Disclaimer: No soy Himaruya, así que Hetalia no me pertenece. Es triste, pero es la pura verdad~
Advertencias (en este capítulo): Palabras mal sonantes que los niños buenos no deberían decir~
Desistir era de cobardes. Y Gilbert Beilshmidt, desde luego, consideraba que la clave del éxito era la perseverancia. Sí, recordaba que en la guerra de los siete años nadie apostaba un duro por él; ganó. ¡Aquellos tiempos eran tan asombrosos como un pajarito! Luego, cuando Rusia se lo llevó (en otras palabras, lo secuestró de mala manera), su máxima meta era robarle el sujetador a Hungría; lo robó. A medida que pasaba el tiempo, sus aspiraciones eran más patéticas ante los ojos de las demás naciones. En aquel momento, su objetivo era sentarse al lado de su buen amigo España en aquella conferencia.
Pero claro, siempre tenía que haber el típico grano en el culo que le estuviese molestando todo el rato. En este caso, aquel grano lleno de pus se llamaba Lovino Vargas. El italiano estaba a punto de sentarse al lado del español cuando Gilbert, en lo que tardaba un colibrí en batir las alas, apareció de la nada y le arrebató la silla. Le echó la lengua. No obstante, Italia del sur también era bastante tozudo, así que agarró la silla por un lado y tiró de ella. Francia y España estaban demasiado ocupados charlando de sus tonterías como para percatarse de la situación.
—¡Suelta, coño! ¡Yo llegué antes! —gritó Lovino con furia.
—¡Ni lo sueñes, niñato! —pegó un tirón bastante fuerte— ¡Yo cogí antes la silla!
—¡¿Pero tú para qué mierda vienes a la conferencia, si no eres un país? —Lovino ya estaba rojo de la ira.
—¡Pues porque me da la real gana! —frunció el ceño. Qué pesado era el italiano, por Dios— ¡Y suelta ya!
—Eh, chicos, ¿qué estáis haciendo? —preguntó España con un mohín curioso.
—¡Ah, Toño! —Gilbert exclamó maravillado. Sabía que ahora su amigo le ayudaría y le conseguiría un sitio donde sentarse. Bendito español— ¡Dile a este italiano loco que me deje el asiento!
Antonio permaneció dubitativo. No sabía por qué aquellos dos estaban sujetando una silla, pero parecía que se lo estaban pasando bien. A su forma, claro.
—¡Lovi, siéntate a mi lado! —canturreó con una sonrisa de oreja a oreja.
—No puedo, tu amigo no me deja —replicó cruzándose de brazos.
—Gil, anda, déjale el sitio a Lovino —dijo alegre y con un atisbo de condescendencia.
—¡¿Y dónde me siento yo? —preguntó molesto y, en el fondo, dolido.
—Pues al lado de Francis.
—¡Pero si está sentado en una esquina! —señaló al francés, quien lo ojeaba con curiosidad— ¡¿Cómo diablos pretendes que haga?
—Puedes coger un taburete, Gilbo —Francis le guiñó un ojo—, o si no, puedes sentarte directamente en mi regazo.
Con la impresión, Prusia soltó la silla y Lovino aprovechó para sentarse al lado de su cuidador. El albino no se lo podía creer. ¡El maldito Antonio prefería la compañía de aquel italiano amargado antes que la suya! ¡Y encima le había sugerido que se sentase al lado de aquel gabacho! Maldito español. Maldito gabacho. Maldito italiano. Malditos todos. No eran dignos de dirigirle la palabra a alguien tan asombroso como él, ¡claro que no! Total, él era asombroso y no debería codearse con gente de tal calaña.
Con una lagrimilla en el ojo provocada por alguna sustancia misteriosa (obviamente, no estaba llorando), Gilbert buscó por la sala algún hueco libre. Alemania era quien iba a dar la charla, así que él ya estaba descartado. El señoritingo estaba sentado con la mala bestia de Hungría, así que aquella opción también había que desecharla. Y de pronto, como si de una aparición divina se tratase, vio cómo un rulito castaño muy particular danzaba en el aire. A Prusia se le iluminó la mirada, completamente encandilado al ver a aquella persona con una silla libre a su lado.
—¡Feliiiii! —fue corriendo a cámara lenta hacia él, con una sonrisa bobalicona en su rostro— ¡Feliiii!
El aludido se limitó a saludar con la mano al hermano mayor de Alemania. Aunque Ludwig siempre le decía que su hermano era un poco raro, lo cierto es que no parecía mal tipo. De hecho, era bastante simpático… a veces, claro.
