrisa de gratitud, las manos de la chica que antes le tocaba fogosamente, ahora tomaban las suyas de manera gentil, frotándolas, intentando darle consuelo al dolor que el otro no quería expresar.

-Sabes, él te ama, por eso le duele – su mirada era cálida y apacible- aunque no les conozco, y la situación y mi posición para hablar de esto no es la mejor, quiero decirte las cosas de las que me doy cuenta ahora que te veo..

Atento, el de ojos azules miraba a la joven, que a cada miraba aparentaba menos edad en apariencia, pero más edad en sabiduría, sin duda sus palabras eran dignas de escucharse, o al menos eso creía.

-Espera –la voz del francés dejaba de sonar altiva, ahora casi era un murmullo, aún así ella le oía- quiero que... que sepas, que no quiero de ninguna manera involucrarte en esto, la culpa no es tuya, tu no sabías nada… -la chica parecía querer interrumpirle, pero sus palabras ya salían solas- y-yo, no es la primera vez que le hago esto, él, lo ha aguantado tan bien, parece muy débil, pero en realidad lo envidio, es tan fuerte, no necesita mostrarle a los demás que lo es, para él era suficiente que yo lo notara, y para mí era necesario hacerle creer que sólo yo le notaba, que yo era su única chance de existir en la vida.

-Eso es muy egoísta, dime… ¿por qué lo hiciste? Él tenía tus llaves, ¿cómo no supusiste que podría llegar en cualquier momento?

De pronto el recuerdo rápido de haber visto un par de llaves sobre la mesa del recibidor parecía invadirle la mente, hasta ese momento no le había tomado importancia. Levantándose con rapidez del sillón en el que antes se encontraba casi hundido, corrió hasta lo que creía haber visto, y ahí estaban, un juego de llaves de la casa con una hoja de maple adornándoles, obviamente el llavero era de él, era más que obvio, además, él se lo había dado.

Los recuerdos de unos meses antes llenaban su mente, una pequeña discusión de pareja, un joven confundido, otro muy ofendido, las imágenes se conectaban unas a otras, no parecía recordar mucho.

-Te digo que las tomes Matthie, anda, así podrás visitarme cada vez que vengas a verme, además, no es justo que cada vez que me visites tengas que ir a alquilar habitación a algún hotel.

-Es que son lindos y me gustan el otro intentaba defenderse a lo que insistía el mayor

"Eres tan obstinado a veces mi pequeño"

-Nada de eso, anda, tómalas, me harás sentir mal si no lo haces.

-No quiero Francis, por favor…

-¿Por favor? Mon petit cheri, ni siquiera dejaste que terminara de contarte, escúchame.

-E-es que... –el canadiense se veía acomplejado, no es que quisiera rechazarle.

-Déjame terminar –el francés suspiraba, no quería tener que seguir de ese modo incómodo aquella conversación tan sencilla- éstas llaves… no son sólo para que me vengas a visitar, quiero que vengas a vivir conmigo, tu sabes, como una pareja ya realizada…

-¿V-vivir contigo Francis? ¿Estás seguro de querer hacerlo? Se te acabará la vida teniéndome a tu lado

-Mi vida eres tú, si te tengo cerca me sentiré mejor, ya no estaré tan solo, por favor, acepta.

-L-lo lamento, no puedo, t-tengo mi casa, mis asuntos, cosas que hacer en mi país, no puedo – las llaves pasaban de unas manos a las otras lentamente en un gesto dudoso.

-Está bien, bueno, ya es hora de que vayas, no querrás que te deje el avión, ¿o sí? Andando.

Tal cual como había corrido al recibidor se encontraba corriendo a su cuarto para entrar e ir directamente hacia su mesa de noche, dentro no se encontraban las llaves que tenía en las manos, era obvio, aún así, tardó unos momentos en darse cuenta de aquello.

-Oye, él te dejó una nota – temerosa la chica entraba a la habitación – ven, vamos fuera – jalándole del brazo, intentando sacarle de sus pensamientos, con dificultad le arrastró de vuelta al sillón donde antes se hundía – ten – un sobre blanco, nada cursi, simple y pequeño que tomó pensando una y otra vez en el chico que antes le escribiera esa nota.

