UA: Dos seres predestinados deberán romper una terrible maldición de hace 500 años. El único método es la destrucción de la perla de Shikon y para lograrlo, uno de los dos deberá morir. Sin embargo… ¿aún serían capaces de matarse entre ellos, si sus corazones están marcados por el destino para amarse?...
Marcados por el destino
* Prólogo *
Hace aproximadamente 500 años, época de las guerras civiles en el antiguo Japón, seres humanos y criaturas sobrenaturales poblaban la faz de la tierra... No obstante, el país estaba lejos de vivir en paz y armonía, reinando por largos períodos el caos y la destrucción. Los monstruos y los demonios invadieron las aldeas y los poblados en busca de supremacía y de territorio. Pero ése no era su único objetivo. Lo que más anhelaban era el poder absoluto y para conseguirlo, debían apoderarse de la legendaria joya de las cuatro almas, conocida como la perla de Shikon.
Una sacerdotisa de raza humana, de corazón puro y de grandes poderes espirituales, llamada Midoriko era su guardiana. Su misión era proteger la preciada esfera y mantenerla purificada, ya que si ésta llegase a caer en manos malignas, la oscuridad y las tinieblas reinarían en la tierra al igual que la rendición absoluta de todo aquel que estuviese bajo su poder.
Cierto día, Inuyûdai, el temible general de los demonios perro, una de las criaturas más poderosas existentes y su ejército, hizo su aparición en la aldea en la cual yacía la codiciada perla, dispuesto a apropiarse de ella a toda costa. Sin embargo, nunca se imaginó tener como su contrincante principal a Midoriko, quien daría hasta su propia vida con tal de resguardar la joya.
Al tener su primer encuentro, fue inevitable sentir cierta atracción el uno por el otro, pues tanto la sacerdotisa como el imponente demonio, eran de hermoso y sin igual parecer. Inexplicablemente, cuando sus miradas se cruzaron, ambos quedaron atrapados en la belleza de sus ojos… unos, tan dorados y luminosos como el mismo sol y los otros, tan expresivos y tentadores como el más exquisito de los chocolates. En ese instante, sus corazones latieron con la misma intensidad, sintiendo el ardor del fuego recorrer sus venas y despertando en ellos el sentimiento más profundo y puro existente sobre el planeta.
Sin embargo, en aquella época regía la ley irrevocable de matar tanto a humanos como demonios si llegaran a juntarse, o en el peor de los casos, a enamorarse, pues se creía que ese sentimiento sólo conllevaría más desgracias, incluyendo la mezcla de las razas. Aún sabiendo que su amor era prohibido, Midoriko e Inuyûdai hicieron hasta lo imposible por permanecer juntos, luchando contra todo aquel que se interpusiera en su camino y quebrantando el máximo estatuto. Pero ése no fue el único obstáculo en sus vidas… Su amor había resplandecido en el interior de la perla de Shikon, otorgándole una pureza nunca antes vista y por ende, mayor poder. Por tal razón, cualquier criatura inmunda que llegara siquiera a tocarla con malas intensiones, moriría en ese mismo instante.
Dados aquellos asombrosos poderes, la joya fue aún más codiciada que antes, aunque ya nadie fuera capaz de siquiera acercársele debido a su resplandor. Para obtenerla, era necesaria la separación de esos dos seres que se amaban por sobre todas las cosas.
Los guerreros y sabios más sobresalientes de cada clan se juntaron para tomar una decisión y llegar a un convenio de unificación, sólo hasta que la perla regresara a la normalidad y pudiera volver a ser manipulada por cualquiera…
Si algo detestaban más que nada, tanto los demonios como los humanos, era la traición. Y fue precisamente ésta, la herramienta que utilizaron en contra de Midoriko e Inuyûdai para que se odiasen a muerte, desatándose una fuerte disputa entre ellos y una nueva guerra por la obtención de la preciada joya. La luz de la perla se empañó con aquellos sentimientos de rencor, decepción, desesperanza, duda y tristeza que emanaron de sus corazones, manchándose su interior con oscuridad. Ninguno de los dos bandos, humanos y demonios, dio su brazo a torcer con tal de obtener aquel divino tesoro, sin importar su impureza. Incontables vidas se perdieron en aquella insólita encrucijada, sobreviviendo únicamente los más fuertes.
Con sus respiraciones agitadas y con las últimas reservas de energía, Midoriko e Inuyûdai quedaron frente a frente con sus respectivos ejércitos detrás de ellos, listos para atacar. Cegados por el odio, una gran masacre manchó aquellas tierras de sangre y un fuerte olor a muerte se expandió por los territorios. Ambas huestes se hirieron gravemente hasta el punto de la agonía, sin que ninguno pudiera ya ponerse de pie.
