Saint Seiya y sus personajes son propiedad de Masami Kurumada, no gano nada con esto :3
—¡Aj! ¡Ya quédate quieto, Milo! —soltó Camus en un grito de desesperación.
—Ya, pero no es para que te enojes —respondió el niño de cabellos azules, mientras que el otro niño de cabellos rojizos le desenredaba el cabello— ¡Ay! ¡No me hales tan duro!
—Eso te pasa por no peinarte.
El pequeño Milo sólo se limitó a cruzarse de brazos inflando sus mejillas, mientras era tirado del pelo por su mejor amigo.
Pasaron quince minutos… quince minutos de silencio, cosa que se estaba volviendo incómoda para el joven griego; así que decidió romper el silencio con lo primero que se le viniera a la cabeza.
—Camus, ¿alguna vez has besado a alguien?
El francesito abrió los ojos como platos, sonrojándose por completo.
—Milo, tenemos ocho años.
—¿Y? Ya yo he besado a alguien.
—Eso fue un beso accidental —replicó Camus—. No que hayas chocado dientes con Aioria, significa que lo hayas besado.
—Responde mi pregunta —insistió Milo.
—NO, ¿FELIZ? —contestó molestó el pelirrojo.
Milo se giró quedando cara a cara con el francés.
—¿Qué? —interrogó Camus, arqueando una ceja.
El heleno sólo se quedó viendo los ojos escarlata del galo.
Se fue acercando poco a poco a los pequeños labios color rosa palo del acuariano, el cual se quedó hecho estatua.
Sus labios rozaron, haciendo que un color rojizo invadiera los rostros de ambos, cerrando sus ojos dejándose llevar por el dulce ambiente.
—¡Le voy a decir al maestro que ustedes se besaron! —interrumpió una vocecita. Aioria, el cual se mandó corriendo de inmediato siendo perseguido por Milo, dejando a Camus con una escena muy graciosa en mente.
Abrió sus ojos. No podía dormir, no sabía que iba a pasar cuando los caballeros de bronce ya estuvieran ahí. Su cabeza estaba descansando encima del desnudo pecho del caballero de Escorpio, mientras que este le acariciaba su pálida columna vertebral.
—Milo —escuchó un sonido por parte de Escorpio, haciéndose entender de que le estaba escuchando—, ¿recuerdas nuestro primer beso?
—Sí… —se escuchó la somnolienta voz del griego.
—Tengo miedo de que nuestro último beso sea hoy…
Milo abrió los ojos mi miró a Camus.
—Bah, sólo son unos latas de bronce, ¿qué nos pueden hacer?
