Tuve un sueño muy raro anoche, era sobre una chica que se convertía en cisne. Necesitaba amor para romper el hechizo pero su príncipe se enamora de la chica equivocada y ella se suicida.

Había una vez, en un reino muy, muy lejano, en un palacio de paredes de mármol y recamaras gigantescas; un príncipe de pelo platinado y mirada gris que veía, desde su ventana, el mundo con aburrimiento, no había nada que lo motivara a nada.

Había crecido con lujos y lejos del mundo exterior, solo conocía de duques y princesas, de condes y reinas, de duquesas y damas finas de sociedad, de grandes comerciantes y nobles ricos y refinados, todos ellos eran personas que vivían lejos de la realidad del mundo circundante.

Sus padres, el honorable rey Lucius y su esposa, la venerable Narcissa, eran el ejemplo a seguir de todos los nobles. No había familia más elegante y magistral en el mundo que ellos. Las mujeres soñaban con ser cortesanas del rey, los hombres deseaban obtener la gracia de la reina y todos ellos instruían a sus hijas para que fueran las favoritas del príncipe y alentaban a sus hijos para que fueran los mejores amigos.

Torneos de cacería, bailes, galas y fastuosas fiestas organizadas por razones incomprensibles para los plebeyos que día a día se iban hundiendo en la desgracia pero ¿a quién le importaba mientras los reyes estuvieran bien, mientras ellos no perdieran nada, a quien le importaba el pueblo? No había nada de qué preocuparse mientras la nobleza se mantuviera.

Y entre fiestas y bailes pasaba la vida del príncipe Draco, una vida llena de falsas apariencias y modales refinados; de negocios de vida y vida de negocios pero él era feliz así, o lo que él creía que era la felicidad.

Un día, que él creía sería como cualquier otro, se encontraba sentado en el alfeizar de la ventana observando el atardecer, observando de verdad y no pretendiendo que veía, como hacia la mayoría de las veces. Vio, a lo lejos, una parvada de pájaros que no pudo distinguir.

-¿Observando tu próxima presa, hijo?

Draco se levanto de inmediato cuando vio a su padre a su lado y se inclino en una reverencia. El rey Lucius hizo un gesto con la mano y Draco recobro la postura.

-¿A qué te referías, padre? –pregunto con cortesía el príncipe.

-A los pájaros que veías en la ventana. ¿Por qué no invitas a alguno de tus amigos a cazar mañana? Incluso podrías invitar a alguna doncella y divertirte con ella –El rey veía con interés como el cielo se iba tiñendo de morado a causa de la oscuridad que se iba a haciendo presente. –Si, mañana parece un buen día para salir de la rutina ¿no lo crees así, hijo?

-Claro, padre –dijo el príncipe haciendo una nueva reverencia antes de que su padre saliera del cuarto. Y volteo a ver nuevamente por la ventana, atrayendo nuevamente su atención una ligera luz plateada oculta ligeramente por los arboles del bosque circundante.

A la mañana siguiente el príncipe Draco bajo, como todos los días, a desayunar. En la amplia mesa del comedor, de cerca 20 personas, en un extremo se encontraba su madre, y en el otro, su padre. El príncipe recorrió con la mirada los asientos y señaló uno de ellos al azar, rápidamente aparecieron los sirvientes que le prepararon todo para que se sentara. Esa era la rutina diaria, ver a sus padres distanciados y a él buscando un lugar donde estar.

-¿Cómo amaneciste hoy, cariño? –le preguntó la reina al príncipe.

-Muy bien, madre. –en ese momento le sirvieron el desayuno. Tomó la servilleta y se la colocó en las piernas- Creo que hoy iré a montar a caballo con Theodoro. –dijo comiendo un poco de fruta.

-¿Vas por tus presas? –Interrumpió el rey.- Ese es mi muchacho, un Malfoy no debe de limitarse en nada. Todo lo que debe ser nuestro, será nuestro. Así debe de ser –afirmó dando un ligero pero sonoro golpe en la mesa.

La reina y el príncipe movieron la cabeza afirmativamente y siguieron desayunando en silencio.

-¿Gusta que le prepare su caballo, su señoría? –le preguntó un lacayo a Draco.

-Si. ¿No ha llegado Theodoro? –preguntó sin mirarlo. El lacayo negó.- Muy bien. Avíseme cuando llegue, estaré preparando las cosas para salir. –El lacayo hizo una reverencia y salió.

Draco dio un suspiro y se puso a examinar las armas que tenia, arcos, flechas, ballestas, espadas y demás instrumentos llenaban la habitación. Observaba con detenimiento una daga con incrustaciones de rubí en el mango cuando alguien lo interrumpió.

-No puedes ser más ostentoso por que es imposible –dijo alguien con tono burlón.

Draco levantó la vista y sonrió.

-Nott. –dijo por saludo.- ¿Y el lacayo?

-Lo mande a trabajar, ¿para qué rayos quieres que venga a avistarte que ya vengo para acá si de todas maneras voy a entrar? Es una pérdida de tiempo, admítelo- -dijo Theodoro observando sin interés las armas. -¿Por qué rayos no me puedes llamar por mi nombre?

-Esa no es la manera de hablarle a tu príncipe –observó Draco.

-Lo siento muchísimo, su señoría. –Theodoro hizo una reverencia- No volverá a pasar –dijo con sarcasmo.

-Eres un idiota, Nott. –dijo Draco riendo.- Ya vámonos.

