PRELUDIO

Volvía a su casa después de otro día sin suerte. Sentía el cuerpo agarrotado, y mucho sueño. Estaba tan decaído que hasta la muy poca luz del amanecer al fondo, entre los edificios, le parecía que se burlaba de él y sus esfuerzos.

Caminó por la calle con los hombros caídos, y no solo por el escudo metálico y la espada que aún llevaba en las manos, sino por el cansancio… un barrendero, desde la calle del frente, lo miraba con una tenue sonrisa, pero él no hizo caso a ello. Estaba muy ensimismado en dejar de sentir tanta impotencia, odio y, al dejar de hacerlo, no sentir más el dolor.

Empezaba a creer que esa era una misión que no podría hacer solo, por más que su misma patrona había creído en él y dado un préstamo muy valioso para lograrlo. De alguna manera, sus habilidades de rastreador y psíquicas simplemente no querían funcionar bien. Mientras más se frustraba e intentaba, menos podía concentrarse.

La visión de su madre gritando y cayendo en el hoyo en la tierra que, de la nada, se volvió a llenar, no lo dejaba trabajar en paz.

En contra de su, tal vez, tozudo ego; sólo le quedaba la esperanza que la ayuda de los centinelas le fuera, por fin, provechosa… sintió un aura amenazadora detrás de él.

Ya la había sentido antes y, extrañamente, sonrió al saber que estaba cerca. No era un aura fuerte, era más animal que humana, llena de caos de sensaciones y, sobre todo, hambre. Lo que fuera, no tenía mucha inteligencia y sería muy entretenido matarlo, al menos para sacar un poco de la frustración por la búsqueda infructuosa en la que había estado por días.

Viendo que el barrendero muy madrugador iba hacia su altura haciendo su labor, decidió internarse en una calle y en otra hasta encontrar un lugar lejos de ojos de humanos comunes y "no iniciados".

El aura lo siguió, claro, lo sentía claramente... desde su espalda, a la izquierda. Era una sensación que no se podía explicar del todo, como cuando las personas perciben que alguien los está viendo o, más parecido aún, el "aire" de un individuo: ese algo que cualquiera puede intuir frente a otro, aunque no lo conozca. Una precognición de cómo se cree que es esa persona.

Los seres con grandes energías proyectan de sí esa sensación con tanta fuerza que podían ser percibidas antes de, siquiera, ser vistos. Al menos para personas con fineza de sensibilidad, que podían no solo reaccionar emocionalmente a las auras, sino analizarlas.

David era una de esas personas. Mientras caminaba entre una licorería y una zapatería, a un espacioso y fétido callejón sin ventanas; estuvo moviendo en su mano el agarre de la espada circularmente, lleno de expectación. A medio camino del oscuro callejón, cuando ya se metía en la sombra del edificio, oyó el resbalar de unas garras en el suelo, yendo hacia él. Un gruñido bajo se hizo cada vez más alto mientras se acercaba y lo dejaba salir por el hocico.

David se movió al instante, la adrenalina haciéndolo tener el corazón acelerado y la energía en sus músculos listos para el ataque. Puso frente a su cabeza el escudo y las piernas listas para poder contener el golpe. Fue fuerte y lo hizo dar un paso hacia atrás. El ser mordía el escudo casi engulléndolo del todo, y el aliento fétido le llegaba hasta la nariz, mientras intentaba alejar unas grandes garras que querrían desgarrarle el costado con la espada.

Cuando sintió que el filo topó con carne, cortando con facilidad, el aullido de dolor de la bestia acompañó el retiro de la fuerza contra él. Así, David pudo dar unos pasos atrás antes del contraataque. Le miró y, después del espasmo de horror natural al haber entendido contra qué peleaba, terminó sonriendo mientras su entrenamiento de años lo hacía tranquilizarse y hasta congratularse de esa tarea.

Matar una bestia así iba a ser una gran hazaña.

Todo eso pasó en unos pocos segundos, antes de que la bestia atacara con más ahínco, rugiendo y gimiendo a la vez; tan fuerte y lastimeramente, que David tuvo que hacer lo posible para no reaccionar con respingos o nervios por ellos. Los dientes, garras y cola se volvieron un amasijo de fuerza y filo desatado, con el único fin de insertarse dentro de su cuerpo, hacerlo sangrar y morir… lo mismo que su espada estaba tratando de hacer, con mejor técnica y hasta elegancia, en contra de ese monstruo.

Con mandobles, gritos de guerra, aullidos y rugidos de la bestia, sus pasos en el pequeño lugar y los repetidos entrechoques entre el escudo, las garras y colmillos; el encuentro siguió por pocos minutos.

David empezaba a intranquilizarse. El dolor de una herida del brazo, sobre todo, le preocupaba. La fatiga empezaba a atenazar su cuerpo, y sentía que su fuerza y reflejos empezaban a caer en los excesos, haciendo menos precisos sus movimientos. Por ese mismo error, el monstruo pudo desgarrarle la correa que mantenía unido su escudo a su brazo, y apenas este bajó un poco, atacó con la otra garra contra el pecho.

Una carcajada del joven coreó el gañido de la fiera mientras una de sus garras caía en el suelo, junto a más sangre. El torso del joven, bajo una camisa negra escondía, al parecer, algo que le hacía ver el pecho más abultado e indestructible para las garras del monstruo.

David tomó el escudo con la agarradera y, mientras la bestia seguía aturdía, hizo un mandoble en busca del cuello de su adversario. Estaba tan concentrado en ello, que no se vio venir el otro ser que cayó atrás de él al tirarse del techo del pequeño edificio a un lado. El nuevo enemigo le dio una corneada en la espalda apenas estuvo a su altura.

El dolor le perforó enseguida en el pulmón, haciéndolo horroroso el respirar. Luego, mientras sentía que el aliento fétido del primer monstruo era su único aire y los colmillos le destrozaban el cuello, no tuvo ni un minuto de conciencia para poder pensar en algo más que en que no podía morir en ese momento. No, cuando su madre lo necesitaba.

Mientras el sonido algo acuoso y desesperado del monstruo al comer dominaba la estancia, la voz gruesa y poderosa del ser que acudió en la ayuda de la bestia, se oyó en el callejón:

—Contrólale —le exigió al que se había disfrazado como barrendero, que estaba en la entrada del lugar—. Primero el botín, luego el festín.

El pequeño hombre asintió, dijo algo en un lenguaje extraño, con autoridad, y la bestia se alejó aunque no parecía desearlo, porque seguía mirando hacia el cuerpo, y sus músculos parecían pelear contra una fuerza invisible por no caer de nuevo sobre el cuerpo.

El minotauro rasgó más la camisa y sacó sobre la cabeza del hombre muerto aquello por lo que había venido y chasqueó con la lengua.

—Espero que no me digan ni mierda por llevarlo manchado de sangre y babas de monstruo. ¡Ya, suéltalo! —terminó diciendo al de la entrada, como si pensara que era idiota por no seguir la orden antes de que él la tuviera que decir.

Después de otra palabra del anciano, la bestia fue de nuevo hacia su comida… llevaba casi una semana sin comer algo.