La perla, completamente manchada, levitó mágicamente sobre ellos. Las tinieblas cayeron sobre toda la región y la luna llena se tiñó de rojo. Por unos segundos, la tierra se estremeció, abriéndose varias grietas en el suelo como si de feroces serpientes hambrientas se tratara, tragándose todo a su paso.
La sacerdotisa y el gran demonio perro, inconscientemente buscaron sus miradas, perdiéndose una vez más en el mar de oro y chocolate. Con un último esfuerzo, ambos se arrastraron para reencontrarse, con el anhelo de juntar sus manos con su ser amado. Sus corazones latieron por igual, sintiendo correr la sangre vertiginosamente por sus venas sin control como la primera vez que se vieron. Sus ojos se empañaron por las lágrimas que salieron desde sus almas heridas y sólo en ese momento se dieron cuenta del gran error que habían cometido... de la trampa de la cual habían sido víctimas.
Con un último suspiro, cerraron sus ojos con una sonrisa dibujada en sus labios, tomando ambos la misma decisión, entregándose a su propio destino. Sus cuerpos se diluyeron, convirtiéndose en masas luminosas las cuales se fusionaron y se introdujeron en la joya, volviéndose uno con ella.
La esfera comenzó a girar a una velocidad impresionante, destellando una gran luz cegadora. La oscuridad que había invadido la tierra fue exterminada en un santiamén, mas sin embargo, la perla desapareció en el infinito, dejando atrás una terrible maldición escrita en las estrellas…
"Por haber condenado un amor puro y sincero, y por permitir que sus corazones se llenaran de codicia, egoísmo y ansia de poder, derramando la tierra con sangre innecesaria, sus descendencias quedarán malditas. Los seres sobrenaturales dejarán de existir, formando una sola raza predominante que será la humana… frágil y mortal. Dentro de cien años, las almas de Midoriko e Inuyûdai renacerán en lugares distintos para que la historia no vuelva a repetirse y para que sus generaciones puedan vivir en paz.
Sin embargo, si el camino de dos seres de cada linaje llegara a reencontrarse, quedarán sellados para siempre por medio de una marca en la parte lateral de sus manos. El uno en la izquierda y el otro en la derecha, diferenciándolos de todos los demás. Cuando sus vidas se junten, la perla reaparecerá y una terrible guerra se desatará. Desesperanza, muerte y tristeza invadirán todo el país y se extenderá por toda la tierra a causa de esta joya maldita.
La única forma de detener esta desgracia, será con la destrucción de la perla de Shikon y para lograrlo, uno de los dos deberá morir… pero en manos del otro. Sólo así, la maldición y los lazos que los unen, se romperán. Caso contrario, la lucha será interminable, llevando a la raza humana a su propia y más absoluta extinción."
Sin embargo… ¿aún serían capaces de matarse entre ellos, si sus corazones están marcados por el destino para amarse?...
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Capítulo 1: Tormenta
Después de dos largos años de negociaciones en Hong Kong, Taiwán y las Filipinas, finalmente podían regresar a su hogar. A pesar de las constantes reuniones, convenciones y el poco tiempo dedicado a su familia, todo había valido la pena y sus esfuerzos dieron sus frutos en los últimos balances financieros. Las ganancias habían crecido notablemente, de tal modo que antes de volver a Tokyo, había decidido tomarse unas merecidas vacaciones y compensar a su esposa e hijos por su parcial abandono.
Rumbo a Okinawa, un lujoso crucero navegaba majestuosamente por las turbias aguas del mar de las Filipinas, iluminando con sus diversas luces la oscuridad de la noche y llenando con la suave música instrumental el ambiente. La densidad de las nubes opacaba toda visibilidad de estrellas o de la misma luna en el firmamento, anunciando quizás una pronta tormenta.
Sobre la cubierta principal del navío correteaba alegremente una hermosa niña de cabellos azabaches y tez blanca de apenas 10 años de edad. Su vestido de color crema no aparentaba quitarle movilidad alguna, por el contrario, le parecía bastante cómodo puesto que tan sólo le llegaba hasta las rodillas, brindándole mayor libertad. El único inconveniente era el frescor de la noche que empezaba a tomar intensidad, pero nada que le molestara realmente, al menos no por el momento. Al lado izquierdo de su pecho, resaltaba un parche de tela de casi la misma tonalidad de su vestido, con unas letras bordadas en color rojo, que indicaban ser su nombre. Todos los niños a bordo debían llevar uno, para que pudieran ser identificados con facilidad dentro de la guardería y ante el personal en caso de extravíos.
La pequeña se sentía muy emocionada, pues ésta era la primera vez que se encontraba a bordo de un barco tan grande y vistoso. La sensación de estar en alta mar y sentir la brisa salada chocarle en el rostro, era simplemente fascinante y novedoso para ella. Desde hace algunas horas había estado esperando el anochecer con el único propósito de observar el cielo nocturno. Su padre le había contado infinidad de veces, que las estrellas podían apreciarse en toda su plenitud desde el mar, quizás como en los tiempos antiguos y eso era algo que ella misma quería comprobar.
