Nota de autora:

Este es el primer fanfic que escribí hace unos años en otro foro. Como ha pasado tiempo, esta es una re-escritura que difiere de su versión original (está mucho más "pulida" en cuanto a ortografía, desarrollo y coherencia). No obstante, sigo teniéndole el mismo cariño de siempre y espero que eso pueda notarse en cada una de las palabras que leerán a continuación. Solo me gustaría dejarles un par de aclaraciones:

-Salvo por algunas excepciones que se harán explicitas a lo largo de la historia, todo lo ocurrido en las 2 primeras temporadas de Glee, junto a uno que otro hecho de la 3ra temporada, en verdad pasaron. Las siguientes temporadas no serán tomadas en cuenta.

-Esta es una historia creada en un futuro alternativo. En cuanto a extensión, el fanfic se divide y organiza en tres partes. Esta que está iniciando la titulo: "Demonios del pasado"

Sin más, les deseo una feliz lectura.

Muchas gracias


I

"Familia"

Los últimos fríos de un invierno extinto desde hacia semanas re-aparecieron aquella tarde en la ciudad de Nueva York. Era un jueves típico y rutinario para la mayor parte de los que circulaban por las calles y avenidas de aquel lugar, pero para ella todo se estaba transformando de forma abrupta e inevitable. Ya hacia casi un mes desde que había descubierto los planes de su ex esposo; aun llevaba la copia final del acta de divorcio en su bolso... No existía vuelta atrás.

Aunque la angustia y la incertidumbre la acechaban, intentaba mantenerse tan serena como le fuera posible. No quería llorar ni darle en el gusto a nadie de verla derrotada, pero no podía negar que sus fuerzas podían quebrantarse en cualquier instante. Tiempos como los que le estaban tocando vivir, dotados de dolor, amargura y decepción, solo la hacían renegar de la mala suerte que había tenido en el amor.

Consciente del impacto anímico que aquel día podría ocasionarle, optó por terminar su jornada laboral antes de lo debido. Mientras conducía de regreso de su consultorio, observaba su reflejo en el espejo retrovisor. Su mirar, sin dudas, era distinto desde que todo aquel caos había comenzado. Todo en sus facciones denotaba un tipo de cansancio y una amargura que iban más allá de lo físico. Estaba decepcionada de sí misma y de sus decisiones. Ya no era la joven que alguna vez se supo capaz de hacer y decir cuanto fuera necesario para no pasar por desapercibida. Creyó que todo iba a ser mejor. Alguna vez, llegó a tener la soberbia suficiente como para garantizar frente a sus pares que nunca sería como ellos: ella sería exitosa y próspera, nunca mediocre, y conquistaría el mundo si fuese necesario. Sin embargo, los años, implacables, habían pasado junto a todo aquello que -para bien o para mal- la había formado como una adulta más del montón.

En la actualidad, pocas cosas habían resultado como esperaba. A sus 28 años, estaba recién divorciada, trabajaba y ganaba lo suficiente, pero no tenía nada de lo cual jactarse. Cada vez asumía más responsabilidades en un mundo que no se dejaba dominar y que, por el contrario, atentaba contra muchas de las certidumbres que había conservado de su juventud. Su vida, al menos en el último tiempo, le parecía una vergüenza.

Con razón, aquella tarde de jueves recordaba una y otra vez lo que su padre le gritó en la cara años atrás:

"-Si pudiese revivir el punto exacto en que me equivoque contigo, tendría que volver al punto cero: donde tú no habías nacido."

Si tan solo fuera así de fácil. Si tan solo se pudiesen borrar esos errores del pasado que, en su momento, parecían buenas decisiones; si tan solo pudiese empezar todo de nuevo...

Se cuestionó varias veces en qué se había equivocado y qué hechos tan terribles causó como para tener que vivir con el constante sentimiento de no tener escapatoria. En realidad, no hizo más que amar, ser ella misma, vivir su vida del mejor modo posible y cumplir sus sueños... al menos aquellos que logró rehacer. Lo intentó de nuevo y volvió a salir herida; apostó y perdió la partida. Pero en este juego en el que nada se detenía, a pesar de todo, ella también contaba con razones para poder continuar.

