Disclaimer: La historia es mía, los personajes no.
Ni el piano de la más absoluta calidad, tocado por el más célebre de los maestros, llegaría jamás a alcanzar tan sublimes notas. No…ni siquiera la más sincronizada orquesta, después de siglos de práctica, palparía siquiera aquel delicado compás que les dirigía a ambos en esos instantes fugaces; porque no llegaría a componerse nunca una sinfonía más perfecta que aquella que forjaban a la par, resuello a resuello, cimbrando la habitación entera.
Así, lenta y meticulosamente; únicamente ellos perfeccionaban el ritmo armonioso que encadenaba recelosamente un cuerpo a otro. No existían silencios ni pausas, nada más que el crescendo acelerado que desembocaba en el lejano inevitable que cada uno aguardaba desde el primer segundo en que sus ojos se cruzaban con los del otro, extremo a extremo del salón.
Porque no se trataba más del niño, ni de quien era más apto para criarlo. No se trataba de sus diferencias, ni de quién era mejor que el anterior, porque cuando uno cerraba la puerta de la habitación y el otro hacia a un lado el arco del violín, sus egos se quedaban afuera…y sólo entonces la verdadera guerra comenzaba.
En ella, no existían las treguas, y las estrategias sobraban sobre aquellos terrenos escarpados que conformaban las siluetas de ambos germanos. Todo era innecesario, de no ser por ese único menester: el de desgarrar la indumentaria ajena en el menor tiempo posible.
Ataque sorpresa contra la boca del austriaco ante la más mínima muestra de una baja en sus defensas. Acción evasiva a cualquier tipo de queja o reclamo; y al tenerlo rodeado, abrazados sobre el lecho, fuego a discreción, traducido en caricias y besos sofocantes.
Tempo vivo de caderas acompasadas.
Armas libres para atacar con todo el arsenal disponible que su acrecentada excitación les permitía, hasta caer víctimas del fuego cruzado, agotados del contrapunto interpretado. Y se miraban entonces; por minutos, por horas. Se desenredaban de sábanas y sin decir nada, se separaban.
Morendo.
Alto al fuego.
Último roce de manos y era hora de la retirada, sigilosa, pero sin bandera blanca. Porque no era una rendición, sólo una pausa.
