Draco temblaba bajo su capa, aterrado y asustado. No podía regresar a Malfoy Manor, no si quería evitar caer en manos de su padre otra vez. Se apartó de los grises ojos un mechón de pelo sucio y ligeramente ensangrentado, aunque los coágulos de sangre estaban tan resecos que parecían pequeñas motas negras, mezcladas con el resto de la mugre que lo cubría, oculto en la sombra de un viejo edificio abandonado, casi en ruinas.
Su padrino había sido muy claro y al tiempo críptico cuando le dio aquel traslador de emergencia, justo a principios de 6º curso, mucho antes de la Gran Lucha de la Torre de Astronomía.
"Si quieres vivir Draco, usa esto. Tal vez no te guste, pero te aseguro que te protegerán"
Esas habían sido sus palabras, y Draco estuvo tentado de usar el objeto. Su padrino había sido su único apoyo desde el terrible verano de cuarto; pero no podía dejar de acudir al llamado de su padre, no en ese momento, no cuando aun no sabía qué camino tomar, no cuando no estaba seguro de qué hacer ni era realmente libre para elegir…
Pero ahora? Después de todo, ¿Qué tenía ya que perder? Su vida se iba por el sumidero cada vez mas rápidamente, no le quedaba nada, ya había pasado por todas las humillaciones posibles y en esos momentos al orgulloso Slytherin solo le importaba una cosa: sobrevivir.
Riendo amargamente, el rubio pensó que tal vez llegase a cumplir los diecisiete, después de todo, aunque su mayoría de edad era algo prácticamente irrelevante para él, en esos momentos. La única ventaja, la posibilidad de volver a hacer magia, pero Draco supo que no se atrevería a usar su varita de nuevo.
Dumbledore y Potter habían acabado con Voldemort, hacia ya casi un año, en la Torre, luchando como fieras rabiosas en plena noche, pero nadie pudo ver más que los fogonazos de sus maldiciones, bloqueados los accesos por Riddle, Albus o Harry, nunca lo sabrían. También era una incógnita el desarrollo del duelo, pero aunque nadie estaba seguro de como había ocurrido, tanto Albus como Riddle habían fallecido. Y el Chico Dorado estaba amnésico, pero milagrosamente vivo después de permanecer semanas en coma, luchando entre la vida y la muerte, a causa de las heridas y el terrible agotamiento mágico sufrido.
Se rumoreaba que ni siquiera recordaba que era mago y que habían hablado de internarle en San Mungo, aunque por supuesto, todo eran bulos y rumores, porque nadie sabía a ciencia cierta dónde estaba el muchacho de dieciséis años en esos momentos.
Lucius, su padre, había reagrupado a los mortifagos tras la batalla y arremetido con furia contra la sociedad mágica, sembrando el caos. Y Draco ya no quería ser parte de más matanzas y torturas. Ya había sufrido bastante dolor para expiar sus propios pecados, de soberbia, de intolerancia, de incomprensión… Y decidió huir de él, de lo que representaba, y de su destino, negándose a someterse una vez más. Ahora, le buscaban tanto los Aurores como la Orden del Fénix y los Mortifagos. Draco tenía el dudoso honor de ser el mago más buscado, ya que ambos bandos le querían, por uno u otro motivo:
Draco dejó caer la cabeza con desesperación, estaba harto de esconderse y durante casi cinco meses había sobrevivido a duras penas en las calles, como un muggle, aterrado de que cualquiera bando le encontrara. Los Aurores, por estar en el sitio equivocado, en el momento equivocado y desaparecer inoportunamente; su padre, para obligarle de nuevo a….Lucius estaba realmente furioso con él, y Draco no quería pensar en lo que le haría si volvía a ponerle las manos encima.
Suspiró y se arrebujo en la raída capa de invisibilidad, sacando el traslador del bolsillo. Con manos vacilantes abrió la cajita en que se encontraba el objeto del que en esos momentos dependía su vida y con rostro maliciento contempló la pequeña figurilla de metal. Armándose de valor, aferró con fuerza el pequeño dragón dorado y desapareció.
Cuando el tirón de la magia cesó, Draco se encontró a si mimo en una zona residencial muggle, cerca de un destartalado parte infantil que había visto mejores días, con un par de columpios, abandonados a esas horas de la tarde, bajo el calor del sol de mediodía de junio.
NO era lo que el Slytherin esperaba, pero de todas formas, aquel traslador era muy especial. Se suponía que tenía que llevarle junto a una persona, no a un lugar concreto, y que esa persona cuidaría de él y le mantendría seguro. Su padrino le advirtió que era probable que el trasladar solo le dejase cerca, porque fuertes barreras rodeaban al extraño misterioso y no era probable que el traslador pudiera rebasar esa protección.
