¡Jo jo jo!
Ya sé, ya sé. Debería estar escribiendo un nuevo capítulo de "Tu Verdugo" o de "Vendetta", pero me invitaron a ser parte del jurado de un concurso de fanfics del grupo Muérdago y Mortifagos, y me dije, ¿qué mejor forma de incentivar a participar que subiendo yo misma algo de la temática? (Obviamente esto es solo un dulce para captar su atención, yo no entro dentro de la competencia).
La fecha límite es el 8 de enero, donde pueden enviar el link de su historia (tanto en fan fiction como en wattpad) al correo concursonavidadmym arroba gmail punto com (tuve que ponerlo así para que no me lo borrara).
La temática es "Navidad y año nuevo" y la extensión máxima son tres capítulos (con 15.000 palabras en total). Para más detalles sobre los criterios de evaluación y premios, consultar en esa página.
Ahora, a lo que nos convoca.
Aquí les dejo el primer capítulo de este short fic, que constará de cuatro capítulos breves. Está hecho con la premura de escribirlo a última hora y desde el celular, pero espero lo disfruten.
Mad
Ps: mañana es el día del nombre de la lectora que me invitó a ser jueza, Tati, ¡así que las quiero cantando feliz cumpleaños a primera hora!
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Entre Año Nuevo y Navidad
(O cómo conocí a mi nuevo amo)
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1. Volumen 1: Adiós comadreja. Bienvenido hurón.
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La humana está triste.
Hace dos horas que no se levanta ni mueve un músculo, pues está petrificada, tallada en piedra, y no reacciona por más que le paso mi cola peluda por las mejillas y la nariz.
La veo mirar el techo ausente, casi ni parpadea, y parece tener la intención de echar raíces en ese colchón, en su ropa formal, sin sacarse sus incómodos zapatos de tacón color marrón, ni la chaqueta a tono que le cubre la parte superior.
Me pregunto cuándo llegará el pecoso de su novio para que reaccione, pero los minutos pasan y no hay señal de él. Algo extraño, pues el insolente lleva años ocupando mi lado de la cama, a pesar de mis protestas orinando su ropa cada mañana, casi religiosamente.
Al caer la noche, ella atina a taparse con los costados de su manta, transformándose en un burrito, de los que tanto le gusta comer. Me subo a la altura de donde debería estar su estómago y comienzo a amasarla, en un intento de confortarla.
Pongo mi mejor esfuerzo, presionándola con mis patas alternativamente, uno dos, uno dos, pero un murmullo desagradecido desinfla mis esfuerzos.
–No, Crookshanks. Ahora no.
Me quedo estático un momento y continúo con mi labor por si se arrepiente, pero ella comienza a espantarme con las manos como si fuera un vil moscardón.
Indignado, me retiro a mi propia cama y doy un par de vueltas hasta recostarme, mirándola de lejos, bufando por debajo.
Creo que es la primera vez que deseo que llegue ese hombre. Quizás, ella solo necesita un abrazo de su parte.
Sin presupuestarlo, caigo dormido.
Y entre sueños, la oigo sollozar.
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Ha pasado una semana y aún no se aparece el zanahorio. La humana regresa muy avanzada la noche, y se puede apreciar a simple vista que es porque se ha quedado enfrascada revisando papeles en el ministerio. Cuando llega, me da un par de palmadas en la cabeza, me sirve mi cena y se coloca su pijama. Es increíble lo rápido que pierde el conocimiento, yéndose a la cama sin probar bocado. ¿Estará comiendo siquiera?
Cada día está más delgada y ojerosa, a pesar de la absurda cantidad de horas que pasa durmiendo cuando está en casa. Quedan dos semanas para los festejos y no ha armado el árbol, una tradición que ella adora, al igual que colocar las bolas de cristal navideñas y llenar su departamento de luces brillantes.
Definitivamente, algo raro ocurre, y lamento no poder preguntarle. Por de pronto, solo me quedo a su lado, ronroneándole, esperando que la vibración la alivie aunque sea un poco.
Como era de esperarse con lo débil que la veía, un día llegó a la hora de almuerzo acompañada de su amigo de gafas, ese famoso, el que de vez en cuando sale en el periódico. Me acerqué al recibidor y los observé pasar delante mío, en dirección a la habitación. Él tenía expresión severa.
–Tienes que empezar a cuidarte, Hermione –le dijo, ayudándola reposar–. Tómate la licencia completa. Te hará bien. Necesitas recuperar energías.
–Es solo una gripe –reclamó ella, y me subí a la cama para mirarla de cerca. Tenía la nariz colorada y su piel se encontraba reseca–. Sabes que si me quedo acá moriré de aburrimiento.
Pero su amigo negó con firmeza con una actitud que me sorprendió. Ella era la mandona, no al revés.
–No tienes opción. Quédate y descansa. Así estarás repuesta para Navidad.
–No iré a la madriguera este año, Harry. No corresponde.
