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Primer Acto
ÁGAPE
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Bonjour
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Era un poco antes de las seis de la mañana cuando salió de casa. La obscuridad aun estaba presente, el rocío de la mañana lo recibió fresco y salino. Todos los días corría hacia su destino como parte de su entrenamiento matutino. En su espalda trotaba por el movimiento la mochila que llevaba sus cosas, a su lado, el caniche andaba igualando su ritmo, era pequeño, pero su tamaño lo compensaba en energía, evidentemente feliz de acompañarlo en su recorrido; a sus oídos se escuchaba el canto de las gaviotas y las olas del mar. Siendo tan temprano resultaba normal que el camino al Ice Castle por la playa estuviese vacío, solo los rostros de algunos cuantos que iniciaban su día a día al igual que él eran tan familiares como los adoquines por donde trotaba. El saludo amistoso nunca faltaba.
Al llegar a su destino sacó el conjunto de llaves que le permitió abrir las puertas de su lugar de trabajo. Vicchan fue el primero ingresar como una pequeña y rápida ráfaga de pelo café hasta perderse en el obscuro interior, no se tomó la molestia en llamarlo o preocuparse por él, sabía exactamente donde estaba. A partir de ahí la rutina era la misma.
Encender las luces del interior, revisar de manera rápida si en el mostrador Yuko le dejó alguna nota o recado que necesite de su atención (en un pequeño lugar abajo, había una cama donde Vicchan se encontraba echado, descansando), se dirigió a los vestidores, hiso los estiramientos de rutina, se colocó los patines y caminó hacia la pista.
Existía algo reconfortante en la imagen que se mostraba frente a él. Todo estaba en penumbras, las luces sobre las gradas y la pista se mantenían apagadas, iluminado solo por los cambios de luz del amanecer, comenzando por unos tonos grises opacos hasta ascender en amarillos y azules brillantes. Pareciera como si el tiempo se hubiese detenido solo para él, una fotografía de su lugar favorito, lleno de tranquilidad y silencio. Inhaló el aire frio, observó el blanco puro de la pista, inmaculado y libre de marcas, lo llamaba con una voz silenciosa, algo que solo él podía escuchar y a lo que no se podía negar. Sonrió. Este era su momento favorito del día, la manera en que comenzaba.
Se colocó los audífonos, vagamente escuchó un par de patitas y el tintineo de la placa de Vicchan en algún lugar detrás de él. Ajustó el reproductor en el soporte de su brazo, y sin pensarlo más se adentró a la pista. Después de un par de vueltas se situó en el centro, oprimió el botón de play esperando un momento tomando una pose, cuando la melodía comenzó se deslizó por el hielo.
Era extremadamente relajante dejarse llevar por las notas, interpretándolas en forma de saltos, giros y pausas, todo en una combinación armoniosa que terminaba en sudor frio y músculos adoloridos. No existía mejor momento que este, en que era solamente él con el hielo y la música sonando en sus oídos. Se sentía libre, fresco, como una ave en el viento, audaz con cada salto difícil y eufórico cuando lo aterrizaba perfectamente incitándolo a repetirlo, el corazón latía en su pecho vivo y feliz, retumbando al ritmo de la melodía.
Cuando la canción finalizó sentía que no era suficiente, tenía que continuar, danzar mientras la energía zumbaba en su interior y dejarla salir con todos y cada uno de los movimientos que su cuerpo estaba acostumbrado a realizar. Vibraba y no podía evitarlo, simplemente estar ahí era como adentrarse a un torbellino que no dejaba de girar y hacerlo girar con él. Segundos después la siguiente melodía comenzó y de igual manera se dejó guiar por los movimientos que su cuerpo sabía de memoria, repitió el mismo proceso con la siguiente composición.
A mitad de la canción lo notó, mientras daba un giro observó por el rabillo del ojo algo que no estaba ahí antes. Al aterrizar se detuvo, la respiración agitada y su corazón saltando con fuerza en su pecho por el esfuerzo. La figura estaba del otro lado de la pista, por donde él había entrado, no podía distinguir quien era debido a la distancia y a su mala visión, los lentes descansaban en el borde de la valla donde el desconocido se encontraba. La luz que entraba por los ventanales no era suficiente para iluminarlo, hacía sombra justamente donde se hallaba y las luces que guiaban a los vestidores situadas detrás, obscurecían más la silueta de aquel que aparentemente le observaba.