Este último pensamiento la reanimó un poco mientras llegaba a una guardería ubicada a siete calles de su trabajo.

–¡Santana!, ¿cómo te va...? -La saludó cordialmente una mujer mayor.

–Hola, señora Helen. He salido más temprano, así que decidí pasar cuanto antes. ¿Cree que los interrumpa?

–En lo absoluto. Acompáñame. Si no me equivoco, ahora están en la hora del cuento...

La anciana caminó con entusiasmo seguida por la mujer de ascendencia latina que contemplaba con cariño aquellos pasillos coloridos que conocía desde hacía un año o más. Se detuvieron frente a una puerta color amarillo, Helen le indicó que pasara.

Santana ingresó a la habitación y observó a la maestra sentada en el suelo, con un libro en las manos, mientras los niños observaban y escuchaban con admirable atención. Entre todos ellos, el perfil de uno de los pequeños le resultaba inconfundible a Santana y no podía evitar observarlo con sus potentes ojos oscuros totalmente iluminados por la ternura.

Cuando la docente terminó su relato, le señaló a uno de sus alumnos en tono bajo y gentil que lo estaban esperando. El pequeño se giró con curiosidad y una sonrisa se dibujó en su carita. Sin dudarlo, se paró con cautela y corrió a los brazos de Santana. La latina inmediatamente se agachó frente a él y lo abrazó mientras le acariciaba la cabeza. A ambos les encantaban esos abrazos: era uno de los modos más simples en los que ella podía expresar cuánto amor sentía por su hijo.

El pequeño Axel aún no cumplía los dos años. Era delgado, bajito y callado. Su madre encontraba en él un aire ínfimo y peculiar a Blaine, el innombrable de su ex-marido. De ella había heredado aquel tono de piel moreno, un exótico matiz entre canela y caramelo; el pelo oscuro con unos notorios bucles era por parte de ambos, al igual que su mirada firme -y de repente, dócil y dulce- encerrada en unos apenas rasgados ojos marrones. Pero lo más característico del niño, sin duda alguna, era su blanca sonrisa. Cada vez que lo oía reír, Santana estaba segura de que todo tomaba mayor sentido y color en aquel mundo gris.

–Muy bien, mi cielo, pasaremos al supermercado y luego iremos a casa, ¿de acuerdo...? -Preguntó con más ánimo, en tanto acomodaba al pequeño niño en el asiento trasero de su automóvil.

Axel asintió sonriendo y mirando con adoración a su madre. Aún no hablaba, aunque decía palabras como "no", un "si" que sonaba como "ti", tía, papá y mamá; pero le bastaba eso -sumado a sus manos y gestos- para comunicarse.

Con Axel, la vida de Santana era más llevadera. El pequeño nunca le hacía pasar malos ratos: lloraba poco, no hacía berrinches, y era muy inteligente; aunque tímido y algo temeroso, también solía ser muy afectuoso. Lo cierto era que el niño era su mayor prioridad y su más grande orgullo. Santana intentaba ser una buena madre, correcta, no perfecta -pese a que le encantaría serlo-, y aunque costara imaginarlo era dulce, dedicada y paciente con los niños.


En el departamento familiar, Blaine Anderson terminaba de acomodar sus cosas en una de sus maletas. El hombre de mirada verde se sentía más que abatido: ese era su último día en Nueva York. Las cosas no salieron como pudo haber deseado alguna vez, pero tenía en claro que él fue el principal responsable de las fallas insalvables de su matrimonio.

El caso de la familia Anderson-López siempre fue singular: cuando él y Santana anunciaron que se casarían, todo el mundo especuló con que se trataba de una farsa o un nuevo modo de ocultar los hechos que traían consigo. Nadie terminaba de entenderlo ni de encontrar un sentido para semejante unión, pero a ellos no les importó en lo más mínimo lo que los demás dijeran.

