No me puedo creer todo el tiempo que he permanecido sin colgar algo nuevo... Y aquí estoy, asomando la patita por un fandom nuevo y con ganas de comenzar algo nuevo, pero con el miedo ese metido en el cuerpo de... de... bueno, de comenzar algo nuevo. (Sí, lo sé, mi extenso vocabulario es IMPRESIONANTE.)
Se supone que esta historia es de humor, aunque como es el capítulo para ir arrancando me he enrollado mucho y no he ahondado demasiado en la esencia de la trama.
No os voy a comer mucho la cabeza, mejor ya os doy el coñazo al final del capítulo. ¡Sed felices!
Disclaimers: Evidentemente, Sherlock y todos sus personajes pertenecen a Sir Arthur Conan Doyle. El avatar de la historia es de un dibujo de la artista Reapersun.
1
Meterse en la boca del lobo con estilo.
Me dejé caer exhausto en el sillón, cogiendo el cojín con la bandera de Inglaterra que se me estaba clavando en el trasero y colocándomelo contra el regazo, masajeándome el puente de la nariz con una mano. En las últimas doce horas había almorzado con un viejo amigo, sopesado el compartir piso con la persona más excéntrica de Gran Bretaña, investigado una escena del crimen, perseguido a un taxi corriendo por las calles de Londres, curado mi cojera psicosomática y disparado a un criminal. ¡Y al final del día, el que había llevado una manta por el shock había sido Sherlock Holmes y no yo!
Aunque tenía que reconocerlo, nunca jamás me había sentido más vivo, ni siquiera durante mi estancia en Afganistán. Sherlock Holmes era la persona más extraña, altanera, inadaptada, perspicaz y, sin lugar a dudas, la más fascinante que había conocido en la vida, y estaba decidido a dividir el alquiler conmigo, John Watson, un hombre mundano, simple, transparente, lo más especial que portaba era la herida de guerra en mi hombro izquierdo. Por ello, me sentía reticente a aceptar de buenas a primeras una oferta como aquella. Sí, el piso estaba bien ubicado, el precio era asequible... pero la compañía era, cuanto menos, preocupante.
Por otro lado, estaba seguro de que Sherlock era esa persona que necesitaba para darle a mi vida justo lo que le faltaba desde que volví a Londres: emoción y sentido.
Sin embargo, ¿por qué yo? No lograba comprenderlo, no estaba tan seguro de que nadie quisiese compartir piso con Sherlock. Tenía algo, no sabía el qué, pero estaba dispuesto a averiguarlo. Un halo, una mirada hipnótica. ¿Quizá su forma de hablar? No, no bastaba con ello. Maldita sea, ¿qué era lo que ocurría con Sherlock Holmes?
—Entonces, ¿te parece bien que mañana firmemos el contrato?
Alcé las cejas saliendo del ensimismamiento y me esforcé por dedicarle una sonrisa de labios apretados a mi nuevo compañero, el cual dejaba en ese momento el abrigo en el perchero.
—Sí, claro, por supuesto.
—¿Te apetece un té?
—Eso estaría muy bien.
—Estupendo. El mío con dos cucharadas de azúcar.—torció la boca en una mueca de disgusto y caminó hacia su habitación.—Lo lamentaré por la mañana.
Bufé cuando la puerta se cerró tras él. Golpeé el reposabrazos del sillón con los dedos. Podía negarme perfectamente. Podía, pero no lo iba a hacer. Esa era una de las propiedades de Sherlock: me era incapaz negarme a cualquier pedido suyo. ¿Atracción? No, qué va, al menos no sexual. No obstante, tenía que controlarme si no quería acabar convirtiéndome en su criado.
—¿Qué hay del té, doctor Watson?
Rodé los ojos y me levanté con pesadez, dirigiéndome hacia la cocina. Me había quedado bien claro: se había metido de lleno en la boca del lobo con toda la inocencia y felicidad del mundo, por la puerta principal y con estilo.
Al menos esperaba que no viese la pimienta en su bebida.
—Es un hombre.
—¿Cómo dices?