Detuvo su paso en la popa del crucero y se sostuvo de la barandilla. Alzó su mirada expectante, pero al instante toda su alegría se borró de su rostro cuando vio todo nublado y oscuro. Suspiró con pesar y agachó desilusionada la cabeza. Tal vez nunca tendría la dicha de conocer un cielo poblado de estrellas. En las ciudades lamentablemente no se podía tener un espectáculo de ese tipo…
— ¡Kagome! —la llamó preocupado un hombre alto, de cabellos azabaches iguales a los de la pequeña— allí estás… —suspiró aliviado al divisarla y retirarla rápidamente de la barandilla—. ¿Acaso quieres matarme de un susto? ¿Qué tal si te hubieses caído? No vuelvas a hacerme eso, hija…
— Perdóname, papá. Es que yo… yo sólo… —se disculpó la niña cabizbaja.
El hombre enarcó interrogante una ceja, sin comprender el motivo de tristeza de su primogénita. Si la había regañado, era porque no quería que nada malo le pasara. La amaba muchísimo y realmente se había asustado al verla en un posible peligro. La cargó amorosamente en uno de sus brazos y con su mano libre le levantó el mentón. Kagome lo miró y luego alzó sus ojos hacia el firmamento. Su padre siguió su dirección, comprendiendo finalmente lo que ocurría.
— Ya veo… ¿así que querías ver las estrellas? —dijo con una sonrisa dedicada especialmente para ella. La niña se sorprendió ante la pregunta obvia de su padre y asintió rápidamente—. No te preocupes, te prometo que desde Okinawa también las podrás ver… claro, si el cielo llega a despejarse —aseguró optimista.
La niña se alegró con sus palabras y lo abrazó del cuello. Por alguna razón, él siempre sabía o adivinaba lo que ella quería, sin la necesidad que se lo comentara. ¡Su padre era el mejor!
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— ¿Estás seguro que era ella? —preguntó calmadamente un hombre de mirada siniestra desde la comodidad de su hogar.
— Sí, mi señor, no puedo equivocarme —respondió un extraño individuo, con una horrible cicatriz en su mejilla que atravesaba su ojo derecho, hablando a través de su intercomunicador— también vi a su hijo a bordo. Se parece mucho a su padre… los mismos ojos… —informó.
Una satisfactoria sonrisa se dibujó en sus labios con aquella noticia. Había buscado a esa mujer por muchos años desde que se había escapado de sus manos. Si no hubiese sido por el entrometido de Inu-no Taisho, quizás a estas alturas ella ya sería suya, aunque no representara más que un capricho y un trofeo para su colección. Desde que la había visto por primera vez… se había obsesionado con ella por su belleza. Siempre lo hacía con alguna fémina que le gustaba... Sin embargo, el muy imbécil de Taisho se enamoró precisamente de la misma mujer a la cual le había puesto el ojo y se la arrebató.
Por mucho tiempo habían trabajado juntos en el negocio de tráfico de joyas, buscando siempre las alhajas más raras y valiosas, obteniendo grandes ganancias. Pero desde aquel día, la alianza se rompió y Taisho se retiró del negocio por ella, para llevar 'supuestamente' una vida legal y tranquila. Por supuesto que no se quedó quieto después de eso, jurando vengarse de él por traición y además, reclamar lo que era suyo por derecho.
Pasó un año y esperando el momento más conveniente para contraatacar, interceptó parte de una llamada que recibió Taisho, en la cual le indicaban algo acerca de la legendaria esfera de las cuatro almas, la misma que habían ambicionado por mucho tiempo y comenzado su incansable búsqueda. A pesar de la locura que representaba por tratarse de sólo un mito, aquella noche, ambos terminaron por confirmar su existencia. El hallazgo que había hecho Inu-no Taisho en uno de los pequeños pueblos en las afueras de Tokyo, parecía ser la clave para llegar a la perla de Shikon, así que decidió averiguarlo antes de acabar con su miserable vida. ¿Y qué mejor manera que aprovecharse de su debilidad?
Inu-no Taisho había sido un sujeto muy temerario y peligroso, siendo capaz de acabar con decenas de hombres él sólo, como si en sus venas corriera la sangre de algún demonio de la época feudal. Así que para acorralarlo, le tendió una trampa, secuestrando a su mujercita y a su hijo recién nacido para amenazarlo y poder obtener la información que requería. No obstante, no contó con que el muy maldito lograra rescatarlos, aunque sacrificando su propia vida a cambio, llevándose el secreto a su tumba.
¿Por qué se había negado a hablar y preferido morir? ¿Qué es lo que Taisho había descubierto y querido ocultar tan celosamente sin importar las consecuencias? ¿Algún escrito? ¿Un viejo pergamino tal vez? ¿Algún conjuro? ¿Un mapa?
