Hola a todos!

Estaba viendo últimamente por la televisión que pasaban maratones de la Liga de la Justicia. Así que pensé, y si hago algo donde pueda unir la historia de la Mujer Maravilla con la de Percy Jackson?

Bueno, aquí abajo ustedes tienen el fruto de una primera parte (eso me digo mentalmente, no vaya a ser que nunca la haga) de este crossover.

Quiero que tengan muy en cuenta que Annabeth, en este fic, nunca besó a Percy. Es un factor mucho muy importante!

Sin más preámbulos, dejo que disfruten de esta historia y tengan siempre en cuenta que no soy dueño de ningún personaje.


Desperté con la sensación de estar aún en llamas. Me escocía la piel y tenía la garganta como papel de lija.

Vi árboles y un cielo azul. Oí el gorgoteo de una fuente y percibí un olor a cedro y enebro, además de a muchas otras plantas de dulce fragancia. Me llegó también un rumor de olas lamiendo una costa rocosa.

Me pregunté si habría muerto, pero sabía que no era así. Ya había estado en la Tierra de los Muertos y en ese lugar no se veía ningún cielo azul.

Traté de sentarme, pero los músculos no me obedecían.

Solo el mantener la mitad de mi cuerpo en lo que parecía ser el mar, me despabilaba, quedando casi ciego al recibir todo el sol en la cara junto a una llamativa figura que se mecía sobre mí. Cuando pude enfocar bien la vista, solo pude murmurar:

-Wow-

-Eres un hombre? – fue todo lo que recibí de respuesta por la persona sobre mí.

El rostro de la chica era asombrosamente hermoso, más que cualquier otra persona que hubiese visto en mi vida.

Tenía los ojos profundamente azulados y el pelo de color negro azabache trenzado. Su piel era clara, aunque ligeramente bronceada. Andaría por el principio de sus veinte años, aunque no era fácil saberlo, porque la suya era una de esas caras que parecen intemporales. Se puso a sonreír, fruncir el ceño como si tratase de deducir algo importante, y luego se largó a reir.

Sentía que el agua del mar se me hundía en la piel, que reparaba y curaba mis quemaduras.

-Sí…bueno, qué no lo parezco? - farfullé.

Su boca se entreabrió, como si intentase decirme algo, pero ningún sonido salió de ella.

-Y bueno…dónde estamos? – pregunté, girando mi cabeza a todos lados, viendo que me hallaba en la costa de una playa.

-Themyscira- respondió ella simplemente.

-Temi-qué? – repetí sin entender claramente.

-Quién eres tú? – ella me dijo.

Justo en el preciso instante que estaba a punto de contestarle, mi TDAH pateó con la fuerza de un toro en mi cabeza, diciéndome que me hiciese a un costado, salvándome así de una flecha que terminó clavándose en la arena a mi derecha.

-Tú! Apártate de ella! Ahora! – una mujer rubia que portaba una corona plateada me gritó.

Apareció cabalgando junto a una veintena de mujeres más en lo alto de un risco, todas apuntándome con arcos y flechas, impidiéndome el hecho de suprimir un gemido de frustración. El cual se demostró cuando pataleé en el agua como todo un adolescente maduro que soy.

-Es un hombre! Fuego! – una pelirroja con cara de furia ordenó.

Todas las jinetes obedecieron, disparándome sin importarles que la muchacha que estaba a mi lado saliese herida, por lo que tuve que reaccionar de manera instintiva, activando el reloj de pulsera que Tyson había arreglado para mí, desplegando un escudo que utilicé para cubrirnos a ambos.

-No sabía que Lady Artemisa tenía una isla solo para sus cazadoras…- murmuré lo suficientemente audible como para que mi nueva amiga me escuchase.

-Qué dijiste? – preguntó rápidamente ella, agarrándome de los hombros y acarreándome hasta estar detrás de una roca.

-Dije que no sabía que las cazadoras tenían una isla. Podrías decirle de Thalia que estoy aquí? Ella es mi prima- respondo, alzando una ceja ahora que me fijo que ninguna de ellas viste de plateado.

-Conoces a Lady Artemisa?! Y a sus cazadoras?! – exclamó la mujer joven en mi oído, aturdiéndome.

-Eh? Acaso no eres parte de su grupo? Tú sabes…odia hombres, todas de plateado, con arcos- empecé a señalar, viendo de reojo como las flechas continuaban cayendo.

-No. Nosotras somos Amazonas- declaró simplemente, lo que me hizo sentir como si mi cabeza fuese a estallar.

-QUEEEEEÉ! –

-o-o-o-o-o-o-o-

-Mmh…alguien me puede decir por qué estoy atado con una soguita luminosa? – pregunté, sintiendo como emanaba calor pero no tanto como el volcán que me hizo volar.

-Es el Lazo de Hestia, y te obligará a decirnos la verdad. Así que responde a nuestras preguntas, hombre! – la mujer rubia me gritó, intentando demostrar su poderío sobre mí.

Pero luego de ver a varias diosas o semidiosas enojadas, ya lo siento como algo normal.

-Ajá- replico sinceramente.

-Cuál es tu nombre?! – la pelirroja preguntó, frunciendo el ceño, como si intentase prender fuego mi cabeza con su mirada, casi como Clarisse cuando se enoja.

Sentí como el calor aumentaba levemente en mis ataduras, viendo como otra Amazona sostenía un extremo y ejercía más fuerza, tironeándome hacia mi izquierda.

-Percy Jackson. Y ustedes? – respondí, para luego preguntar yo.

-Somos Amazonas, no respondemos a las preguntas de los hombres- la que tenía la corona me contestó.

-Wow…ni siquiera Zoe era tan mala conmigo la primera vez…y ella me estaba apuntando con un arco las veinticuatro horas- asombrado por la terquedad que poseían, les dije.

-Ella también es una cazadora de Lady Artemisa? Cómo las conoces? – la muchacha que protegí de las flechas habló.

-Lo era, ahora está en el cielo, junto a las estrellas. Y las conocí hace un año- respondí, sin poder poner mucha oposición.

Mi propia consciencia me traicionó, ya que sentí como la culpa de aquello empezó a salir a flote, tratando de enfocar mi mirada en el suelo para que ellas no pudiesen verme.

-Cuál es tu misión aquí? – la blonda habló de nuevo.

-Ninguno. Acabé aquí luego de que la fragua de Hefestos en Santa Helena explotase tras pelear contra unos Telekhines- confesé, ya resignándome y sentándome en el suelo.

De cualquier manera, les hubiese respondido amablemente.

Las veo fruncir el ceño a todas y cada una de ellas. Algo que me empieza a preocupar y maldecirme internamente por no hacerle caso a Annabeth de escaparme con ella cuando podíamos.

-Conoces a las cazadoras. Así como dos dioses…- la que parecía ser la reina comenzó a hablar.

-Todo el Concejo Olímpico- corregí, sin necesidad de que la soguita brillante se iluminase.

-…Todo el Concejo Olímpico. Ahora, volveré a preguntarte, quién eres tú y cuál es tu misión? – terminó la supuesta reina.