Se habían conocido en preparatoria y, años después, algo similar al destino hizo que se re-encontraran nuevamente en la gran ciudad. A partir de ese momento, no volvieron a separarse. Como ambos se hallaban perdidos, sin nadie que los escuche ni comprenda del todo, la confianza que surgió entre ellos fue algo más que positivo a lo cual aferrarse. Lograron ser grandes amigos. Cada uno de acuerdo a su forma de ser, se dieron ánimos para seguir adelante y se entendían tan bien tanto que podían pasar noches enteras hablando de cada tema que se les pasara por la mente sin sentirse juzgados ni rechazados.

En el ámbito de los estudios, Blaine intentó cursar dos carreras a la vez en la NYU: administración de empresas y contabilidad, pero solo culminó esta última. Por su parte, Santana se orientó hacia el área de las ciencias humanas dentro de la SUNY. En un principio, el objetivo de la morena era estudiar algo relacionado con las humanidades en tanto preparaba su innegable camino al éxito. Sin embargo, durante su primer año universitario destacó lo suficiente como para obtener una beca que le permitiría especializarse en algo que -progresivamente -le fue interesando tanto o más que la música o la fama misma: la psicología. De este modo, con un cum laude en aquella ciencia y con un posgrado en psicología del adolescente, la latina se incorporó pronto al mundo laboral. Apoyada siempre por su amigo, logró abrir un consultorio que ganó buen prestigio en poco tiempo. Cuando Blaine logró graduarse, optaron por mudarse juntos a aquel departamento como un modo de reducir gastos.

Sin embargo, la profunda necesidad de sentirse amados y de obtener algo estable en sus vidas influenció lo suficiente para acercarlos más y más. Haciendo una excepción a todo lo que sabían sobre ellos mismos, comenzaron a darse algunos privilegios en su relación amistosa al punto de sentir una gran química y atracción mutua. Y continuaron así, cortando con relaciones sin futuro, hasta que Blaine le pidió matrimonio durante una tarde de otoño del 2017. Ante la sorpresa de todos sus conocidos, Santana aceptó sin dudarlo.

Por aquel tiempo, los dos estaban convencidos de una cosa: lo que pasaba entre ellos era un amor ideal, un hecho que ocurría una vez en la vida y no podía desaprovecharse. Aquellas sombras del pasado que los seguían parecían quedar por fin en el olvido cuando dieron meses más tarde el "-Sí, acepto."

Una vez casados, vivieron la mitad de ese primer año con grandes expectativas. El trabajo y las responsabilidades comenzaron a dejarles un margen cada vez más corto para estar juntos, pero los momentos que vivieron intentaron sobrellevarlos con el ánimo y con la pasión que solía caracterizarlos.

No obstante, al paso de los meses, Blaine comenzó a alejarse de su hogar para realizar viajes de negocios y causó que su esposa creara nuevos sentimientos de soledad. Estos últimos se transformaron velozmente en una necesidad de estabilidad aún mayor y en ansias por formar una verdadera familia. Cuando a Santana se le metía aun deseo de esa clase en la cabeza, nada ni nadie podía detenerla. Axel nació a mediados del 2019, aunque esto no detuvo al hombre de negocios en su viajes cada vez más habituales. Poco llegó a importarle perderse gran parte de los primeros meses de vida del niño, todo lo contrario a lo que Santana hubiera imaginado.

La distancia, la soledad, y los prolongados silencios y dudas que comenzaron a surgir, fueron apagando con rapidez la llama que mantenía iluminada su relación de pareja hasta que volvieron a verse casi como desconocidos. Llegó un punto en que, al parecer, Santana bajó los brazos. Optó por concentrarse en su hijo y en su profesión, y dejó de perder su tiempo intentando recuperar a su esposo, y sobre todo, a su amigo.

Antes que culpa, Blaine interpretó a la amplia libertad que advirtió que tenía como un abandono que solo le sirvió para justificar aún más el hecho de haberse relacionado de nuevo con su pasado. Sin que nadie lo sospechara, se había reencontrado con Kurt Hummel: su primer novio de la adolescencia se había convertido en el dueño de una de las marcas de ropa más famosas de Europa.