El hombre bufó con cinismo. La única clave que tenía en estos momentos era esa mujer… ella no sólo había sido la esposa de Inu-no Taisho, sino que también su confidente e indudablemente tenía conocimiento de todo. Ella no se negaría a decirle todo lo que sabía a cambio de la vida de su único hijo, ¿verdad?
¡Lo descubriría como diera lugar y de paso reclamaría su premio!
— ¡Perfecto! Quiero que me los traigas y esta vez ¡no quiero errores! —ordenó fríamente, cortando la comunicación. Miró a través de su ventana, mirando su reflejo en ella—. Vamos a ver si te atreves a negarte ahora, Izayoi…
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— ¿En dónde se habrán metido esos dos? —preguntó una bella mujer de cabellos cortos y ondulados, sujetando de su mano derecha a un pequeño niño de 3 años de edad, mientras miraba de un lado a otro. De repente, su hijo se soltó de su agarre y comenzó a correr por la cubierta—. ¡Espera, Souta! ¿A dónde vas?
La mujer lo siguió, pero de un momento a otro lo perdió de vista. La cubierta principal era muy amplia y también había varias personas sobre ella. El miedo la invadió, pues podía ser muy peligroso si el pequeño llegara a acercarse al borde…. ¡Podría resbalar y caer! Para su alivio, a tan sólo unos metros divisó la razón por la cual el infante se le había escapado… él los había encontrado…
— ¡Souta! —lo llamó entusiasmado su padre, poniéndose en cuclillas con los brazos extendidos para recibir a su hijo. Lo abrazó y lo levantó del suelo— ¿te volviste a escapar de tu madre? Oh, hola querida… —la saludó al verla al frente suyo.
— Vaya, este pequeño es muy escurridizo cuando se trata de ti y de su hermana —comentó divertida con una amplia sonrisa. Desvió su mirada a su hija y cambió su expresión a una más seria— Kagome, te vas a resfriar… toma, ponte esto —cogió de su brazo un suéter ligero y se lo extendió para que se lo pusiera encima de su vestido. Por supuesto que la niña obedeció.
Después de unos minutos, la familia se acomodó en una de las mesas del salón principal y disfrutó de la magnífica cena. La suave melodía, tocada por un piano y un violín hizo más placentera la estancia después de finalizar… Al menos la de los adultos, porque por un lado, el pequeño Souta se había dormido en el regazo de su madre… seguramente a causa del aburrimiento, y por el otro, Kagome se movía inquieta en su silla, balanceando sus piernas de atrás hacia delante, esperando que pasara el tiempo.
— ¡Kagome! —la llamó repentinamente una niña de cabello rizado, de casi su misma edad, haciéndole un gesto con la mano— ven, vamos a jugar.
La aludida se levantó de un brinco de su asiento, dirigiendo una mirada suplicante a sus padres para pedirles permiso.
— ¿Puedo ir? —preguntó la pelinegra con sus ojos brillantes y destellantes. Ya estaba cansada de permanecer sentada sin hacer nada. Además, la invitación de la amiguita que había conocido en la mañana, era demasiado tentadora—. Por favor, por favor, por favor —dijo de manera insistente.
— No sé… ya es algo tarde —habló su padre, mirando interrogante a su esposa— además, no creo que sea seguro que dos niñas correteen sin supervisión por el barco.
Kagome comprendió a la perfección el punto de vista de su progenitor… él no quería que nada le pasara, ¡ya se lo había dicho! A veces pensaba que era demasiado sobre protector con ella. Tal vez cuando cumpliera 11 años, ya no la trataría como a una niña pequeña y le daría un poco más de libertad… No pudo evitar, sentirse algo desilusionada por su respuesta e hizo involuntariamente un pequeño puchero de molestia, lo cual provocó cierta gracia en el hombre. Cuando éste quiso añadir algo más para justificar su decisión, una joven del servicio de guardería entró en la discusión.
— No se preocupe, señor Higurashi. Nosotros cuidaremos bien de su hija— indicó amablemente— muchos niños se encuentran en la cubierta ahora, para jugar mientras sus padres terminan de cenar —explicó al señalar un grupo de infantes a través del amplio ventanal—. Mis compañeras y yo los supervisaremos, puede usted estar tranquilo…
Después de esa afirmación y sin más preámbulos, la pareja finalmente accedió para que Kagome se fuera a jugar con los demás. Ambos sonrieron por igual al ver el entusiasmo de su inquieta hija, observándola alejarse alegremente con su amiguita.
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— Tengo al hijo de Taisho en la mira… esperando orden, cambio— habló un hombre vestido de mesero por el transmisor de su muñeca.
— Todavía no hagas nada… —contestó otra voz proveniente del aparato— aguarda la señal para actuar.
