CAMINOS CRUZADOS

SPOILERS: Capítulos 48-53

NOTAS DE LA AUTORA: Hace aproximadamente un año que no escribo fanfics, pero me apetecía mucho hacer algo de One Piece, especialmente si implicaba a Tashigi, mi personaje favorito. A decir verdad, no sé si esto se podría considerar exactamente un fanfic, porque no ocurre nada en él. No me gustan los fanfics que se limitan a "contarte la película" porque para eso ya ves la serie... Pero mi especialidad son los fanfics de tipo "monólogo", y no se me ocurría ningún argumento original para una historia de acción (se aceptan sugerencias), así que se me ocurrió la idea de narrar, desde el punto de vista de Tashigi, sus primeros encuentros con Zoro en la saga de Loguetown, y sobre todo, intentar adentrarme en aquello que no vemos en la serie: lo que le pasaba por la cabeza a mi Marine favorita en el espacio de tiempo entre esos encuentros (del cuartelillo a la tienda de espadas, y de la tienda de espadas al duelo) y durante los mismos. Me gustan mucho esos capítulos, me gusta mucho Tashigi y le he dado tantas vueltas al tema, que algo tenía que hacer con estas ideas... Tashigi es probablemente el personaje de One Piece con el que más me identifico, y en muchas ocasiones creo que puedo hacerme una idea de por qué reacciona así, o de lo que está pensando... Pero todo esto está basado en mis opiniones, en lo que yo creo que Tashigi pensaba y sentía en esos momentos. Este fanfic en principio NO es ZxT, por más que a mí me hubiese gustado... soy buena y me ciño a los hechos. Si me sale bien, puede que escriba una versión desde el punto de vista de Zoro.

PARTE 1: AMOR A PRIMERA VISTA

Aquel empezó siendo un día de lo más normal.

Bueno, todo lo normal que puede ser un día si eres Sargento Mayor de la Armada.

En Loguetown.

No es fácil ser todo eso, ni tampoco ser la única mujer de la Marina en esta isla. Pero cuando una lo es, está acostumbrada a ciertas cosas.

Por eso cuando aquellos tiparracos se me echaron encima en mitad de la calle, amenazándome porque el Capitán Smoker había capturado a su jefe, no me preocupé demasiado. Para nosotros, esto es el pan de cada día. Y mientras tuviera una espada conmigo, sabría apañármelas. Así que, cuando dejaron de fanfarronear y pasaron al ataque, yo ya estaba preparada.

No es por presumir, pero no se me da mal la esgrima. Las espadas han sido mi pasión desde... desde que puedo acordarme, diría yo. Toda mi vida he tenido que aguantar las miradas escépticas y las burlas de quienes aseguran que el camino de la espada no es para las mujeres, pero es el camino que yo he elegido y estoy orgullosa de ello. Quien no haya pasado por lo mismo, probablemente, no podrá imaginar la satisfacción que supone tumbar de un solo tajo a dos malolientes piratas de casi dos metros de estatura, oír los comentarios entre divertidos y admirados de los transeúntes... Y más si con ello cumplo con mi deber, por supuesto. No vayáis a creer que esto lo hago por placer, ¡todo es por la justicia! ¡Que conste!

Pero volviendo a la realidad, mi momentito de gloria se vio interrumpido vilmente porque, tan pronto como di el primer paso para continuar mi camino con dignidad... me tropecé y me estampé de bruces contra el suelo. ¡Qué vergüenza!

Tampoco es que esto sea nuevo para mí... Desgraciadamente soy la cosa más torpe de este mundo. En serio. No sé cómo lo hago, pero siempre me las arreglo para tropezar con cualquier objeto (si no con mis propios pies), para caerme en el momento más inoportuno o para romper el jarrón más caro que haya en la habitación. El Capitán Smoker ya ha convertido su despacho en una sala "a prueba de Tashigi", donde no haya nada que pueda romperse. ¡Qué le vamos a hacer! Cuando tengo una espada en la mano, todo muy bien. Puedo ejecutar cualquier técnica de esgrima con toda naturalidad. Pero en cuanto envaino... me desequilibro. Yo creo que es porque mi espada y yo estamos hechas la una para la otra, ya es casi como una parte de mí. Cuando no tengo la espada en la mano no soy persona, parece que me falta algo, una parte de mí, y como consecuencia de eso, no consigo recuperar el equilibrio. Pero claro, esta teoría no se la puedo contar a nadie... al menos hasta que encuentre a otra persona que sepa lo que se siente y que adore las espadas casi tanto como yo (y he dicho casi). Porque un día se lo intenté contar al Capitán Smoker y se rió en mi cara misma. En fin...

