1. La noticia
Un hombre joven corría por la calle con una carta en la mano. Acababa de recibirla esa misma mañana al llegar a la base militar. Él era Killian Jones, marine de Estados Unidos, capitán, para ser más precisos. Acababa de enterarse de que le habían destinado a la guerra, así que corría a su casa, donde vivía con su novia, para contárselo. Llevaba más de una década en el ejército y gracias a sus grandes capacidades y a su heroica actuación en muchos enfrentamientos, había ido subiendo rápidamente de posición hasta convertirse en capitán. Killian ya llevaba unos cuantos años sin participar en ningún enfrentamiento importante. Aunque el ejército de Estados Unidos había estado enviando tropas a la guerra en Siria, la infantería marina aún no había participado en el conflicto, pero ante la gravedad de la situación los altos mandos habían dado carta blanca. Por eso se alegraba de pensar que por fin su espera sería recompensada y estaría a cargo de una misión tan importante y así servir a su país. Aun así, el hecho de tener que marcharse en apenas un día a la guerra le provocaba desazón, porque tendría que abandonar a Emma, su preciosa novia. Todo esto rondaba por su cabeza mientras se dirigía a su hogar, donde sabía que ella estaría. Al ser sábado, y como ella era maestra, no tenía que trabajar.
-¡Emma!- gritó nada más llegar y se puso a buscarla por toda la casa, hasta encontrarla vistiéndose en la habitación que compartían.
-¿Qué ocurre? ¿Estás bien?- preguntó ella alterada ante esa interrupción.
-Sí, es solo que… ¡mira!- él le mostró la carta, incapaz de continuar al faltarle el aliento debido a la larga carrera que había hecho.
-¿Qué es eso?- le arrancó el sobre de las manos y sacó el papel que se encontraba en su interior. Lo leyó rápidamente y Killian pudo observar cómo le cambiaba el semblante y su rostro empalidecía. Ella se dejó caer en la cama, entristecida -¿te vas… a la guerra?- no se atrevió a levantar la mirada para observarle.
Él se agachó, asintiendo, hasta quedar a su altura -pero son solo ocho meses amor. Después volveré aquí, contigo.
Ella negó con la cabeza y cerró los ojos fuertemente, apretando, para evitar que le cayeran las lágrimas que se habían empezado a formar en sus ojos. No quería que él la viera llorar. Sabía lo importante que era eso para él, y quería que supiera que se alegraba por él y que le apoyaba, aunque eso significase tener que separarse -me alegro por ti- por fin levantó la cabeza y le miró a los ojos, intentando imprimir en sus labios una pequeña sonrisa. Él sonrió también y la miró con ojos apenados.
-Ven, levántate- dijo él agarrándola de las manos y tiró de ella para ponerla de pie, delante de ella. Ella le miró con ojos interrogantes -quería hacer esto de otro modo, pero dadas las circunstancias…- Killian se apartó de ella y se dirigió a la cómoda que estaba detrás de él. Abrió un cajón y rebuscó unos segundos en su interior hasta que por fin encontró lo que buscaba. Lo cogió y lo escondió en el interior de su puño cerrado -me gustaría que la situación hubiese sido más alegre. Me gustaría haberte llevado a un restaurante bonito a cenar y luego iríamos al sitio donde nos vimos por primera vez, a The Mall, y nos quedaríamos allí contemplando las vistas, con el obelisco delante de nosotros. Tú comentarías algo, luego yo diría alguna estupidez y nos reiríamos. Yo me quedaría contemplándote ensimismado, mientras tú me contabas algún dato interesante sobre el Lincoln Memorial, o sobre el mismo presidente y una pequeña sonrisa aparecería en tu rostro. El viento haría que tu pelo se alborotase y te lo echaría a la cara, así que te molestarías porque no te gusta tu pelo y que querrías cortártelo, pero yo te diría que no dijeses tonterías, porque tu pelo, y tú, tú enteramente, sois preciosos. Entonces me sonreirías y me besarías, y luego te girarías para seguir contemplando el reflejo del obelisco en el agua. Entonces yo me armaría de valor, me arrodillaría y te haría una pregunta. Pero no tengo tanto tiempo como para hacer todo eso que tenía planeado y no pienso esperar más tiempo, y menos ocho meses, en decirte esto. Así que- en este momento Killian se arrodilló y abrió su puño, donde había una cajita azul de Tiffany, y al abrirla, reveló un hermoso anillo. Emma, aunque sabía qué venía a continuación no pudo evitar contener la respiración -Emma Swan, ¿me harías el hombre más feliz del mundo casándote conmigo?