Aquel era el saludo más extraño que había recibido en cuatro meses de convivencia, siempre que no contase el «¡sucedió durante el coito!» y el «¿sabes si Oscar Wilde estaría abierto a un interrogatorio o ya está muerto?». Fruncí el ceño y miré a mi amigo tras colgar el abrigo. Sherlock detuvo su interpretación de La Campanella con el violín y me miró ladeando la cabeza y entrecerrando los ojos.
—La «mujer» con la que flirteabas hace diez minutos. Desconozco si ya posee genitales femeninos pero nació siendo un hombre.—dejó el violín sobre el sillón y fue con el entusiasmo de un niño pequeño con una table de chocolate hacia su habitación.—Prepárate, Lestrade ha llamado. ¡Tenemos un caso!
Yo seguía patidifuso en el sitio, con los ojos como platos.
—¿Un hombre? ¿P-pero cómo...?
—Los pómulos y la pelvis, John, por Dios, se nota desde la ventana. Siempre lo tienes delante de tus narices y nunca lo ves. ¡Tres desapariciones y la misma figura de papel en la habitación de las víctimas!
—Le dejé que me metiese mano...
—Estos son los mejores criminales, los ambiciosos. Dejan pistas pero no quieren ser descubiertos, están ansiosos porque reconozcan sus brillantes métodos.
—Claro, por eso quería que fuésemos tan despacio.
—¿Me estás escuchando, John?—preguntó hastiado Sherlock, suspirando, saliendo de su cuarto y colocándose las mangas de la camisa.—Tus temas de conversación siempre son aburridísimos.—el moreno rodó los ojos y arrastró cada sílaba de su última palabra, negando con la cabeza. Arqueé una ceja. Él siempre tan directo...
—Claro, perdona, olvidaba que entre amigos no se habla de asuntos personales, solo de muertes y asesinatos.
Sherlock se enrolló la bufanda alrededor del cuello tras ponerse el abrigo y me observó con el ceño fruncido. Le mantuve la mirada, desafiante.
—No te ofendas, John, pero si quisiera escuchar sobre fugaces y estrepitosos amoríos vería esas comedias tan absurdas de sobremesa que echan por televisión, y aún así tendrían más sentido que los tuyos.
Aquel comentario había sonado más hiriente que cualquier otro dicho anteriormente por el único detective consultor del mundo. Conocía el escaso sentido del humor y la apatía que destilaba, pero muy pocas veces sus ataques iban dirigidos hacia mí. En fin, yo era su «protegido», actuaba como filtro. Establecía los límites cuando veía que se estaba pasando con alguien y él simplemente procuraba no desahogarse conmigo, aquel era parte de nuestro contrato no verbal. Sabía que Sherlock podía ver lo ofendido que estaba, pero no porque se diese cuenta de que su comentario estaba completamente fuera de lugar, qué va, se habría dado cuenta analizando mis gestos y deduciendo. Siempre deduciéndolo, nunca sintiéndolo.
—John...
—No te molestes, las disculpas no son lo tuyo.
—Escucha...
Pero yo ya había salido del apartamento cuando Sherlock comenzó a hablar, dejándole con la palabra en la boca. Aquello tenía que haberle sentado como una patada, sabía cuánto necesitaba tener el moreno la última réplica. Me regodeé en mi pequeña victoria y me metí las manos en los bolsillos de la parka, echando a andar por las calles de la fría ciudad. No tardaría en volver, en realidad estaba intrigado por saber qué había sucedido aquella vez, pero no admitiría mi «necesidad» por tener a Sherlock Holmes y sus rarezas cerca. Daría una vuelta y volvería a casa antes de medianoche, para entonces seguro que el moreno me pedía su ayuda con el caso como disculpa, me haría un poco de rogar y acabaría comiendo de su mano, como siempre.
Vaya, tal y como lo describía, sonaba totalmente indigno.
Intenté no pensarlo mucho negando con la cabeza para quitarme esas ideas de encima y doblé la esquina. Pensé en Joanie y el reciente descubrimiento de Sherlock sobre su anatomía, decidí que lo mejor sería enviarle un mensaje de texto para hablar con ella. Me saqué el móvil del bolsillo y bufé al sentir mis dedos totalmente congelados, temblando. Comencé a escribir, sopesando las palabras exactas para no parecer muy dramático o despreocupado.
—¿John Watson?
