Mirror, Mirror
por Darke Angelus
© 2006
Traducción: Mya Fanfiction
Lector Beta: Schala S
Nota: Esta historia se desprende del Universo de Darke. Como la mayoría de ustedes sabrán, las más importantes de ellas, la trilogía De Mal en Peor, Dos Caras de una Historia y Una Luna de Miel al Estilo Dragon ball ya se encuentran traducidas al español de mano de la genial Apolonia86. Ésta, si bien no forma parte directa de la trilogía, está directamente relacionada porque hay referencias a ellas durante algunas partes de la historia. Esto no quiere decir que no se pueda disfrutar por separado, pero para comprenderla mejor recomiendo haber leído al menos la primera.
Aprovecho para agradecerle a JazminM por su colaboración en algunos puntos de este capítulo, y por supuesto a Darke, por haberme dado el visto bueno.
Link al original: fanfiction(punto)net/s/2974910/1
Parte 1 – Reflejos
La Tierra se salvó (¡de nuevo!), los héroes se reunieron (¡de nuevo!) y todos estaban felices (¡de nuevo!)... Al menos en el aero-coche que volaba directo a la Capital del Oeste, todos debían estarlo. Pero no lo estaban. Ni por asomo.
Se había decidido que el mejor lugar para esconder a Majin Buu durante el año era el Edificio Principal de la Corporación Cápsula, al menos hasta que las esferas del dragón pudieran reunirse y pedir el deseo para que todos se olvidaran de él. Ambos, Trunks y Bulma, estaban nerviosos ante la idea de compartir espacio con la ingenua entidad; era muy difícil olvidar la muerte y el daño que él había causado en apenas 24 horas, sin incluir el caos que su igualmente vacua encarnación había provocado a la Tierra. Pero todo lo que Buu hizo durante el viaje fue balbucear sobre la vista y devorar chucherías. Eventualmente, Trunks se relajó e intentó hablar con raciocinio; pronto descubrió que era un asunto frustrante con una criatura que tenía la inteligencia de un bebé de dos años.
En la cabina tampoco había mucha conversación entre Bulma y Vegeta. Él pasó mucho de ese tiempo medio dormido; morir y resucitar podía extenuar a cualquier hombre, y se habría muerto una segunda vez si Dendé no lo hubiese sanado en el planeta de los Supremos Kaio. Había sido un día horrible, uno que él simplemente quería olvidar, pero estaba muy consciente del tenso silencio de Bulma a su lado. —¿Cuánto de lo que pasó sabes? —le preguntó por fin en voz baja.
Ella se volteó a verlo, sorprendida. Él aún estaba recostado al asiento del copiloto con los brazos cruzados y los ojos cerrados. Aclaró sus ideas y finalmente habló. —Piccoro y Gokú me contaron casi toda la historia en el Templo, justo después de que… moriste.
Él abrió los ojos y la vio de soslayo. —¿Qué te contaron?
—Que el mago Babidi te controló y te transformaste en Majin. Peleaste con Gokú y, cuando Majin Buu fue liberado, te sacrificaste para matarlo. Piccoro dijo que fue el despliegue más increíble que había presenciado.
—No funcionó. ¿Qué más?
—Bueno, morí. ¡Esa bola super-desarrollada de chicle que está allá atrás nos comió a Trunks y a mí! Pero no tengo ni idea de qué pasó después de eso hasta que desearon que se restaurara la Tierra. Tú lo hiciste, ¿verdad? Esa fue tu idea. —Ella le brindó una sonrisa radiante y él tuvo que apartar la mirada de ese rostro lleno de felicidad, del orgullo que ella sentía por él. Todo lo que pudo brindarle fue un asentimiento para después perderse en sus pensamientos; se negaba a prolongar más esa conversación.
Cuando aterrizaron en el patio trasero, Trunks había aceptado la presencia de Majin Buu y tomado por una mano enguantada para darle un recorrido por el edificio principal. Bulma estaba a punto de seguirlos pero Vegeta la sujetó por el brazo y la detuvo. —Todavía no, Bulma. Hay algo que necesitas saber.
—¿Es algo malo? —preguntó temerosa—. Puedo notarlo por la mirada en tu rostro. ¿Qué pasa?
—Piccoro y Kakarotto no te contaron toda la verdad —le dijo en un susurro—. Yo me dejé manipular por la magia de Babidi. Él me dio algo que quería… y me quitó algo más para que yo peleara con Kakarotto.
Sus ojos azules se ampliaron en señal de alarma. —¿Qué te quitó?
—A ti —dijo sin rodeos—. Lo que sentía por ti y por Trunks. Dejé que me quitara esos sentimientos para así poder volver a ser como era antes de poner mis ojos en ti. Esas emociones estaban conteniendo mi poder. Babidi me liberó.
—Creí reconocer esa mirada en tu rostro cuando regresaste al torneo. Mataste a todas esas personas. ¡Casi me matas! —le gritó en la cara.
Él no titubeó. —Sabía que estabas ahí. Pude sentirte.
La certeza intencional en su voz le heló la sangre. —Destruiste exactamente la sección de la tribuna donde yo estaba ubicada. ¡Fallaste por poco! ¿Por qué lo hiciste?
—Para probarte que podía. Para jactarme. —Se encogió de hombros y apartó la mirada.
—Pa-para jactarte… —No podía hablar mientras intentaba racionalizar el concepto. De repente su rostro se arrugó y su cuerpo se inclinó a la derecha. Su sentido de la batalla interpretó de inmediato el movimiento que se avecinaba pero no evitó la bofetada que le cruzó el rostro cuando llegó. Él sólo bajó la cabeza cuando terminó.