La cuestión es que me caí. Otra vez. Y para colmo se me cayeron las gafas al suelo. He dicho antes que yo sin mi espada no soy persona, pero la verdad es que sin mis gafas tampoco lo soy, entre otras cosas porque no veo ni torta. Para luchar y esas cosas me las quito, claro, pero eso es porque me fío más del instinto que de la visión. Reconozco que en aquel momento me sentí un poco indefensa, ahí sentada en el suelo, con mi espada tirada por un lado y mis gafas en paradero desconocido, el mundo difuminado a mi alrededor, y encima los comentarios burlones de la gente: "Vaya vaya, parece que la chica no controla su propia fuerza"... Decidí tomarlo como un cumplido, yo sé que la gente de Loguetown me respeta y no lo hace con mala intención. Pero en ese momento habría dado cualquier cosa por recuperar mis gafas, en vez de estar ahí tanteando el suelo como una idiota, esperando ver la silueta borrosa de la montura roja de pasta, o al menos sentir el tacto del cristal.

Como estuvieran rotas ya iba a ser el colmo. Menudo día...

Afortunadamente, al cabo de un momento un ciudadano se acercó y me recogió las gafas. Empezaba a pensar que nadie lo haría.

-¿Estás buscando esto? -preguntó con amabilidad.

Levanté la mirada para darle las gracias. Era un joven alto, no pude verle la cara con claridad porque, como ya he dicho, en aquellos momentos me encontraba cegata, pero me pareció agradable y honesto a simple vista. Lo cual sólo demuestra lo cegata que estoy en realidad.

-Lo siento... muchísimas gracias -le dije cortésmente, intentando sonreír.

La situación era tan incómoda que sentí que me sonrojaba. Yo. La Sargento Mayor. Menudo corte...

Y entonces él puso una cara muy rara, como si hubiera visto un fantasma. Eso lo pude ver claramente aunque no tuviera las gafas puestas. De hecho, las tenía él aún en la mano. ¿Y a que no sabéis lo que hizo entonces?

¡Me rompió las gafas!

¡Así, de repente!

¡Será bruto!

Mi cara de sorpresa y consternación debió de ser todo en espectáculo, pero me vi reflejada en la suya, porque él también parecía acabar de darse cuenta de lo que había hecho.

-¡¡Mis gafas!! -exclamé sin poder contenerme-. ¡¡Me las has roto!!

-¡Lo siento! ¡Ha sido sin querer! -se excusó él. Decidí darle un voto de confianza y aceptar que no lo había hecho a propósito, pero de todas formas eso no le excusaba de cumplir con su obligación de ciudadano:

-Está bien, pero tendrás que pagármelas -repliqué firmemente.

El chico me ayudó a ponerme de pie. Mi vista ya se estaba acostumbrando a los contornos borrosos del paisaje y centrándose un poquito, entonces pude fijarme en su expresión preocupada y consternada. También me fijé en su ropa, gastada por el uso, su pelo corto y revuelto, su aspecto descuidado...

"No", me dije, "este chico no tiene mucho dinero... casi me sabe mal pedirle que me pague las gafas. No hay más que ver cómo va vestido... Parece bastante nervioso, seguro que se está preguntando de dónde va a sacar tanto dinero". En el fondo me daba pena. Al fin y al cabo, soy responsable de la ley y el orden, pero no soy inflexible, ¿no?

Entonces tuve una idea genial.

-Sígueme -le dije, y eché a andar.

-¿A dónde vamos?

-Me has roto las gafas, ¿no? Pues ahora tienes que pagar por ellas.

-Ya te he dicho que te las pagaré -aseguró él.

Me giré hacia el chico y le miré fijamente a los ojos. Ajá. Esa mirada confirmaba mis sospechas. Eran los ojos de alguien que ha vivido poco y sufrido mucho, y desde luego, de alguien a quien no le sobra el dinero.

Hasta me dio pena y todo.

-Es evidente que no tienes mucho dinero -expliqué-. No hay más que verte. Me ocultas algo. Seguro que llevas días sin comer, probablemente tienes a tu madre enferma, o te has dejado a tu mujer con cinco niños que alimentar -reconozco que se me fue un poco la olla imaginando desgracias... pero sólo quería dejarle claro que me hacía cargo de la situación. Trató de replicar, pero le interrumpí: -Sea como sea, no te haré preguntas, no te preocupes. Has tenido suerte de encontrarte conmigo. Si haces lo que te digo, no tendrás que preocuparte por el dinero.