-Soy Percy Jackson, hijo semidiós de Poseidón. Y mi misión es entrar al Laberinto, encontrar a Dédalo y obtener el Hilo de Ariadna antes de que lo haga nuestro enemigo…oigan, podrían quitarme esta cosa? Ya no necesito que me tengan atado para responderles…- dije, viendo que reticentemente la rubia dio la orden de que me liberen, pudiendo estirar mis brazos.

-Quién es el enemigo? – la misma mujer que ayudé dijo.

-Qué quieren decir con eso? No son Amazonas? Annabeth me dijo que ustedes trabajaban para Hera…- inclinando la cabeza hacia un costado, les pregunté.

Ellas se miraron confundidas, tratando de resolver el misterio que puse ante ellas. Lentamente empecé a mirar a todos lados, tratando de hallar alguna salida en caso de tener que escapar si llegasen a ser enemigas y aliadas de Castellan.

-Nosotras…nosotras no hemos salido de esta isla en mucho tiempo, ni comunicado con nuestra señora…podrías respondernos por favor?- la rubia respondió sinceramente.

-Kronos se está alzando junto a los demás titanes y algunos aliados. Es nuestro trabajo evitar que eso suceda o todo perecerá y volveremos a como era antes- contesto, solo para quedarme sordo cuando todas las mujeres empezaron a hablar a la vez.

Aún estaba medianamente cansado por la pelea que tuve antes de llegar aquí, por lo que aproveché que había una pequeña laguna y sumergí mi mano con el fin de recuperarme.

Pausadamente los gritos fueron silenciándose, por lo que tuve que mirar por encima de mi hombro derecho para ver que pasaba, lo último que necesitaba era ser abandonado en un lugar que no tenía la más remota idea de donde quedaba.

Todas estaban mirándome fijamente, casi como aquellos niños que le brillaban los ojos en esa película que vi hace tiempo. Estaban poniéndome nervioso, ya que poseían la misma manera de imponerse sobre uno como las cazadoras.

-Ehhh…hice algo ahora? –

-Eres un príncipe? – preguntó una de las Amazonas, por lo que yo la miré como si le hubiese crecido otra cabeza.

-Qué? No! Poseidón ya tiene un hijo con ese título. Yo solo soy Percy- respondí, rascando mi nuca.

Algunas de las mujeres sonrieron por lo que dije, pero no entendí el verdadero motivo. Incluso la que parecía una reina ocultó su mueca con su mano derecha. Me sentía como un infante del que todos se le burlan por algo que dijo y no le quieren explicar.

-Podrían decirme sus nombres al menos? Es raro hablar con alguien sin poder llamarlos como se debe…- les comenté, dándoles ojitos de foca en caso de que quisiesen oponerse.

Según los campistas, cada vez que los hacía, funcionaban.

-Mi Reina, qué está haciendo ese hombre? Siento como debería abrazarlo- una de las mujeres más jóvenes le preguntó a la dama blonda.

-Deja a mis Amazonas en paz, Percy Jackson. En cuanto a mi nombre, soy la Reina Hipólita. Y la joven que te encontraste, es mi hija Diana- decidió revelar su identidad la dirigente de la isla, así como la joven de ojos azules.

Les dediqué una sonrisa de agradecimiento, algo que le produjo un rubor a Diana, tal como lo había visto antes en Annabeth y Rachel, pero no comprendí la razón. Sabía que seguro era algo sencillo que cualquiera comprendería, pero ahora mismo estoy más preocupado por otras cosas.

-Gracias por responder mi pregunta, Reina Hipólita…pero ahora me podría decir como salgo de aquí? Necesito ir de nuevo al Campamento Mestizo, o sino todos pensarán que he muerto-

-Dónde queda ese Campamento? Y quién está al mando? – la reina interrogó.

-Long Island, Nueva York. Y está bajo la supervisión de Quirón y Dionisio- les dije, tratando de sonar lo más amigable posible con el nombre del sujeto que nos pone apodos.

-Qué hace un dios en un campamente para semidioses? – la pelirroja que anteriormente quería matarme, dijo.

-Está castigado por su padre. Al parecer persiguió a una ninfa que no debía…- comenté, tratando de no mitigarles la imagen de grandeza que podían llegar a tener de algunos dioses.

-Por qué no me sorprende? Después de todo, así son todos los hombres que están fuera de esta isla- replicó ácidamente la Amazona de pelo rojo.

-Hey! No todos somos como él o como Hércules! Algunos si podemos hacer cosas buenas! – protesté, frunciendo el entrecejo al ser comparado nuevamente de esa manera.

Un chasquido de lengua producido por Hipólita me advirtió que uno de los dos nombres le sabía mal. Y la verdad no me sorprendería que fuese aquel que engaño a Zoe. Con todo el prontuario que tiene ya.

-No me diga nada. Hércules, verdad? – pregunté, masajeando el puente de mi nariz.

-Acaso hay alguna historia sobre nosotros que tú sepas? – la reina comentó.

-No, pero si sabemos que obtuvo su cinturón en una de sus Doce Pruebas. Y conociendo ahora que él engañó a alguien para conseguir una manzana dorada, no me sorprendería que haya hecho algo similar aquí…Ese sujeto es un idiota y ningún campista lo quiere, así que el odio que le tenemos es mutuo- conté, tratando de no sonar tan agresivo cuando hablaba del mimado hijo de Zeus.

Eso pareció elevar el ánimo de todas ellas, lo que me hizo soltar un suspiro que tenía en mi pecho sin darme cuenta. Al parecer el odio hacia ese sujeto es legendario. Aunque ahora más que nada, necesito ir a ayudar a los demás, espero que nadie haya atacado al campamento.

-Es bueno saber que al menos algunos de ustedes no son como él. Ahora, es nuestro deber el ver que regrese con seguridad a las afueras de Themyscira- Hipólita dijo en voz alta, para que todas sus seguidoras la oyesen.

-Madre, quiero ser quien lo ayude a regresar a su mundo- Diana dijo, acercándose a mi lado, lo que me hizo sentir como si tuviese fiebre en mi cara.

-No tienes la experiencia necesaria para liderar tal expedición. Como en las antiguas épocas, un torneo determinará nuestro emisario hacia el mundo exterior. Artemisa, has los arreglos- la reina dejó en claro, retirándose al interior de un templo, llevándose consigo la soguita luminosa.

-o-o-o-o-o-o-o-

-Sabes, eres casi igual a la diosa por la que te llamaron. No tendrás un hermano que recita poesías? – pregunté a la pelirroja a mi lado, mientras observaba como Diana peleaba contra otra Amazona con sus espadas.

-Lord Apolo recita poesías? – sorprendida replicó.

-Bueno…no son poesías ahora, sino haikus…en fin, el hecho es que nunca puede lograr que rimen y por eso mismo, su hermana se molesta y le dispara- le explico, riendo un poco al recordar lo que Thalia me contaba en los mensajes Iris.

-Pensé que eran más serios…- la Artemisa Amazona susurró.