El diseñador de modas intervino en la vida de Blaine cuando éste aun no cumplía un año de casado y de inmediato admitió ante el contador que el peor error que pudo cometer en su vida fue el de dejarlo ir. A ambos no les llevó mucho tiempo revivir aquellos sentimientos que llegaron a ser ignorados y guardados en una cicatriz sellada en el corazón de cada uno. Los viajes de Blaine se convirtieron en días de encierro juntos y la aventura pasó a ser para ambos una creciente obsesión por recuperar al que, en definitiva, siempre fue su único gran amor…

–Esto… no está bien.- Murmuró Blaine, observando una gran cantidad de fotos sobre una repisa.

Podía recordar cada uno de los días en que aquellas imágenes fueron tomadas. La primera de todas ellas, por ejemplo, ocurrió en un día de campo junto a sus ex amigas, Rachel y Quinn. En la misma, Santana y él posaban sonrientes uno junto al otro. Jóvenes, con grandes esperanzas. A continuación, había una imagen del día de su boda, seguida por otras fotografías de ambos paseando por la ciudad o haciendo caras en el auto. Por supuesto, también había fotos de su hijo: cuando bebé, riendo, y dando sus primeros pasos. El recorrido finalizaba con una foto tomada en el último cumpleaños de Blaine, donde nuevamente se hallaban ellos, con Axel en brazos, y una sonrisa en sus rostros muy diferente a la inicial.

El hombre de cabello oscuro miró de forma fija esta última imagen, la tomó entre sus manos y dejó caer unas grandes lágrimas sobre el cristal. Todo había cambiado y no podía soportarlo. Lo que iba a hacer en los próximos minutos sería uno de los actos más difíciles de toda su vida.

Oyó un sonido proveniente de la entrada: su ex mujer abrió la puerta mientras cargaba en una mano una cantidad de bolsas y en la otra a Axel, que se había dormido en el viaje de regreso.

-Cielo, despierta, ya no eres un bebe de tres kilos. -Comentó la latina bajándolo con cuidado. Blaine los observaba desde el salón, se habían parado frente a él. Axel lo saludó con la mano alegremente.– Cariño, ve a tu cuarto. Bobby te debe estar esperando. -Le susurró la morena a su hijo. No quería que estuviera presente en lo que se avecinaba.

El niño salió en busca de su peluche favorito mientras ella redirigió sus ojos con ira hacia su ex marido. Tras un incomodo instante en donde ambos intercambiaron miradas dolidas y molestas, Santana salió con las bolsas directo a la cocina. Blaine acomodó la fotografía en su respectivo sitio y terminó de cerrar su última valija. Cuando se dio vuelta, notó que la morena estaba observándolo de nuevo a unos metros de distancia.

-Santana, yo… -Comenzó él con tono apenado pero su ex mujer cortó el discurso con un movimiento rápido de su mano.

-¿Ya empacaste todas tus porquerías? -Retrucó fríamente. Blaine tragó saliva.

-Escucha, no quiero discutir, solo me gustaría que me permitas…

-Te hice una pregunta. -Alegó Santana.

Miraba a su ex marido con desprecio, aunque apenas podía ocultar el dolor que sentía al tener que actuar así. A veces, a pesar de todo, le costaba asumirlo. ¿Cómo era posible que eso estuviera pasando? Llegó a creer que tenia la vida perfecta junto a ese hombre, ahora ni siquiera podía sostenerle la mirada sin dejar de pensar en lo falso y traidor que era.

Blaine se mostraba avergonzado, solo pudo comentar unas palabras antes de ponerse a llorar.

-Por favor… ¿No hay otro modo de arreglar las cosas? Ya sabes... Por Axel.

-Te recuerdo que tú pretendías huir y abandonarlo todo, incluyéndolo a él. Las condiciones fueron claras desde un principio y preferiste pagar. Ahora vienes con lamentos, pero en ningún momento descartaste la idea de marcharte... -La morena miró hacia otro lado, verlo así le daba asco.- ... De haber sabido que terminarías yéndote, ni siquiera hubiera pensado en casarme contigo.- Agregó, cerrando los ojos con fuerza para no llorar.

- No me digas eso, por favor. -Dijo Blaine, dando unos pasos hacia ella. –Yo a ti te quise, de verdad. Jamás voy a dejar de agradecerte los momentos mágicos que me hiciste vivir, y todo lo maravilloso que me diste… -Esto el castaño comenzó a decirlo incluso antes que la morena descubriera su plan y ese fue uno de los primeros indicios que la alertaron de que algo iba mal.