Me detuve y arqueé una ceja mirando por encima del hombro, receloso. Una figura mucho más grande que la mía me guardaba las espaldas y un escalofrío desagradable me recorrió toda la espina dorsal. Apenas pude voltearme con toda la naturalidad posible cuando un golpe seco me impactó en la cabeza, haciéndome caer al suelo con un sollozo de dolor y un zumbido en el oído derecho. Quería mantenerme alerta, pero el deseo por quedarme dormido era más fuerte.
Lo último que llegué a ver antes de cerrar los ojos del todo fue cómo aquella figura me arrastraba hacia el interior de un coche que olía demasiado a gasolina.
Nuevo caso totalmente resuelto, en este caso en menos de una hora. El secuestrador había cometido el error de no limpiarse las zapatillas de deporte antes de entrar en la habitación de la víctima, por lo que había dejado restos de gravilla y barro casi imperceptibles para cualquier ojo humano... excepto para el de Sherlock. También, el leve olor a óxido que despedía el perro de papel dejado sobre la mesilla de noche le había indicado perfectamente hacia dónde tenían que ir: el desguace a las afueras del oeste de Londres.
Pura fachada, muy aburrido. La manera de proceder del secuestrador era totalmente mecánica y lineal, como si su criminal le invitase a encontrarlo. «Pase, pase, por favor, le estaba esperando con las manos esposadas para ahorrarle el trabajo». Un simple aficionado demasiado impulsivo y poco meticuloso.
Solo faltaba hacerse con él, pero antes Sherlock le había pedido expresamente A Lestrade regresar a Baker Street. Sin su blogger no concluiría un trabajo tan limpio y rápido, aunque sencillo.
—¡John! ¡John!—llamaba subiendo por las escaleras y pasándose la lengua por los dientes.—Tenemos al secuestrador, un hombre entrado en los treinta y más de cien kilos, me temo, por la fuerza de sus pisadas. Sin embargo, deben ser kilos de músculo y no de grasa, por la agilidad... ¿John, me estás escuchando? Más te vale estar apuntándolo todo.
Se paró en seco. Tan abstraído estaba en su propia fanfarronería que no había notado la ausencia de su compañero en el piso. Pero había más, algo más. Inspiró. La casa olía a productos químicos, el bizcocho de plátano del día anterior de la señora Hudson, el aroma de John de su jabón, la loción después del afeitado y su perfume.
Gasolina.
Se tensó. Los labios fruncidos formando un rictus, amenazante. Miró las escaleras y subió otro piso hacia la habitación de John, casi arrollando la puerta. Solo le hizo falta un vistazo para encontrar lo que quería: el perro de papel sobre la mesilla de noche.
Un gruñido furioso se escapó de entre sus dientes, siendo consciente de que la sangre le hervía y nunca se había sentido tan lleno de ira homicida. Cogió la figura de papel y la arrugó cerrando el puño hasta clavarse las uñas en su propio dorso.
Así que en eso consistían los sentimientos. Formó una media sonrisa arrogante. Curioso.
Dejó caer el papel arrugado en el suelo y salió por la ventana del piso hacia el exterior, decidido a llegar antes que la policía hacia el lugar de destino, aunque tenía bien claro que aquello sería pan comido.
Estaba mareado y notaba de forma desagradable cómo la bilis me ascendía por la garganta. Intentaba enfocar la vista, pero todo lo que podía ver eran los mismos destellos que veía cuando de niño me apretaba muy fuerte los ojos con los puños. Escuchaba un eco confuso de una voz grave mezclado con el zumbido que aún resonaba en mi oído. Las sienes me palpitaban y el olor amargo del petróleo se intensificaba cada vez más. Estaba recobrando los sentidos.
—Vaya, te has despertado antes de lo que esperaba.
Parpadeé varias veces con pesadez y miré hacia los lados. La calidez que notaba en mis hombros era porque junto a mí descansaban otras tres personas, atadas alrededor de un tanque de depósito. La tres tenían la cara ensangrentada por algún posible golpe en la cabeza y me pregunté si yo presentaría el mismo estado. Aquella vez miré hacia el frente, al hombre que avanzaba hacia mí con una sonrisa de victorioso regodeo. Piel morena, poco abrigado para la época en la que estábamos, musculoso y mirada de carnicero, parecía ser muy capaz de hacer daño a alguien, pero no tenía pinta de ser muy inteligente. Tres personas. Me pregunté si sería el secuestrador del que hablaba Sherlock. Tragué saliva.