»Tú… Tú… —Se sostuvo la mano adolorida y dio vueltas alrededor. Tan molesta como estaba, todavía no podía recurrir a ninguna ofensa. Aún no—. ¿Nos echaste a Trunks y a mí a un lado sólo para poder pelear con Gokú por los viejos tiempos? ¿Eso es lo que me estás diciendo? ¡Que todo esto de Majin Buu nunca habría pasado si no hubiese sido por tu maldito orgullo!
Majin Buu hubiese sido sacado de su cascarón tarde o temprano pero él no se molestó en decírselo. Sólo dijo:
—Sí.
—¡¿Por qué me estás diciendo todo esto?! —le gritó—. ¡Maldito seas! ¡Me habría hecho más feliz no saber nada de esto! ¿Por qué me lo estás contando?
—Porque rompí mi promesa —dijo en ese mismo maldito tono de voz—. Te dije que nunca te lastimaría y lo he hecho. No fue un golpe físico pero bien pudo haberlo sido. Quiero saber qué puedo hacer para compensarlo, Bulma.
—¿Por qué? ¿Piensas que voy a ofrecerte alguna clase de penitencia que puedas pagar para que podamos seguir felices para siempre? —le dijo con desprecio.
Él asintió. —Sí, algo así.
Ella se movió rápido y lo abofeteó de nuevo y esta vez los instintos no le dieron una advertencia. La cabeza de él se ladeó con el golpe y cuando volvió a observarla, su expresión estaba sinceramente pasmada.
—Finalmente —dijo, con la respiración entrecortada—. Un atisbo de emoción en esa maldita cara de póker que tienes. Quiero que salgas de mi habitación. ¿Entendiste? No me importa a dónde vayas, pero lo último que quiero ver el día de hoy es tu cara. Necesito pensar en todo esto.
Él miró de ella al edificio varias veces. De repente se sintió incómodo.
—¿Quieres que me vaya?
—¡No me importa! —chilló—. Sólo quiero que saques tus mierdas de mi habitación antes de que yo suba. ¡DE INMEDIATO!
Dio un paso errado hacia atrás, un vistazo medio consciente alrededor para ver si alguien los estaba mirando, y luego asintió en silencio. Sin decir nada más, voló hacia el balcón de la habitación que compartían y entró. Bulma lo observó partir, con el rostro bañado en lágrimas amargas. Sólo cuando estuvo segura de que él no podía verla se sentó en el puntal de aterrizaje de su aero-coche y lloró hasta que sintió como si el corazón le explotara con la fuerza de su llanto.
Vegeta se mudó a una habitación de huéspedes, un piso arriba del área de la familia, y se mantuvo alejado de vista por tres días. Tal cual como ella quería. Ella estaba luchando contra sus propios conflictos y necesitaba tiempo para asimilar esa reciente traición. Esperó al día siguiente tras su pelea antes de llenarse del coraje suficiente para hablarle a Trunks sobre el incidente. De inmediato, obtuvo una perspectiva muy diferente de la que Vegeta le había dado; el niño no sabía nada sobre la posesión de su padre por Babidi. Todo lo que el parecía saber era su aguda vergüenza por haber sido abrazado frente a Goten y su resentimiento por haber sido noqueado antes de ser capaz de lidiar con Majin Buu por atacar a su padre. Pero era el hijo de Vegeta, cierto, y era la primera vez, desde que su esposo le había confesado la situación, que Bulma comenzaba a sentir cómo su rabia se disipaba.
Ella subió hacia la habitación de huéspedes y se paró frente a la puerta de Vegeta. Podía escuchar el sonido atenuado de la televisión al otro lado y respiró profundo antes de adentrarse. No tocó, no se anunció; ella simplemente irrumpió.
Él sólo estaba acostado en la cama viendo la tele. Una parte de ella tuvo la esperanza de encontrarlo haciendo algo, qué exactamente, no sabía, pero esa calma persistente le estaba comenzando a molestar; una parte que la rabia y la amargura no podían alcanzar del todo. —Necesitamos hablar, Vegeta.
Él se levantó de la cama y quitó los libros, las revistas y los restos de comida rápida para intentar hacerle un lugar en la cama. Ella vio toda la basura regada e hizo una mueca de asco. —¿No has salido de esta habitación en tres días?
—Bueno, sólo para ir a buscar algo de comida. Para nada más. Dijiste que no querías verme…
—Dios, este lugar apesta —interrumpió, y caminó hacia la ventana para abrirla. Después de tomar un par de bocanadas de aire puro, ella comenzó a dar vueltas por la habitación impacientemente—. Aún sigo molesta contigo.
—Lo sé.
—Y de verdad me lastimaste.
—Eso también lo sé.
—¡Entonces cállate y déjame hablar! —le gritó.
Cerró la boca de golpe, y parpadeó un par de veces, pero eso fue todo. Ni una pizca de ira, ningún indicio de enfado; él sólo la observó, con el rostro curiosamente vacío y expuesto. Eso la hizo dudar unos segundos antes de lanzar:
—Hablé con Trunks y me contó lo que le hiciste. —Él comenzó a abrir la boca otra vez pero ella alzó una mano para callarlo—. Sé que lo hiciste por su bien y el de Goten. Ellos nunca habrían dejado de pelear con Buu si tú no los hubieses detenido. ¿Fue ese el momento en el que reaccionaste? ¿Fue ese el momento cuando comenzaste a librarte del control de Babidi?