-Pero siempre lo amaste a él... Nunca pudiste olvidarlo. ¡No estaba en tus planes encontrarlo! ¡Toda esa basura de discurso me la sé de memoria! -Gritó Santana, empezando a perder el control. -¿Qué tiene ese tipo ahora, huh? ¿El dinero, la fama...?

-Es mi primer amor, Santana, intenta comprender...

-¡No! No me pidas comprensión. Te vas con el hombre que te hizo más daño, que te engañó las veces que quiso, ocultándote la verdad; pero claro... –Aplaudió sarcásticamente.- Es tu primer amor. Por favor, Blaine.

-Él ha cambiado, prometió que…

-Las personas y las cosas nunca cambian. -Renegó la latina con desesperación; Blaine intentó sostenerla por los hombros pero ella lo corrió con violencia.

- Solo ten presente este cambio en tu vida: nosotros ya no pertenecemos a ella. Olvídate de mí, de lo que vivimos e hicimos, de esta parodia de "familia" que creímos formar y vete. -Sentenció mirándolo a los ojos de forma amenazante y avanzando los pasos que él empezaba a retroceder. - Ni siquiera te atrevas a volver, porque yo de ti ya no soy nada y Axel ha dejado de ser tu hijo. Así de roto y solitario como te dejó el estúpido ese... te devuelvo a él.

Al diablo. Ella no pudo resistir más y también se quebró. Las lágrimas ahora rodaban de los ojos de ambos.

–… Vete y que seas feliz con tu amor-trofeo.

–Santana, por Dios, te lo suplico. –La dignidad se esfumó una vez más de la sala y, sin parar de llorar, Blaine cayó de rodillas tomando la mano de su ex compañera. –No me hagas esto, amo a mi hijo. –Santana logró tragar saliva mientras negaba con la cabeza.

–...Tu avión sale en media hora, llegarás tarde. -Dijo amargamente e intentando soltarse.

–Perdóname… –Pidió él por primera vez en ese mes, mirándola con suplica. –Perdona el daño que te he hecho. Me siento como un monstruo.

–Lo eres, y lo serás siempre. Tú sabes lo que pienso del perdón. Pero tranquilo...– La latina suspiró y se inclinó para que la viera gesticular con claridad. –No creas que le voy a hablar pestes de ti a Axel. Eres tan poca cosa, caíste tan bajo, que él ni siquiera sabrá de tu existencia. De a poco tu recuerdo se borrara de su mente, al igual que de la mía. -Santana conocía el punto exacto para hacerle daño psicológicamente y no dudaba en atacarlo con todas sus armas.

Pasó un periodo de silencio muy tenso. Mientras ella respiraba agitada intentando contener lo peor de sí misma, él se ponía de pie llorando con más fuerza que antes.

–Para Ax…-Comentó Blaine al cabo de un tiempo, sosteniendo un sobre marrón en el que Santana suponía que había dinero y quizás alguna carta.

–Quédate tu asquerosa limosna. -Respondió violentamente y con orgullo, tirándole el paquete en la cara; nada podría saldar aquel daño, nunca. El hombre vaciló por un instante.

–Pero, entonces... ¿Qué pretendes hacer? ¿Qué es lo que quieres...?

–¡Quiero que te largues de una maldita vez! -Finalizó ella, con furia.

Blaine la miró con temor: estaba totalmente transformada, quién sabe de qué era capaz si continuaba su alegato. Lo peor que podía hacerle a esa mujer era engañarla y, no obstante, lo había hecho.

–Entiendo. -Murmuró, agachando la mirada. –Pero, por favor, déjame despedirme de él.

Santana no respondió a ese pedido. Simplemente, se dio la vuelta y se encerró en su cuarto casi haciendo temblar el edificio con el portazo.

Blaine se limpió las lágrimas, no pretendía que su hijo lo viera así de mal.