*Me es difícil decir esto, no soy muy bueno con las palabras,
pero, quería decirte que acepto,
quiero vivir contigo y pasar mi tiempo a tu lado,
te he descuidado mucho, por eso,
cuándo leas ésta nota, ve a buscarme a la plaza de en frente,
espero que aún esté en pie tu oferta.*

Una sonrisa se dibujaba en su rostro, algo lastimera, algo derrotada, pero era una sonrisa al final, que aguantaba, que soportaba a duras penas el llanto de su dueño que amenazaba con salir en cualquier momento, continuó leyendo algo más abajo, la letra era diferente, la tinta del lápiz era diferente, un trazo tembloroso e inseguro y un par de manchas que marcaban el papel, arrugándolo, de seguro eran lágrimas, pero no eran suyas, él aún no lloraba – mi pequeño estaba llorando – sentía que su corazón se armaba nuevamente, sólo para volver a quebrarse y desplomarse, ¿Era acaso eso posible? ¿Cómo podía? Sólo una persona le hizo sentir así en su vida, y nuevamente, ahí estaba, releyendo una y otra vez aquellas líneas que hacían que su mente dejase de razonar, que sus emociones se volcasen una y otra vez, confundido, pero a la vez decidido.

*Aún te estaré esperando.*

-Lo lamento, yo voy a salir, ¿podrías? –sus palabras eran rápidas al igual que sus acciones.

-Sólo si me prometes algo – la mirada divertida de la muchacha le hacía querer pensar, pero no era el momento, no podía dejar que pasase más tiempo, necesitaba ver al chico que revolvía sus pensamientos.

-Rápido – la joven no perdió el tiempo y tomó su mano.

-Prométeme que no lo volverás hacer, prométeme que le harás feliz, y que tu también lo serás – le miraba fraternalmente, devolviéndole las esperanzas y alegrías que se habían marchado en cuanto el canadiense se fue.

-Te lo prometo –estrechando sus manos fue como ambos se dirigieron a la salida de la casa, despidiéndose, quizás para nunca volver a verse, pero ahí la brisa hizo que el rubio recordase algo, su nombre – ¡Espera! ¿¡Cómo te llamas! –gritando en plena calle mientras una nueva ráfaga de viento le hacía girar el rostro mientras la chica que parecía querer responderle, desaparecía entre la brisa y las personas. – Gracias Ángel – Aunque no sabía si ese era su nombre, fue así como decidió llamarla mientras caminaba hacia la plaza que se encontraba frente a su hogar para encontrarse al canadiense sentado sobre un columpio.

-¿Terminaste ya con ella? – no parecía querer levantar el rostro, tal vez aún lloraba, se notaba que su voz en cualquier momento se quebraría.

-Sí, supongo, sólo desapareció – un poco de alegría se expresaba en su rostro, era casi imperceptible, muy pequeña, pero él estaba feliz de tenerle ahí, de aún poder conservarlo unos minutos más a su lado, estaba confuso, sabía que en sólo segundos su felicidad podía agotarse, más decidió mientras observaba a la persona dueña de su adoración, que eso no importaba si le veía feliz. Con un par de pasos se acercó y se le puso en frente, pero no era propio hablarle desde ahí, quería ver su rostro, por lo que con lentitud, sin querer tocarle, se inclinaba frente al menor, mirándole desde abajo- mon amour, llorar no es propio de un caballero, – nuevamente se levantaba, sin darle tiempo al otro a responder, más rápidamente volvió a su antigua posición – aunque tú te ves tan lindo cuando lo haces mon petit cheri …– la atención del de gafas fue completamente atraída por ese momento, no por las palabras que decía el mayor, más bien era por el gesto con el que lo había hecho. Tocó su cabello, el francés le había adornado con una pequeña flor que encontrara en el parque – pero, me gustaría que no, que no fuese por mi culpa, me gustaría no ser yo quien te hace llorar, soy un egoísta y un inconsciente, y hasta hace poco estuve tan ciego – no le estaba mirando, el canadiense podía ver como hábilmente con el tallo de la flor que adornara su cabello en esos momentos, el francés realizaba una especie de argolla, bastante bien elaborada se podía decir – como dicen por ahí, "no te das cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes" y yo siento que te perdí Matthew, te perdí de tantas maneras hoy y tantas veces, y aún así tu me esperabas y aguardabas como ahora a que viniera a buscarte… y yo tan egoísta no me daba cuenta de lo que hacías, tu manera de aceptarme… - la mirada se le nublaba, no sabía si podría seguir hablando manteniendo la voz firme, pero no era momento de flaquear – eres único, me costó tanto darme cuenta, intentando seguir con mi vida, sin importarme tus sentimientos, y tu aguardabas por mí. No sé cómo puedo llamarme a mí mismo el país del amour, si él que más sabe de amor y sacrificios aquí eres tú, mi pequeño Matthie, no habrán más oportunidades, no quiero que me las des, es mi momento para esforzarme, y sé que no es como alguna vez había soñado que lo haría, pero… -el francés se apoyaba sobre su rodilla extendiendo el pequeño anillo hecho con aquel tallo verde- podrías aceptarme una última vez, ahora y para siempre.