Emma no sabía si reír, gritar o llorar, aunque al final optó por lo último, y liberando por fin la respiración contestó con una gran sonrisa -sabes que sí quiero. Claro que sí. Quiero casarme contigo- él se rio y le agarró la mano izquierda, poniéndole en el dedo el anillo, que encajó a la perfección. Emma tiró de su ahora prometido para ponerlo de pie y se abalanzó a sus labios. Ella le quería más que a nada y en ese momento él la había hecho la mujer más feliz del mundo y no podía esperar a pasar toda una vida a su lado. Killian respondió al beso gustoso y sin esperar un segundo su lengua se abrió paso hacia la boca de ella y la agarró fuertemente de la cintura, abrazándola y acercándola todo lo posible a él. Emma correspondió a este gesto enrollando sus piernas alrededor de la cadera de él y llevó sus manos a su cabeza, acariciándole su suave pelo.
Cuando se separaron para coger aire ambos se sentaron en la cama, Emma aún incrédula por lo que acababa de pasar, contemplando el anillo con una gran sonrisa. Mientras, Killian la miraba contento, también sonriendo.
-Amor. Sé que siempre has querido una boda magnífica, con vestido, toda tu familia y amigos reunidos y en un sitio bonito. Pero me voy mañana, y no quiero esperar ocho meses, ocho meses sin ti, en la otra punta del mundo, para casarme. Puede que sea un poco locura y nada romántico pero podemos ir hoy al juzgado y casarnos- sugirió él dudoso.
-¿Estás loco? Claro que quiero. Killian, me da igual cómo casarnos, o dónde, o quién esté, con tal de que sea contigo con quien me case- ella se levantó de un salto de la cama, animada por esa propuesta. Él sonrió y se unió a su entusiasmo -voy a llamar a mis padres y a Regina. Tú llama a tu hermano y a quien quieras que esté ahí. Yo iré a comprarme un vestido bonito un poco decente y mientras ve a comprar los anillos. Nos vemos en el juzgado dentro de tres horas. Para casarnos.
-¿Estás segura?- preguntó él.
-Cállate y llama a la gente.
Poco tiempo después Emma estaba con Mary Margaret, su madre, Regina, su mejor amiga y con Ruby en una tienda viendo vestidos, decidiendo cuál le quedaba mejor a Emma y cuál era el más apropiado para la ocasión.
-No tenemos mucho tiempo. Así que venga, pensad rápido, ¿cuál me queda mejor?- preguntó Emma exasperada, puesto que se había probado tantos vestidos diferentes que ya había perdido la cuenta, y estaba entre dos, uno color amarillo pálido, de manga francesa y otro azul marino, sin mangas y que le quedaba por la mitad de la pierna.
-El amarillo te hace muy pálida, y el azul te resalta más el pelo y los ojos. Así que ese- resolvió Ruby después de unos instantes contemplando los dos.
-¿Veis qué fácil?- Emma cogió el vestido del perchero y se dirigió a la caja a pagar -digo yo que en el juzgado podré cambiarme en algún sitio, ¿no?
