Where my demons hide

Por desgracia Frozen y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Disney. Oh, triste realidad.


Capítulo I. Locura

"Hay un cierto placer en la locura, que sólo el loco conoce."

Y vaya que la conocía muy bien. Era esa sensación que corría por sus venas, a veces como calor y otras como escalofríos, pero que lo hacían sentir vivo, que lo hacían olvidar. Que ingenuo había sido al tratar de escapar de ella, de esa locura que lo consumía día con día, envenenando su alma y cubriendo cada rincón de su mente.

Nunca supo en qué momento apareció ahí, o si siempre estuvo con él, pero cada batalla parecía ser en vano. Estaba loco, y como si de cáncer se tratara, aquella demencia lo consumía poco a poco y sabía que algún día terminaría por matarlo. Estaba sumergido en completa oscuridad.

Antes, su madre era el único lazo que lo unía a la poca cordura que quedaba en él. Ella era una luz que despejaba las sombras en su interior, con cada palabra, con cada sonrisa, abría las puerta que él tan insistentemente trataba de cerrar. No quería hacerle daño, pero ella no lo entendía. Probablemente aún no se daba cuenta de que su hijo era un monstruo. Porque eso era lo que él era.

Había tratado de acabar con la vida de dos personas, tan simple como quitar dos piedras que le estorbaban en su camino. Tenía sus motivos, claro está, pero nadie lo entendía. Ni si quiera su madre que, cuando supo la noticia, lo miró como si descubriera por fin al monstruo que vivía en él.

Sabía que eso pasaría, que se avergonzarían. Y sinceramente le importaba muy poco lo que su padre o sus hermanos pensaran de él. Pero fue el verse en los ojos de su madre, ver aquel destello de lo que solía ser antes, que le hizo sentir culpable por primera vez.

Las leyes dictaban que él debía ser juzgado por ambos reinos, el de Arendelle y el de las Islas del Sur, para llevar a cabo su condena. Pero la Reina Elsa se había desentendido de todo cargo y dejado la decisión en manos del Rey, de su padre. Y en todo el camino de Arendelle a sus tierras sólo una cosa pasó por su mente: la horca.

Su padre era un hombre duro, muy inteligente pero de carácter fuerte. Jamás había mostrado cariño alguno hacia él o hacia sus demás hijos, ya que creía que dichos sentimientos sólo lo volvían más débil. Y probablemente tenía razón, por lo cual no esperaba nada menos de él. Una eternidad en los calabozos del castillo no era castigo suficiente para un traidor como su hijo.

¿Era la muerte, entonces, el único remedio para su enfermedad? Nunca lo había visto así, al menos no antes cuando todo parecía ser más sencillo. Pero la vida da muchas vueltas, de eso no le quedaba duda.

Y si fue la vida la que lo trajo de vuelta al lugar donde todo comenzó, tenía una manera muy divertida de vengarse.

No supo con certeza si fue su madre quien intercedió por su vida, o si su padre fue demasiado misericordioso a la hora de dictar su sentencia, pero lo que jamás imaginó fue verse obligado a cumplir su condena en Arendelle, el reino donde había cometido tal crimen, para después poder recibir castigo en las Islas del Sur.

Claro, ese era el protocolo en aquellos casos ¿cómo no lo pensó antes?¿Pero, no era más fácil acabar con él de una vez por todas? ¿Valía la pena prolongar la espera? Porque era obvio que al poner un pie de vuelta en su tierra sus días estarían contados.

¿Qué podía esperar ahora? Realmente no sabía que pensar. Pero si la decisión era absurda o si la Reina de Arendelle era lo suficientemente tonta como para aceptarlo de vuelta en su reino, no le importaba en lo más mínimo. La vida había dejado de tener sentido el día que puso un pie en aquella celda, y hacía ya tres semanas de eso.