-Lo son, pero solo en ciertos momentos. Como cuando peleé contra Ares po…- comencé a contarle, solo para ser interrumpido por la reina que se sentaba a mi izquierda en su gran trono.

-Peleaste contra un dios!? –

-Sí, fue en mi primera misión, y solo lo hice porque nuestro abuelo lo estaba controlando de alguna manera para que robara los símbolos de Zeus y Hades con el fin de que inicien una guerra contra mi padre- narré, mirando al suelo cuando sentí que incluso las guardianas me observaban con ojos grandes.

-Le ganaste? – una de las que trabajaba como seguridad me preguntó.

-Mmh…técnicamente, sí. Pero antes de irse me maldijo con no poder alzar mi espada en el momento de más necesidad, y luego tomó su forma divina para desaparecer-

-Cuantos años tenías, pequeño hombre? – la pelirroja dijo.

-Doce, en unos meses cumpliré quince- respondí.

-Tuviste otras misiones? – la reina quiso averiguar, sin prestar demasiada atención a lo que estaba ocurriendo en el concurso donde Diana estaba ganando.

-A los trece fui con otros campistas a recuperar el Vellocino de Oro en el Mar de los Monstruos. Y a los catorce tuvimos que rescatar a Artemisa, quien fue raptada por Atlas y la obligó a sostener el cielo- relaté, jugueteando con el mechón blanco de mi cabeza tras recordar esa maldita misión.

-Eres un gran héroe, pequeño hombre- Artemisa me dijo.

-No lo soy…si lo hubiese sido, Bianca y Zoe aún estarían con vida- apretando fuertemente mis puños, volviendo blanco mis nudillos, murmuré.

El clima sombrío que se gestó por mis palabras fueron rápidamente reemplazadas cuando las Amazonas de los palcos empezaron a festejar al ver que Diana había ganado la última prueba, la que consistía en detener flechas con unos brazaletes.

Lentamente fue ascendiendo las escaleras que nos separaban, para finamente inclinarse ante su madre.

-Has peleado con honor e inteligencia. Que los dioses vayan contigo y con los regalos que te hemos dado para que acompañes en tu misión de emisario en señal de respeto y paz. Así como también te damos unos brazaletes forjados por Hefestos y bendecidos por Zeus. Y finalmente el Lazo de la Verdad, otorgado por Lady Hestia a través de una flecha desde el Monte Olimpo. Ahora, revélate a ti mismo, para que podamos ver quien tiene el honor- dijo Hipólita, lo cual me confundió un poco, ya que debería de haberse dado cuenta que era su hija…

Diana se quitó el casco de bronce que portaba, dejando caer su pelo azabache como una cascada infinita, revelando sus ojos azules y sonriéndome, lo que me hizo volver a sentir que mi pecho se comprimía sin razón alguna.

La reina se quitó su corona, entregándose a su hija, en señal de confianza.

-No tengo ninguna duda de que nos servirás bien, mi hija. Ahora ve a cambiarte para que puedas marchar- finalizó la Reina de las Amazonas.

-o-o-o-o-o-o-o-

Cuando regresó Diana, solo pude concentrarme en no tener la boca abierta y babeando. Era mucha más bella que Afrodita misma, tenía su pelo sujetado con dos coletas, reemplazando la trenza que le vi la primera vez. Utilizaba lo que parecía ser un traje de baño enterizo de color rojo, gris y azul, en conjunto con unas botas azules que alcanzaban a medio muslo y guantes sin dedos que llegaban hasta casi sus hombros del mismo color. Portaba una espada que lucía similar a Backbiter, pero con un águila en la guarda, y también su lazo en la cintura. En síntesis, llevaba tanto azul que básicamente se había ganado mi aprobación.

-Y bien? Cómo luzco? – burlonamente me preguntó Diana.

-Yo…eh…luces bien, pero creo que deberás taparte un poco cuando lleguemos al campamento…- trato de no balbucear tanto, pero ver lo hermosa que era me trababa la lengua.

-Por qué? Acaso tengo algún problema usando mi traje de batalla? –

-NO! NO! Es solo que…- intento decirle, pero no puedo hallar las palabras justas.

-Es solo que…? – repite ella después de mí.

-Olvídalo, solo fue una tontería mía- pretendo fingir distracción para que se olvide de la charla.

-Mmh…vale. Y ahora, cómo llegaremos al Campamento Mestizo? Tenemos barcas, pero no veo que lleguemos a tiempo como tú deseas…- la hija de la Reina Amazona comentó.

-Incluso si utilizase aquel tubo que Hermes me dio en el Mar de los Monstruos no llegaríamos. Si tan solo pudiésemos vol…SOY UN IDIOTA! – exclamé, golpeando mi frente con la palma abierta, desconcertando a la Amazona que me iba a acompañar a sus hermanas que nos observaban desde unos metros de distancia.

-Qué? Qué sucede? – Diana preguntó, mirándome de cerca.

No le respondí, solo respiré profundamente y me llevé mis dedos a la boca, emitiendo un chiflido al cielo, lo que hizo ganar miradas interrogantes de todas las habitantes de la isla, solo para que abriesen grandes los ojos cuando vieron que Blackjack apareció descendiendo desde el cielo frente a mí y a Diana.

-Blackjack! Llegaste rápido! –

-Hola Jefe! Veo que a cambiaba a la rubia por una hembra más bonita! –

-No digas eso! Y no he cambiado a nadie por nadie! Ni siquiera estábamos juntos! –

-Seguro Jefe. Cree que tengan donuts? O me puedan peinar la crin? –

-Estamos en una isla en medio de no sé dónde…no creo que tengan donuts. Y ahora mismo no es tiempo para que te peinen! –

-Ohhh…vamos Jefe, estoy seguro que si se los pide, ellas puedan hacerlo. Incluso su novia ya comenzó! –

-Estoy seguro de que primero te castrarán y no habrán más Mini-Tú. Y por última vez, Diana no es mi novia! –

-Conque ese es el nombre de mi nueva Jefa? Estoy seguro de que mi Señor estará feliz de oír que has dejado de juntarte con esa rubia…-

-No es tu Jefa y no le dirás nada de mi padre! Si me entero que lo hiciste, nunca más comerás donuts! –

-No! No dije nada, Jefe! Soy un lindo pegaso muy obediente! –

-Y deja de decirme Jefe! Ya me cansé de repetirte que me llamo Percy! –

Apenas pude terminar de discutir con Blackjack, me di cuenta que todo este tiempo había tenido una audiencia que me miraba como si estuviese loco o quisiesen matarme para hacer una linda alfombra con mi piel.

-Estabas hablando con el pegaso? – Diana me preguntó, con sus ojos brillando como si fuese una niña.

-Mi padre es el creador de los caballos, así que puedo entenderlos…aunque hay veces que no me gustaría hacerlo- confieso.