La sola idea de poder perdonarle todo tan rápido hacía enfurecer al canadiense aunque no lo demostraba, perdonarle todos sus errores, cambiar todo el pasado, avanzar, seguir su camino juntos, olvidando sus problemas del pasado, que fácil se sentía saber que con una palabra, todo podía cambiar, se encontraba inseguro, otras veces le había creído pero había hecho mal, quizás de nuevo estaría mal, pero al menos era la última vez.

-¿Me estás pidiendo matrimonio Francis Bonnefoy? – sus ojos vidriosos, estaba atardeciendo por lo que sus cabellos brillaban con el naranjo sol del cielo que se escondía y daba paso a la noche- ¿ese es tu nuevo capricho? ¿Estás seguro de que es lo que quieres?

- No es un capricho, estoy siendo sincero, y siento que, que si no te tengo a mi lado, la compañía del mundo entero no sería suficiente para aguantar mis días sin ti mon amour. Acéptame por favor, ésta vez, las cosas cambiarán, porque soy consciente de que no quiero perderte.

-Aún estoy enfadado Francis, estoy dolido, verte con tantas personas, ¡ver a la persona que he amado durante casi todos los años de mi vida con alguien más, con cuanta persona apareciese, aún cuando aceptaste salir conmigo! ¿No crees que duele? Me duele que seas así, ¿lo pensaste alguna vez? – su mirada dulce cambiaba a una algo más drástica, dolida y herida.

- No quería… yo, no quería enamorarme – sus palabras, su confesión todo resonaba en la cabeza del pequeño – no quería arriesgarme a volver a perder, pero por no querer arriesgarme, fue que te perdí, ¿verdad?

-Aún no, aún tienes una última oportunidad – esa era su debilidad, nunca le había visto así, más en ese instante supo que era su debilidad, no podía ver triste a quien amaba, no podía seguir mirando esos azules ojos, brillando mientras le observaban con tristeza, una expresión tan desgarradora para él.- hazme feliz por favor, sonríe para mí.

Ambos con los ojos vidriosos, un par de jóvenes galantes en medio de una plaza para niños, abrazándose, el canadiense sonriendo dulcemente, el francés tomando la mano de su compañero besándola luego de colocarle la improvisada argolla, el momento hermoso en el que sus vidas se unían definitivamente.

-Te Amo – se escucho por parte de ambos antes de besarse cálidamente y dirigirse una vez más a la casa del francés, las emociones eran fuertes, sus pensamientos algo desconfiados, pero ya tendrían tiempo para confiar en el otro, de todas maneras de eso se trataba el amor, de confianza, respeto, afecto, y sobre todo, desear el bien y la felicidad de la persona que amas.


Eso ha sido todo por ahora, pueden dejarme sus comentarios al respecto, las críticas son buenas, pero no sean crueles, ¿si? Si les agradó, no me molestaría escribir una continuación, pueden darme ideas si quieren que las agregue. Gracias por leer, nos vemos en la próxima historia.