Salió directo hacia el cuarto del pequeño pero lo encontró a mitad de camino, sentado contra la pared, abrazado a su oso. El corazón de su padre se partió en mil pedazos al verlo ahí, con esa carita tan dulce. Lo tomó en brazos llenándolo de besos y resguardando en su recuerdo el aroma a bebé que aun traía. Inevitablemente, las lágrimas volvieron a brotar de los ojos de aquel hombre que abrazaba con fuerza a su hijo mientras, en una secuencia, recordaba todo lo bello que aquel ángel le hizo sentir y vivir desde que supo que vendría al mundo.

–¿Amas a papá? -Le preguntó.

–"Ti." -Sonrió el niño, acariciando la cara de su padre con suavidad. Blaine lo abrazó fuertemente, pasando de manera tierna su mano por el pelo oscuro de Axel.

–Y papá también te ama, siempre lo hará. –Sollozaba. – Sé que está mal, muy mal dejarte, Axel... Pero no puedo hacer nada. Sé que vas a salir adelante junto a tu madre que te ama de igual forma, o más, que yo. Espero que ambos encuentren la felicidad que me negué a darles y que crezcas para ser en un buen hombre... Uno mil veces mejor que yo. Sé que en tu corazón existirá alguna vez el perdón para este tonto, estúpido, y cobarde. Te amo tanto, hijo... -Continuó diciendo Blaine aferrado al pequeño niño, que se acomodó en su pecho mientras lo mecían.

No era posible distinguir si esas palabras dichas en voz alta podrían ser ciertas. La verdad era que en aquel hombre se llegaba a dudar si en verdad entendía el significado de la palabra "amor". Pero era hábil en victimizarse, sonaba bastante convincente. Santana lo escuchaba desde su cuarto, sollozando casi sin consuelo. Estaba a punto de salir a retractarse, quería implorarle a Blaine que se quedara, pero su orgullo herido la mantenía en el límite.

Finalmente, cuando todo quedó en silencio y logró recomponerse un poco, salió de su cuarto. Blaine aun tenia con él a Axel, el pequeño se había quedado dormido en sus brazos. Ahora solo eran los inevitables sollozos de ambos los que se escuchaban en el departamento.

Con cuidado, Blaine le entregó a su hijo dándole los últimos besos en la cabeza sin parar de llorar. La latina se aferró al niño evitando mirar a los ojos al castaño.

¿De que valían las lágrimas? ¿Cuál era el sentido de hacer todo ese grotesco espectáculo...?

A pesar de su llanto, el contador no descartó la idea de irse. De forma lenta y temblorosa, se colocó el abrigo, sujetó sus valijas y caminó hacia la salida con el paso de un condenado a pena de muerte. Santana lo observaba amargamente resignada. Blaine dejó las maletas al otro lado de la puerta y contempló por última vez la casa en la que había pasado pocos pero felices momentos. Sus ojos finalmente miraron a la que fue su compañera, parada frente a él aun con el niño en brazos. Sus miradas tristes intercambiaron un último cruce.

–Espero que seas feliz.–Dijo aquel hombre con un hilo de voz. –Lo mereces...–Santana cerró los ojos con fuerza mientras abrazaba a Axel. –Adiós. -Terminó él mientras se marchaba con sus cosas en ambas manos.

Ella no dijo nada, solo rogaba que esos fueran los últimos segundos que debería soportar de tormento. Se apresuró en recostar a su hijo en la cama una vez que los pasos de Blaine dejaron de oírse por el corredor.

El lugar quedó sumido en un doliente silencio sepulcral.

Este era un día común para el resto del mundo, pero para ella todo estaba por comenzar. Quizás, ya estaba cometiendo nuevos errores que en algún momento podría lamentar. De ahora en adelante, serian una familia de dos y ella sería madre soltera. Allí, en ese preciso instante, nuevas barreras se forjaban en su interior para enfrentar los desafíos que se diagramaban en su aún imprevisible futuro.

El momento había llegado más rápido de lo esperado: empezarían una nueva vida, desde cero. Y estaba aterrada, pero no lo iba a demostrar.

Santana se dirigió a la entrada y cerró la puerta que su ex marido no se atrevió a cerrar. Se apoyó de espaldas contra ella mientras una última lágrima se deslizó por su mejilla.

–Hasta nunca, Blaine. -Susurró a la vez que su corazón- por fin -parecía dejar de estremecerse.