No sé quiénes serán los dueños pero yo no, MSLN no me pertenece.
"Aquella chica"
Hay algo interesante en la forma en la que la gente nombra a una persona. Digo, es curioso como el nivel de intimidad entre dos o más sujetos se determina fácilmente por cómo llama a otros o por cómo le llaman a uno mismo. El respeto, la importancia que tiene esa persona en la vida de alguien, la categoría social, la jerarquía en el Instituto, en el hogar, en el trabajo... Restarle letras al nombre de acuerdo al avance e intimidad en la relación social era lo normal. Salvo para los extranjeros. Salvo para ella.
Fate Testarossa Harlown
Fate T. Harlown
Fate Testarossa
Fate-sama
Fate-san
Fate-chan
Podías llamarla de cualquier forma.
Ella te miraba, sonreía levemente, te devolvía el saludo amablemente para después seguir con lo suyo y a veces, sólo a veces, recordaba tu nombre y lo pronunciaba. Entero, sin honoríficos.
Porque así era ella.
Más de una vez le habían dicho que no podía actuar así, que era necesario ser respetuoso, que ya no era nueva en el Instituto y debía actuar de acuerdo a las normas. Los profesores intentaban hacerle entender que era de mala educación, que no estaba bien visto y podía incomodar a la gente, y cuando creían que habían convencido a la muchacha ella les miraba, sonreía amablemente mientras asentía con entendimiento y pronunciaba sus nombres. Sin honoríficos. Sin categorías. Como si no le importara.
Ellos suspiraban con cansancio, casi acostumbrados a su indiferencia. Aceptando con resignación que no cambiaría.
En algún momento se convirtió en algo natural para ellos. Ella llegaba al Instituto, se acercaba a su casillero y guardaba los zapatos, encontrándose en el mismo alguna que otra carta o detalle con su nombre. Con su categoría escrita. La pertenencia a un grupo social en el que ella no había decidido colarse.
"Fate-sama, eres magnífica, te admiro..."
"Fate-san, quisiera hablar contigo..."
"Testarossa-san, necesito un favor..."
Lo mismo ocurría cuando la interceptaban en los pasillos. Cuando la saludaban desconocidos. Cuando le tocaba limpiar la pizarra y alguien se ofrecía en su lugar. Y de nuevo ella les miraba, les sonreía y les devolvía el saludo sin preocuparse en absoluto de saber quiénes eran o por qué la conocían.
Así pasaba el tiempo. El instituto dio paso al Bachiller y la historia se repetía.
Todo cambió un día, de repente alguien se sentó a comer a su lado sin decir nada. Solo se sentó con su sándwich y su zumo. Fate no sabía quién era y tampoco se molestó en saberlo, simplemente comía en silencio, como si estuviera sola, como siempre. Esto se repitió varios días, se sentaban y comían sin decir nada hasta que sonaba el timbre y volvían a sus respectivas clases.
Uno de esos días Fate miró a su silenciosa acompañante y le habló. Lo hizo como siempre, tranquila, amable e indiferente, aunque quizás, sólo quizás, tenía curiosidad por saber quién era. Le preguntó si se le ofrecía algo, si necesitaba ayuda. La muchacha siguió en silencio, masticando lentamente el bocadillo. Fate se había dado cuenta de que siempre comía lo mismo, lo único que variaba en la dieta de aquella desconocida era el zumo.
En algún momento la chica dejó de masticar y le devolvió la mirada. No, sin duda no sabía quién era. Para Fate era un rostro desconocido el que tenía en frente. Aquella chica seguía mirándola en silencio. Hasta que sonrió con alegría, se levantó y se fue sin contestarla. No volvieron a comer juntas en varios días. Por una vez Fate se sintió un poco sola. Por una vez hubiera deseado saber cómo se llamaba alguien.
Fate aun no era del todo consciente de su popularidad. El número de cartas en su taquilla había aumentado, las confesiones habían subido a cuatro por día y cada vez eran más las personas que la saludaban o que le pedían ayuda. Alguien, sin duda, había visto a Fate comer con aquella chica. Algunos rumores se extendieron y los cotilleos llenaban los rincones en su ausencia. Parecía relevante y de interés mundial el hecho de que la solitaria Fate Testarossa fuera vista voluntariamente con alguien a menos de 3 metros de distancia.
Cuando Fate creía que estaría sola de nuevo, aquella chica volvió a comer con ella. Llegó sin decir nada, como el primer día, y se sentó en el borde de la barandilla, como siempre. Secretamente se sintió feliz y aliviada, la rubia la miró en silencio intentando descubrir, por una vez, lo que rondaba en la cabeza de otra persona que no fuera ella misma.