El rubio se ocultó, ajustando su deteriorada capa de invisibilidad lo mejor que pudo y sentándose entre algunos matorrales, mirando cuidadosamente a su alrededor expectante. Había sopesado durante muchas horas quien podía ser su misterioso aliado en la Orden, quién podía haberle dado semejante objeto a su padrino y sinceramente, esperaba que no hubiese sido Dumbledore. Porque en ese caso, estaría solo, abandonado a su suerte. Esperaba que fuese Shacklebolt, o mejor Lupin, ambos eran magos poderosos y presumiblemente capaces de cuidar de él sin aprovecharse de su actual vulnerabilidad.
Pronto un grupo de ruidosos adolescentes, ruidosos y malhablados aparecieron bordeando el parquecillo, y Draco se inmovilizó al escucharles hablar entre ellos..
¡Vamos Dudley! ¡Tienes que sacar a Potter!
¿Podemos darle una paliza? Es divertido pegarle a ese pasmarote…
¡Genial!
Los chicos se alejaron jurando y riendo a carcajadas, tirando piedras a los árboles y Draco vaciló.
"¿Potter?"
A distancia prudencial, siguió a la pandilla y pronto, tras un breve paseo, alcanzaron Privet Drive. Aunque el chico rubio y obeso y sus amigos no eran conscientes, poderosas barreras mágicas rodeaban la pequeña e insignificante casita blanca, y Draco se detuvo, cauteloso.
"¿Tal vez el mismo que está protegiendo a Potter va a protegerme a mí?"
Si se acercaba mas, su mera presencia haría saltar las alarmas mágicas y Potter era un apellido corriente. Serpiente después de todo, se sentó en el jardín de enfrente, oculto y aguardó. Necesitaba cerciorarse - era su vida lo que estaba en juego - de si era Potter el que estaba oculto allí, y si era posible, averiguar quién le protegía. Necesitaba al menos ver al moreno antes de decidirse y soportó el calor y el sol estoicamente durante largo rato, hambriento, aun más sediento y sofocado.
Sonidos de voces procedentes de la casa le llegaron, pero no las reconoció. Tenía cada vez mas sed, y estaba mareado y débil de hambre, pero ignoró los rugidos de su estómago y aguardó, vigilante. Un joven de pelo negro y desarreglado, cargado con bolsas de basura salió de la casa y se encaminó al contenedor próximo, al final de la calle, tras mirar por un instante justo en su dirección haciéndole encogerse y contener la respiración, temblando de miedo y terror.
Draco había reconocido el pelo indomable instantáneamente, y aunque el joven no llevaba sus eternas gafas, y parecía algo cambiado, sus ojos eran indiscutiblemente las mismas esmeraldas de siempre. El Griffindor enfiló la calle bajo el sol de verano, y Draco le siguió en la distancia, de regreso al parque.
EL moreno caminó rápida y decididamente y rebasó los desiertos columpios, atravesando el polvoriento césped, mas lleno de calveros que de hierba, sin detenerse. Saltó limpiamente y con agilidad la valla que separaba la zona del arcén de la carreta pese a que era bastante alta.
Draco se aproximó y tras darle un poco de margen, saltó a su vez, justo a tiempo de verle desaparecer dentro de uno de los canales de desagüe que atravesaban la calzada de asfalto. El rubio se apresuró y agachando la cabeza atravesó la oscura alcantarilla, llena de restos arrastrados por las últimas lluvias del invierno. El olor era extraño, rancio y molesto, pero Draco tan solo frunció el ceño un poco y se remangó la capa para evitar engancharla en algún detritus.
Al otro lado de la carretera, al final de la tubería, se extendía una pequeña zona de arbustos y matorral, descendiendo hasta un arroyo próximo, cerca del cual se alzaban unos pocos árboles, una miserable isleta de verdor, aunque llena de ruedas viejas y basuras, rodeada por completo por la negra carretera.
Harry ya no estaba a la vista pero Draco no se arredró por eso. Se despojó de su capa y la ocultó bajó un hueco entre las raíces de un arbolillo y se desperezó. Se deslizó silencioso ente las malezas, confiando en sus sentidos. Apenas se adentró, el lugar empezó a parecer súbitamente mas grande, denso y salvaje, un verdadero bosque. Se detuvo y giró la cabeza hacia atrás, apreciando que estaba aun a pocos metros de la carretera, y la ilusión se desvaneció. Algún tipo de hechizo expandía sus dimensiones y repelía a los muggles, y tal vez a los magos con menos decisión, porque, después de todo, para que iba nadie a entrar en aquel estercolero?
Tras caminar a buen paso durante quince minutos sin vislumbrar tan siquiera el arroyuelo que tan cercano pareciera desde la carretera, Draco se detuvo un instante. La pista era buena. Aunque el lugar estaba infestado de huellas de conejos, algún que otro zorro solitario, a juzgar por los rastros, el rubio estaba seguro de estar siguiendo la pista correcta. Finalmente alcanzó un claro, una zona más húmeda, llena de hierbas altas, salpicadas por algún matorral ocasional.