Arendelle había cambiado mucho desde su última visita. Se podía sentir en el aire, en los alrededores y principalmente en las personas… todo era diferente, más alegre. Y él estaba harto de esa porquería, de escuchar todos los días las risas de los empleados mientras hacían sus labores del día, o el canto de lospájaros que sólo lo fastidiaban por las mañanas. Sí, hacían bien en mantenerlo encerrado porque de lo contrario acabaría con todos.

Pero eso no era lo peor, lo más irónico era encontrarse justo en la misma celda que la Reina Elsa había ocupado tiempo atrás, cuando él la puso ahí. Definitivamente la vida daba muchas vueltas. Y claro, habían tenido que reconstruirla a raíz de aquel incidente: quitando cualquier ventilación para que no hubiera forma que él escapara y en vez de la puerta, colocando barrotes para que los guardias pudieran vigilarlo día y noche. Naturalmente, la Reina había tomado todo tipo de precauciones para asegurarse de que él estuviera lo más lejos posible de ella y de su pequeña hermanita.

Las detestaba a ellas, a las culpables de su desgracia. Antes su ira recaía en Anna, quien había sido la causante de sus problemas en un inicio. Pero al llegar a Arendelle, y después de la cálida bienvenida de la Reina, ya no sabía a quien odiaba más. Y es que en cuanto pisó el castillo ella le dejó muy claro el motivo de su estadía, recordándole que eran las leyes las que la obligaban a tomarlo como prisionero y no por decisión propia, porque de lo contrario lo más cerca que estaría de su familia sería "a veinte metros bajo tierra".

Por supuesto, aquello le causó tanta gracia que no pudo contener la risa, lo cual provocó que uno de los escoltas le diera un puñetazo que le sacó el aire por completo.

"Tendrá el poder, Su Majestad, pero no las agallas para matarme."

Esas fueron las primeras palabras que brotaron de su boca cuando por fin pudo recuperar el aliento. Sabía que su actitud no había sido de gran ayuda en la situación en la que estaba, pero en aquel día poco le importó. De todas formas dijera lo que dijera, nada cambiaría el hecho de que era odiado por la familia real, sentimiento que era bien correspondido.

Y en aquellos ojos azules que alguna vez lo miraron asustados, ahora encontró rencor y aborrecimiento. Esa fue la última vez que vio a la Reina. Después de eso sus días se resumieron a cuatro paredes: sin luz, ni banquetes ni sirvientes, vivía peor que mendigo.

Quienes lo vieran en ese momento probablemente no lo reconocerían, quizá lo confundirían con un simple pordiosero más. Vaya, que él mismo lo pensaría si se encontrara del otro lado de las rejas. Su traje había dejado de ser blanco hace mucho tiempo y ahora se encontraba repleto de mugre de los pies a la cabeza. Su barba y cabello crecían con los días, añadiéndole años a sus facciones. De aquel príncipe elegante no quedaba nada.

O quizá jamás existió, — pensó en su ironía.

Los días le parecían eternos y le dejaban mucho tiempo para pensar: extrañaba algunas cosas de su vida anterior, sobre todo la etapa de su infancia cuando los problemas se reducían a simples rencillas entre sus hermanos. Añoraba una buena copa de vino y sobre todo, escuchar la voz de su madre. Pero las noches eran peores, era en esos momentos donde el monstruo se apoderaba de él y le hacía imaginar cosas horribles. Y al dormir, las pesadillas lo atormentaban.

Siempre era el mismo sueño: estaba repleto de luz y de frío. Sus manos temblaban con cada paso que daba y a sus pies se encontraba una mujer de espaldas. Sostenía su espada en lo alto y esta vez nadie se interponía. El filo de la hoja atravesaba su pecho y manchaba sus manos de sangre. Oía llantos por todas partes, pero al ver el rostro de su víctima se encontraba con un par de ojos verdes: los ojos de su madre.