—Nunca estuve bajo el control de Babidi. Tomé lo que me ofreció e ignoré sus órdenes. Kakarotto fue quien me hizo reaccionar, eventualmente. Pero para ese momento era demasiado tarde; Buu había eclosionado.
—¿Así que intentaste arreglarlo todo, sacrificándote?
Él asintió. —Bulma, lo siento…
—No, no lo sientes —dijo ella en un tono de voz frío.
—¿... Que no lo siento?
—¡Mira lo calmado que estás! Sé lo que estás haciendo: estás haciendo tiempo, esperando a que te reciba con los brazos y piernas abiertos, como si no hubiese pasado nada. Te advierto que esa estrategia no va a funcionar otra vez.
—No es una estrategia.
—¿No?, ¿entonces qué es?
—No puedo explicarlo. Sólo sé que tienes todo el derecho de ser quien esté molesta. Si necesitas más tiempo para lidiar con lo que he hecho, yo sabré entender…
—¡¿Quién eres?! —le gritó Bulma—. ¡¿Y qué le has hecho a mi esposo?!
Él simplemente sonrió. —Ja, esa estuvo buena.
Ella pegó las manos al cuerpo. —¡Me rindo! Cuando estés listo para tomar esto en serio, sabes dónde encontrarme. Hasta entonces mi habitación, y yo, estaremos fuera de tus límites.
—Entiendo.
—Y he deshabilitado la Cámara de Gravedad.
Asintió. —Está bien.
Desesperada, ella añadió:
—Y…, y…, ¡también le dije a mi madre que dejara de cocinarte!
—Está bien.
—¡Agh! —Ella dejó la habitación y cerró la puerta de golpe. Se quedó mirándola por unos segundos; su rostro estaba peculiarmente inexpresivo, luego volvió a la cama y continuó viendo la tele y comiendo twinkies como si nada hubiese pasado.
La ironía de toda la situación era que si Vegeta hubiese respondido a la ira de Bulma de la manera acostumbrada (por ejemplo, gritándole), la pelea hubiese terminado al instante y se habrían reconciliado con la pasión acostumbrada. El incidente se habría olvidado e ido al lugar donde correspondía. Sin embargo, Bulma estaba interpretando erróneamente el comportamiento fuera de lugar del Saiyajin como una clase de actitud pasiva-agresiva en su contra y que sólo la molestaba aún más. Ella era una persona competitiva por naturaleza y ahora creía que había una competencia entre ellos sobre quién iba a rendirse primero.
No podía estar más alejada de la realidad.
Trunks, con la intuición de un niño, de inmediato captó que algo estaba muy mal. Desafortunadamente, él sólo podía vocalizarlo con:
—Estás comportándote muy extraño, papá —lo cual fue exactamente lo que le dijo a su padre días después.
—¿En serio? —preguntó Vegeta afablemente, sonriéndole al niño antes de voltear para disfrutar la vista—. ¿Qué te hace decir eso?
—Bueno, en primer lugar, estamos en el parque. ¡Tú nunca me traes acá!
—Eso es mentira. Te traje un mes antes del torneo.
—¡Sí, claro, sólo porque te sentiste mal por romperme la nariz!
Él se estremeció. —Te dije que lo sentía
—Bueeeeeno, tú nunca dijiste que de verdad, verdad lo sentías.
—Bueno, lo digo ahora: lo siento, Trunks. —Puso una mano alrededor de los hombros del niño y lo haló para darle un abrazo informal.
El niño avergonzado luchó por alejarse. —¡Y te digo que estás actuando extraño! —espetó con las mejillas rojas—. ¡Me está enloqueciendo!
Vegeta rió y se rascó la nuca y se distrajo mientras seguía el curso de un frisbie volando por el aire. Después de unos segundos, volvió a mirar al niño y remarcó:
—Bueno, no sé qué decirte, Trunks.
—¡Eres genial así como eres! No tienes que compórtate como él, ¿sabes?
Por primera vez, Vegeta lo consideró seriamente. —¿... Comportarme como quién?
Trunks comenzó con:
—Como… —Antes de ser interrumpido.
—¡Trunks! ¡Aquí! —gritó un niño.
El hijo del príncipe notó algunos rostros familiares jugando al «a que te pillo» en el campo y dijo:
—Allá están Maru y Jan de la escuela. ¿Puedo ir a jugar con ellos un rato?
Vegeta se quedó mirando sus manos y luego echó un vistazo alrededor del apacible parque como un hombre despertándose de un sueño. Cuando logró despabilarse y responder «claro», su hijo ya estaba corriendo para jugar con sus amigos.
Sentado en una banqueta cercana, el Saiyajin intentó resolver lo que el niño había estado tratando de decirle. Había estado teniendo problemas para concentrarse los últimos días, las ideas se le amontonaban y se le olvidaban y no podía ni llevar un registro de ellas. Debería estar molesto por esa sensación extraña pero se sentía como desinteresado. Tanta calma le resultaba extraña; demonios, últimamente era capaz hasta de dormir más de tres o cuatro horas al día. No era algo que quisiera analizar con detenimiento pero, en el fondo, sabía que Trunks tenía razón, estaba actuando… «extraño».
Un vendedor de perros calientes captó su atención, se acercó y compró uno con todo. Le dio un mordisco y sonrió mientras lo masticaba; era uno de los mejores que había comido en su vida. En serio.