Él suspiró y yo maullé en protesta. Una de las pocas cosas buenas que tenía ese pecoso era la casa de su madre, lleno de gnomos a los cuales perseguir hasta quedar con la lengua afuera.
–Hermione. Molly te quiere como una hija. Le romperás el corazón.
–Ya se lo rompí indirectamente cuando terminé con Ron.
Moví mis bigotes con rapidez al procesar la información. Sospechaba que ya no seguían juntos, pero no sabia que ella había terminado la relación. Siempre lo adoraba, a pesar de ser un zopenco sin remedio. ¿Qué la habría llevado a tomar esa -acertada- decisión?
–Ron se fue con Charlie para las festividades. No estará allá –puntualizó él.
–Con mayor razón. Soy culpable de eso. Dudo que Molly aprecie mi compañía.
El cegatón suspiró rendido y le depositó un beso en la frente a modo de despedida.
–Es una orden –espetó ceñudo–. No te quiero ver por el ministerio.
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Llevaba mirando por la ventana a su lado al menos media hora cuando el timbre sonó. Al parecer, ella no lo escuchó, por lo que ronroneé a su lado, pasando mi cara por su mano para hacerla reaccionar. Se levantó con pesadez y arrastró los pies a la puerta. No me había percatado de lo desastrada que estaba. Su pijama arrugado y su cabello en todas direcciones, hacían que pareciera que hubiera tenido una batalla letal con su peineta, la cual claramente perdió.
–¿Malfoy? ¿Qué haces acá? –esbozó incrédula.
Salté del dintel de la ventana y me acerqué trotando. Hace años que no veía a ese sujeto. Recuerdo que lo trataban de hurón, pero nunca entendí porqué. Se supone que no era bienvenido, pero ahí estaba plantado, con una apariencia radicalmente opuesta a la de mi dueña, luciendo impecable, especialmente ahora que no usaba su cabello como si un hipogrifo le hubiera pegado una lamida.
–Me mandaron a traerte esto –le dijo, estirando un bolso–. Ayer te fuiste tan rápido de la oficina que lo dejaste.
–¿Te mandaron a ti?
–¿Algún problema, Granger?
Notó mi presencia al lado y se agachó, estirando su mano para que la oliera. A diferencia de otros humanos, había tenido la decencia de pedir permiso para acercarse, algo que sumó extra puntaje. Su aroma era curioso, agradable, fresco, como si estuviera recién duchado. Me aproximé indicándole que podía acariciar mi lomo, y así lo hizo. Sus dedos se deslizaron con habilidad y no pude evitar ronronear de inmediato. Tenía manos mágicas.
–Extraño. Crookshanks no se comporta así con cualquiera –comentó ella al ver cómo me daba con el recién llegado, y a decir verdad, a mi también me sorprendió.
–Yo no soy cualquiera. Esa es la diferencia –remató el visitante con astucia.
La vi de reojo cruzarse de brazos molesta. No parecía feliz de tenerlo ahí, lo que me parecía incomprensible. Era un humano encantador a mi parecer. Su olor me daba confianza, algo que nunca me pasó con su ex noviecito.
–Gracias por traer mi bolso, Malfoy. Ahora puedes retirarte.
Él dejó de acariciarme, por lo que me quejé con un maullido. Se irguió y por sus ojos vi pasar un relampagueo que me dejó comiendo curiosidad. Algo me auguraba que eso no acabaría ahí.
–De nada –soltó, arreglando su túnica–. Después me agradecerás el resto.
–¿El resto? –inquirió, confundida.
–Con tu licencia, reasignaron todo tu trabajo, y adivina quién se llevó la peor parte.
Los párpados de mi ama se abrieron horrorizados. No entendí si era porque no quería deberle favores al interesante paliducho o porque no confiaba en él para sus tareas. Abrió la boca un par de veces pero se arrepentía de inmediato de lo que iba a decir. Finalmente, se rascó la cabeza soltando con resignación una frase escueta.
–Lo siento. Ahí veo como te compenso.
Él esbozó una sonrisa ladeada que claramente la incomodó. ¿Hay algo de lo que me estuviera perdiendo? A veces los humanos me superaban con su incapacidad para ser directos.
–Mejórate mejor será –le indicó con tono soberbio–. Si bien es bueno no tener tu chillona vocecita dictatorial en el ministerio, no quiere decir no que necesitemos tu ayuda. Fin de año siempre es complicado.
Ella rodó los ojos, hastiada.
–Créeme que no estoy acá por voluntad –declaró bufando–. Me obligaron a tomarme unos días.
–Por lo que veo, los necesitas. Tú y tu departamento son un desastre –señaló, mirando por encima para estudiar el lugar–. Un verdadero desastre al igual que tus modales. Llevo una eternidad acá y aún no me haces pasar.
La humana parpadeó extrañada y yo comencé a pasearme entre sus piernas alentándola a invitarlo a entrar.
–Creí que solo venias a devolverme esto –explicó, levantando el bolso que colgaba de su mano–. Pero si quieres pasar, adelante.
