¡Hola, queridos lectores! No hay mucho qué explicar en cuanto a esto, solo algunos delirios plasmados.
Aclaraciones: Yu Yu Hakusho es propiedad de Yoshihiro Togashi.
Pesadillas recurrentes
En ocasiones, Yusuke tenía sueños extraños. Algunos de ellos, de esos que no se pueden contar a nadie y permanecen como un secreto íntimo y otros, de los que simplemente perturban la mente.
Desconocía la razón, pero probablemente se debía a tantas cosas que había visto en su vida, sobre todo, después de convertirse en detective del mundo espiritual.
La alarma del despertador sonó ruidosamente, obligándolo a apagarla de un manotazo. Lentamente se incorporó de la cama, traía una ridícula pijama de color azul con pandas por todas partes. Un suspiro salió de sus labios. Por lo menos, las paredes de la habitación no eran rosas como la última vez.
—¡Cariño! —una voz chillona se escuchó fuera—, ¡el desayuno!
—Ya voy.
La rutina en ese lugar parecía estar marcada. Salió de la habitación y caminó hacia la cocina, donde la mesa estaba servida y en su plato había unos panqueques con miel.
—Si no te apresuras, llegarás tarde.
—Lo sé, lo sé —respondió.
Siempre que soñaba eso, evitaba su mirada, al menos al principio, pues después era inevitable.
—¿Qué pasa?
—Nada —y por fin la observó—. Hoy luces más linda.
—¡Ay, basta!
La chica se sonrojó y empezó a reír tontamente. Yusuke esbozó una sonrisa, mirar a su amiga (y esposa) Botan, así de sonriente, le hacía sentir mejor. De todos los sueños extraños que podía tener, en el fondo, agradecía estar ahí.
—Por cierto, Yuu-chan —la peliceleste volteó a verlo—, creo que ya es tiempo de eso.
—¿Eh? —él miró su reloj, confundido—. Todavía voy bien al trabajo, el presidente Hiei llega después de la hora.
Era sumamente ridículo pensar que Hiei era su jefe y Kurama su asesor, pero en su loco mundo de sueños, sí, así era. Por suerte, no sabía nada más de su vida laboral.
—No hablaba de eso —Botan se sentó frente a él, con la mirada seria—, hablo de un bebé.
En ese momento, su panqueque se atoró en su garganta, haciéndolo toser ruidosamente. Después todo se puso en blanco y solo pudo suponer que su sueño había terminado.
La alarma de su despertador sonó repentinamente, haciéndolo levantarse de un salto. Yusuke cruzó los dedos en una plegaria, suplicando no haber regresado al mismo sueño. Afortunadamente, el rostro de su madre se asomó a su habitación, indicándole que el desayuno estaba servido.
—Últimamente parece que duermes mal —Atsuko lo observó con curiosidad mientras encendía un cigarrillo.
—Ni que lo digas —respondió cansado—, solo espero que Keiko y Botan nunca se enteren —comentó más para sí mismo.
—¿Keiko-chan? —su madre repitió consternada—, espero que no le estés pintando los cuernos a Botan.
—¿Botan?
—¡Yuu-chan! —la aludida salió del cuarto de baño—, sino te apresuras, llegarás tarde.
—Espera —se sorprendió—, ¿qué haces aquí?
—¿Ya se te olvidó, tontito? —ella se rió cantarinamente—, vinimos a visitar a tu madre.
—Por cierto, Yusuke —la mujer mayor se sentó frente a él, con rostro serio—, ya no soy una jovencita. Creo que ya es hora.
—¿Hora de qué? —tragó saliva.
—Quiero un nieto.
Los panqueques con miel se le atoraron en la garganta y poco a poco, todo se fue poniendo blanco. En ese momento, Yusuke deseó estar muerto.