Me siguió dócilmente hasta el cuartelillo, refunfuñando un poco por el camino, eso sí, pero sin oponer resistencia. Mi idea consistía en darle la oportunidad de trabajar honradamente para la Marina; así quizá podría compensarme por las gafas y, lo más importante, salir de su supuestamente penosa situación económica. Ah, qué bien sienta cumplir con el deber y ayudar a la gente... o eso pensaba yo en esos momentos. Cogí un cubo y una escoba del cuarto de la limpieza y se los puse en la mano. Amablemente pero con firmeza.

-Aquí tienes. Es una suerte, el chico de la limpieza se ha marchado esta mañana, pero aún queda mucho por hacer.

-¿Qué significa esto? ¿Pretendes que limpie?

Fruncí el ceño. El chico no parecía muy dispuesto a aceptar mi caridad...

-Te estoy ofreciendo un trabajo digno y honrado. ¡Deberías ser más agradecido! Te diré una cosa: es peor ser pobre de espíritu que de bienes materiales.

En ese momento llegó un recluta para avisarme de que me estaban esperando para la instrucción. Así que fui breve:

-No te preocupes -sonreí al joven desconocido-. Ahora tengo que dejarte, pero trabaja duro y tendrás una oportunidad. ¡Ánimo!

Y lo dejé allí, con sus escobas y su trabajo, mientras yo daba unas lecciones de esgrima a los reclutas. Durante la instrucción pensé que quizá, con un poco de suerte, podría conseguir que se alistara en la Marina y dejara su vida de delincuente, o vagabundo, o vago, o lo que quiera que fuera; la Armada siempre necesitaba jóvenes fuertes y saludables dispuestos a dedicar su vida a la justicia, la ley y el orden, y encima le estaríamos haciendo un favor, porque llevaría una vida honrada y ya no volvería a tener problemas de dinero. Sí, sí, sonaba muy bien, es más, ¡me parecía una idea estupenda! Al fin y al cabo hoy había dado el primer paso, quien más quien menos, todos los Marines de rango inferior habían empezado como chicos de la limpieza, haciendo las tareas más pesadas. Hasta me di el gusto de imaginarme al desconocido vestido con su uniforme blanco, después de darse un buen baño y peinarse un poco, con la palabra "JUSTICIA" escrita bien grande en la espalda. ¡Seguro que su aspecto mejoraría mucho!

-¡Sargento Mayor! ¡Cuidado!

¡Uy! Con tanto perderme en mis pensamientos estaba empezando a perder la concentración. El chico que practicaba conmigo estuvo a punto de bloquear mi guardia, pero reaccioné a tiempo y pude contraatacar. Utilizábamos espadas de madera para practicar, y los jóvenes reclutas hacían grandes progresos, pero aún no podían desarmarme.

-Esto es todo por hoy -anuncié al cabo de un rato-. Habéis mejorado mucho, estoy orgullosa de vosotros. ¡Esforzaos un poco más la próxima vez!

-¡Sí, mi Sargento! -contestó un coro de voces masculinas.

-Hoy casi lo consigo, Sargento Mayor -dijo mi contrincante de antes con alegría.

-No te lo creas tanto -replicó su compañero dándole un codazo-. ¡Nadie puede desarmar a la Sargento Mayor!

-¡Sí! ¡La Sargento Mayor es increíble! -corearon varios.

Noté que me volvían a subir los colores. Me sentía halagada de que mis hombres me respetaran y admirasen a pesar de ser una mujer. Les sonreí agradecida. Ya se preparaban para saludar y retirarse cuando escuché voces apremiantes:

-¡Sargento Mayor! ¡Problemas, mi Sargento!

-¿Qué ha ocurrido? -pregunté, cruzando la puerta del patio de armas y regresando al cuartelillo.

Lo que vi me sobresaltó: dos de mis hombres estaban inconscientes en el suelo. Aparentemente habían sido golpeados bruscamente por un misterioso atacante.

Busqué con la mirada al joven desconocido al que había dejado ocupado en la limpieza, pero no lo vi por ninguna parte. Sólo vi tres escobas tiradas en el suelo. Y sobre la espalda de uno de los reclutas inconscientes, que estaba tumbado boca abajo, parecía haber unos papeles. Me agaché y los recogí. Sorprendida, pude comprobar que se trataba de dinero. Unos billetes desgastados y una nota:

"Para las gafas"...