—¿Quién eres...?
—No creo que estés en condiciones de ser el que pregunta, doctor Watson.
El hombre me cogió por una pierna y me arrastró con la misma facilidad con la que se tira de una cuerda con un globo. Tenía las manos atadas, así que lo único que pude hacer fue patalear y revolverme para conseguir zafarme de su agarre, pero aquello no afectaba al secuestrador. De hecho, comenzó a reírse forma histriónica, lo cual me hizo parar, avergonzado. No tenía nada que hacer con esa masa. ¿Cuántas cabezas me podía sacar? ¿Dos? ¿Tres?
—Pobre gusano, ¿estás disfrutando con esto, hobbit? Ese es vuestro problema, creéis de verdad que la inteligencia puede con la fuerza. Os hacéis unas ilusiones falsas. A veces lo más simple puede con toda vuestra superioridad, y ese va a ser el fallo que cometa tu querido amigo cuando venga hasta aquí.
Tosí, el polvo que levantaba mi cuerpo al ser arrastrado era muy molesto. Tuve una náusea cuando fui zarandeado con violencia, y de pronto me encontré con la cabeza a un metro del suelo. Ser agarrado por el tobillo por un Hulk negro nunca había sido más incómodo.
—Me pregunto qué tendrás para ser el punto débil de... ¡Oh, y hablando del rey de Roma!
Abrí mucho los ojos, mirando la figura enjuta y alargada al revés de Sherlock Holmes.
—¡Sherlock!
El prepotente detective echó a andar, ignorando mi llamada de advertencia. Miró a su alrededor con calma y serenidad, seguramente haciendo un análisis rápido del escenario. Observé de reojo a mi agresor, mostrando los dientes en alguna especie de sonrisa psicópata y rechinándolos, parecía estar saboreando por anticipado su triunfo. Empecé a sentir verdadero terror. Sherlock podía manejar las artes marciales y el baritsu, pero con aquel rinoceronte no tendría nada que hacer si arremetía contra él.
—Así que tú eres el secuestrador que ha traído de cabeza a Lestrade y los suyos.—dejó caer los hombros fingiendo un mohín completamente paródico.—No puedo sentirme más decepcionado. Tu método y tu finalidad es de lo más cliché, no entiendo cómo han podido requerir mi ayuda con un zoquete como tú. Absurdo.—clavó sus ojos en los míos y tragué saliva con dificultad.—Lo siento, John, pero me temo que esta será la entrada más aburrida que cuelgues en mucho tiempo.
El hombre le interrumpió con una risa agresiva pero de fastidio y el agarre en mi tobillo se agravó. Compuse una mueca de dolor. Vi cómo Sherlock se percataba de ello.
—Hacerte el listillo conmigo no te va a servir para nada, friki.
—Ni a ti hacerte el fuerte.
De pronto, su semblante se tornó en uno serio, amenazante, casi furioso. Su voz sonó siseante y sus ojos destellaban una mezcla de odio y peligro que hizo que una sensación fría se instalase en mi pecho. Por primera vez, sentí miedo de él.
—Déjalo en el suelo.
—¿Por qué? ¿Qué me va a hacer si le hago daño a su damisela?
—Por tu propio bien, déjalo en el suelo.
Una risa más y un puño se estampó en mi estómago, a partir de ahí todo fue rápido y confuso. Un gruñido y la sensación de agarre en mi tobillo desapareció. Me removí para no caer de cabeza en la tierra, pero me hice igualmente daño en la espalda, lo cual me hizo toser de dolor. Chillidos desgarradores. Un sonido metálico. Intenté enfocar la vista, pero la cabeza me daba vueltas. No conseguía verlos a ninguno de los dos. Empecé a preocuparme.
—¡Sherlock!
Ya solo se escuchaba el sonido metálico.
—¡Sherlock!
Para cuando pude ponerme de pie a duras penas, el sonido había cesado, solo el silencio se apoderaba del desguace. Unas pisadas me indicaban que alguien se acercaba con parsimonia. Retrocedí, asustado.