-Yo también lo quiero mucho, Jefe-

Me inclino respetuosamente ante la Reina Hipólita y las demás Amazonas, quienes devolvieron gentilmente el saludo, sin contar que la mujer rubia a cargo de la isla me indicó que debía cuidar a su hija con mi vida, a lo que yo asentí y me prometí internamente que no dejaría que algo malo le sucediese. Ya había fallado con Bianca y por ello mismo Nico me odiaba.

Me miré fijamente con Diana, quien emitió una pequeña sonrisa que me sonrojó pero al final se la devolví, lo que puso sus mejillas un poco rosadas. Me subí sobre Blackjack, para posteriormente ayudarla a que se siente detrás de mí, dejando que sus manos envuelvan mi cintura y emprendamos vuelo, dejando atrás a la Isla de Themyscira.

-Ya las extrañas? – pregunté, al ver por encima de mi hombro un brillo de melancolía en sus ojos azules.

-Sí…son mi familia después de todo- respondió, abrazándome con un poco más de fuerza.

-Puedes volver con ellas luego de que lleguemos al Campamento Mestizo. Si quieres, puedo prestarte a Blackjack-

-Gracias, Percy. Pero lo que mi madre no te dijo, es que mi misión es estar a tu lado…hasta que la guerra termine- dijo ella, sorprendiéndome hasta el hueso, pero luego sentí como si dijese la última parte con un tono de mentira…

-Pero…dónde te quedarás? Sé que Lady Hera puede prestarte su cabina, después de todo eres su seguidora. O quizás pueda preguntarle a mi padre para que te deje convivir en la mía. Y cuando tenga que irme del Campamento para ir a la escuela, dónde vivirás? – preocupado, cuestioné.

-Hmm…no lo sé. Puedo quedarme contigo? – ella replicó inocentemente, lo que me sonrojó aún más por ver como alguien de su edad podía verse tan linda.

-Yo-yo-yo…podría preguntarle a mi madre. Ella es muy buena y de seguro te dejará vivir con nosotros- le dije, lo que la hizo sonreír, y por ende a mí también.

-Vaya, Jefe. Ya está invitando a su pareja a su casa? Ni siquiera yo soy tan rápido! –

-No digas eso, Blackjack! –

-Oh, y por qué no? Después de todo, usted parece disfrutar mucho la compañía de esa hembra. Quizás pueda darle algunos consejos, como por ejemplo, cuando esté en los establos, usted podría ponerse encima de ella y…-

-AHHH! Deja de decir eso! No quiero oírlo! No le haré nada de eso! –

-Percy? Ocurre algo? – Diana me preguntó en el peor momento de mi vida.

-Qué? NO! Nada, nadita! Solo estaba discutiendo sobre…DONUTS! Sí, eso. Donuts- exclamé, moviendo mis brazos de lado a lado para dar más énfasis.

Me miró con el ceño fruncido por varios segundos, lo que me incomodó a más no poder, ya que nunca fui bueno para inventar excusas. Me relajé cuando se tranquilizó, pero luego volví a sudar como testigo falso cuando sentí un calor alrededor de mi pecho, solo para descubrir que me había atado nuevamente con su soguita luminosa detectora de mentiras.

-Sé que me estás mintiendo, Percy. Así que te lo preguntaré una vez más…qué te estaba diciendo Blackjack desde que llegó? – me preguntó con una sonrisa en su cara.

Intenté resistirme, pera cada vez que lo hacía, el calor aumentaba, llegando al punto de sentirse como cuando estaba en el volcán. Era privado. Mis pensamientos eran privados, y esto era violencia policiaca.

-Blackjack cree que eres mi novia y que mi padre te aprobaría ya que él cree que estoy con Annabeth, una hija de Atenea. Pero eso no es todo, mi pegaso me está dando consejos sobre cómo….cómo…- empecé a concentrarme para no responder algo más, ya que mi cara estaba totalmente roja de la vergüenza al igual que sus mejillas se habían puesto rosadas nuevamente.

-De qué te estaba dando consejos Blackjack, Percy? – apretando el lazo, volvió a preguntarme, avasallando mis defensas.

-Sobre cómo debía llevarte al establo y ponerme sobre ti- respondí, para luego agachar la cabeza debido a que me daba vergüenza mirarla a la cara.

Ni siquiera Blackjack volvió a hablar por un largo rato, siendo el único sonido que se podía escuchar, las olas del océano y el batir de las alas negras. El lazo aún seguía atado a mi pecho, pero Diana mantenía sus manos en mi cintura, sintiendo su respiración en mi nuca, así como dos cosas blandas como almohadas en mi espalda.

-Qué piensas de mí? – interrogó de nuevo, haciendo brillar el regalo de Hestia.

-Que eres más linda que Afrodita o cualquier otra mujer que haya visto en mi vida. Puedes quitarme esto? Es vergonzoso tener que decirme mis pensamientos…-

-o-o-o-o-o-o-o-

Cuando tocamos tierra, el campamento parecía desierto. Era media tarde, pero en el campo de tiro al arco no había nadie. El muro de escalada seguía rugiendo y arrojando lava para nadie. En el pabellón, nada.

Me costó un poco de tiempo tratar de hallar a los demás, ya que tuve que darle un recorrido a Diana, la cual parecía una niña en un parque de diversiones. Algo similar a cuando yo llegué por primera vez aquí.

-Percy, hay humo viniendo de ese lado- señaló la Amazona.

-Es el anfiteatro…pero es demasiado temprano para una fogata. Y tampoco creo que estén asando malvaviscos para nosotros. Ven, vamos a ver- tomando su mano, empecé a guiarla.

-Qué son malvaviscos? – preguntó ella, casi haciéndome caer, pero luego recordé que vivió encerrada en una isla durante mucho, mucho tiempo.

-Son bombones dulces. Te gustarán cuando los pruebes- le dije, prometiéndole que le enseñaría todo lo posible de este mundo que ella desconoce.

Aún no habíamos llegado, cuando oímos que Quirón hacía un anuncio. Al comprender lo que decía, nos detuvimos en seco.

-… aceptar que ha muerto. Después de un silencio tan largo, no es probable que nuestras plegarias sean atendidas. Le he pedido a su mejor amiga que haga los honores finales- expuso.

Llegamos a la parte trasera del anfiteatro. Nadie reparó en nosotros dos. Todos nos daban la espalda y miraban a Annabeth, que tomó un largo sudario de seda verde con un tridente bordado y le prendió fuego.

-Están quemando tu sudario? Ni siquiera se esforzaron en buscarte, solo rezaron? – alzando una ceja, preguntó la Amazona a mi lado, sonando un tanto indignada.

-No es la primera vez que me creen muerto…uno se acostumbra con los años- trato de quitarle importancia.

Ella volvió su rostro hacia la audiencia. Tenía sus ojos azulados con un brillo de enfado, apretando con fuerza descomunal mi mano, sintiendo como los huesos crujían mientras seguíamos oyendo lo que Annabeth decía.

-Era seguramente el amigo más valeroso que he tenido. Él…Está allí! – exclamó al verme, cosa que hizo que todos girasen al mismo tiempo, pareciendo a esas suricatas que una vez vi en un documental.