Ahora tenía unas cuantas cosas más de las que preocuparme:

¿Quién había irrumpido tan bruscamente en el cuartelillo y atacado a mis hombres? ¿Qué buscaba? ¿Y dónde había ido aquel chico? ¿Le habría pasado algo? ¿Quizá se lo habían llevado? Pero si se lo hubieran llevado por la fuerza, no habría tenido tiempo de dejar la nota... Claro que también podía haberla dejado antes, si pensaba marcharse, y luego... oh, no... "Espero que no le haya pasado nada".

Decidí que, si volvía a verle, le devolvería el dinero. No me parecía justo quedármelo después de todo aquello, y menos si le habían atacado a él también; en cualquier caso, seguro que lo necesitaba más que yo. Así que me lo guardé por si acaso; me interesé por la salud de los heridos, que parecían estar bien (sólo habían recibido un golpe brusco, pero se repondrían), y los dejé al cuidado de sus compañeros. Me habría gustado quedarme, pero mi presencia allí no podría hacer nada más por ellos, y tenía cosas que hacer, así que decidí marcharme.

Lo primero que tenía que hacer era conseguir unas gafas nuevas. No podía ir por la vida sin ver, ¡como si no fuera ya bastante torpe cuando veo! Así que primero me fui a la óptica, benditas ópticas con servicio rápido "Sus Gafas en Una Hora". ¡No sé qué haría sin ellas! Porque como ya supondréis, no es la primera vez que se me rompen las gafas... ¡la vida de una Marine está llena de imprevistos!

Estoy empezando a plantearme probar las lentillas. Aunque con mi suerte, seguro que soy alérgica o algo así.

Por suerte o por desgracia, en la óptica de Loguetown ya me conocen. No tardamos mucho, porque tenían registrada la ficha con mi graduación (bastante alta por cierto) y escogí la misma montura de siempre, así que pronto pude recoger mis gafas nuevas. ¡Qué alivio!

Aunque con las prisas, ni siquiera me paré a ponérmelas, porque tenía otra cosa todavía más importante que hacer.

¿Y qué puede ser más importante que recuperar la visión?

Pues, ante todo, tenía que ir a recoger mi espada, que la había llevado a afilar a la armería del pueblo.

La verdad es que me gustaría poder hacerlo yo misma, no me gusta tener que estar tanto tiempo separada de mi Shigure. Pero claro, una espada tan importante requiere el trato de un profesional. Shigure es mi katana favorita, es mi compañera inseparable, es mi otro yo... Bueno, ya sabéis que la katana de un espadachín es su alma. De todas formas el armero de Loguetown es una persona de confianza, un poco gruñón, eso sí, pero todo un experto, así que no me preocupo demasiado. Tenía tantas ganas de volver a acariciar la empuñadura de mi Shigure que prácticamente entré corriendo en el local, fue casi un milagro que no me tropezara otra vez y me estampara contra el mostrador.

-¡Buenos días! -saludé alegremente-. ¡Vengo a por Shigure! ¿Está lista?

Dos pares de ojos sorprendidos se posaron sobre mí... y entonces yo también me sorprendí.

La otra persona que había en la tienda, a mi lado frente al mostrador, era aquel chico. Ya sabéis, el que me rompió las gafas. El que había desaparecido del cuartelillo... Bueno, ese. Y me miraba otra vez con cara rara, como si estuviera nervioso en mi presencia.

-¡Anda! ¡Eres tú! -exclamé con una sonrisa-. ¡Menos mal que no te ha pasado nada! Estaba preocupada, porque antes han atacado a varios de mis hombres y no sabía dónde estabas... -él seguía haciendo muecas y mirándome con cara rara; probablemente le remordía la conciencia por haberse ido a medio limpiar. Endurecí la mirada: -Pero si estás aquí significa que has rechazado la oportunidad que te ofrecía y has decidido huir del trabajo honrado una vez más, ¿no es así? No deberías ser tan desagradecido... Bueno, en fin -me metí la mano en el bolsillo y saqué el dinero que me había dejado antes. ¡Al menos tenía la ocasión de devolvérselo!- Toma -y sin darle la opción de replicar, le cogí la mano y le puse los billetes en ella-. No puedo aceptarlo. Tú lo necesitas más que yo. Y de todas formas, mira, ya me he comprado unas gafas nuevas -y para demostrarle que no necesitaba su ayuda, saqué mis nuevas y relucientes gafas (exactamente iguales que las que llevaba antes, para qué nos vamos a engañar, pero nuevas y enteras al fin y al cabo) y me las puse.