Mientras las chicas debatían sobre los vestidos, Killian había ido con su hermano Liam y con David, el padre de Emma, a buscar los anillos. Por la falta de tiempo habían escogido unas alianzas sencillas, tradicionales, con un pequeño relieve. Ya habría tiempo después de grabar los nombres. Después, camino del juzgado, habían pasado por una floristería donde Killian había comprado un ramo de rosas y petunias rosas y blancas para Emma y ahora se encontraban en el juzgado, hablando con un funcionario para ver si había algún juez que pudiera casarlos. Sabía que conseguir una licencia matrimonial requería de varios días, que no era tan fácil casarse, aunque fuera por lo civil, pero Killian sabía que había excepciones, como que al ser militar, si tenía que irse a la guerra, podía casarse ese mismo día.
Hablaron y discutieron con ese hombre que estaba detrás de una ventanilla, y al final consiguieron a un juez que podría casarlos después de una hora.
No poco después llegaron las chicas, tapando a Emma para que esta y Killian no se vieran antes de la boda, y mantener la impaciencia que tenían de verse, de estar juntos. Encontraron una pequeña salita donde podían quedarse para que Emma se vistiera, maquillara y se arreglara.
-Emma ¿puedo pasar?- preguntó Mary Margaret llamando suavemente a la puerta, después de un tiempo en el que la rubia se había quedado sola para vestirse. Como no recibió ninguna respuesta entreabrió la puerta para ver a su hija sentada en el suelo, a medio vestir y con la cara escondida entre sus manos. Sus hombros subían y bajaban y se oían sollozos -Emma ¿qué ocurre? ¿Por qué lloras? Te vas a casar, no tienes que estar triste- decía Mary Margaret a la vez que se tiraba al suelo al lado de su hija. Le pasó un brazo alrededor de sus hombros y Emma se apoyó en su pecho.
-No puedo estar contenta si sé que mañana se va a ir. A la guerra. No quiero que se vaya, no puedo vivir sin él- dijo entre lágrimas, mirando a su madre con los ojos rojos y bañados de lágrimas.
-Lo sé cariño. Pero sabes que debe ir. Tiene esa misión, es a lo que se dedica- acarició el pelo de su hija y le apartó las lágrimas que surcaban sus mejillas, pero no sirvió porque pronto más lágrimas ocuparon el puesto de las anteriores -mira, piensa que no es tanto tiempo. Que después volverá a casa, contigo, y estaréis casados. Podréis vivir toda una vida juntos, como marido y mujer.
-Ya pero ¿y si no vuelve? ¿Y si le pasa algo malo?- hizo la pregunta que tenía en mente desde que se había enterado esa mañana y que no había querido decir en voz alta.
-Eso no va a pasar
-No lo sabes
-No, sí lo sé. No va a pasar. Él sabe cuidarse y además, tiene algo por lo que luchar. Tienes que dejarle marchar y tener esperanza en que va a volver. Debes mostrarle tu apoyo, porque así sabrá que pase lo que pase estás con él. Sé que estás triste y le echarás de menos, no te estoy diciendo que no lo hagas- Emma asintió sin decir nada y volvió a apoyarse en su madre, aun llorando, mientras ella le acariciaba la espalda, calmándola, como había hecho muchas veces cuando era pequeña.
Por fin Emma se tranquilizó. Pudo contener las lágrimas y pensar que más allá de lo que pudiese pasar al día siguiente, y en los próximos meses, ese era el día de su boda, un día que ella llevaba esperando desde que había conocido a Killian, y por tanto sería el día más feliz de su vida. Apartó las lágrimas e imprimió una pequeña sonrisa triste en su cara. Intentaría ser valiente. Por él, por Killian.
-¿Me ayudas a vestirme?- preguntó por fin a su madre, que asintió y la ayudó encantada. Pronto estuvo metida dentro de su vestido nuevo, y en los pies unos tacones altos, como los que ella siempre llevaba, rojos- dile a Ruby que entre y así me maquilla. A ella se le da muy bien, y quiero estar radiante.
-Emma- poco después entró Regina con un ramo de flores en la mano -me las ha dado Killian para ti- Emma las cogió sonriendo y vio que entre ellas había un pequeño sobre. Dentro había una nota donde ponía un sencillo 'Te quiero' -debéis daros prisa. El juez ya ha llegado y está listo- añadió.