Sherlock apareció por detrás de un camión, impasible. Su perfil recortado bajo la luz de la luna me dejaba ver que estaba salpicado de sangre de los pies a la cabeza. Manchas uniformes y gotas, como si simplemente hubiese llovido agua carmesí sobre él. Me miró. El destello peligroso de sus ojos duró tan solo un instante más.
—¿Estás bien, John?
Tan solo pude asentir con la cabeza. Sherlock caminó apático hacia mí y mi primer pensamiento fue el de querer salir corriendo, pero me quedé estático en el sitio, enjaulado por sus ojos cristalinos y embaucadores. ¿Qué estaba pasando?
—S-sí, estoy bien, tranquilo...
Sherlock siguió observándome, o mejor dicho, analizándome, y se colocó a mis espaldas. Contuve la respiración como un chiquillo al que habían pillado robando golosinas y noté cómo Sherlock me desataba las manos. Relajé los hombros, tembloroso.
—Será mejor que atiendas a las demás víctimas, no es que esté muy presentable en estos momentos. Yo esperaré a Lestrade, no debería tardar mucho más.
Levanté la vista hacia él, boqueando.
—¿Qué... qué narices ha...?
Sherlock me miró por encima del hombro, sonriéndome con los ojos entrecerrados y la cara aún empapada de sangre.
—No preguntes, John. No querrías saberlo.
—¿Así que forcejeaste con el secuestrador y acabó resbalándose hasta caer en la trituradora de coches?
Sherlock y yo llevábamos encima la dichosa manta «para las personas que estaban en shock». Habían limpiado al moreno y a mí me habían curado la herida de la cabeza, que resultó no ser demasiado profunda pero sí bastante dolorosa. El aura que me hacía tener la carne de gallina de Sherlock había desaparecido, pero no por ello mi curiosidad.
—Ya te lo dije, era él el que quería lanzarme dentro, pero conseguí esquivarlo y se resbaló. John lo vio todo, ¿a que sí?—Sherlock se giró hacia mí con una mirada inocente. Parpadeé y asentí con la cabeza.
—Oh... Sí, sí, Sherlock se agachó para escapar de su empujón y acabó cayéndose en la trituradora. No fue una escena muy encantadora.
Sherlock sonrió de lado, satisfecho. Lestrade frunció el ceño, sin muestras de duda pero sí de incredulidad, aturdido.
—Pero... no lo entiendo... Ese hombre era robusto, como mucho la trituradora se habría quedado atascada con él dentro. ¡Tendrían que haberlo partido en trocitos y luego...!
—No digas bobadas, Lestrade.—continuó Sherlock restándole importancia con un movimiento de mano, como si apartase moscas.—Estamos hablando de un hombre cuyo principal motor era la fuerza bruta. Seguramente todas las máquinas que manejase las habría trucado a su antojo para que tuviesen más potencia, ¿no lo crees?
Lestrade pareció pensárselo poco más pero no insistió. Yo no apartaba la vista de Sherlock tras los últimos acontecimientos con gesto de sospecha, pero a este no parecía importarle, de hecho le divertía. Sherlock me miró y forzó una sonrisa ladina, tendiéndome su manta.
—Ten, John. Por tu aspecto diría que necesites por los dos.
—¿Qué fue lo que pasó en el desguace?
Sherlock se detuvo antes de abrir la puerta del 221B y me miró, ceñudo.
—Resulta obvio, ¿no lo crees? Era un aficionado que pensaba que añadiendo un móvil más en su crimen, como el del perro de papel, captaría lo suficiente mi atención para caer en su «trampa», aunque no iba mal desencaminado. Se percató de que quizá no iría yo personalmente, sino la policía, así que te secuestró a ti con la vana esperanza de que, al ir hasta allí solo, acabase conmigo y se convirtiese en toda una leyenda. El hombre que acabó con Sherlock Holmes, ¿no crees que sería un buen tema de conversación para compartir entre sus amigos?
Cogí aire y suspiré quedamente por la nariz, cerrando los ojos y masajeándome el puente.
—Sabes que no me refiero a eso.
Abrí los ojos lo justo para ver a Sherlock sonriendo de lado y acercándose a mí. Tragué saliva y me alejé unos pasos, pero él seguía cerrando distancia entre nosotros. Su mirada penetrante en mí a escasos diez centímetros, entre confidente e intimidante. Notaba su respiración chocando contra mi piel y un olor a óxido que califiqué como sangre, pero lo achaqué a su ropa.