— Entendido… cambio y fuera —confirmó antes de cerrar la comunicación y continuar con sus labores fingidas como personal del servicio.
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— ¡La última en llegar a la sala de juegos es una tortuga! —desafió la niña de rizos, empezando a correr.
— ¿Ah, si? ¡Eso lo veremos! —rebatió Kagome, persiguiéndola.
En medio de su afán por tratar de alcanzar a su amiga, la pelinegra desvió momentáneamente su mirada hacia un costado, reparando en un solitario chico, parado en la popa del crucero. Sin darse cuenta, aligeró su paso hasta detenerse por completo, olvidándose de su compañera de juegos que ya se había perdido de su vista.
De forma casi autómata, se dirigió hacia él hasta llegar a su lado en completo silencio. Curiosa, lo observó por unos instantes… Era más alto que ella por aproximadamente una cabeza. Tenía el cabello largo hasta la cintura y tan negro como el ala de un cuervo, el cual se mecía delicadamente con la suave brisa del mar. Contempló distraídamente su rostro, perdiéndose en su perfecto perfil. Quedó anonadada y sus mejillas se sonrojaron involuntariamente. Era el niño más bonito que jamás haya visto en su corta vida.
Saliendo de su ligero aturdimiento, Kagome se golpeó mentalmente por pensar en cosas tan tontas. Nunca antes se había fijado en algún chico y tampoco creía estar en la edad para hacerlo… pero había algo en él… que la atraía como un imán, sin que pudiera evitarlo. Respiró hondo y dio un paso hacia delante, decidida a hablarle.
— Disculpa… ¿qué haces aquí tan sólo? —inquirió inocentemente— mi papá dice que es peligroso estar tan cerca de la barandilla y tu… —él no pareció prestarle atención y no respondió, ni se movió, cosa que alteró un poco a Kagome, pues no estaba hablando con una pared para que la ignoraran de esa manera— ¿estás escuchándome?
El muchacho respingó y pestañeó como si acabara de despertar de un sueño, saliendo abruptamente de sus cavilaciones. Cerró los párpados bastante incomodado.
— Déjame tranquilo y no me molestes, niña —respondió secamente, sin voltearla a ver.
— ¡Oye! ¡No tienes porqué ser tan grosero! Sólo trataba de ser amable… —lo regañó enojada por su actitud tan ofensiva—. ¡Y mírame cuando te hablo! ¿Que no sabes que es de mala educación…?
El muchacho resopló fastidiado. Había estado demasiado sumergido en sus pensamientos, que no se percató de la presencia de la niña. No había sido su intención ser descortés con ella. Después de todo, no tenía la culpa de nada… mas bien era su madre quien se merecía cualquier reclamo en estos momentos. ¿Por qué no le permitió formar parte de esa misteriosa conversación con el anciano Myoga? ¿Qué era tan importante como para que él no pudiese estar presente? Eso… lo tenía muy intrigado y tenso.
Después de recapacitar sobre su mala actitud, se volteó para disculparse. Sin embargo, en cuanto su mirada se encontró con la de ella, toda palabra murió en su garganta.
Ambos se miraron completamente paralizados de la impresión, sintiendo un inexplicable revoloteo de miles de mariposas en sus estómagos. Sus pulsos se aceleraron y sus corazones bombardearon presurosamente la sangre por sus venas. No fueron capaces de moverse por varios segundos, olvidándose hasta de respirar, mientras una extraña calidez los embargaba.
Kagome quedó impresionada con sus hermosos ojos… eran de un color muy singular y a la vez sumamente atrayentes. Eran… tan cálidos y tan dorados como el mismo sol… ¿Acaso sería posible? ¿Era real? ¿Y por qué se sentía así de repente? Era como si él pudiera ver a través de su alma y ella en la suya…
Él, por su lado, pensó exactamente lo mismo de ella. Su mirada fue lo más dulce que jamás hubiera visto en su vida y la tonalidad de sus pupilas no podía catalogarse con un simple café… por el contrario, eran únicos y le recordaban a un exquisito chocolate, quedando atrapado en ellos.
Finalmente parpadeó, saliendo de su trance.
— Lo… lo siento… yo no quise… —balbuceó sonrojado, tratando de desviar su mirada, cosa que le fue prácticamente imposible.
Ésta era la primera vez que alguien causaba esa clase de impacto en él y esa niñita… lo había cautivado. ¿Pero cómo? Seguramente era algo referente al cambio de hormonas que estaba sufriendo su cuerpo. Su madre se lo había comentado alguna vez… cosas que les pasaban a todos los chicos de su edad y adolescentes… Esto… era muy perturbador…
— Yo… —Kagome aún no salía de su desconcierto, faltándole el habla. Él sonrió y decidió tomar la iniciativa.