No se trataba de Yuko, aunque parecía tener la misma estatura estaba seguro de que no era su amiga. Pausó la música, se retiró los audífonos observando a la persona. No le tomó mucho deducir que podría ser alguien ajeno a su circulo de estudiantes o clientes asiduos al Ice Castle, en ese momento era imposible que cualquiera, fuera de los Nishigori, se adentrara a la pista de hielo porque oficialmente seguía cerrado al público y las horas de práctica comenzaban a las nueve de la mañana.
— ¿Puedo ayudarte en algo?
Se deslizó hasta el otro lado de la pista, si bien no era un estudiante podía ser un cliente en busca de información. Por otro lado pensar que se trataba de un ladrón estaba lejos de sus parámetros por el simple echo de que no había mucho efectivo que tomar ni objetos de valor que valieran la pena, además, era bien sabido por algunas personas su horario, de echo, la idea de que se trataba de un posible futuro estudiante era mas probable que cualquier otra alternativa.
Mientras se acercaba la imagen del desconocido se volvió poco a poco más nítida, al estar frente a frente simplemente se quedó pasmado. No necesitó de sus lentes para saber quien era, a tan poca distancia lo reconoció al instante.
—¿Eres Yuuri Katsuki?
El fuerte acento detrás de sus palabras, aunque dichas en inglés, dejaba en claro que no era su lengua materna, pero eso él ya lo sabía.
— Lo… lo soy — respondió en el mismo idioma. Escuchaba claramente como Vicchan se movía del otro lado de la valla, seguramente a los pies del recién llegado.
De pronto se sintió expectante y ansioso, la mirada de aquel inesperado visitante lo hiso sentir cohibido, lo estaba evaluando, sin lugar a dudas, pero el ceño fruncido y la aparente molestia que estaba expresando le llevó a pensar por unos segundos en qué había echo para hacerlo enojar de esa manera, parecía un gato arisco que en cualquier momento le lanzaría un zarpazo. Iba realizar una pregunta cuando el que tenía enfrente se le adelantó.
— Quiero que me entrenes.
Las palabras de Yuri Plisetsky fueron fuertes y claras, y mas que una petición parecía una orden.
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Yuri observaba de manera dudosa a aquel que compartía su nombre. La información que había obtenido en la pagina de la ISU estaba acompañada de una fotografía, y en ese momento le resultaba difícil reconocer que la persona que tenía enfrente era la misma a la que compartía la imagen en su perfil.
En línea había visto aun hombre joven con lentes de abuela de marco azul, que por su forma no ayudaban en nada en disimular las grandes mejillas que indicaban que tenía kilos de más. Mirada de pánico como si deseara huir y una sonrisa evidentemente forzada. Su apariencia era de aquel que intenta verse bien pero falla miserablemente, empezando por su cabello y la horrible corbata que llevaba puesta.
Para ser un omega resultaba increíblemente lamentable. Parecía el típico nerd de las películas al que todos molestaban y trataban mal, hasta él sintió el impulso de querer golpearlo solo al ver su patética foto. Dudó incluso por un momento si se trababa de la misma persona a la que estaba buscando (el sujeto del video no se parecía en nada a la fotografía), pero al mismo tiempo le importó un carajo su apariencia, tenía un objetivo e iba a cumplirlo a como diera lugar sin importar que pareciera un cerdo.
Pero la foto del Yuuri Katsuki, entrenador certificado de Japón, no era en absoluto parecido al real que estaba parado frente a él, observándolo como si fuera un fantasma.
El cabello negro se encontraba echado hacia atrás debido seguramente al sudor por haber patinado hace unos momentos, lo vio peinárselo con su mano cuando se acercaba a él, aquel simple gesto descubrió su rostro. Los ojos que tenían la forma que exhibían su procedencia nacional eran de un profundo color obscuro que con la luz de la mañana brillaban en tinto. Existía un sonrojo en sus pómulos y casi le notaba la nariz roja seguramente por el frio. Sus rasgos eran finos y bien proporcionados; la ropa de práctica dejaba en claro el buen físico que tenía y podía asegurar que sin los patines era mas alto que él.
