Juegos.

Matt conoce a Mello tanto como Mello lo conoce a él. Se han contado secretos sucios en Wammy House y han retado a la muerte con una explosión que bien pudo matar a uno de ellos. Matt lo sabía, Matt era consciente de que a Mello le encantaba jugar. No importaba cuál fuese el juego, ni cómo, ni cuándo, tampoco dónde. Cuando Mello decidía que iban a jugar es que iban a jugar. Y realmente importa muy poco o nada lo que él diga, al fin y al cabo, termina accediendo y más de una vez le resultó muy molesto.

Ya que, seamos sinceros, es difícil resistirse a él cuando te mira de ésa forma. Cuando sus ojos afilados y esa sonrisa te invitan a cometer pecados a oscuras, ahí, en donde nadie pueda verlos. Matt no lo acepta, no lo acepta bajo ningún concepto porque él suele ser el retraído que no disfruta de ninguna actividad física. Resulta irónico saber cuánto lo disfruta y cómo lo disfruta.

Porque ahora, cuando Mello se le acerca de una manera casi felina, moviéndose con un compás que le obliga a separar los ojos de la pantalla de la videoconsola y es ahí, justo ahí. Y toca, por Dios, cómo toca. Siente que el labio le tiembla ligeramente y cuando los labios de Mello recorren con lentitud su cuello, el sonido de que ha perdido la partida le indica que es ese momento en donde todo comienza.

Ahí es donde el verdadero juego empieza.