Qué rico. Las palabras pasaron por su mente. Escupió un bocado y comenzó a toser.
—¿Estás bien, amigo? —preguntó el vendedor.
Vegeta se dio la vuelta para responder y se vio a sí mismo reflejado en el carrito de acero del vendedor. Tiró el resto del perro caliente en shock. Se llevó una mano al pelo y se encontró sólo con su cabello en forma de llama característico. No esa cosa alborotada que había visto en su reflejo.
—¿Amigo? —preguntó de nuevo el vendedor.
Su reflejo era otra vez el propio. Vegeta, alterado, dio un paso titubeante hacia atrás y regresó a donde Trunks estaba. Un grupo de niños jugaban un partidillo de futbol y su hijo corría con el balón y se acercaba a la portería. Pasó a cualquier niño lo suficientemente estúpido como para meterse en su camino. Era una escena igual de inspiradora y deprimente. Vegeta sonrió. En un mundo perfecto, el niño estaría entrenando junto a los demás guerreros élite de su edad en lugar de estar relacionándose con esos débiles sin poder.
Mientras observaba, la figura del niño se distorsionó y se convirtió en otro pequeño Saiyajin que reconoció de inmediato.
—¿Goten? —susurró, y parpadeó varias veces. El de cabello lavanda apareció de nuevo, dribló el balón y luego metió un gol que celebró con una danza mientras sus amigos lo abucheaban.
El príncipe, demasiado estupefacto para responder, observó con impotencia cómo el niño corría al centro del campo para comenzar otro partido. Esta vez se había convertido en Gohan, y el pelo negro y abundante se movió al mismo tiempo que sus pasos.
Vegeta voló hasta la Corporación. Aterrizó en el patio y se quedó un rato ahí parado, intentando asimilar lo que acababa de pasar en el parque. Poco después, reunió el coraje suficiente y entró por la puerta principal. Sabía que Bulma estaba muy molesta con él pero necesitaba desesperadamente su contribución.
—Buenas tardes, Sr. Briefs —saludó la recepcionista cuando él entró.
—Sí, buenas tardes…, uh. —El entrecerró los ojos en un intento por recordar su nombre.
—Cheri.
—Cheri, Claro. Se me pasó.
—No pasa nada, señor —dijo la mujer mientras lo veía marcharse con una sonrisa en el rostro. Cuando bajó las escaleras, de inmediato cogió el teléfono—. ¿Peni? ¡Escucha esto! El esposo de Bulma va en camino. No. Está de buen humor. ¡Estoy hablando en serio! Escucha esto: ¡reconoció mi presencia!
Vegeta, inconsciente del intercambio, caminó por el corredor y entró al ala ejecutiva. Pasó por las puertas de los laboratorios de Investigación y Desarrollo. Peni colgó el teléfono en cuanto lo vio dar vuelta a la esquina. —¡Hola, Sr. Briefs! ¿Cómo está hoy?
—Bien... —Sacudió una mano distraídamente en dirección a ella mientras luchaba por recordar su nombre.
—Soy Peni, Sr. Briefs.
—¡Peni! No sé qué le pasa a mi jodida memoria hoy —refunfuñó mientras veía hacia la puerta cerrada de la oficina de Bulma—. ¿Está ocupada?
—Saldrá de la oficina a las 2 p.m. —señaló la mujer.
—Maldición —susurró por lo bajo y observó sorprendido a la joven frente a él—. Mmm, esa se me escapó...
—No pasa nada, señor —dijo Peni, pestañeando en señal de asombro. Había oído que el esposo de su jefa soltaba algunas palabrotas más que esa, pero no parecía recordar—. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?
—No, no lo… —Comenzó a rascarse la cabeza y se vio reflejado en la ventana de la oficina de Bulma. Retrocedió visiblemente en aversión.
—¿Sr. Briefs? ¿Está bien? —preguntó Peni, realmente preocupada.
—No —espetó para luego dirigirse a las escaleras—. Ni de cerca…
—¡Amiguito! —escuchó que una voz le gritaba y Charles McNeal salió disparado de una puerta y lo abrazó—. Oí que te habías muerto. ¡Estoy tan feliz de que estés vivito y coleando!
Vegeta estaba demasiado perplejo para responder al contacto, y Charles se separó de él sabiamente antes de que algo pasara. Sabía de primera mano que el Saiyajin tenía propensión a la violencia y había sido el receptor de más ataques verbales que nadie más en toda la compañía. Se lo sacó de encima con su acostumbrado y excéntrico entusiasmo. Él respetaba la habilidad del Saiyajin para diseñar casi con adoración, después de todo; los diseños de él habían provisto y garantizado seguridad laboral para todos en su departamento para la próxima década (y secretamente, Charles incluso sentía una profunda atracción por él). —¿Estás bien? Estás más blanco que una hoja.
—¿Quién coño eres? —cortó Vegeta finalmente.
Los ojos del científico se ampliaron dramáticamente tras sus lentes de culo de botella y, por un instante, pareció que iba a llorar. —¡Soy tu mejor amigo! Trabajamos juntos en el laboratorio. ¿No lo recuerdas? ¿En Investigación y Desarrollo?
El cerebro de Vegeta trató incansablemente de corroborar de qué estaba hablando el humano. Le llegaron unos recuerdos como nublados. McNeal: el amigo científico loco de Bulma. Rápidamente Charles añadió. —Bueno, tampoco es como si saliéramos a fiestear ni nada de eso. —Se quedó abstraído por un momento antes de sacudir la cabeza para aclararse—. Como sea, mi equipo y yo trabajamos en los diseños que tú dibujaste. Les dimos forma, desarrollamos los prototipos y todo lo demás. Tú sabes todo eso, siempre vienes a criticar lo que hacemos.