No sabía que rayos había pasado para que existiera un enorme contraste entre el real y la fotografía, pero en ese momento no importaba. Su paciencia se estaba agotando y el que estaba en el hielo seguía mirándolo como idiota sin darle una respuesta. Por un momento se preguntó si tenía que dar alguna explicación al respecto; realmente no lo creía, él era Yuri Plisetsky, el campeón junior, y próximo campeón sénior, no había forma en el mundo que se negara a entrenarlo, si no todo lo contrario, debería estar agradecido de que se lo haya pedido, especialmente si estaba dispuesto a hacer una de sus coreografías.
Pero en caso de que no fuera suficiente…
— ¡Por todos los cielos es Yuri Plisetsky!
El grito los asustó a ambos. No entendió lo que se había dicho, pero su nombre lo escuchó fuerte y claro. Giró el rostro y donde antes había nada, estaba de pronto una mujer que evidentemente no sabía lo que era el espacio personal. Lo observaba como si fuese la quinta maravilla del mundo mientras hablaba y hablaba tan rápido que prácticamente lo dejó mareado.
— Yuko chan, cálmate, lo estas incomodando — se escuchó una voz mas gruesa en el mismo idioma.
— Oh, lo siento.
Se alejó de él y sintió que podía respirar, el perro que estaba a sus pies se movía contento y ladrando evidentemente motivado por la energía de la castaña.
— Soy Yuko Nishigori — se presentó en un perfecto inglés mientras le extendía la mano, el miró la extremidad y después a la dueña de la misma, le devolvió el saludo sujetando de vuelta sin decirle nada, solo una pequeña inclinación de cabeza, ella sonrió complacida —, un gusto en verdad.
— Las clases particulares son por la tarde — habló el otro Yuuri quien salía de la pista mientras se inclinaba para colocarse los protectores. Ante sus palabras escuchó el jadeo de emoción de la chica a su lado. Así que… había aceptado — . Yuko ¿Podrías decirle qué horario está disponible?
La sorpresa y emoción que había en el rostro de la chica eran comparables a cuando Mila encontraba una muy buena oferta en su tienda de ropa favorita. Sin previo aviso lo tomó del brazo y lo arrastró hasta el mostrador, el perro corrió detrás de ellos. Revisó de manera rápida un calendario en la pared junto a un teléfono y después consultó lo que parecía una agenda mientras balbuceaba cosas en su idioma natal. Decir que estaba emocionada o feliz era quedarse corto, esta mujer era la euforia en persona.
— Hay espacio entre las cinco y siete de la tarde, los fines de semana puedes tener un horario mas amplio, se que tal vez te gustaría pasar mas tiempo en la pista pero las chicas…
Yuri había dejado de escuchar, ¿Sólo dos horas? Se mordió el pulgar haciendo una mueca. No le gustaba para nada el escaso tiempo que tenía. Lo pensó por un momento, no importaba, prácticamente ya tenía todo controlado, solamente había venido a buscar eso que le hacía falta. Dos horas al día serian suficientes, además ¿Qué tanto podría tomarle perfeccionar el programa?
Se dio cuenta que todo estaba en silencio y la chica frente a él le miraba con una extraña sonrisa en su rostro.
— ¿Qué? — preguntó no muy educado.
Ella sonrió de nuevo, como quien sabe un secreto – Te preguntaba si querías tomar los domingos para ti, puedo hacer que la pista sea toda tuya, del amanecer hasta el atardecer si lo prefieres.
Sus ojos se iluminaron y la chica obtuvo su respuesta.
— ¿Tienes dónde quedarte? — preguntó el otro Yuuri parándose a su lado, no traía puestos los patines y efectivamente era mas alto como había supuesto, no mucho, pero si había una diferencia notable, sin embargo quedó en shock por la apariencia del asiático.
Llevaba puesto los grandes lentes de abuela que lo único para lo que servían eran para resaltar sus mejillas como si fueran dos bultos de grasa que aparecieron como por arte de magia, la chamarra deportiva era evidentemente algunas tallas mas grandes, que en combinación con sus mejillas creaban la ilusión de que estaba gordo, el color de la prenda era igual a la de la chica detrás del mostrador, se podía leer "Ice Castle" de lado izquierdo a la altura del pecho y "Katsuki" debajo, el cabello que era mas largo de lo que había imaginado, ya no estaba peinado hacia atrás, ahora caía sin vida sobre su rostro haciéndolo ver soso y sin gracia.