—No te lo vas a creer, Feli, pero tu hermano me quitó el sitio —hizo pucheros, absolutamente indignado. La vida era injusta—, ¿te parece normal, eh, te parece normal?
—Ve, ¡no me digas! —se sorprendió— ¿Y eso?
Prusia se dispuso a contarle con pelos y señales todo lo que había sucedido minutos atrás. El instinto de hermano sobreprotector de Lovino se encendió de golpe. Alguien estaba cerca de su hermano. Alguien malo. Efectivamente, miró a su hermano de reojo —sentado en la otra punta de la sala, prácticamente— y se percató de que el puñetero patatero estaba a su vera. Frunció el ceño y habló con Antonio, que tras vacilar durante unos instantes, asintió con una sonrisa resplandeciente. Ambos se levantaron y se acercaron a donde estaban Italia del norte y su acompañante.
—¡Vaya! ¡Hermano! ¡Tito España! —exclamó Italia con una sonrisa.
—¡Hola, Feli! ¡Buenos ojos te vean! —contestó del mismo modo— Ah, Gil, Lovi ha dicho que no le importaría cambiarte el sitio. ¿Vienes con Francis y conmigo?
—Ni de coña —atinó a responder con una velocidad sorprendente—. A este asombroso servidor nadie lo rechaza. Además, estoy feliz aquí con Feli.
—¡Anda ya! —el mayor de los Vargas intentó empujarlo del asiento— ¡Vete con tus estúpidos amigos y deja que me siente con mi hermano!
—¡Y una mierda! ¡Tú has preferido estar con Toño! —se zafó— ¡Atente a las consecuencias!
La mirada inyectada en sangre de Lovino se clavó en el albino. Antonio, por precaución, se apartó unos centímetros del italiano.
—Feli, ¿tú con quién prefieres sentarte? —preguntó España, sonriente como siempre.
Tanto Prusia como Romano observaron a España con curiosidad. Por una vez había tenido una idea decente. ¡Milagro!
—Obviamente, prefiere estar con mi asombrosa persona.
—¿Pero qué dices, muerto de hambre? Yo soy su hermano y prefiere estar conmigo, ¿a qué sí, Feliciano?
El pobre italiano no sabía qué decir. A pesar de que quería mucho a su hermano, lo cierto era que le daba mucho miedo, sobre todo cuando se enfadaba de aquella forma. Por el contrario, el hermano de Ludwig era raro y a veces también le perturbaba un poco. ¿Qué debería hacer?
—Ve, yo… —miró hacia los lados, buscando ayuda.
—¡Decidido, me quedo yo con él! —proclamó el prusiano a los cuatro vientos, agarrándole el brazo derecho al joven.
—¡Que te crees tú eso! —se aferró al otro brazo de Italia del norte— ¡Feliciano se queda conmigo!
Y ambos comenzaron a tirar de Feliciano, tal y como si se tratara de una cuerda. Antonio intentaba imponer algo de cordura en las mentes de aquellos dos, pero que un loco intente tranquilizar a otros locos nunca funciona. El instinto de Lovino se volvió a alarmar. Miró a Feliciano. Seguía temblando cual flan, pero casi podía asegurar con certeza que no se trataba de su instinto de hermano sobreprotector lo que se había activado. Posó su mirada sobre España. ¡Ahí residía el problema! Aprovechando todo el caos generado, Francia ya se había levantado y se había acercado de la manera más sigilosa posible a su amigo, metiéndole mano discretamente por debajo de la camisa. Ante aquello, Lovino soltó a su hermano de golpe. Francia se dio cuenta de que el italiano mayor lo había pillado, pero lejos de ser presa del pánico, tosió y adoptó una pose elegante e inteligente (eso sí, sin apartar la mano del torso de Antonio).
—Chicos, chicos, calma —dijo con aire tranquilo—. ¿Sabéis cómo solucionamos los problemas en mi tierra?
—¿Con pasta? —preguntó Italia inocentemente, esperanzado.
—No.
—¿Con huelgas?
—Aparte de eso, Toño.
Mientras seguían intentando hallar la respuesta, Alemania se dispuso a comenzar con la conferencia, a pesar de que le incomodaba que aquel grupo tan conflictivo estuviese haciendo ruido, además de estar de pie, lo cual era una falta de respeto alarmante.
—¡Ustedes, siéntense inmediatamente! —alzó la voz para que lo oyeran— ¡La reunión va a comenzar y…
—Como sé que no vais a acertar en la vida —hizo una pausa para aumentar una tensión inexistente—, os diré la respuesta.