Vegeta sintió una inexplicable sensación de remordimiento. —Lo siento.
Charles volvió a quedar boquiabierto. —¡No, no! ¡Es algo bueno, de verdad! ¡Nos mantiene alerta! De hecho podríamos usar algo de ese humor cruel en este momento. ¿Puedes acompañarme y echarle un vistazo a lo que hemos hecho con tus TabGravs hasta ahora?
Completamente desconcertado, Vegeta siguió al peculiar hombre como si estuviese en un sueño. De hecho, esa comparación no estaba muy equivocada. Nada de eso le parecía real; el científico y sus extraños desvaríos, incluso sus alrededores. Las paredes amarillas parecieron temblar y cambiar para convertirse en campos inmensos y ríos que no reconocía. Él todavía estaba mortificado por las extrañas sensaciones, preguntándose si el perro caliente que se había comido estaba drogado, cuando Charles lo llevó a una mesa de dibujo. —¿Ves? ¿Qué te parece?
Él observó con detenimiento un plano todo garabateado que no pudo reconocer. Él encabezado decía: Ascensor Gravitacional Tabular, e incluía un diseño hecho a mano que parecía casi como en tres dimensiones referenciados con cómputos y anotaciones por todo el espacio disponible. Lo tocó y miró sorprendido, como si fuese la primera vez que lo veía y, en voz baja, susurró:
—Genial.
Charles no lo escuchó, estaba señalando una caja que parecía estar flotando a menos de un metro del suelo. —Te enseñaré lo que está pasando con el módulo de prueba —dijo mientras levantaba la caja y rápidamente daba un paso atrás. Un pequeño dispositivo circular, de unos cincuenta centímetros de diámetro, se bamboleó en el aire por unos segundos y luego se elevó e incrustó en el techo uniéndose a otros huecos de igual tamaño—. ¿Ves eso? Tiene algo que ver con la inercia desplazada. La desgraciada se encarga bien de la carga pesada, pero cuando es removida, parece sobre-compensarse por la presión cero. ¿Crees que se pueda implementar un módulo de auto-apagado al dispositivo? —Se volteó expectante hacia Vegeta.
—¿Me estás hablando a mí? —preguntó en confusión el Saiyajin.
—¡Pues claro! Tú lo diseñaste. ¿Qué puedes hacer para arreglarlo?
Vegeta se volteó con impotencia hacia la mesa de dibujo e intentó encontrarle el sentido a lo que veía. Algunas de las palabras no parecían escritas en el idioma que hablaban, y él tenía problemas asociando los significados para palabras que tenían más de tres sílabas. Negó con la cabeza y dio unos pasos atrás, hasta llegar a la puerta. —No lo sé. No puedo ayudarte.
—¿Amiguito? —Charles no pudo sino notar que algo parecía estar mal con su ídolo—. ¿Vegeta? ¿Qué te pasa?
—Nada… Todo. ¡No lo sé! —le gritó y dejó el laboratorio antes de que el científico siquiera pudiese acercarse.
Salió del edificio y se quedó afuera recibiendo la luz del sol, intentando que su ritmo cardiaco descendiera. Todo su cuerpo temblaba como un volcán a punto de explotar. Cuando se dio la vuelta y volvió a ver el complejo y se dio cuenta de que éste, así como el resto de la ciudad, habían sido reemplazados por una gran montaña. La visión se sacudió por unos segundos y se convirtió en la edificación una vez más. —¡Hey!
Él se estremeció y vio a un niño descender desde el cielo y caer a su lado. —¿Qué demonios pasó? ¿Por qué me abandonaste?
—¿Gohan? —Vegeta parpadeó y vio al hijo mayor de Gokú parado frente a él, aparentemente de la misma edad que tenía cuando estaba en Namek. Se fregó los ojos y miró de nuevo, y esta vez el niño cambió a Goten.
Trunks vio a su alrededor y le frunció el ceño. —¡Papá! ¿Estás drogado o qué? ¿Por qué te fuiste?
Fue entonces cuando cayó en cuenta de quién de verdad había llegado. —Lo siento, Trunks —cedió. Parecía que se había disculpado demasiadas veces por ese día, y la mirada que recibió de Trunks se asemejaba a la suya—. No me estoy sintiendo muy bien. Creo que voy a ir a recostarme por un rato.
—Oh... —El niño parpadeó repetidas veces, sorprendido. Intentó recordar cuándo fue la última vez que su padre confesó señal alguna de debilidad y se quedó en blanco. La agitación abandonó su rostro de inmediato y la reemplazó con verdadera preocupación—. Sí, claro…, claro, papá. Espero que, tú sabes, te sientas mejor.
—Eso espero también. —gruñó el Saiyajin mayor y se dio la vuelta para retirarse.
—¿Quieres que llame a mi mamá? —propuso el niño.
Vegeta pareció titubear y él supo que eso no era propio de su padre, tampoco. —No —dijo después—. No la molestes. No es nada serio. Sólo estoy…, cansado.
—Vale —respondió el niño, observando cómo su padre alzaba vuelo para ir a su habitación en el tercer piso. Sabía que sus padres estaban durmiendo en habitaciones separadas en ese momento. No era necesario ser un genio para darse cuenta de que posiblemente estaban peleando otra vez. Desde que tenía uso de razón, como pareja habían tenido sus combates verbales, además de dormir en habitaciones separadas al menos cinco veces por año. Esta era la primera vez que comenzaba a preguntarse si ésta, en efecto, era en serio.
