Notas: Yasss~ Ya puedo morir en paz sabiendo que tengo un cutrefic SouRin en mi haber(?)

No tengo nada que decir más que lo escribí en media hora. Me mata esta pareja y ojalá Haru se muera por perra indecisa (no voy a decir calientapollas, no insistan)
Oknno, no te mueras Haru, inexplicablemente todos te amamos :c

Espero que les guste aunque sea un poquito. Me voy a cocinar(?)

Edit: Me di cuenta que no puse "completo". La idea era que fuese un one shot, pero creo que ahora podría tratar de hacerlo más largo ya que me quedaron varias ideas en el tintero. A ver si sale algo de esto~


Pretending

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La estancia lo recibió con una quietud abrumadora. Las luces estaban encendidas y por eso supuso que no estaba solo. Se apoyó en una pared para quitarse de mala gana las zapatillas en la entrada de su hogar y luego arrastró los pies descalzos por la superficie de madera del pasillo. Se asomó por la abertura que daba a la sala y a la cocina y sonrió al encontrar lo que buscaba.

Dudaba que Sousuke lo estuviera ignorando, así que imaginó que quizás no lo escuchó entrar. Parecía muy concentrado con la revista que leía, sentado en el suelo con pose despreocupada, la espalda apoyada en el cuerpo del sofá.

Se acercó a paso suave con la intención de asustarlo, pero fue él el sorprendido cuando, a poca distancia, Sousuke volteó rápidamente hacia él, mirándolo desde abajo con una sonrisa ladeada.

—Te tardaste mucho, me aburría —fue su simple saludo y volvió la mirada al librillo.

Rin suspiró bajito y dudó un momento antes de acercarse hasta quedar a su lado y levantarle el rostro por el mentón para que volviera a verlo a los ojos.

—También te extrañé. —Dudó al acercarse, sí, pero no al decir esas palabras, y tampoco al inclinarse para besar sus labios. Fue apenas un roce y al separarse esquivó su mirada. No quiso darle tiempo a decir nada y se alejó hacia el pasillo nuevamente, esta vez caminando hacia la habitación que compartían desde hacía dos años.

Dejó su bolso deportivo a un lado de la puerta y se echó boca arriba en la cama con los brazos estirados. Volvió a suspirar, esta vez profundamente y cerró los ojos.

No había sido una decisión fácil, claro que no, pero al terminar la escuela decidió decantarse por una de las universidades que había demostrado gran interés en sus habilidades, la cual quedaba no muy lejos de una clínica que sería ideal para Sousuke. Sabía todo lo que implicaría el irse a Tokio, el cambio de estilo de vida, las cosas que dejaría atrás… y sobre todo, aceptar el comenzar a compartir su vida con él.

Luego de su encuentro en Samezuka supo al instante que no quería volver a separarse de su lado, pero los motivos fueron confusos entonces. Y le dolía pensar que eran confusos aún ahora. Pero no mentía al decir que era feliz al lado de Sousuke y eso, egoístamente, le bastaba. Quería creer que él también era feliz a su lado.

Abrió los ojos y se encontró pensando que Sousuke estaba demorando en entrar por la puerta de la habitación y tirarse sobre su cuerpo. Aquello le sacó una sonrisita triste y se puso de pie, dispuesto a volver a la sala.

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Sus ojos habían avanzado por toda la página, pero no había leído una sola palabra desde que Rin se alejara. Ahora, sin saber cuánto tiempo había pasado, las orbes aguamarina se estancaron en un punto incierto de la hoja al oír con pasmosa claridad los pasos acercándose nuevamente. Su corazón comenzó a bombear con fuerza y su mandíbula se tensó cuando percibió a Rin a su lado, de pie. Volvió a alzar la vista y notó sobre sí una mirada neutra que no hizo nada por tranquilizarlo.

—¿Quieres beber algo? Hay bocadillos también. —Era ridículo con su porte y su voz el verlo tan nervioso, pero no podía evitarlo. No en esa situación. Apenas formuló esas frases hizo el intento de pararse, pero un pie de Rin sobre su pierna se lo impidió.

—No quiero nada —dijo en voz baja y contrariamente, agregó enseguida:— hazme sitio.

Sousuke supo enseguida a qué se refería y abrió un poco más sus piernas. Al instante tuvo a la cabellera de Rin desperdigada sobre su hombro y su espalda completamente recargada sobre su pecho.

Fue el mismo Rin quien tomó la revista que había estado leyendo Sousuke y la miró con desinterés.

—¿Es en serio? ¿Jardinería, Sousuke? —Se burló, pero enseguida giró el rostro para besarle una mejilla y que no se lo tomara tan en serio, que ya lo conocía. Sin embargo lo notó más parco que de costumbre y aquello lo alertó— Oye… ¿qué sucede?

Sousuke no respondió con palabras al instante. En cambio, rodeó a Rin con ambos brazos y movió sus piernas para que quedaran entrelazadas con las otras en una incómoda posición, pero que le hacía sentir cercano a él. La mayor cercanía a la que podía aspirar últimamente, porque incluso el sexo le hacía sentir a años luz de él. Bajó el rostro hasta que apoyó la frente en su hombro e inspiró profundamente. Su ceño se frunció, sus brazos se apretaron, su corazón dolió.

—No es nada, sólo estoy cansado por la rehabilitación —respondió y esperó oírse seguro—. ¿Cómo te fue a ti? Supongo que te maltrataron mucho si te tuvieron hasta tan tarde entrenando —dijo, esta vez tratando de imprimir un tono de broma, aunque seguía muy serio.

No me mientas.

—Estás actuando extraño. —Murmuró Rin y Sousuke no pudo evitar pensar aquello como una evasión— Es cierto, nos están haciendo trabajar duro, pero nada que este cuerpo no pueda aguantar —explicó con desgana, mientras daba vuelta a la página y se acomodaba más en su pecho.

Sousuke sonrió con derrota y volvió a llenarse con ese perfume que emanaba del cuerpo de Rin. Ese perfume que podría parecer agradable a cualquiera. Ese perfume que se le había impregnado hacía dos días y no se había borrado por más que lo intentó con todo. Porque pertenecía a la persona que más odiaba. Y ahora brotaba de la persona por la cual daría su vida sin siquiera dudarlo.

Su corazón volvió a latir con fuerza. Le dolía, pero no podía callarse…

—Nanase está en Tokio, ¿te lo dijo? Me lo crucé, olvidé mencionarlo.

No me mientas. Cualquier excusa, la aceptaré, pero no me mientas, Rin. Por favor…

—¿Sí? No tenía idea.

Al parecer así debían ser las cosas. Fingiría no haber reconocido ese aroma. Y fingiría no haber notado el cuerpo tensarse ante sus palabras. Porque era mejor fingir a saber la verdad. Porque la verdad dolía, desde el comienzo lo supo y así sería siempre.