—¡Estoy diciendo que se sienten! —insistió Ludwig, ya más enfadado que antes— ¿Me quieren escuchar?
—¡La mejor forma de solucionar un conflicto es mediante una competición! —proclamó el francés a los cuatro vientos para captar la atención de todo el mundo.
—¡Francia, estoy pidiendo silencio! —continuaba el germano, aunque era consciente de que sólo cuatro pelagatos lo estaban escuchando.
—¿Una competición? —preguntó Gilbert, algo confundido.
—Exacto. Tú, Lovino Vargas y tú, Gilbo, deberíais competir por un asiento —sonrió satisfecho.
—¡Me gusta tu forma de pensar, gabacho! —Gilbert ya se estaba remangando, ansioso por golpear al italiano, que estaba ya escondido detrás de España en busca de protección.
—¡No tan rápido! —interrumpió Francis— ¡No se trata de luchar como mandriles! Me refiero a una competición digna, ¡en equipo!
—Continúa… —murmuró el prusiano, aún si cabe, más interesado que antes.
—¡No, no va a continuar! —protestó Alemania— ¡Estamos en plena reunión, ¿recuerdan? Dejen sus cotilleos para luego.
—¡¿Qué? —se quejó Bélgica— ¡Esto se está poniendo muy interesante! Yo quiero saber en qué consiste la competición.
Varias naciones respaldaron a la belga, así que Alemania, con todo su pesar, tuvo que ceder cinco minutos (cronometrados, eso sí) para que el francés pusiese en común sus ideas acerca de cómo Lovino y Gilbert tendrían que enfrentarse. Todos los países lo miraban atentamente, algunos incluso boquiabiertos, pues sólo su voz era la que se escuchaba. No se oía ni el vuelo de una mosca, lo cual enfurecía a Ludwig de mala manera. ¿Cómo era posible que a unas naciones responsables les interesase más aquel juego de críos que la crisis económica? ¡Era inconcebible!
…Aunque a él ahora también le había picado el gusanillo de la curiosidad.
—¡Veréis, mi idea es que Gilbert y Lovino formen dos equipos! —Francis hablaba despacio, pronunciando cada una de sus palabras con perfecta dicción— Cada equipo estaría constituido por tres personas, sin contar con los respectivos capitanes, claro.
—Menuda gilipollez. No contéis conmigo —gruñó Romano.
—¡Te has acobardado! ¡Kesesese! ¡Si yo ya sabía que impongo demasiado respeto, chaval!
—¡Cállate ya, maldita sea!
—Aún no he acabado, muchachos —Francia tosió y prosiguió—. Habrá cuatro pruebas, ni una más, ni una menos. Me comprometo a organizar el evento, lo único que necesito ahora es un árbitro neutral que me ayude.
Al escuchar la palabra «neutral», todos clavaron sus miradas sobre Suiza, que se perturbó al instante. ¡Él no quería formar parte de aquel circo! A duras penas sabía qué pintaba él en una reunión sobre economía, como para que encima le encasquetasen una tarea tan estúpida y trivial.
—Ya veo que el joven Suiza se ofrece voluntario —comentó Francia con una sonrisa malévola—. Te prometo que trabajaremos codo con codo, petit suisse.
—¡A mí no me metas en tus trapicheos!
—¿Por qué no, hermanito? —Liechtenstein se veía ligeramente emocionada por el proyecto— Parece divertido.
El suizo se ruborizó rápidamente. Bueno, si a Liechtenstein le parecía bien, ¿por qué no intentarlo? Además, ver a otras naciones humillándose las unas a las otras no estaría tan mal. Seguramente sería mucho más ameno y productivo que una reunión cualquiera.
—¡Esto es absurdo! —Inglaterra aún seguía mostrándose reacio— ¿No podemos seguir con la reunión?
—Tienes envidia porque no vas a poder participar en el proyecto, ¿verdad? —preguntó Francia con maldad.
—¡¿Q-qué? ¿Quién ha dicho que yo quiera participar en eso? ¡Es más, ¿por qué das por hecho que no voy a participar? —se contradecía a sí mismo, pero no lo podía evitar. Sentía demasiadas miradas concentrándose en él.
—Aunque quisieras participar, no te lo permitiría —respondió Francia con parsimonia—. No con esas cejas.