Uf, qué alivio volver a ver bien. Los contornos se aclararon a mi alrededor, el mundo recuperó su forma...

Y entonces la vi.

No sé si os habrá pasado alguna vez. Se llama amor a primera vista.

Yo me enamoré perdidamente aquel día en la armería de Loguetown.

Allí estaba... blanca, perfecta... estaba un poco gastada por el uso, pero la vaina seguía siendo reluciente y lisa... Era... era... una maravilla. El corazón me empezó a latir a toda prisa.

-Ahhh... esa katana... ¿no será...?

Consulté mi Guía de las Mejores Espadas del Mundo. Es mi libro favorito. Lo llevo siempre conmigo a pesar de que me lo sé ya de memoria.

Y sí. Lo era.

Entonces me emocioné de verdad, perdiendo toda mi compostura de Marine digna y respetable:

-¡¡Aaah!! ¡¡Wadou Ichimonji!! ¡¡Es Wadou Ichimonji, la auténtica!! ¿Me permites? -y sin esperar respuesta cogí la soberbia katana y la desenvainé con respeto-. ¡Qué maravilla! Mira qué hoja, qué filo, qué empuñadura... Definitivamente es una de las mejores espadas del mundo. Este ejemplar vale más de 20 millones de bellis...

Suspiré maravillada. Sólo entonces percibí ligeramente las miradas de los dos hombres que estaban conmigo en la tienda. En ese momento caí en que aquella espada probablemente pertenecía al joven desconocido. ¡Claro!, pero si ya la llevaba antes... Como no llevaba las gafas ni siquiera me había dado cuenta.

-Oye, ¿cómo es que tienes una espada tan buena?

Pero antes de que pudiera contestarme, la voz chillona del armero le interrumpió:

-¡Tú! ¡¡Maldita mocosa, me estás arruinando el negocio!!

-¿Yo? -pregunté desconcertada-. Lo siento... ¿Acaso he dicho algo malo?

-Has venido a por tu Shigure, ¿no? -me cortó secamente-. Pues hala, ya está afilada. Cógela y lárgate de mi tienda.

Y con muy malos modos, todo hay que decirlo, sacó mi querida espada de debajo del mostrador y me la tiró bruscamente a los brazos.

Me pilló totalmente desprevenida. Entre el factor sorpresa, el poco cuidado con el que me lanzó a mi querida compañera, y que yo también soy un poco torpe, perdí totalmente el equilibrio, empecé a trastabillar, me tropecé... y fui a dar de narices contra un expositor lleno de espadas. Todas ellas cayeron al suelo con gran estrépito, y yo me caí detrás.

-¡¡Maldita sea, chiquilla!! ¡¿Es que no puedes mirar por dónde vas?! -chilló el hombre, todavía más histérico-. ¡Haz el favor de dejar de destrozarme el local!

-Lo siento -murmuré azorada. Noté cómo me volvían a subir los colores. Menos mal que les estaba dando la espalda y no me vieron...

-Y tú -oí cómo se dirigía al joven de la Wadou Ichimonji-, las espadas de 50.000 están en esos cubos. Coge dos y desaparece de mi vista.

No me había quedado muy claro por qué se había enfadado tanto el tendero, ni tampoco entendía por qué el chico buscaba dos espadas de saldo teniendo una tan buena en su poder. Lo que sí sabía, después de levantarme con mi katana en brazos, era que no pensaba irme de allí tan fácilmente, por más que el armero se enfadara conmigo (ya me había disculpado ¿no?). De alguna manera, no podía salir de aquella tienda como si tal cosa. Aquel chico alto de pelo verde, que rebuscaba tranquilamente entre las espadas de oferta, pero que portaba una katana sagrada en el cinto aparentemente sin saberlo, había conseguido despertar mi interés. Así que, ignorando los gruñidos del viejo armero, me dirigí a él resueltamente con ánimo de entablar conversación.

Al fin y al cabo, aún no daba por perdido lo de enrolarlo en la Marina...

MÁS NOTAS DE LA AUTORA: El kanji que llevan los uniformes de la Marina en la espalda significa "Justicia" (según tengo entendido). Gracias a Hyacynth por la inspiración y por apoyar a Tashigi. He disfrutado mucho escribiendo esto.