— Creo que empezamos con el pie izquierdo —dijo, bajando la mirada al piso— discúlpame por lo de hace un momento… es que estaba…
— ¿Eh? No tienes de qué disculparte —respondió rápidamente, saliendo de su letargo— fue mi culpa por ser tan inoportuna —hubo un momento de silencio. La verdad era que ninguno sabía exactamente qué decir. Su encuentro había sido muy peculiar—. Bueno... ¿ahora si me dirás lo que estabas haciendo tan solo en este lugar? ¿Por qué no vienes a jugar con los demás?... Oh, ¡es verdad! Tampoco te he visto en la guardería…
Él enarcó una ceja. Esa niña hablaba demasiado y también hacía muchas preguntas, pero de alguna manera, eso le causó gracia. Ella le agradaba…
— Eso es porque en esos lugares sólo aceptan a niños menores de 12 años, y da la casualidad que soy un año mayor que eso —explicó con un aire divertido, lo cual fue respondido con un 'Oh' de parte de la niña—. ¡Como sea! Por cierto… soy Inuyasha —se presentó finalmente, extendiéndole la mano mientras clavaba sus dorados ojos nuevamente en ella.
Un nuevo sonrojo decoloró sus blancas mejillas y su corazón comenzó a latir locamente en su pecho, faltándole el aire en sus pulmones. ¿Y eso sólo por su mirada? ¿Qué le estaba pasando? Lentamente levantó su mano para corresponder al gentil apretón que él le estaba ofreciendo. Cuando sus pequeños dedos rozaron con la palma del chico, un extraño y a penas perceptible brillo surgió en esa unión y en la parte lateral de sus manos, se grabó una singular marca, sin que ellos lo notaran.
Una inesperada corriente eléctrica los recorrió de pies a cabeza, siendo finalmente conscientes del intenso sentimiento que había aflorado enigmáticamente en ellos. El primer amor… mágico, único e inolvidable…
— Yo soy…
Repentinamente, la luz de un rayo zigzagueante atravesó el cielo nocturno, acompañado por el ensordecedor ruido de un trueno. El frío viento sopló, movilizando las oscuras y espesas nubes del ennegrecido firmamento. El mar se agitó y las potentes olas azotaron los costados del crucero, balanceándolo bruscamente.
El personal de servicio reunió rápidamente a todos los infantes que estaban a su cargo, ingresándolos inmediatamente a la seguridad del gran salón, en donde permanecían sus respectivos padres, aunque el paso se les complicó debido al vaivén irregular y agitado de la embarcación.
Una gran tormenta se vino sobre ellos y las intensas gotas de agua no tardaron en descender…
— Será mejor que nosotros también volvamos —sugirió Inuyasha, tomando a Kagome de la mano para ayudarla a equilibrarse y poder seguir a los demás.
En ese preciso instante, una gran explosión, proveniente del cuarto de máquinas, sacudió ferozmente toda la estructura naval, acabando con la vida de todos aquellos que estuvieron en la parte baja. Las intensas llamas se esparcieron rápidamente, provocando un peligroso sobrecalentamiento en los tanques de combustible y el asfixiante humo, se infiltró en los diversos camarotes de pisos más arriba. Los pasajeros se alarmaron al instante y subieron a la cubierta tan rápido como les fue posible.
— ¿En dónde está Kagome? —preguntó la madre de la niña a su esposo muy asustada, sosteniendo a Souta protectoramente en sus brazos, mientras la gente corría de un lado a otro. Levantó la vista y con horror la divisó muy cerca del borde del barco junto a un muchacho, tirados en el suelo—. ¡Kagome!
No fue necesario pedirle a su esposo que fuera por ella porque en cuanto la vio, él salió corriendo para socorrer a su pequeña. Sin embargo, antes que pudiese llegar hasta ella, fue detenido por unos fornidos hombres vestidos de blanco, pertenecientes a la tripulación.
— ¡No puede ir, señor! Es muy peligroso —le advirtió uno de ellos.
— ¡Pero es mi hija! ¡Tengo que ir por ella! —refutó angustiado, forcejeando por abrirse paso a través de ellos.
— Lo sentimos, pero no puede pasar —fue su respuesta negativa— nosotros nos encargaremos de ayudarla. Usted y su familia deben ponerse a salvo y...
Al cabo de segundos, el puente de mando también estalló y la cabina del capitán quedó destrozada. Los trozos de vidrio volaron por los aires, esparciéndose por todas partes y enormes llamaradas salieron por los ventanales. Gritos de personas heridas y asustadas se hicieron presentes en aquella división, creándose un gran alboroto, aún mayor que el anterior.
El caos y el terror invadieron todo el crucero y la gente entró en pánico. Los botes salvavidas fueron desatados y los pasajeros fueron evacuados de inmediato antes que ocurriera una desgracia aún mayor. La estructura no tardaría en derrumbarse y todos debían salir antes que fuese demasiado tarde. Sin embargo, el mar estaba muy embravecido y la incesante lluvia dificultó notablemente la misión.