Beckendorf me abrazó, luego de reaccionar al ver a Diana, para luego dejar que Annabeth hiciese lo mismo mientras la cabina de Ares maldecía. Quirón galopó hasta nosotros, dividiendo la multitud en dos, luciendo una sonrisa de felicidad.

-Bueno, creo que nunca me he alegrado de ver a un campista regresar luego de dos semanas sin comunicación. Y…puedo saber quién es ella? – el entrenador de héroes preguntó, mirando a mi nueva amiga.

-Quirón, ella Diana. Diana, él es Quirón- los presenté, sintiendo como todos los campistas empezaban a mirar fijamente el cuerpo de la Amazona, por lo que los fulminé con la vista, haciendo que miren al suelo o al cielo.

-Es una semidiosa? – me preguntó el centauro.

-Soy una Amazona de la Isla de Themyscira, y mi misión es estar al lado de Percy…hasta que la guerra acabe- dijo Diana, lo que dejó en seco a Quirón.

Si hubiese tenido algo en sus manos, de seguro que lo hubiese dejado caer al suelo, los demás miraban confundidos, incluso los hijos de Atenea que por lo general sabían todo sobre el mundo, lo que me reveló que definitivamente las Amazonas habían estado aisladas mucho tiempo.

-Quizá deberíamos discutir esto en privado, no crees? Los demás, regresen a sus ocupaciones – ordenó el centauro.

Sin darnos tiempo a protestar siquiera, nos agarró a Diana y a mí con la misma facilidad que si fuéramos dos gatitos, nos colocó sobre su lomo y nos llevó al galope hacia la Casa Grande.

-o-o-o-o-o-o-o-

Luego de platicar largo rato con Quirón y explicándole donde había quedado varado, llevé a Diana a la arena para ver lo que Quintus había abandonado en su fuga.

La Señorita O'Leary, en efecto, estaba allí acurrucada, como una montaña negra y peluda, masticando con desgana la cabeza de un maniquí de combate.

En cuanto nos vio se puso a ladrarnos y se me acercó dando saltos tras echar para atrás a mi nueva amiga, quien protestó. Creí que era hombre muerto, pero solo atinó a tirarme al suelo y empezar a lamerme la cara mientras Diana comenzaba a reírse y le rascaba las orejas, casi como una niña con mascota nueva.

-Veo que se te ha pasado el enojo- comento.

-No estaba enojada- replicó la mujer de ojos azules.

-Si quieres, puedo utilizar ese lazo contigo- sonriendo, le dije.

-…Solo quería ver al hombre que entrenó a aquel que engaño a mi madre, con la creencia de que era alguien malo. Pero si tú eres un vivo ejemplo de su nuevo empeño, entonces puedo confiar en el entrenador de héroes- confesó la linda Amazona.

-Tampoco soy tan grandioso, cualquiera podría haber hecho lo que me encomendaron. Aparte…por qué no me dijiste que eras una princesa? – le pregunté, fingiendo enfado y cruzando mis brazos sobre mi pecho.

-No soy una princesa. Solo soy Diana de Themyscira- respondió feliz, imitándome.

No pude evitarlo, solo le sonreí y luego empezamos a reírnos por un juego que solo nosotros íbamos a conocer. Era la primera vez que compartía un vínculo privado con alguien, femenino al menos, ya que Grover tenía un enlace empático conmigo.

Volví a tomar su mano, o mejor dicho ella lo hizo, y la llevé a mi cabina luego de que me dijese que no pensaba separarse. Dormimos en literas separadas, prestándole la mía mientras yo procedía a descansar en la que Tyson utilizaba.

Cuando el sol volvió a ponerse en el cielo, le presté unas mudas de ropas mías para que se cambiase, agradeciendo posteriormente a que básicamente tuviésemos la misma estatura y cubrirse casi todo su cuerpo, ya que me sentía como si quisiese arrancarles las cabezas a todos los campistas que miraban embobados a Diana.

Argos nos llevaba en su furgoneta por la carretera de Manhattan, aprovechando que era sábado y no había mucho tráfico. Puede que no hablase, pero si se podía reír ante la cara de asombro que la Amazona a mi lado tenía, preguntándome que eran algunas cosas que veía, a lo que pacientemente le respondía.

Nos dejó a dos calles del apartamento de mi madre, donde aproveché para llevar a Diana entre la gente y se acostumbre a la vida en la Gran Manzana. Cuando pasamos junto a un vendedor de helados, sentí que no podía avanzar más, descubriendo que la razón se debía que cierta Amazona se había quedado congelada viendo los conos con una o dos bolas de sabores.

-Quieres un helado? – le pregunté, sintiendo que era mi deber el consentirla en algunas cosas.

-Helado? – repitió confundida ante lo que parecía ser una palabra nueva en su vocabulario.

Me acerqué al vendedor, pidiéndole que me dé dos de frambuesa, entregándole uno a Diana mientras el otro pensaba comerlo yo.

-Toma, lámelo o dale pequeños bocados a menos que quieras que se te congele el cerebro- le advertí.

Vi que le dio un diminuto mordisco, para que inmediatamente se quede quieta y vuelva a detener mi marcha. Me miró con los ojos grandes, como si fuesen a salirse de su órbita, y luego me gritó:

-ESTO. ES. MARAVILLOSO! USTED, VENDEDOR! DEBERÍA ESTAR MUY ORGULLOSO DE SU TRABAJO!–

-Venga, Diana. Tenemos que ir a casa de mi madre. Luego te compraré otro helado- empecé a llevármela, ya que presentí que si la dejaba más tiempo, la perdería a manos de un postre.

Cuando el reloj marcó el mediodía, llegamos a casa de mi madre, donde apenas pude abrir la puerta, ella se abalanzó sobre mí y me abrazó fuertemente. Saludó a mi amiga, ya que tuve que presentarlas, y nos sentamos a la mesa de la cocina, comiendo galletas azules de chocolate mientras le contaba todo lo que había pasado desde el día en que entré al Laberinto.

Luego de relatarle todo, aunque un poco bajado de tono para no preocuparla, le pregunté si era posible que Diana pudiese quedarse con nosotros, al menos el tiempo en que no estuviésemos en el campamento. Por lo que ella lo pensó y dio el visto bueno. Pidiéndonos, entiéndase obligándonos, a prometerle que no haríamos nada indecente, lo que me valió un rubor de vergüenza mientras que la Amazona a mi lado asentía con una sonrisa en su cara.

Puedo jurar que ella no es tan inocente como me quiere hacer creer en algunas cosas…

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Logramos detener a Kronos por un tiempo, derrotando a Kämpe, siendo bendecidos por Pan y eliminando el Laberinto luego de que Dédalo, o Quintus, muriese. A Annabeth no le parecía buena idea que Rachel fuese con nosotros ya que solo era una mortal con visión clara, y mucho menos Diana quien le explicó que no podía separarme de mí ya que era su misión.