—¿Qué rayos te pasó? — gritó apuntándolo con el dedo sin importarle lo grosero que resultaba el gesto, la chica a su lado ahogó una carcajada. Lo que tenía enfrente no era en absoluto a quien acababa de conocer hace unos momentos, de echo era idéntico a la foto de perfil que vio en internet, solo que sin la ropa fea y no sabía si eso era mejor o peor.
El mayor pareció ignorar su comentario y simplemente sonrió sin importancia — Mi familia es dueña de un onsen — ¿qué carajos es un onsen? —, te puedes quedar ahí — caminó hasta el mostrador donde escribió algo y le entregó un papel con lo que parecía ser una dirección —. Es fácil llegar desde aquí.
— ¿Lo dejarás ir solo? — cuestionó la castaña, para su error en inglés .
Ante la pregunta se molestó, frunció el ceño y estaba dispuesto a responderle a la chica, pero antes de hacerlo la voz de su homónimo se escuchó.
— Si pudo llegar hasta aquí no creo que tenga problemas en encontrar el onsen Yuko chan — la calma con la que habló y la mirada que le dedicó a la castaña le dejó en claro que lo había ofendido, ella simplemente bajó la mirada dándose cuenta de su falta —. Llamaré para avisar que vas en camino. Descansa, te veo por la tarde. Si tienes problemas para recordar el camino de vuelta solo pregunta a mis padres.
— Tch, como si lo fuera a olvidar.
Declaró molesto, dio media vuelta y salió del lugar sin mirar atrás.
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No se molestó en seguir las instrucciones en el papel que el japonés le había dado. Simplemente escribió en el navegador de su celular el nombre de su destino y de inmediato obtuvo la ruta. Estaba a cuarenta minutos a pie y diez minutos en automóvil. Decidió que caminaría. Ya había tomado un taxi para llegar a la pista de hielo, estirar las piernas era algo que sentía necesario para su entumido cuerpo.
Se detuvo por un momento en el puente que unía la isla donde estaba el centro de patinaje con el resto del continente. El mar, las gaviotas, y el sol naciente resultaron un gran cuadro. Sin poder resistir el impulso tomó una fotografía, y, en menos de lo esperado, la memoria interna de su teléfono se fue llenando de varias imágenes que tomó a lo largo de su trayectoria indefinida, porque, para ese punto, el adolescente ya no siguió las indicaciones del navegador y comenzó a vagar siguiendo su instinto, o mejor dicho, la curiosidad que la ahora despierta ciudad costera generaba en él.
Puestos callejeros, restaurantes con increíbles olores, rodeado de estatuas y formas que no había visto antes, se sintió abrumado y excitado. Curiosamente sólo en una ocasión, durante toda su trayectoria juvenil en el Grand Prix, había pisado Japón, y ni siquiera recuerda con exactitud como fue la experiencia fuera de la competencia. Ahora, todo parecía nuevo e interesante, incapaz de detenerse en adquirir todo aquello novedoso y de buen gusto, o en inmortalizarlo en una fotografía y compartirla con el mundo.
Se detuvo en ese punto, estuvo a un aceptar de arruinarlo todo. Suspiró alejando momentáneamente el pequeño aparato. Tenía que tener cuidado, y mucho si quería pasar inadvertido en la pequeña ciudad. De inmediato recordó que no le había advertido a aquel idiota y a su amiga la excitada que no dijeran nada de su presencia. No le tomó un minuto buscar en línea el centro de patinaje y marcar al numero ahí señalado. Cuando la chica respondió soltó la advertencia y colgó sin esperar una respuesta a cambio. Rápidamente buscó en línea información sobre si mismo, esperando que ninguno de los dos dejados atrás hayan echo un escandalo en internet. Respiró tranquilo al darse cuanta que, al menos el japonés no hiso mención de él en ninguna de sus redes, las cuales, a opinión del rubio, tenían un escaso contenido.
Su teléfono vibró haciendo que casi se le cayera de las manos del susto. El corazón latiendo disparado en su pecho. ¿Lo habían descubierto? Miró el pequeño aparato como el precursor de un mal augurio, como el culpable que todo su plan se fuera a la mierda. En la pantalla resplandecía la notificación de un mensaje. El remitente en colores obscuros sobresalía como una luz de calma y falsa alarma. Era una de las dos únicas personas que sabían su localización.