Todas las noches despertaba empapado en sudor, con la garganta seca y las mejillas llenas de lágrimas. Sabía que sus gritos despertaban a los custodios pero agradecía que ninguno hiciera comentarios al respecto.

Aquello ocurría con demasiada frecuencia. Sus días eran monótonos. Su mayor diversión era oír las pláticas de los guardias, porque así se enteraba de lo que sucedía a su alrededor. La mayoría era sobre la vida de personas que desconocía, pero que de igual forma escuchaba.

De vez en cuando conversaban sobre lo que se decía de la Reina, no en Arendelle sino en otros lugares, la llamaban "Reina de las Nieves", lo cual encontró extremadamente divertido. Pero le sorprendió saber que las cosas no marchaban tan bien como él creía, al menos no en el extranjero donde se hablaban cosas terribles de sus poderes. Era considerada una amenaza para los demás.

Se rumoraba que varios comerciantes habían retirado su apoyo de Arendelle y que la economía no marchaba muy bien. Otros decían que la Reina había estado visitando reinos antes considerados amigos, pero que todos le habían dado la espalda. Inclusive se ventilaba sobre una posible guerra entre varios reinos del Norte. La gente de Arendelle temía por su seguridad pero confiaban en el juicio su Reina.

Y Hans, por su parte, pretendía hacer caso omiso de todas esas historias… pero sus intentos eran en vano. Alguna vez soñó con gobernar Arendelle y aquella espinita aún lo perseguía, y con cada cosa que se mencionaba de la Reina Elsa, él pensaba "yo podría haberlo hecho mejor". Estaba seguro que si él fuera el Rey las cosas no estarían así.

Pero el encierro lo estaba matando, sentía que se asfixiaba y con cada día que pasaba perdía un poco más de cordura. Y precisamente, pensamientos como esos eran los que alimentaban su demencia, y en noches como esta, lo mantenían despierto.

No sabía cuanto tiempo había pasado desde que sus custodios se retiraron a descansar, pero ansiaba que llegara el momento de su regreso. No sentía simpatía alguna hacia ellos, pero percibir la presencia de otras personas le recordaba que aún estaba vivo, y cuando se quedaba completamente sólo perdía el hilo de la realidad.


Estuvo así un buen rato, recostado hacia arriba y con un brazo sobre su frente. Su mente, por otro lado, se encontraba muchos años atrás. En sus recuerdos le pareció escuchar pasos a lo lejos, acercándose, aunque no estaba seguro si eran también producto de su imaginación. No es como si fuera la primera vez, después de todo.

Al principio decidió ignorarlos, pero había algo en ellos que era diferente al de los demás guardias: estos eran más ligeros y parecían titubear con cada pisada. Aún no estaba seguro si eran reales pero, justo cuando se habían vuelto más fuertes, se detuvieron. ¿Había despertado ya?

Movió su brazo y la oscuridad de siempre lo envolvió, pero esta vez pudo distinguir un resplandor tenue que se reflejaba en las paredes. Sin estar seguro de lo que estaba sucediendo, se sentó con lentitud y dirigió su vista hacia la fuente de luz, quedándose sin aliento por unos instantes. Lo último que esperaba encontrarse era con un par de ojos azules que lo observaban a través de las sombras.

Se mantuvieron así, sin poder despegar la mirada del otro, sin saber exactamente qué decir. Él estaba casi seguro de que se trataba de un sueño, no podía ser real, no tenía sentido. Ahora sí había perdido la cabeza.

— Príncipe Hans, — le escuchó pronunciar y por un momento creyó que se refería a otra persona. Tarde cayó en cuenta que no había nadie más en la celda y que esos ojos lo apuntaban a él.

— ¿Qué… qué haces aquí? — Fue lo primero que corrió por su mente al despertar de su ensueño y fue su voz, ronca por la falta de uso, la que lo hizo reaccionar.

Estaba vivo y la Reina Elsa se encontraba justo a unos metros de él.