Luego de que con Diana decidiésemos abandonar el Campamento Mestizo e ir a celebrar mi cumpleaños con mi madre, Tyson y Paul Blofis. Mientras estamos disfrutando de un poco de torta, mi padre llega para darme las noticias de que teme que Kronos haya sido derrotado temporalmente, así como también Tifón se agitó en su sueño cuando el volcán de Santa Helena estalló. Pero lo más memorable que me quedará en la mente, fue cuando vio a Diana comer felizmente una porción de pastel, viendo como su cara se ponía blanca como un papel para luego sonreír alegremente.

-Vaya, hijo. Y yo que no creía en las palabras de Tyson y Blackjack sobre que tenías una novia que no era aquella hija de Atenea- proclamó feliz.

-Milord Poseidón! Es un gusto verlo! – exclamó la Amazona de ojos azulados.

-Es recíproca la sensación, pequeña. Ahora, podría saber el nombre de mi futura nuera? – le preguntó, mofándose de mí a pesar de que yo intentaba negarlo mientras los demás se reían.

-Soy Diana de Themyscira. Hija de la Reina Hipólita y, Amazona- se presentó la muchacha que me hacía sonrojar cada vez que no quejaba que le dijesen que era mi novia.

-Mmh…veo que has heredado el gusto de Teseo, Percy. Si no mal recuerdo, él estuvo casado en un tiempo con Hipólita, aunque me hubiese gustado que él nunca la hubiese abandonado. Diana, si quieres ser parte de mi familia, te recomiendo que uses ese lazo que mi hermana les regaló y ates a mi hijo. Lo último que quiero, es verlo junto a la hija de Atenea- le indicó, a lo que yo solo podía abrir la boca y tratar de producir algún sonido.

Diana me miró de reojo, con un brillo en sus ojos que me paralizó para luego reir de forma cristalina que me relajó. Soltando su lazo y atándomelo a la muñeca izquierda para luego jalarme hacia ella.

-Lo tendré muy en cuenta, Lord Poseidón. Hice un trato de que estaría a su lado. Y un trato es una promesa. Y una promesa es inquebrantable- dijo ella con orgullo y seguridad.

-Padre! No somos novios! Deja de burlarte de mí! – le reclamé, sintiendo que tenía fiebre en mi cara.

-Está bien, hijo. Ahora debo irme, tengo que hablar con mi hermano. Cuídense y no me hagan abuelo tan pronto! – comentó.

Él solo se rio y procedió a retirarse, donde solo pasaron cinco minutos para que alguien más llegase al apartamento de mi madre. Nico apareció, mirando primero a mi muñeca que aún mantenía el lazo atado, por lo que tácitamente me preguntó que pasaba mientras yo solo hice un breve resumen. Luego de gozar mi desgracia, me contó de una forma en la que sería capaz de enfrentarme al ejército enemigo y derrotar a Kronos, por lo que dicho eso, le invité a que pasase con mi familia mi cumpleaños número quince.

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Paul me había dejado utilizar su Toyota Prius, aunque no debería ya que no cumpliría dieciséis hasta la semana próxima, para ir con Diana a una playa privada de la costa sur, sin ninguna persona cerca que nos pudiese observar siquiera por casualidad. Había vuelto a vestirse con el mismo uniforme que su madre le había dado, ese que tan bien le sentaba y por lo general lo utilizaba como motivo para burlarse de mí.

Cada pequeño momento a solas que tenía con la Amazona, lo aprovechábamos para pasar un buen tiempo, ya sea entrenando como si no hubiese mañana, o llevándola a distintos lugares de la ciudad, enseñándole museos que por lo general nunca hubiese visitado o comprándole comida que nunca probó.

Ahora mismo, estábamos sacándole provecho a la arena para entrenar arduamente, soltando chispas con nuestras espadas y tratando de zafarnos cada vez que nos intentábamos subyugar con alguna técnica de sumisión.

-Ni siquiera con Clarisse puedo entrenar al mismo ritmo que contigo, princesa- le digo, burlándome de ella con el apodo que no le agrada.

-Admito que eres el reto más memorable hasta el día de hoy, príncipe- replica velozmente, burlándose de mí.

-Al menos esta vez no estás utilizando tu lazo. No todos tenemos uno…- hago una faneca mientras llevó una mano a mi corazón.

-Oh, pobre príncipe. Acaso quiere que le regale uno para su cumpleaños? – dijo ella, aprovechando mi momento de actuación para enlazarme con la maestría de un vaquero.

-Oye! No soy un toro de rodeo para que me tengas así! Solo te aprovechas de mí porque eres mayor- le recrimino, siendo abrazado y sonrojándome en consecuencia.

Aún me daba vergüenza tener ciertos pensamientos productos de mis hormonas, pero la verdad es que me sentía alegre y en paz cada vez que ella me abrazaba, incluso en los días en que ella estaba de mal humor o nostálgica de su tierra natal, donde yo le ayudaba a realizar Mensajes Iris para que hablase con su madre o hermanas.

-En qué piensas, Percy? Últimamente has estado muy disperso de mente en nuestros ratos libres- señala la mujer joven con pelo azabache.

-Es la profecía…en una semana, el peso del Olimpo recaerá en mis hombros…es demasiada presión para mí. Solo quiero ser Percy Jackson, no un superhéroe como los de las historietas- le cuento, apoyando mi frente en la suya inconscientemente.

-Hemos entrenado, no? Hemos gastado cada segundo que tenemos en ser los mejores en nuestros aspectos, no? Así que no te sientas presionado, sabes que no te dejaré solo. Ese es nuestro trato- me anima ella, apretando su abrazo, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío.

Me gusta cuando estamos así, aunque me gustaría decírselo. Me gustaría decirle que me gusta, pero tengo miedo al rechazo.

Ahora que recuerdo, ha habido algo que siempre le he querido mostrar a ella desde el día en que llegamos juntos al Campamento Mestizo.

-Diana, confías en mí? – le pregunto, separándome levemente y controlando mi rubor.

-Por qué lo preguntas? – ella dijo, alzando una ceja.

-Confías o no en mí, Diana? – repetí mi pregunta con una mirada seria.

Ella me miró con sus ojos azulados que siempre me hipnotizaban y me decían que ya los había visto en algún lado antes. Me miraba como si tratase de desentrañar el motivo de mi pregunta, tratando de saber si pensaba hacerle una broma como las que acostumbrábamos o si se trataba de algo serio.

-Vale, confío en ti. Pero si me llegas a hacer una broma como en el parque de diversiones, te mato! – amenazó la Amazona, apretando el lazo para luego soltarlo y enrollarlo.

Tomé su mano, llevándomela hacia el agua del Océano Atlántico, encargándome de que no se mojase mientras avanzábamos hasta que estábamos completamente sumergidos para luego crear una burbuja de aire a nuestro alrededor, hundiéndonos y viendo la fauna submarina.

Los peces nadaban a los costados de la burbuja, oyendo como me saludaban, contándole a mi amiga lo que ellos decían con el único fin de sacarle una sonrisa radiante. Vi que estaba maravillada, moviendo su cabeza de lado a lado con el único fin de poder ver lo que podía. Nuestras manos aún no se separaban, viendo como los dedos se entrelazaban con naturalidad.

