La noche en su cabeza era silenciosa, pero nunca serena. El murmullo del viento arrastraba susurros maliciosos que mecían los árboles y un aroma rancio intoxicaba todos sus vértices. Súbitamente irrumpía la luz, cortando la densa noche con un cuchillo, y el trueno que le hacía sangrar los oídos. La llama se extendía de árbol en árbol, cubriendo el bosque con un manto de sangre.

Lo único que podía hacer en esos momentos era huir. Sus nudillos amoratados daban primero golpecitos nerviosos contra la puerta metálica hasta que perdía el control y comenzaba a embestirla con todo su cuerpo. Quería escapar a la ciudad, ver las luces de neón, caminar sin rumbo hasta que las lágrimas de su rostro se descongelasen.

Llegado un momento comprendía que por mucho que golpeara, nadie la abriría, y que por mucho que gritara, nadie la oiría. Se llevaba las manos a la cabeza, apretaba los dientes y cerraba los ojos; pero las llamas del bosque no se extinguían. Arderían por siempre, y no podría hacer nada para evitarlo.

Entonces comenzaba a pasearse de un lado a otro, gritando de rabia, de desesperación, tirándose del cabello, arañándose los brazos, llorando, riendo y bailando y chillando horrorizada de nuevo. Una parte de su mente ansiaba romper por completo los límites de la cordura, hacer lo innombrable para que su público invisible se lanzara a golpearla o la rodeara con sus brazos para consolarla.

Cuando su cuerpo dejaba de responder al impulso demoníaco que nacía de sus entrañas, se dejaba caer en el centro de la habitación de losetas blancas y permanecía en la misma posición hasta el amanecer. Hecha un ovillo, esperaba a que los latidos de su corazón redujeran su ritmo y desapareciesen las chispas gélidas que impregnaban todos los poros de su piel.

Lentamente, abría una brecha en su mente y dejaba que los recuerdos la invadieran, pero solo dejaba pasar los tristes: una despedida, un funeral, una ruptura a la medianoche, el fin de las vacaciones… El recuerdo de vivencias tristes no le proporcionaba felicidad, pero comparados con el bosque en llamas, eran melancolía dulce y seductora. Y si todo tenía que pasar tarde o temprano por el fuego, era más tolerable que ver arder su esperanza.

Una noche que no podía dormir se me ocurrió este drabble de Kari internada en un psiquiátrico. Y como tengo muy pocas historias completas, decidí publicarla aquí.