Se detuvo oculto al borde del calvero, sombreado parcialmente por los árboles que lo rodeaban, explorándola zona cuidadosamente. El rastro se perdía entre la masa de hierba ondeante y el joven vaciló. Muchos otros rastros cruzaban el lugar, y las huellas cruzadas y entrecruzadas le confundieron, haciéndole vacilar a la hora de cual seguir. Se agazapó para no revelarse y se adentró cautelosamente en la zona, intentado descubrir el paradero del Griffindor.
Estaba casi en el centro del claro, en una zona de hierba mucho más corta que le impedía ocultarse adecuadamente, y escucho un sordo gruñido a sus espaldas. Draco se inmovilizó, agazapándose más por instinto, conteniendo la respiración sin osar moverse y escrudiñó con ojos ansiosos su alrededores, poniendo la máximo todos sus sentidos.
Aquel bosquecillo de apariencia inofensiva le había puesto los nervios de punta, era mucho más de lo que aparentaba y se preparó para atacar o defenderse de lo desconocido. Sin un solo sonido, una bestia negra surgió repentinamente de entre las hierbas, como si se hubiese materializado y los ojos de Draco se dilataron de sorpresa y miedo.
Se aplastó contra el suelo, aterrorizado, deseando fundirse con el césped y la tierra que le sostenían, encogiéndose sobre si mismo, protegiendo el vientre contra el suelo.
Si sus sentidos no le engañaban, la bestia de color negro que se aproximaba con pasos lentos y gruñendo roncamente ahora, era Potter. Su piel relucía bajo el sol del verano, con reflejos casi metálicos, y Draco se encogió aun más, ante el sordo y grave rugido de amenaza del otro.
La enorme y masiva criatura bufó, enseñando la amenazadora dentadura, en la que destacaban los largos y afilados caninos, azotando el aire con la cola en forma de látigo, aparentemente enojada ante el intruso que invadía sus dominios. Sin embargo, rodeándolo con cautela, le olfateó intensamente, los verdes ojos de pupilas verticales apuntando fijamente en su dirección.
El flaco y sucio lobo plateado plegó las delicadas orejas triangulares contra el cráneo y enseñó los dientes en una mueca silenciosa y defensiva, antes de volver a la inmovilidad casi absoluta, encogiendo el rabo entre las patas completamente, una bola peluda aplastada y temblorosa en el reseco suelo.
La figura negra se acercó recelosa, y olfateo de nuevo con curiosidad, bufando ruidosamente, rozando ahora con sus sensibles bigotes la piel plateada del otro. Los olfateos se intensificaron y el negro hocico se acercó a su grupa, investigando detenidamente el olor en la zona, para mortificación del Slytherin.
Rodeándole con un gruñido sordo y prolongado un par de veces, amagó un ataque repentino, rascando con sus garras hierba y tierra, empujándole incluso con su testa armada de afilados cuernos. El lobo gimió, y se revolvió, panza arriba ante el impacto, desplegando sus propias garras defensivamente, enseñando los dientes, pero sin atacar o morder en respuesta, en un gesto de rendición y sumisión. Después de todo, incluso las afiladas zarpas del lobo resbalarían en la fuerte armadura de escamas del otro. Su vientre y su cuello quedaron expuestos, y las pupilas verticales se dilataron, destellando con renovada curiosidad.
El semidragón, del tamaño de un caballo pequeño, se sentó sobre sus cuartos traseros, olfateando, apenas a un par de pasos, agitando la larga cola rematada de afiladas púas de acero, exhalando una nubecilla de humo y rugió de nuevo, mientras el hombre lobo se tumbaba lentamente de nuevo sobre la hierba, el corazón palpitante.
Draco evaluó a su oponente cuidadosamente, sin atreverse a mirarle muy directamente, la cabeza gacha y las orejas plegadas. Las nubecillas de humo gris brotaban de las delicadas narinas, al final de grácil y largo hocico, delatando la irritación de la criatura. Aunque podía erguirse a dos patas, alcanzaría su máxima velocidad a cuarteo patas y sobre todo, volando. Recubierto el cuerpo totalmente de escamas negras de brillo tornasolado, blindado, una larga cola serpentina y flexible remataba la columna vertebral. Las extremidades delanteras semejaban quizás las articulaciones de un equino, pero rematadas en cinco largas garras negras, semirretráctiles como las suyas, de afilado aspecto, y duras como el acero templado. Las zarpas delanteras eran lo suficientemente diestras como para manipular ciertos objetos, pero no eran manos.
Ok, ahí va como muestra, a ver si os gusta.