-Codornices –dijo Theodoro observando el cielo- ¿Cazaremos codornices?

-No. –Dijo Draco- Solo pasearemos.

Theodoro suspiró pero no dijo nada. Odiaba cazar, así que pasear, en definitiva, era una muy, muy buena idea.

Siguieron cabalgando un rato, detrás de ellos se encontraban los sirvientes que los seguían con las provisiones y las demás cosas que necesitaban para la cacería.

-Se rumora que tu madre ya te está buscando mujer –comento Theodoro como quien no quiere la cosa. Draco hizo una mueca.- Se rumora que organizara un baile.

-¿Por qué me dices esto? –preguntó el príncipe con incomodidad.

-Quisiera saber que tan conforme estarías con un matrimonio arreglado –le contestó el chico ligeramente.

Draco se quedó pensativo y no contestó.

Horas después, los sirvientes estaban organizando un picnic en el bosque. Siendo resguardados por los arboles que les brindaban una deliciosa sombra, Draco y Theo se sentaron a merendar. Ninguno de los dos hablo, Theo por que disfrutaba del silencio, Draco por que estaba sumido en sus pensamientos.

Después de comer, se recostaron en el pasto, mirando el cielo. Observando las nubes.

Draco seguía observando las nubes, cuando de repente vio pasar un cisne, impresionado por la gracia del animal, se levanto a buscarlo. El cisne voló bajo, casi rozando las copas de los arboles, Draco lo siguió volviendo la vista al cielo para no perderlo de vista. El cisne siguió volando inclinando sus alas, tocando leventemente las hojas de los arboles. El sol se colaba levemente entre las hojas de los arboles. Conforme se internaba en el bosque, cada vez menos luz pasaba y le dificultaba la visión. El ave empezó a volar más y más bajo. El príncipe la siguió intentando no tropezar con las raíces de los arboles. Supuso que cerca de ahí debía de haber agua, era la única explicación que tenía para las enormes raíces que intentaba esquivar. Y efectivamente, mas adelante pudo ver el reflejo del agua en los troncos de los arboles. El ave se posó delicadamente en el agua. Y Draco pudo verlo con detenimiento. Era un ave excepcional, tenía su plumaje blanco como la nieve, su cuello largo y delgado que le concedía elegancia y se deslizaba suavemente por el agua sin mover un solo musculo. El ave se giro quedando de frente a él y el príncipe se desconcertó. El ave tenía unos enormes ojos marrones que lo veían con curiosidad y aprensión. Las estrellas se reflejaban en el lago, pero el príncipe nunca se dio cuenta. El sol y la luna en un mismo reflejo en el agua, el cisne nadó hasta quedar por encima del reflejo y una luz lo envolvió; lo cegó solo por un momento, y al intentar enfocar de nuevo, solo pudo una sombra y oír alguien que, a lo lejos, lo llamaba. Draco intentó acercarse a la persona, pero la sombra solo se hundía más y más en el agua conforme cada paso que daba. Al final, Draco solo pudo ver como un mechón de cabello castaño desaparecía en la profundidad del lago.

-Draco –oyó que lo llamaban- Draco –desvió la mirada del lago- ¡DRACO!

El príncipe despertó de golpe. Observó a su alrededor y trató de reconocer donde se encontraba. Seguían en el bosque, Theodoro estaba a su lado y los sirvientes empezaban a empacar. Estaba oscureciendo.

-Es hora de irnos, Draco. –le dijo su compañero con calma. -¿Te sientes bien?, pareces nervioso.

-Sí, no es nada –le contestó todavía desorientado- Vámonos –se levantó del piso y se sacudió las ropas.

Cabalgaron en silencio hasta que pudieron vislumbrar las luces del castillo.

-¿Qué es lo que les dirás? –preguntó Theo.

-Justo lo que quieren oír. Que cacé algo diferente. –Le contestó Draco frunciendo el ceño.- Algo que no se puede servir a la mesa.

A la mañana siguiente, el príncipe bajo a desayunar siguiendo la rutina diaria.

-Hijo –dijo solemnemente el rey Lucius –es hora de que te desposes. –El príncipe hizo una mueca.- Tu madre organizara un baile donde todas las damas casaderas del reino vendrán. Espero que escojas.

-Pero… -comenzó a decir Draco pero se cayó cuando su padre lo oyó replicar- Daré mi mejor esfuerzo. –Narcissa y Lucius sonrieron satisfechos.

-¿Cuánto tiempo tienes? –pregunto Theodoro mas tarde ese día.

-Parece que mi madre acaba de empezar, -contestó Draco- así que supongo que un par de meses. Odio los bailes.

Theodoro sonrió. Estaban en la Gran Biblioteca Real. Él leía y Draco solo lo veía.

-¿Por qué estamos aquí? –pregunto el príncipe por enésima vez en una hora.

-Por que a diferencia de usted, su magnífica señoría, yo tengo que seguir estudiando para mantener mi estatus. –le contestó sarcásticamente el chico.

-¿No debería de bastarle a los demás el ver que eres mi amigo? –preguntó Draco molesto.

-Debería pero no es así, además…

-¡Silencio! –Los calló una señora de aspecto severo- esto es la Biblioteca Real, no algún tugurio o una taberna. –los chicos se callaron de inmediato- Silencio, si no quieren que los saque.

Theodoro volteo para ver donde se encontraba la bibliotecaria.

-Pero, pase lo que pase, a la Sra. Prince nunca le importara el estatus que tengamos –dijo divertido.