Vegeta aterrizó en el balcón de su cuarto y entró por la puerta de éste. Fue directo a la cama y colapsó sobre ella para después mirar inexpresivo el techo. Ahora que estaba solo, sus agitados pensamientos comenzaron a quedar de lado. Podía sentir que finalmente comenzaba a relajarse. Incluso tuvo problemas para recordar qué lo había desencadenado. ¿Había sido el perro caliente?
Qué rico, escuchó en su mente, y cerró los ojos.
¿O ese extraño reflejo en el carrito del vendedor? La vio otra vez en la ventana detrás del escritorio de la recepcionista.
¿Cuál era su nombre? ¿Henny? ¿Jenny? No podía recordar y eso no era propio de él.
—¿Qué demonios está pasando? —le preguntó a la nada, frotándose los ojos irritados. Le estaba costando descifrar sus propios pensamientos; algunas imágenes estaban con la misma claridad de siempre, mientras que otras que no reconocía aparecían y desaparecían como el humo en el viento.
Incapaz de dormir, salió al balcón y se sentó sobre el riel. Consideró el paisaje urbano. Al menos debió ser la ciudad pero la mayor parte del tiempo, se convirtió en esa gran montaña, pasto inmaculado y ríos que nacían de su base. Comenzó a preguntarse otra vez si el perro caliente era el culpable; sólo se había tragado un bocado, y él sabía que esa sensación extraña había estado creciendo dentro de él desde que habían regresado del Templo de Dendé. Al principio, sólo habían sido sueños extraños, los cuales desaparecían cuando era hora de desayunar. Cada día, la sensación de desplazamiento se acrecentaba más y más, hasta que comenzó a ver cosas que no estaban allí. Hoy había sido el peor día. Debió haberle preocupado profundamente, pero cada vez que comenzaba a sentir que esa ansiedad familiar de antaño lo agarraba desprevenido, se iba igual de rápido. Era como intentar encontrar una mina de guerra. Cuando finalmente la encontraba, no podía recordar qué lo había molestado para empezar...
Las próximas dos horas se quedó allí y permitió que las visiones fuesen y viniesen; casi dormitó con una serenidad que nunca antes había conocido. De una manera extraña, casi apreció esa tranquilidad que envolvió sus malos recuerdos y los echó para atrás. No había flashbacks de Freezer, ni de las Fuerzas Especiales Ginyu, o de sus antiguas derrotas, o de las situaciones vergonzosas con las que su orgullo tenía problemas para olvidar. Sólo recuerdos del pasto cálido por el sol, flores, y una quietud marcada sólo por el trinar de las aves.
Un aero-coche aterrizó en el recinto, interrumpiendo sus meditaciones. Bulma salió. Hablaba con un tono acelerado por su teléfono celular, sin darse cuenta de que él estaba justo encima de ella. Se inclinó hacia adelante para intentar captar su atención y se quedó boquiabierto cuando vio a la mujer que reemplazó a su mujer repentinamente. Un parpadeo y era Bulma, y al siguiente era…
Con un enérgico sacudón de cabeza, corrió hacia su habitación y se tropezó con un 6-pack de refrescos. Cayó en medio de un tiradero de envoltorios de barras de chocolate, comida rápida y latas vacías. —¡Mierda! —gritó mientras se agarraba la cabeza y encajaba las uñas en su cuero cabelludo—. ¿Qué carajo me está pasando? —Era muy similar a como se había sentido después de recuperarse del veneno de Freezer hacía siete años y sabía que no quería pasar por esa tortura otra vez. Golpeó la alfombra con los puños y luego se observó las manos. Su rostro airado empalideció. Aplastado sobre la alfombra había un pastelito y el glaseado embadurnaba toda su mano. La lamió y comenzó a comerse lo que podía del postre aplastado.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, apartó la vista y tuvo arcadas. ¿Desde cuándo comía basura? Se obligó a sentarse, observó hacia el balcón, no muy seguro de qué lo había desencadenado en primer lugar. Algo que había visto… ¿pero qué era? Sacudió la cabeza y se rindió. Tanto pensar le estaba dando dolor de cabeza.
Decidió que una ducha de agua caliente podría ayudarlo a aclarar la mente, se dirigió al baño e hizo una doble toma de asombro cuando sus ojos se posaron en el espejo sobre el lavabo. La reacción fue instantánea, el puño rompió el vidrio y atravesó la pared incluso antes de que pudiese razonar la acción. Parpadeó débilmente y vislumbró el desastre y el espejo roto en el suelo. Nuevamente vio su reflejo desde cientos de diferentes ángulos. Su reflejo. No a la persona que había visto primero.
... Sólo el suyo...
Su ansiedad previa retornó, y él estiró su mano libre. No había heridas en ella pero le temblaba mucho. Su mente comenzó a sumergirse en esas imágenes otra vez y en su desesperación recogió un trozo de vidrio y lo apretó en un puño. El dolor fue claro e inmediato. La sangre comenzó a brotar de sus dedos. El dolor era algo con lo que estaba familiarizado y sintió alivio al descubrir que lo ayudaba a ahuyentar esos pensamientos extraños y a poner todo otra vez en su lugar.
Pero no era suficiente. Necesitaba más...