— ¡Inuyasha! —gritó una mujer muy hermosa, saliendo entre el gentío para dirigirse preocupada hacia su hijo. Un anciano de baja estatura la acompañaba, evitando que lastimaran a su señora.
— No se preocupe. Él está en buenas manos, señora Izayoi…—indicó un extraño individuo corpulento.
— ¿Quiénes… quiénes son ustedes? —preguntó temerosa al ver a varios de ellos. En el fondo conocía ya la respuesta— ¿ustedes provocaron todo esto? ¡¿Qué quieren?
El hombre sonrió con descaro. Ladeó su cabeza, haciéndole un gesto a algunos de sus camaradas. Ellos asintieron y se encaminaron hacia la popa, obedeciendo la orden. Izayoi los miró con terror, comprendiendo su objetivo… ¡su hijo! Pero en cuanto dio un paso al frente, fue detenida raudamente.
— Si coopera con nosotros, nada malo le sucederá —explicó, adivinando sus temores.
— ¡No se atreva a tocar a ninguno de los dos! —lo amenazó el anciano, poniéndose en frente de la mujer.
— Y tu, ¿qué harás al respecto, viejo? —inquirió de manera despectiva, mientras inclinaba su cabeza a su altura— te llamas Myoga, ¿cierto? —recordó que él también era una pieza clave para obtener la información que tanto buscaba el jefe—. Más vale que tú también cooperes —advirtió, mostrándole un arma debajo de su chaqueta.
El anciano Myoga no pudo hacer nada más que apretar los puños, observando a cada uno de aquellos hombres con rencor, memorizando sus rostros y al mismo tiempo, buscando una salida para escapar junto a su señora y el joven Inuyasha. Le había hecho una promesa a su amo Inu-no Taisho. No debían atraparlo… a él no.
Las cosas a bordo se ponían cada vez peores. La tormenta no cesaba. Relámpagos y truenos acompañaron la desastrosa escena, mientras que las enfurecidas olas chocaban insistentemente contra el crucero, hundiéndolo poco a poco. La superficie se mojó con agua salada y agua de lluvia, volviéndose el piso muy resbaloso.
A pesar del torrencial diluvio, el incendio se expandió por los interiores, peligrando la vida de muchos pasajeros que aún no abandonaban la nave. Y como era de suponerse, los controles del tablero principal del puente de mando se sobrecalentaron con el calor del fuego, sacando chispas, terminando en una nueva detonación. La base se vino abajo, desmoronándose todas las divisiones y la estructura central que contenía los salones y los camarotes. El piso de la cubierta principal se resquebrajó, siguiendo una línea serpentina hasta la punta de la popa del crucero.
Inuyasha levantó la cabeza y se puso precipitosamente de pie. Buscó a Kagome junto a él para atraerla a su lado, pero antes que pudiese alcanzarla, la enorme grieta que se formó, le obstruyó el paso, separándolo de ella.
— ¡Inuyasha! —la niña lo miró aterrorizada, tratando de mantener el equilibrio y sujetarse de alguna parte. Extendió su mano, sin embargo, una gran ola se levantó sobre la popa, y la arrastró irremediablemente al despiadado y frío mar.
— ¡NO! —vociferó el muchacho con enorme angustia.
En ese momento, los segundos parecieron pasar en cámara lenta. Sin pensar en las consecuencias, Inuyasha se giró y tomando impulso, se arrojó tras ella para rescatarla. No obstante, antes que pudiese abandonar la borda, un sujeto corpulento surgió de la nada y lo aprisionó, jalándolo hacia atrás. El muchacho forcejeó y pataleó para zafarse, pero sus esfuerzos fueron en vano, puesto que sus fuerzas no se igualaban a las de su captor. Un doloroso nudo se formó en su garganta al sentirse impotente y tan sólo poder escuchar los gritos desesperados de la pelinegra desde las turbias aguas.
— ¡KAGOME! —exclamó el padre de la niña, quien apareció de repente, atravesando velozmente la longitud del navío y sin dudarlo, se lanzó tras su hija.
Las feroces olas lo golpearon y el agua helada le caló hasta los huesos, impidiéndole moverse con facilidad. Sintió como su cuerpo se acalambraba, hundiéndose constantemente con la marejada, provocada por la tormenta. Pero a pesar de todo, no estaba dispuesto a rendirse. Su pequeña lo estaba llamando y necesitaba llegar hasta ella como diera lugar. Tenía que salvarla y aunque tuviera que dar su propia vida a cambio. Con desesperación trató de nadar hasta ella, sin embargo, el bravío mar lo arrastró hacia otra dirección, alejándolo cada vez más del crucero y al mismo tiempo de su primogénita…
Inuyasha los observó con gran dolor desaparecer de su vista y su pecho se oprimió, sintiendo como su corazón se rompía en mil pedazos mientras caía a un profundo abismo. Hace tan sólo unos minutos atrás había conocido el sentimiento más puro y sincero que pudiera existir sobre la faz de la tierra… no necesitaba ser un adulto o alguien experimentado para saberlo… lo sentía… su corazón se lo decía… ella era su único amor, la cual había sido destinada para él… y ahora… ahora la había perdido… para siempre…
— ¡Inuyasha!