Sorprendentemente la chica la miró y habló. "No necesito ayuda." Dijo. Fate no pestañeó siquiera, sólo asintió. No sabía de qué estaba hablando aquella muchacha, pero estaba bien que alguien no necesitara su ayuda, para variar. Aquella chica volvió a sonreír y al rato volvió a hablar. "Me llamo Hayate." Dijo. Fate no respondió, y cualquiera diría que la había ignorado mientras seguía comiendo con lentitud. La castaña volvió a sonreír sin darle importancia. "Es un placer hablar contigo, Fate".
Con sorpresa dejó de comer y miró a aquella chica de nuevo. ¿La había llamado? Se fijó en ella y por primera vez sintió que de verdad la veía, que veía a alguien real. Hasta ahora la gente de su alrededor no eran más importantes que el conductor del autobús o el panadero, eran presencias borrosas que se movían de un lado a otro y que pocas veces se volvían nítidas para ella. Y esta vez, aquella chica era totalmente nítida a sus ojos. Se detuvo a observarla con cuidado, como si de repente algo interesante hubiera captado su atención y temiera que con un suspiro desapareciera tan rápido como había aparecido. Era castaña, y tenía gomas rojas y amarillas en un mechón. Sus ojos eran azul oscuro y su sonrisa ocultaba cosas, misterios. Quizá sabía alguna historia, o cotilleo. Quizá había descubierto que había una parte del muro por el que te podías colar para entrar al recinto. A Fate le recordaba a un animal, aunque no sabía cual.
"Me he dado cuenta de algo, Fate". Aquella chica siguió hablando, y sonriendo misteriosamente, y pronunciando su nombre. Aunque no era del todo verdad. Aquella castaña se había dado cuenta de varias cosas, pero no se las diría:
Fate no tenía amigos y sacaba buenas notas.
Fate no hablaba mucho y era muy, pero que muy despistada.
Cuando Fate hablaba era muy sincera, brutalmente sincera. Fate no tenía filtro.
Fate comía sola en la azotea, o en un banco, o bajo algún árbol a la sombra.
Fate era amable y ayudaba a la gente que le preguntaba por algo.
A Fate se le confesaban mínimo dos veces al día. Siempre.
Fate seguía sin recordar la mayoría de los nombres que le decían y con suerte recordaba las caras de sus compañeros.
Fate era misteriosamente popular y todo el mundo hablaba de ella en algún momento.
Fate casi nunca pensaba lo que decía, ni decía lo que pensaba. Y Hayate se había fijado.
La rubia esperaba silenciosamente a que continuara. "Fate, ¿sabes de qué me he dado cuenta?". Volvió a pronunciar su nombre. Claro, nítido. Sin tartamudeos de por medio ni sonrojos extraños. ¿Como había dicho que se llamaba? ¿Hayami?
Negó con la cabeza, indicando que estaba escuchando y quería saber más, porque debía saber más. ¿De qué se habría dado cuenta esa chica? Tenía que ser algo grande e importante, una gran verdad. Tenía pinta de conocer muchos secretos. La muchacha castaña sonrió complacida. "Odias los honoríficos".
Fate inclinó levemente la cabeza ante la información, como no sabiendo qué hacer con ella. ¿Eso era todo? "No sólo eso. Nunca los usas, principalmente porque no recuerdas los nombres de las personas, pero aun si lo haces jamás los utilizas."
Esta vez frunció el ceño pensando lo que le decía y, mientras, se perdía en sus pensamientos. Quería un perro al que llamar Arf. "Fate". La llamó de nuevo, devolviéndola a la realidad. La volvió a mirar todavía con el ceño fruncido, pero era una mirada distante, pensativa, como si a pesar de todo aun no la viera de verdad. Hablando de animales, ¿a cuál se parecía?
Aquella chica estaba apunto de hablar cuando Fate la interrumpió con una expresión de total certeza y comprensión, como si hubiera tenido la mayor de las epifanías. "¡Eres como un mapache!". Hubo silencio. Aquella chica parecía sorprendida y Fate pensó que haría como todos cuando ella hablaba y se sonrojaría sin motivo. Sin embargo se rió. Alto y fuerte. Una carcajada salió de su garganta como un chorro de agua sale del grifo. Y Fate sonrió. Aquella chica era interesante.
"¿Cómo te llamas?". Preguntó cuando la castaña disminuyó la risa. Aquella chica la miró con una sonrisa de suficiencia, como diciendo: Te dije que no recordabas los nombres. "Soy Hayate. Hayate Yagami". Amplió su sonrisa. Y el misterio que ocultaba se amplió con ella.
"Hayate Yagami... Lo recordaré." Sí, Fate lo haría. Porque desde ese día por primera vez sabía que no olvidaría el nombre de alguien. No olvidaría como se llamaba aquella chica que se parecía a un mapache, que la había llamado por su nombre y con la que, en silencio, había disfrutado de su comida. Porque, que baje Dios y lo vea, Fate consideraría aquella chica su mejor amiga por encima de cualquier cosa.
No sé qué es esto, la verdad. Pero bueno, bienvenido sea el que lo lea.