— Lamento interrumpirle a estas horas de la noche, — habló por segunda vez, mostrando un semblante más serio y decidido, — pero me temo que es urgente.

Al ser consiente de lo que estaba pasando, y sobre todo que no se trataba de un sueño, pudo observar con mayor detenimiento a la mujer que se hallaba delante de él. Su rostro no había cambiado en lo más mínimo: aún portaba aquella mirada fría con la que lo había recibido semanas atrás y su ropa seguía tan impecable como siempre. La diferencia es que era ahora ella quien iba a visitarlo al calabozo y la sola idea le sacó una sonrisa.

— Vaya, realmente debe ser muy urgente como para que de toda la servidumbre, seas precisamente tú quien venga a avisarme, — y sin borrar la sonrisa de su rostro, agregó: — Su Majestad.

Pudo notar el ligero cambio en el ambiente que su comentario provocó, pero decidió dejarlo pasar. Ese era por mucho el mejor día que había tenido desde que había llegado a esa horrible prisión y tenía que sacarle el mayor provecho. Era tarde y el monstruo pedía a gritos que lo dejara salir.

— No vengo aquí por gusto, y creo que eso está más que claro. Es un asunto que sólo le concierne a usted y tenía que ser tratado personalmente.

— Oh, pero que desconsiderado de mi parte, — dijo con fingida aflicción, poniéndose de pie rápidamente y haciendo un vano intento por sacudir su ropa. — De haberlo sabido antes habría preparado un conjunto más formal, o si me hubiera dado el tiempo, podría haberle pedido un poco de vino tinto…

— ¡Suficiente! — La voz de la Reina retumbó por todo el calabozo, interrumpiendo su pequeña actuación. La habitación se tornó más fría de lo usual y las rejas se cubrieron de hielo. Pero eso no bastó para asustarlo en lo más mínimo.

— ¿Qué sucede? ¿O es que acaso prefiere el champagne? — Preguntó con sarcasmo, tomando un par de pasos al frente, como si se encontrara acechando a su presa. La Reina lo imitó a su vez, dejando la linterna en el suelo y posando ambas manos en los barrotes de la celda. A pesar de que hielo ya empezaba a cubrir las paredes, sus ojos se encontraban llenos de coraje, ardiendo de ira contenida.

— No voy a permitir que se siga burlando así que…

— ¿Burlando? — Repitió sin darle tiempo de continuar, eliminando la distancia de por medio y cubriendo con sus propias manos las de ella, — pero si no soy el primero, ni mucho menos el último. ¿Acaso no sabe lo que se dice de usted? Despierte y mire a su alrededor, la gente se ríe a sus espaldas mientras usted juega a ser Reina, vaya fracaso que resulto ser…

— Usted no sabe nada, así que suélteme, — amenazó, tensando aún más la mandíbula. — O no respondo.

— No le tengo miedo… — Hans apretó sus manos con más fuerza, buscando provocarla. Quería llevarla al límite, porque quizá así acabaría con él de una vez por todas. — …Su majestad, así que dígame ¿qué es eso tan urgente que la trae por aquí?

— Una carta, — soltó entre dientes. — De las Islas del Sur.

— ¿Para mí? — Respondió él con ironía, sin moverse de su posición, — ¿y desde cuándo usted recibe mi correspondencia?

— Desde que su madre se las ingenió para hacérmela llegar.

Tuvieron que pasar un par de segundos para que Hans procesara lo que acababa de escuchar, y bajando la mirada por primera vez, soltó las manos de la Reina. No estaba seguro si había oído bien, pero su corazón comenzaba a latir con más fuerza. Dando un paso atrás, devolvió la vista hacia el frente y se dio cuenta que la Reina había puesto distancia entre ellos.

— ¿Dónde está?

— Debo recordarle que los prisioneros no pueden recibir…

— ¿Dónde está? — Repitió, esta vez con más potencia. — No vino hasta aquí a decirme algo que ya sé, así que démela.