Buena suerte.
Le irritaron esas dos palabras. Él no necesitaba suerte. Le demostraría lo que era capaz de hacer e incluso superaría las expectativas.
Con determinación se colocó la capucha de la sudadera sin importarle si sería capaz de soportar el calor ahora que el sol estaba mas avanzado, lentes obscuros y, una de sus nuevas adquisidores, un cubre boca color negro que había visto en el stand de una farmacia, complementaban su apariencia. Ahora todo su rostro estaba cubierto, se sintió orgulloso de su disfraz y astucia, prácticamente era irreconocible. No tenía tiempo que perder. Miró, con su nuevo aspecto hacia los lados de manera inquisidora, como esperando ver a alguien sosteniendo una cámara en la vuelta de una esquina u oculto detrás de un poste. Afortunadamente no vio nada de eso.
Bien, esta sería su forma de vivir de ahora en adelante, con cero presencia en el ojo público y cualquier medio de comunicación. Vagamente se preguntó si eso era posible. Su red de fans, que no era por alardear pero estaban prácticamente en todo el mundo, solían encontrarlo con facilidad.
Le resultaba increíble como lo seguían casi de manera acosadora y tomaban fotografías para su grupo. No es que le importara, nunca hicieron algo de que tuviera que preocuparse, sin embargo era molesto. Informaban cada maldito paso que daba y resultaba fácilmente detectable por su entrenador cuando quería salir por su propia cuenta durante las competiciones, era un dolor en el trasero hacer turismo por si mismo.
Cambiando la aplicación en su celular, abrió nuevamente el navegador, observó la nueva ruta y decidió que lo mejor sería ir directamente a Yu-Topia Katsuki sin distracciones. Ajustó el agarre a la bolsa de papel donde tenía las adquisidores que recientemente había comprado, tomó firmemente la agarradera de su maleta y comenzó a andar.
Mientras caminaba y otras personas pasaban de él, se preguntó si no estaba exagerando un poco. Observó alrededor. La pequeña ciudad era tranquila, el murmullo de las personas resultaba tan bajo que fácilmente era ahogado por el sonido de una radio proveniente de una casa. Algún anciano llevando un perro de raza curiosa caminaba lentamente hacia él sin prestarle el mínimo de atención, al igual de un grupo de jóvenes con el que se topó mas adelante.
Lo normal sería que, para ese punto ya le hubiesen pedido una fotografía o un autógrafo, o se le acercaría un alfa joven y estúpido queriendo intentar suerte con él. Sin embargo presentía que no tenía que estar preocupado en esta remota y alejada ciudad. Se sentía desconectado y fuera del mundo a manera que avanzaba y las estrechas calles se volvían cada vez mas solitarias. Como si se encontrara en un lugar aparte, un sitio donde no era un patinador si no un chico mas, un joven normal con una importante misión y objetivo.
Este tipo de sentimiento se debía precisamente a la ausencia de su grupo de fans que lo seguían a cualquier lugar que fuera, siempre y cuando lo supieran. Si se trataba de las competencias, solo tenían que echar un vista a la lista de programación para saber donde estaría, y por supuesto que en San Petersburgo no era un secreto el lugar donde entrenaba y donde vivía.
Se dio cuenta que no debía de ser tan arrogante. Era famoso, sin lugar a dudas, mientras las personas fueran fanáticas del deporte que practicaba. Pero, se dio cuenta hasta ese momento, que existían lugares en el mundo donde su nombre no sería reconocido, donde nadie se pararía a verlo dos veces además de su apariencia.
De alguna manera... se sintió entusiasmando con la idea. No lo malinterpreten, le gustaba la atención que recibía de sus fans, pero, verse de repente en este extraño momento de anonimato y calma le gustó bastante.
Continuó su camino revisando la ruta en el teléfono cada cierto avance mientras, internamente, imploraba que nunca fuese descubierto, y sabía que no solo lo pensaba refiriéndose al plan que estaba llevando acabo.
Durante su tiempo en Hasetsu, Yuri se daría cuenta que la aplacable ciudad funcionaba con una misma rutina. Que por muchos años se mantuvo y se seguirá manteniendo, desde la salida del sol hasta ocultarse en las montañas. Y que él, sin darse cuenta, formaría parte de ella.
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