—¿Y a qué te deberías referir exactamente?
Abrí la boca y la cerré varias veces lentamente. Mi corazón palpitando de forma que lo escuchaba en mis oídos. Estaba nervioso, muy nervioso. De nuevo, esa sensación de alerta, esa orden de «corre» que enviaba mi cerebro pero que mis piernas no se decidían a corresponder. ¿Pero qué...?
—¿John?
Una voz suave rompió el hechizo, provocando que Sherlock se separase y yo parpadease girándome, extrañado de ver a Joanie contemplarnos con gesto de sorpresa. Alcé las cejas.
—¡Joanie!—carraspeé, curioso.—¿Qué haces aquí?
Joanie miró unos segundos a Sherlock y luego se acercó a mí con una sonrisa tímida. Examiné sus pómulos y la forma de su cara, totalmente cuadrada. De pronto me la imaginé con el pelo corto, barba y pelo en pecho. Un escalofrío me invadió todo el cuerpo.
—Mi hermano trabaja en la policía y me dijo que te habían secuestrado, pero que habían conseguido salvarte.
Escuché una risita sarcástica a mis espaldas, pero no le di importancia, aunque al parecer Joanie sí, pues le costó arrancar.
—Bueno, yo... En fin, quería verte por si estabas bien y... yo... estaba preocupada por ti.
Sonrió de nuevo, esta vez de forma tierna. Apreté los dientes.
—Joanie, yo... te lo agradezco de veras, eres una mujer maravillosa, pero creo que deberíamos dejar de vernos.
Aparté la mirada. Joanie se quedó muy quieta, asimilando lo que le había dicho. Para cuando volví a fijar la vista en ella, esta estaba alternando su mirada en Sherlock y en mí, y pareció comprender, aunque de forma equivocada.
—Oh... Vale...
—No, no, no es eso, es solo que...
—Tranquilo, no me tienes que dar explicaciones. Estoy bien.
—No, pero en serio...
—Que no importa.—espetó, tajante. Cerró los ojos un segundo y se esforzó por sonreír con la voz quebrada.—Bueno... Cuídate, John.
Giró sobre sus talones y echó a andar deprisa, perdiéndose por una esquina. Suspiré, dejando caer los hombros y dándome la vuelta para mirar a Sherlock, el cual abría la puerta con la llave.
—Qué bien se lo ha tomado.
—Sí... Era una mujer muy madura e inteligente. Lástima que, bueno, no fuese una mujer.
Sherlock se tensó y se quedó mirándome, serio. De pronto, un sonido gutural salió de su garganta, pero pudo disimularlo con una tos. Arrugué el entrecejo, entrando después que él en la casa.
—Sherlock... ¿por qué te ríes?
El moreno se quitó la bufanda y me miró, esta vez sin ocultar una resplandeciente sonrisa.
—Eres tan fácil de tomar el pelo que raya en lo ridículo.
Y antes de que pudiera reaccionar, Sherlock ya se había perdido escaleras arriba. Abrí mucho los ojos y negué con la cabeza, resoplando como un búfalo malherido cuando fui capaz de procesarlo.
—¡Maldito hijo de...!
Continuará.
· Sí, está escrita en primera persona porque se me da mejor pero he alternado con la tercera. No, no se va a producir muy de seguido ese cambio, tranquilas. Sé que no es muy «profesional».
· Capítulo largo y cansino, prometo que los demás no son iguales, de hecho son más amenos y paródicos. ¿Oportunidad pls? ¿Dolan pls?
· La idea para este fanfic está basada en otro de esta misma página y quiero darle las gracias a la autora del mismo por brindarme con su genial historia las ganas y la inspiración que me faltaba. Aún no quiero decir qué historia es por si hay alguna despistada que aún no sabe por dónde van los tiros.
· Gracias de corazón si has llegado hasta aquí y si pretendes continuar. Si tienes alguna objeción o duda, puedes dejármela en un review que estaré encantada de responder por privado si tienes cuenta. No puedo obligaros a comentar, por supuesto, pero siempre se agradece. Purr, queridas, purr.
· Abambabuluba, balambalabú.