Bulma finalmente comenzó a entender que algo debía estar muy mal con su esposo. Habían pasado diez días desde que habían regresado del Templo Sagrado y él todavía la estaba evitando como si tuviese peste. No estaba haciendo ninguna queja sobre la Cámara de Gravedad desactivada y, quizá lo más impactante, su madre le había confesado que había intentado llevarle comida a escondidas y él la había rechazado, regañándola por desobedecer las órdenes de Bulma.
Trunks le había contado sobre su particular paseo al parque. Había sido una historia tan extraña que estaba segura de que el niño la estaba inventando hasta que se había tropezado con Charles McNeal en el laboratorio hacía unos días. La versión de éste último del Saiyajin irritable le había sonado sospechosamente parecida a la dada por Trunks. Fue Peni quien consolidó los temores de la heredera. Su recepcionista siempre se aseguraba de desaparecer de su escritorio en el instante que recibía el aviso de Cheri, desde la recepción, de que Vegeta iba en camino. Cuando ella le relató su conversación con el Saiyajin normalmente cruel por la tarde, ella por fin comprendió.
Sentada en su escritorio intentó descifrar cuál podía ser la causa del extraño comportamiento de su esposo. Una evidencia salió a la luz: él había muerto. La profecía de hacía ocho años de Kamisama finalmente se había vuelto realidad. Sin embargo, había regresado a la vida junto con todos los demás al final de la experiencia de Buu, pero…, no había otra manera de llamarlo, él estaba muy cambiado. ¿Era resultado del deseo o algo más?
Cuando no encontró una respuesta para sus pensamientos se puso de pie y salió de la oficina. —Peni —llamó a su secretaria—, me iré por el resto de la tarde. Si pasa algo importante me puedes llamar al teléfono celular, de lo contrario sólo toma el mensaje.
—Claro, Señora Briefs, no hay problema —respondió secamente la pelirroja.
Bulma, una hora después, volaba hacia el Monte Paoz y finalmente aterrizaba en el patio de la casita de Gokú y Chi-chi. Vio al guerrero practicando un kata en el jardín, con el pequeño Goten sentado a un lado observándolo con toda su atención. —¡Hola muchachos! —dijo mientras salía de su aero-coche.
Goten le brindó un saludo entusiasta con la mano pero Gokú ni siquiera se dio la vuelta. No vestía más que la parte inferior de su gi. Los músculos de su espalda resaltaban mientras ejecutaba una serie de golpes y patadas. Respiraba pesadamente y su piel estaba aceitosa por el sudor. Brillaba en el sol de la tarde.
—¡Dije HOLA MUCHACHOS! —gritó animadamente la heredera mientras se acercaba al dueto.
Gokú se dio la vuelta sorprendido, y Bulma percibió algo en esa expresión y de inmediato se congeló a mitad de camino. —¿Go-Gokú-? —dijo con timidez.
El rostro del Saiyajin más joven parecía sombrío y amenazante, enrojecido por el esfuerzo y manchado de sudor. La observó por unos segundos, como si no la hubiese reconocido, antes de relajar un tanto su expresión. —Oh, Bulma. Hola —dijo con una ligera sonrisa—. ¿Cómo estás?
—Iba a preguntarte exactamente lo mismo —confesó—. ¿Está todo bien?
Para acrecentar su sorpresa, miró con furia en dirección a la casa y esa irritación previa endureció sus rasgos juveniles nuevamente. Ella, analizando su perfil, pudo ver con claridad rasguños en su mejilla izquierda. —Estupendamente —dijo de forma poco convincente—. Chi-chi y Gohan están en la casa, seguro estarán felices de verte.
Había un tono extraño en su voz que nunca antes había oído. —Gracias, Gok... —comenzó, pero él le había dado la espalda para reiniciar su práctica. Sin razón aparente, Bulma dijo—: Vegeta te manda saludos. —Obvio que era mentira pero ella tenía curiosidad por ver la reacción que pudiese generar.
Gokú dejó de moverse. La vio por encima del hombro y preguntó. —¿Cómo ha estado?
—Bien —mintió, observándolo más de cerca—. ¿Por qué?
—Por nada —respondió y continuó entrenando como si nada lo hubiese interrumpido.
El temor inicial que Bulma sintió en la Corporación Cápsula retornó, y ella entró reluctantemente a la casita. De inmediato escuchó el sonido de un llanto y la voz reconfortante de Gohan. Los encontró en la cocina, sentados en la mesa. La morena al instante levantó la cabeza al acercarse la heredera, antes de que la mayor pudiese saludar, ésta espetó:
—Vegeta ha estado muy extraño también, ¿verdad? Por eso estás aquí.
Bulma se quedó estupefacta y cuando admitió que sí, Chi-chi de inmediato rompió en llanto.
—¡Gokú ha estado imposible desde que regresó! —dijo la mujer más joven entre lágrimas—. Esperé por siete años el regreso de mi amado esposo desde el más allá, ¿sabes quién llegó en su lugar?
—¿Quién?
—¡TU ESPOSO! —le gritó Chi-chi—. Todo lo que hemos hecho desde que regresó es pelear. ¡Y lo que dice! No pasa nada de tiempo con Gohan o Goten. Todo lo que quiere hacer es entrenar, y pelear, y…, y… —Ella emitió un sonido ahogado y se limpió el rostro con un pañuelo.
—Mamá. —Gohan puso una mano prohibitiva sobre su hombro—. No es culpa de Bulma. Gritarle no va a servir de nada.