Estaba tan concentrado en los pequeños detalles de ella, que fue tarde cuando me di cuenta que me miraba con preocupación.

-Qué pasa ahora? Por qué no hablas? – preguntó, observándome con detenimiento, acercándose aún más a mi cara.

-Yo…yo…me prestas tu lazo? – le pedí, señalando el dichoso objeto que utilizaba para torturarme en momentos que no quería decirle donde escondía las galletas de mi madre.

Me miró como si estuviese loco, pero al cabo de unos segundos, hizo un nudo en mi antebrazo, empezando a brillar sin que ella lo ordenase.

-Diana, sabes que hay una profecía sobre mí, y existe la gran posibilidad de que no lo logre. Así que solo te diré que desde el momento en que caí en Themyscira, yo he sido realmente feliz a tu lado. Y te he pedido que me ates con tu lazo ya que mis nervios me traicionarían en decirte que te amo- mi voz sale rápida de mi boca, sin perder tiempo al final para unir mis labios a los de ella.

Cerré los ojos por un instante luego de separarme, esperando que me rechace o me abofetee por mi desfachatez, pero al sentir que nada de eso sucedía, los abrí, descubriendo que ella solo me miraba con sus ojos grandes y la boca semiabierta.

Empecé a entristecerme, pero cuando me percaté que su mirada se volvió la de un animal que estaba a punto de matar a su presa, me sorprendí. Sus brazos pasaron por detrás de mi cabeza, y con fuerza, me besó.

Sus labios saben a nubes tormentosas. Son deliciosos y me prometo que serán los únicos que pruebe en mi vida.

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El suplicio pareció eterno, el avanzar a oscuras en una batalla final que nadie sabía cómo podía finalizar realmente. Peleé hombro a hombro con Diana, protegiéndola contra cualquier monstruo que se le aproximase a menos de cinco metros, mientras que ella bailaba con su espada entre el enemigo, creando una danza mortal que hipnotizaba a todos, realizando movimientos que parecían secuencias de fotografías en un paisaje urbano y devastador.

Su cabello negro fluía en el aire como si tuviese vida propia, moviendo su espada como si tuviese la flexibilidad de un látigo, decapitando y dividiendo los cuerpos monstruosos de las hordas del Titán del Tiempo. Saltando con la agilidad de un cervatillo sobre ellos y arrojándolos hacia el cielo tras haberlos enlazados con el regalo de Hestia.

Ella se había vuelto mi ancla cuando me bañe en el Río Estigia, ella me había acompañado cuando convencimos a Hades para que se uniese a la batalla, así como también me acompañó al reino de mi padre para defenderlo del ataque de Océano y poder así que vaya a ayudar en la batalla contra Tifón.

En tierra era una excelente Amazona, en el agua era una hermosa sirena guerrera. No podía desprender mis ojos de su forma de pelear y disfrutar el estar viva. Lo había prometido, incluso si nunca se lo dije, el cuidarla con mi vida. Hera tenía razón, mi defecto fatal podría condenar a todos, pero a fin de cuentas, habría valido la pena.

Cuando llegó el momento decisivo, Diana estaba a mi lado, así como Annabeth. La pelea fue dura, fue uno contra uno, donde tuve que esforzarme aún más que cuando entrenaba con mi novia. Pelear contra un titán fue lo más difícil que he hecho en mi vida, e incluso con la Maldición de Aquiles, podía sentir los golpes y la desesperación cuando Kronos utilizaba sus poderes sobre el tiempo. Fue gracias al lazo de Diana y las palabras de Annabeth, que finalmente pudimos hacer entrar en razón al alma de Luke, quien en un último acto heroico, decidió quitarse la vida para así llevarse consigo a mi abuelo.

Ahora mismo estábamos frente al Concejo Olímpico, quien habían restaurado sus tronos luego de que Kronos decidiese crear obras abstractas con ellos. Zeus iba llamando a cada uno de mis amigos, siendo Thalia la primera, seguida de Tyson, Grover y Annabeth.

Con Diana escuchábamos atentamente lo que decían mientras nuestras manos seguían unidas y nos mirábamos por breves momentos.

-Te irás a tu casa, no es cierto? – le pregunté en un susurro.

-Yo…- musitó ella, agachando la mirada, dándome a entender perfectamente lo que pensaba.

-Tu madre te extraña, princesa. Ve con ella y tus hermanas, yo esperaré aquí el tiempo que sea necesario si algún día regresas- dije, sintiendo como mi pecho se comprimía con cada palabra.

-Puedes ir también a Themyscira a buscarme, mi príncipe- replica ella, apretando el agarre de mi mano.

-Los dos sabemos que eso no es posible. Tu madre solo me aceptó cuando supo que no había caído allí adrede. Además, la presencia de los hombres está totalmente prohibida allí, me matarían apenas ponga un pie en la arena de la playa- respondo, sonriendo levemente.

-Eso no es cierto! Mi madre, mis hermanas y yo sabemos que no eres como el resto de los hombres perversos de este mundo! Siempre serás más que bienvenido, Percy! – exclamó en voz baja, fulminándome con sus hermosos ojos azulados que me gritaban en la cabeza el haberlos visto en otro lado.

-Vale, lo entiendo, no soy como otros…y espero que no los haya, no quiero verte con otro Percy que encuentras por allí- trato de bromear, sacándole una risita por mi estupidez.

-Annabeth tiene razón, por momentos tienes la cabeza llena de algas- comenta, mientras yo hago una faneca como protesta.

Cuando mi padre me llamó, tuve que soltar la mano de mi novia, dejando que fuese a tomar asiento al lado de Hestia, quien recobró su figura infantil y trataba la hoguera. Me incliné ante Zeus primero, para posteriormente hacerlo ante mi padre.

-Levántate, hijo mío- dijo mi padre, a lo que me incorporé vacilantemente.

-El consejo se ha puesto de acuerdo previamente a esta reunión. Percy Jackson, recibirás un don de los dioses- proclamó Zeus, a quien miré fijamente, percatándome de un pequeño detalle que había dejado pasar bastante tiempo.

Titubeé, sin poder creerme la revelación que descubrí.

-Cualquier don? -

Zeus asintió muy serio.

-Sé lo que vas a pedir. El mayor de todos los dones. Sí, si lo quieres, será tuyo. Los dioses no le han otorgado ese don a ningún héroe mortal desde hace muchos siglos. Sin embargo, Perseo Jackson, si tú lo deseas, te convertirás en un dios. Inmortal. Indestructible. Serás el lugarteniente de tu padre durante toda la eternidad- le oí decir pomposamente.

Me quedé mirándolo, analizándolo silenciosamente. Yo ya tenía lista mi respuesta incluso antes de que me hiciesen la pregunta, ya que de nada me serviría ser un dios si no puedo tener a mi lado la mujer que amo. Como tendría una familia con ella, si tuviese que abandonarla con nuestros hijos, tal como mi padre y todos los dioses lo han hecho por unas leyes antiguas.

No, no puedo aceptar la divinidad.