Arthur iba a saltar furioso por aquel comentario tan gratuito, pero Alemania ya se alzó y señaló que los cinco minutos habían pasado ya. Todos los asistentes, resignados y con un mohín sombrío, tuvieron que tragarse aquella charla tan interesante que Ludwig les tenía que dar. No obstante, todos tenían en mente la competición, en especial la de Italia meridional y la de cierto prusiano, los cuales se intercambiaban miradas cargadas de odio de vez en cuando. Además, para el despecho del italiano, Prusia había acabado sentándose con Feliciano y él con Antonio. ¡Maldita sea, tenía que haber elegido sentarse con su propio hermano en primer lugar! Si hubiera pensado con la cabeza en aquel momento, ninguno de los quebraderos de cabeza que les iban a atormentar sucederían.
De pronto, tanto Lovino como Gilbert recibieron una notita del francés. Les anunciaba que tenían que escoger a sus compañeros de equipo lo antes posible. El italiano, más o menos, ya sabía quién quería que lo acompañase, pero el cerebro de Gilbert no parecía saber qué hacer.
Cuando aquella charla tan soporífera hubo terminado, Lovino y Gilbert corrieron hacia Antonio rápidamente, compitiendo entre ellos por escogerle antes. ¡Era la única esperanza de Prusia! En menos que canta un gallo, España vio que sus hombros estaban siendo agarrados violentamente por un italiano colérico y un prusiano jadeante. Aquello le daba mala espina.
—¡Participa en mi equipo! —exclamaron ambos a la vez, con decisión.
—Vale —sonrió Antonio.
—¿Vale qué? —preguntó Lovino. Tanto él como su enemigo habían formulado la pregunta al unísono, así que aquella respuesta era un tanto ambigua.
—¡Obviamente se refiere a que viene con su viejo colega! —Prusia pasó un brazo por el hombro del español, sonriéndole jocoso— ¿A que sí?
—Ah, no, qué va —apartó el brazo lentamente, sin dejarle de sonreír—. Me refería a que iría con Lovi.
—¡Español desgraciado! ¡Es la segunda vez que me dejas plantado hoy! —otro puchero adornó el rostro pálido de Gilbert— ¡Mejor, eres un debilucho, así que no te quiero en mi equipo!
Lovino siguió buscando a más gente para su equipo. Esbozó una diminuta sonrisa al saber que podía contar con Antonio. «¡Chúpate esa, prusiano patatero!», rió para sus adentros. Cuando vio de lejos a Holanda y a Bélgica, sintió que debía correr hacia ellos, ya que aquellos dos eran los elegidos para ayudarle en la competición.
—¡Cuenta conmigo! —exclamó Bélgica con entusiasmo— ¿Te unes, hermanito?
—No te dejo sola con esos dos ni de broma —contestó él de mala gana, mirando a Lovino con desprecio.
—¿Eso es un sí…? —preguntó Romano algo intimidado.
—Podrías interpretarlo de esa manera, sí.
El italiano dejó salir un largo suspiro de alivio. Bien, ya tenía un peso menos encima. No sabía en qué punto había comenzado a interesarse por el proyecto, o más bien, a interesarse por derrotar a Gilbert de la forma más cruel y vil posible. El prusiano, por otro lado, aún no tenía ningún compañero; no obstante, ya sabía quiénes conformaba el grupo de Romano, así que ahora tenía la oportunidad de coger a miembros que superasen con crecer las cualidades de los compañeros del italiano.
Lovino había escogido a un hombre alto, fuerte y rubio, así que Gilbert eligió a Ludwig para su grupo. Obviamente, el alemán no accedió por las buenas, ni mucho menos. Tuvo que resignarse cuando su hermano mayor le amenazó con mostrarle a todo el mundo el tipo de archivos que ocultar en su ordenador.
Luego, el italiano tenía consigo a una mujer. Ahí Gilbert no vaciló ni un instante. La mujer más poderosa del mundo no era otra sino Hungría, quien aceptó encantada de la vida… lo cual era bastante extraño. Seguramente tenía algo que esconder la loca aquella.
Y por último, en el otro grupo había un tonto: Antonio. Prusia no tenía más remedio que coger a otro memo debilucho, es decir, a Austria. Roderich al principio se quejó y se negó rotundamente a participar, pero mediante chantaje pudo incorporar al austriaco al grupo. Bien, ahora ya todo estaba listo.
Gilbert sonrió con confianza. No podía esperar a degustar el dulce y empalagoso sabor de la victoria.
Notas: Y aquí concluye la primera parte. Me imagino que este fic tendrá tres capítulos en total~ Este sirve a modo de introducción, por eso es bastante flojillo. El siguiente será la competición en sí y el capítulo final… Pues el desenlace trágico y lleno de lágrimas :3
Y maldita sea, tendría que estar continuando El jarrón de la discordia, pero es que me he quedado estancada ó3ô En fin, da igual~ Hay tiempo para todo~