—¡QUIÉN DIJO QUE ESTABA GRITANDO! —gritó ella directamente al rostro de su hijo. Para su crédito, Gohan no se movió y, después de sostenerse la mirada por unos diez segundos, Chi-chi la desvió primero—. Lo siento, Gohan. Puedes ponerte a estudiar otra vez, estaré bien.
El adolescente se quedó y preguntó con indecisión. —¿Estás segura?
—Estoy segura. Tengo que hablar con Bulma en privado.
Oh, qué suerte la mía, pensó la heredera con temor, viendo cómo el adolescente dejaba la habitación no sin antes brindarle una ojeada lastimera y miserable que poco hizo por aliviar la aprehensión.
Tan pronto como estuvo segura de que el mayor de sus hijos estaba fuera del rango de oído, Chi-Chi preguntó:
—¿Cómo te ha estado tratando Vegeta? —Logró hablar con una voz más tranquila que la que Bulma habría dado crédito bajo esas circunstancias.
—Tuvimos una pelea fuerte cuando regresamos del Templo de Kamisama —admitió ella—. No hemos hablado desde entonces. Creo que me está evitando deliberadamente.
—Esa actitud no es propia de él. —No era una pregunta.
—No. No, lo es —dijo. Vegeta, a veces, se marchaba para disipar sus rabias,pero ella estaba comenzando a darse cuenta de que esta vez era muy diferente. Él la había estado evitándola porque no quería enfadarla más y eso no era propio de él. Su estrategia normal era contrariarla tanto como fuese posible—. ¿Es algo que Gokú haría, no? ¿Cuando ustedes dos…, pelean?
Chi-chi sólo le brindó un corto ademán y desvió la mirada, limpiándose los ojos enrojecidos. —Sabía que algo estaba mal desde el día que regresamos. Cociné una cena enorme para celebrar y Gokú sólo comió un poco. ¡Y eso para nada es propio de él! No hizo sino mirarme de esa manera extraña, espeluznante, como si yo…, como si yo fuese la comida.
Bulma sintió cómo los vellos de sus brazos se erizaban.
—Le pregunté si pasaba algo pero él dijo que estaba bien. Le creí hasta que nos quedamos a solas. Bulma, él…, él me mordió… —Ella hizo una seña tímida a su seno derecho—..., aquí.
—Oh, mierda. —Bulma se sentó pesadamente en la silla más cercana y se tapó los ojos con la mano.
—Le di una cachetada y le dije que saliera de la habitación. Por un momento pareció confundido, como si no recordase lo que pasó. Y cuando él se disculpó dijo… Él dijo…
—¿Qué dijo, Chi-chi?
Las lágrimas volvieron a brotar pero ella logró mantenerlas a raya lo suficiente como para decir con tono áspero:
—Él dijo: «lo siento, Bulma».
No hubo mucha conversación después de eso y aun si la hubiese habido, Bulma no habría tenido forma de contribuir. Había permitido que la distancia entre ella y su esposo se acrecentara por demasiados días y sintió un repentino deseo de regresar a su casa para arreglarlo todo. Mientras pilotaba el aero-coche, sus mejillas se enrojecieron de pena y vergüenza. De alguna manera, una desconocida, Gokú había atacado a su compañera con el mismo fervor característico de Vegeta. Él le había mordido un pezón una vez, cuando había estado acalorado por causa del V'Nhar, y aun cuando no había dejado marcas de dientes en ella desde ese incidente, sus senos aún eran un punto central de atención para él. Incluso si Gokú le hubiese dado un mordisco juguetón (como Bulma sospechaba), la pobre de Chi-chi aún no tenía experiencia para darse cuenta de eso. Su reacción había sido comprensible.
¿Pero Gokú confundiendo a su esposa con ella? No había explicación lógica para ese fallo. En todos los años que viajaron juntos, de lo único que el guerrero y ella podían ser acusados sería de nadar desnudos. Definitivamente nunca había habido ninguna clase de contacto íntimo entre ellos. Jamás. Habían sido amigos, así de simple y puro, y estaba más que conforme de que se quedara así. Entonces, ¿qué demonios pasaba?
Aterrizó en el patio y salió incluso antes de que el aero-coche se detuviese del todo. Corrió por las escaleras hasta la habitación de Vegeta y casi se cae por el olor que arrastraba al viento en el momento que abrió la puerta. Era el hedor a fruta podrida, sudor corporal y algo más que no pudo identificar de inmediato.
Sintió náuseas y corrió hacia la ventana para abrirla con urgencia, inhaló el aire fresco y echó un vistazo alrededor con mayor preocupación. El Vegeta al que conocía íntimamente era casi un maniático de la limpieza pero esta habitación parecía que había sido tomada por una tropa de indigentes. El piso estaba cubierto de envoltorios de chucherías, comida chatarra, latas de refresco y frutas a medio comer. Había ropa sucia esparcida por cada rincón y la cama era una maraña de mantas y sábanas. Sus ojos se enfocaron en la almohada y se abrió camino entre la basura para observar más de cerca. Había manchas grandes de sangre sobre ella, algunas viejas, otras nuevas. Cuando descorrió las sábanas arrugadas y las tiró nuevamente con prisa.
—Oh Dios —siseó entre dientes, alejándose de la cama. Las sábanas y mantas estaban empapadas de sangre. Desde donde estaba, podía oír el ventilador del baño y le echó una mirada temerosa a la puerta. Se obligó a avanzar con las piernas temblorosas, su mano sujetó el pomo y, después de respirar profundamente, la abrió…
… Y gritó.
Publicado el 27/12/2013