-Lord Zeus, me siento muy honrado, pero debo rechazar cordialmente su ofrecimiento. Quiero un don, sí. Pero, me prometen por el Río Estigio que me lo concederán? – le dije, midiendo mi tono y palabras para no alterarlo.

Escuché un gruñido de Dionisio, así como una risa de Hades y Hestia. Zeus pareció reflexionar por unos segundos, para luego aceptar a nombre de todos, haciendo que un trueno estalle y sacuda la sala del trono. El trato estaba cerrado.

-Quiero que todos los dioses menores, así como Lord Hades y Lady Hestia, sean reconocidos y tengan un lugar en el Campamento Mestizo, así como sus hijos deben ser reconocidos cuando cumplan trece años y sean llevados al entrenar para sobrevivir. Evitarán muchas desgracias así, como las que ya ocurrieron. Y por último, quiero que sus dos hermanos mayores recuperen sus tronos en el Concejo. Han sido factores importantes en nuestra victoria- declaré, manteniéndome firme, tal como lo hubiese hecho Diana en un momento así.

-Hmm…que una simple criatura nos diga lo que debemos hacer simplemente por jurar en el Río Estigia…pero, en fin, supongo que deberemos votar todos a favor- Zeus masculló, pero percatándome de un diminuto brillo alegre en sus ojos cuando me incliné para retirarme y tomar la mano de Diana.

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Los pasos que realizábamos eran sumamente lentos, escuchando el bullicio de festejo que los cíclopes al mando de mi padre hacían en conjunto a los demás dioses. Mi mano nunca soltó la de la Amazona a mi lado, quien ahora podía ver con detalle el Monte Olimpo, aunque estuviese en ruinas por las peleas, pero para ella seguía luciendo hermoso.

Caminamos hasta llegar a un lago que conectaba a un espacio abierto de agua cerca de lo que parecía ser un templo de mi padre, viendo nuestros reflejos en el líquido azul claro, como una mezcla del color de nuestros ojos.

-Nico me ha dicho que Rachel se ha llevado a Blackjack…- le digo, girando hasta quedar frente a ella.

-Me hubiese gustado verlo una vez más- responde, llevando sus manos a mi pecho.

-Sé que a él también. Es imposible que alguien no desease verte. No después de demostrarles cuan bella y mortal eres- confieso con una sonrisa en mi cara.

-Tú tampoco te quedas atrás, Percy. Eres como un dios entre los semidioses. Por qué no aceptaste? – me pregunta, inclinando su cabeza hacia la derecha, con unos mechones intercalándose en sus mejillas.

-Si lo hubiese aceptado, nunca podríamos estar juntos. Sus leyes divinas les impiden tener una familia como cualquier mortal lo haría. No quería eso contigo. Prefiero vivir y morir a tu lado, que vivir solo sin ti- explico con la verdad, sin la necesidad de apoyarme en su lazo.

Se entristece con mis palabras, pero inmediatamente lo deja de lado y sonríe con sus dientes blancos centelleando. Me besa una vez más, captando la misma sensación que cuando lo hicimos por primera vez bajo el agua. Compartimos este afecto hasta que nuestros pulmones dicen basta y nuestros ojos se ponen rojos por las lágrimas que no queremos derramar.

Un relincho nos despabila, descubriendo que Rainbow estaba espiándonos desde el lago, moviendo su cola de lado a lado como un cachorro. Fue algo bueno que Tyson me lo prestase para ayudar a Diana.

-Creo que no será un pegaso esta vez, mi princesa. Pero te prometo que este hipocampo es el mejor de su tipo. No es así, Rainbow? – digo, recibiendo un relincho y un poco de agua en mi cara luego de chapotear con fuerza, haciendo que mi Amazona se riese sonoramente.

-Así que este es nuestro final? Reuniéndonos por el destino y separándonos por este mismo? Te extrañaré, Percy. Trataré de llamarte todos los días- llorosa me dice, sintiendo como poco a poco voy llorando frente a ella.

-No es un final, tan solo un hasta luego. Si pudimos encontrarnos una vez, estoy seguro que lo haremos una segunda o una tercera de ser necesario. Pero te prometo que estaremos juntos, trato hecho? – sujetando sus mejillas entre mis manos, le juro.

-Trato hecho. Y recuerda, un trato es una promesa…- comienza ella.

-Y una promesa, es inquebrantable- finalizo yo.

La veo subirse al lomo del hipocampo, alejándose rápidamente en un horizonte azul en dirección a su hogar, con el viento flameando su azabache cabellera y las luces haciendo brillar su corona y brazaletes.

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Una persona se para a mi lado mientras seguía observando la lejanía, descubriendo que la Reina del Olimpo me miraba con respeto y empatía, algo raro en ella.

-Veo que has conocido personalmente a la hija de mi esposo y mi mejor Amazona, joven Perseo- su voz suave pero con poder, llega a mis oídos.

-Ella no lo sabe, no es así? Ella desconoce que su esposo es su padre, Lady Hera? – cuestiono, queriéndome sacar esa duda de mi pecho.

-No. Su madre, Hipólita, peleó una vez contra Zeus, y luego de días ambos cayeron enamorados, dando fruto a una pequeña con enorme poder. Yo estaba furiosa, pero luego de llegar a un trato, permití que madre e hija viviesen bajo mi mando como mis Amazonas. Puedo despreciar a todos aquellos semidioses productos de infidelidades, pero no puedo negar que Diana y tú son la excepción- responde la reina.

-Muchas gracias por el halago, miladi. Pero no es por eso que ha venido a mí, cierto? – sintiendo que había un motivo ulterior.

-Me doy cuenta que ahora eres más perceptivo que antes, pequeño. Tienes razón, hace unos minutos Apolo dio una nueva profecía, necesito que me acompañes ahora- dice ella, dándome una orden tácita de seguirla.

Le entrego caballerosamente mi brazo, a lo que ella lo acepta y procedemos a caminar, no sin antes darle un último vistazo al horizonte, grabando a fuego en mi mente el nombre y rostro de mi Amazona.

Su nombre y su rostro son lo último que mantengo en conmigo antes de que todo se oscurezca con el sueño que me avasalla. Me llevo conmigo la memoria de mi mujer maravilla.


Bien…esta historia finalizó.

Me basé en una mezcla de las películas tanto animadas como live-action que produjeron con Wonde Woman. Así como también utilicé factores de la mitología para cubrir pequeños detalles.

Quería que fuese distinta a cualquier otra cosa, aunque era un poco complicada ya que solo usé el punto de vista de Percy. Tengo pensado en algún futuro (espero que cercano) hacer una segunda parte, donde sería principalmente con el protagonismo de Diana.

Si tienen dudas con el traje que le elegí a Diana, es el de las películas animadas: Trono de Atlantis, o War. O en cualquier duda, es el de la imagen al comienzo de este fic.

Qué les pareció? Buena? Mala? Pasable?

Dejen sus comentarios para saber por favor.

PD: existe la posibilidad de que también haga una segunda parte para Percy Jackson and The Outlaws.

Adiós!