La Reina sostuvo su mirada sin decir nada, tratando únicamente de normalizar su respiración. Hans sabía que ella estaba haciendo lo posible por no perder el control, por recuperar dominio sobre su cuerpo y sobre sus emociones, o de lo contrario podría hacer algo de lo que se arrepentiría. Así que cerró los ojos por un momento y cuando por fin los abrió, Hans pudo ver que la tormenta en su interior había cesado.

Sacó de uno de sus bolsillo una hoja doblada y, acercándose lo suficiente, la lanzó a través de la reja. La carta cayó a un par de centímetros de Hans, quien rápidamente la recogió y la sostuvo entre sus manos. Escuchó movimiento pero lo ignoró, su atención estaba centrada en aquel pedazo de papel que sostenía con tanto afán.

— El sirviente que la trajo partirá mañana temprano, así que si planea enviar alguna respuesta será mejor que se dé prisa, — y sin decir nada más, comenzó a caminar hacia la salida.

Cuando aquellas palabras llegaron a sus oídos se dio cuenta de que no tenía nada con qué escribir, así que rápidamente se giró para detenerla.

— Espera, necesito una… — pero su voz se detuvo al ver que, donde antes había estado la Reina, se encontraba una hoja, un bote de tinta y una pluma.

Trató de ver si aún podía alcanzar un vistazo de su silueta pero ya era demasiado tarde, incluso la luz de la linterna había desaparecido y aquello le hizo preguntarse cuanto tiempo estuvo ensimismado observando la dichosa carta.

Sin darle demasiadas vueltas al asunto, tomó los objetos y se sentó en el suelo, comenzando a leer de inmediato. No se dio cuenta en qué momento las lágrimas comenzaron a caer, pero cuando terminó de leer la carta no pudo contenerlas más. Aquella parte de él que creía muerta aparecía de entre las sombras y lo hacían sentir más vivo que nunca. Más humano.

Lloró por un buen rato, como hacía mucho tiempo no sucedía. En su cabeza el deseo de regresar al pasado estaba latente, y él sería capaz de dar su propia vida con tal de hacerlo realidad, de tener una segunda oportunidad. Pero sabía que eso no era posible, el daño estaba hecho.

Y cerrando sus ojos una vez más, se recargó en las rejas de la celda pero en el momento en que su piel hizo contacto con el metal, se estremeció por completo. Mirando hacia arriba pudo ver algunos rastros del hielo que aún no terminaban de derretirse y, absorto en el frío que emanaba de ellos, levantó la mano para sentirlo. Al ver que el hielo se fundía con el calor de sus dedos, su mente trajo de vuelta la imagen de la Reina Elsa y la sensación gélida que dejaron sus manos en las de él. El frío se había ido pero en su lugar había dejado remordimiento.

Esa noche el monstruo no lo volvió a molestar.


Y bueno este fue el primer capítulo, ¿qué les pareció? Tenía muchas ganas de escribir una historia sobre esta parejita y un día mientras escuchaba la canción "Demons" de Imagine Dragons, surgió esta idea. Básicamente la historia estará un 90% contada desde el punto de vista de Hans, con alguno que otro pedazo de Elsa. Mi intención es mostrar cómo Hans va recuperando el camino que creía haber perdido y por eso, de una vez les adelanto una disculpa si los capítulos les parecen un poco largos o lentos, pero quiero tratar de hacerlo lo más realista posible. De cualquier forma todo comentario, queja o sugerencia es bien recibida (: quiero que disfruten de esta historia así que díganme qué les gustó o qué cosas debería de mejorar.

Y por cierto, no quise incluir el contenido de la carta porque el capítulo se iba a hacer muy extenso y tedioso de leer, pero si quieren que lo agregue para el siguiente sólo pídanlo (:

La frase del inicio le pertenece al poeta Pablo Neruda.