Para sorpresa de ella, él asintió y entró sin mayores explicaciones, sentándose en el sofá a continuación. No perdí el tiempo y trepé hasta su regazo esperando que continuara con los mimos, lo cual hizo para mi satisfacción. Me rascó suavemente detrás de la oreja y mi pata trasera izquierda comenzó a moverse en aprobación. Definitivamente, el galán paliducho era de mi agrado.
–¿Sabías que estamos próximos a la Navidad? Tu casa tiene menos espíritu que un dementor. Ni árbol has armado –comentó desinteresado, pero sus manos tuvieron un cambio de presión al acariciarme que me llamó la atención.
–Este año no tengo nada que celebrar –esbozó en un murmullo, parada aún con los brazos cruzados–. No voy a perder tiempo en nimiedades.
–Fuertes declaraciones, Granger –habló él, a la vez que comenzaba a rascar la base de mi cabeza, dejándome en la gloria–. Me parece curioso que siendo tú quien cortó a la Comadreja, seas la que quedó más afectada.
Miré instintivamente a mi dueña, que lucía una expresión asesina, capaz de paralizar a cualquiera de terror. Arranqué del regazo del sujeto de un salto, pues veía venir un hechizo en su contra, y no quería quedar en fuego cruzado.
Me quedé nuevamente en el marco de la ventana, atento al transcurso de los acontecimientos. No quería perderme un detalle, después de todo, hace días que no pasaba nada interesante. Pero mi instinto de supervivencia me ordenaba quedarme lejos, como un mero espectador.
–Que por ironías del destino estemos trabajando en la misma área del ministerio, no quiere decir que puedes venir a hacerme comentarios como esos. No te he dado la confianza –farfulló finalmente, roja de indignación.
Se notaba que estaba aguantándose las ganas de pegarle un puñetazo, pero él parecía indiferente ante su estado colérico. Había que aplaudir sus nervios de acero. Si fuera el zanahorio, ya estaría temblando como una hoja.
–No necesito permiso cuando tú misma te paseaste por la oficina como un alma en pena, tan enfocada en tu papeleo que en cualquier instante terminabas confundiéndote con un expediente, saltándote los almuerzos sistemáticamente –replicó, levantándose de su asiento–. Era obvio que terminarías enfermandote.
Ella pareció extrañada, y la verdad sea dicha, yo también lo estaba. No tenía idea de que seguía en contacto con él, ni mucho menos que se veían a menudo dentro del ambiente laboral, ya que nunca hablaba sobre ese sujeto. Por su parte, él parecía muy interesado en la vida de su dueña. ¿Por qué?
–No sabia que me prestabas tanta atención, Malfoy –la escuché mascullar, con algo que jamás le había oído... Un tono burlón.
–Hay muchas cosas que no sabes, Granger –le contestó él como si nada. Ese sujeto sencillamente era admirable, pues parecía no retroceder frente a la actitud pasiva/agresiva que ella solía adoptar–. Y otras tantas que te tardas en comprender.
–¿Cómo qué? –demandó de inmediato, enarcando una ceja.
Él se encogió de hombros.
–Por ejemplo, te tardaste años en reconocer que Weasley y tú no calzaban en lo absoluto. Cuatro para ser preciso.
Lo profirió con tanta naturalidad que en la cara de mi dueña se formó una mueca repleta de estupor y escepticismo, que luego fue mutando a una sincera irritación.
–¿Disculpa? –tartajeó, empuñando ambas manos de forma amenazante.
–Te disculpo.
La respuesta la dejó aún más boquiabierta, lo que a su vez me dejó a mí pasmado. Era difícil dejarla sin palabras, pero al parecer, para él era una tarea increíblemente sencilla, y eso no dejaba de parecerme interesante.
–Ahora, si tú me disculpas –continuó el rubio, con una sonrisa victoriosa ante su silencio–, tengo que volver a la oficina. Hay unos papeles de una funcionara enferma que debo atender para que no se nos jodan las metas. Nos vemos después de tu licencia, Granger.
Ambos lo observamos marcharse sin dejar escapar ningún sonido. Ella terriblemente desconcertada, y yo en demasía intrigado por ese humano que destilaba distinción por los poros, hasta en su caminar. Es más, sus movimientos se parecían a los míos. Precisos, elegantes y firmes.
–¡Agh! ¡Que personaje más insufrible! –reclamó enfurecida una vez que reaccionó, agachándose para tomarme entre sus brazos ya con la puerta cerrada–. Vamos, Crookshanks, te daré un baño. Hay que quitar todo rastro de ese hurón de pacotilla. Al menos, ya no lo volverás a ver.
Maullé descontento pero no me tomó atención. Parecía que su mente era un cajón de conjeturas, y darme un baño, solo era una excusa para despejarse.
Mientras me llevaba a la tina, la percibí más alterada de lo usual, pero mis instintos felinos me susurraban algo que pronto confirmaría como verdad. Pues no podía ser de otra forma.
Que vería a ese hombre muchas veces más.
Entre Año Nuevo y Navidad.
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Continuará...
