Esta es una introducción, como ven aquí no hay caso, simplemente presento al personaje principal. Pensé en un momento describir "A study in pink" pero seria algo repetitivo así que solo haré ciertas referencias, espero que lo disfruten.
Descargo de responsabilidad: lo diré ahora y dudo que lo repita por el simple hecho de que me aburre hacerlo, en fin no poseo a los personajes, bueno mas o menos les cambie varias cosas pero aun así, la idea principal no fue mía.


Sherlock Holmes, nombre extraño, especialmente cuando se trataba de una chica, pero que se puede decir, a ella le gustaba ese nombre, sobretodo porque era distinto, ella era distinta, inesperada, problemática, irreverente pero sobretodo diferente. Con gustos extraños y una curiosidad especial que la había llegado al borde de la muerte en varias ocasiones solo para probarle al mundo su gran inteligencia, sí, porque también sabía que era inteligente y esa soberbia era un gran escudo para su vida diaria.

Su mente activa la había metido en toda clase de problemas que terminaron en una profesión "detective" si, sonaba algo ridículo, una detective, así como sacado de una película para niños, pero no, esto era la realidad y no siempre tenía un final feliz, ella no los conocía, solo conocía de adrenalina, esa era su droga, había probado muchas a lo largo de su vida pero esa era la que más le gustaba. Ella veía lo que los demás no, podía conocer todo de una persona con solo mirarla unos segundos, era capaz de descifrar secretos oscuros en solo un pestañeo, en menos de una conversación. Su pasado, sus primeros casos, como si todo su futuro estuviera escrito, ella era así sola contra el mundo, nacida para morir de una adicción.

Pero la soledad no era siempre tan buena, no cuando los ingresos como detective no dan los resultados esperados, por suerte ella agradecía ese nombre, Sherlock, todo mundo creía que era nombre de hombre y a veces le convenía, esa sociedad que la rodeaba aún tenía sombras de machismo. La mayoría de las veces la primera impresión que daba no era con la que sus clientes se sentían cómodos pero bastaba dos segundos frente a ella para saber que podía resolverlo. En fin un poco de actuación de la buena y cualquiera confiaba en ella, bueno a veces. El Dr. Hooper lo hacía. Él era el medico patólogo que seguía los caprichos de Sherlock por estar enamorado de ella, aunque Sherlock no se daba cuenta de esto, ella era algo inútil tratando de ver este tipo de emociones. Pero estaba segura de sus encantos, tenía un buen cuerpo aunque no le importaba en realidad, era alta y muy delgada, su tez era extremadamente blanca y pareja, su cabello era oscuro, muy oscuro y con una maraña de rulos que eran imposibles de peinar y sus ojos, iguales a los de su madre, grises, brillantes, con algo de dorado en el centro y un par de lunares a un costado. Distintos como todo su ser. Sus uñas eran rojas, escarlata, al igual que la sangre, era una vieja costumbre que ella guardaba desde hace un tiempo, había pasado drogada casi toda su adolescencia hasta llegar al punto de no poder aguantar ni unos minutos al día sin inyectarse, de ahí venían los ataques de ansiedad y de ahí la costumbre de pintar sus uñas, como prueba a si misma de que no se destrozaría las manos con su boca. Aun habían días en que caía y esos eran los días en que no se las pintaba, simplemente porque no lo soportaba y por su puesto nadie lo notaba, nadie observaba. Pero eso iba a cambiar muy pronto.

Ella estaba comprobando una teoría en St Bart ese día, azotando un cadáver, ella sabía los resultados pero en el fondo le resultaba divertido hacerlo, había estado en paro durante mucho tiempo y eso la consumía por dentro, aunque no era lo único en lo que pensaba, ella tenía que conseguir un compañero de piso, lo había meditado por varias semanas y aunque odiaba la idea de socializar permanentemente con alguien más tenía que hacerlo si quería seguir viviendo en Baker Street. La señora Hudson, su casera, le tenía paciencia pero no podía retrasar más el pago de la deuda de su apartamento. Había entrevistado a varias personas pero por lo visto estas se espantaron cuando vieron algunas muestras de sangre que ella guardaba en su cocina, o que Sherlock los insultara cada 5 minutos por su ignorancia en casos criminales del pasado, o que descubriera secretos que no querían ser revelados, en fin, habían muchas cosas que los habían espantado, lo máximo que su compañía duro fueron esas 32 horas que Emily, una estudiante francesa de intercambio, había soportado cuando Sherlock decidió tocar desafinadamente su violín a las 3:30 de la mañana. Ya no sabía qué hacer, se lo había preguntado a todo el mundo, estaba convencida de que nadie quería vivir con ella y ella no estaba dispuesta a cambiar sus hábitos. No hasta que conoció a John, John Watson, un médico militar que venía de Afganistán herido de bala y con cojera psicosomática. Alguien que estaba tan solo como ella y que claramente no podía vivir sin adrenalina.

Sherlock no lo pudo evitar, ella lo dedujo todo de él, bueno casi, su hermano era una hermana pero en fin, algo de ella sabía que él era el indicado y quería probarlo, así fue como lo llevo a una escena del crimen en donde aparentemente un asesino serial había atacado por 4ta vez.