El chico levantó su decaído rostro al escuchar el angustioso llamado de su madre y de pronto, todo se detuvo para él. Sus dorados ojos se ampliaron al ver como un feo hombre con una horrible cicatriz en su cara, le apuntaba con un arma en la cintura y otro al anciano Myoga. ¡¿Qué estaba pasando?
De pronto, el ensordecedor sonido de un disparo irrumpió en la escena y el individuo de la cicatriz cayó al suelo. A partir de ese instante, todo pasó demasiado rápido. Como si hubiese sido una señal, Inuyasha echó su cabeza hacia atrás con furor, rompiéndole la nariz al hombre que lo retenía. Se soltó y corrió hasta su madre para protegerla. El otro sujeto dejó de apuntarle al anciano, dirigiendo su pistola hacia el muchacho, pero antes que pudiese hacer algo en su contra, Myoga aprovechó la distracción del agresor y le arrebató el arma con un golpe certero en su mano.
En medio de un tiroteo, gritos, heridos y muertos, una bandada de hombres armados invadió el lugar, defendiendo y cubriendo a Inuyasha, Izayoi y Myoga para que pudiesen escapar.
— ¡Corran, corran, corran! —los apresuró el líder de aquel misterioso grupo, indicándoles el camino de escape.
— ¡Royakan! —lo reconoció el anciano Myoga y sin dudarlo lo siguió, llevando consigo a la señora y a su joven amo, siendo acompañados por varios escoltas.
El crucero se estaba hundiendo rápidamente de manera diagonal y las aguas casi alcanzaban la superficie de la cubierta. Las tablas de madera de la base se levantaron, convirtiéndose en peligrosas lanzas, al mismo tiempo que, el poco piso que quedaba de la cubierta, mojado y resbaloso, entorpecía en gran manera la huída. Alzaron sus vistas y para su consternación, ya no quedaban botes salvavidas. Todos se habían marchado, poniéndose a salvo. ¿Qué harían ahora? No tenían a donde ir...
Como si les hubiese adivinado el pensamiento y en medio del apuro, Royakan les hizo una señal, indicándoles su transporte. Para la sorpresa de todos, de entre las profundas y agitadas aguas, emergió un submarino de tamaño mediano. La compuerta se abrió y otro hombre salió de ella para ayudarles a subir.
Estuvieron a punto de abordar la nave, cuando de repente, un nuevo disparo surcó los aires, cobrando una víctima. Éste había sido el último esfuerzo de uno de los malvados hombres sobrevivientes del tiroteo, antes de fallecer por un balazo en su cabeza.
Inuyasha se giró temeroso, viendo con horror como su madre hacía una mueca de dolor, al momento en que su cuerpo descendía pesadamente. Con un rápido movimiento logró atraparla antes que tocase el suelo.
— ¡Mamá! —gritó con aflicción al notar una oscura mancha escarlata salir de su espalda. Con sumo cuidado la volteó, acomodándola en su regazo mientras gruesas gotas salinas se formaban en sus dorados ojos —por favor… ¡resiste!
— Hijo… no dejes que… que te atrapen… ¡debes… vivir! —susurró entrecortadamente entre lágrimas. Tragó dificultosamente y con su último aliento encargó a su amado hijo en manos de su fiel sirviente— Myoga… cuida de él… te lo ruego… —lo vio asentir en señal de una promesa y sonrió, cerrando finalmente sus ojos.
— ¡MAMÁ, NO! —vociferó Inuyasha con desesperación, abrazando con desconsuelo el cuerpo inerte de la mujer— ¡MAMÁ!
— Lo siento mucho, pero tenemos que irnos, ¡ya! —indicó Royakan, notando el peligro. Si no se marchaban ahora, el crucero los arrastraría a las profundidades.
El anciano Myoga lo comprendió y tomó a su joven amo de los hombros, tratando de separarlo de su madre, pero él se negó siquiera a moverse.
— ¡NO, NO, NO! —gritaba una y otra vez, sintiendo como todo su mundo se desmoronaba de un momento a otro. ¡¿Por qué?
Royakan lo miró con pesar y suspiró. Si continuaban allí, morirían todos… Levantó su mano y le propinó un golpe en la nuca, dejando al dolido muchacho inconsciente. Lo levantó sobre su hombro como a un costal de papas y se introdujo en el submarino, seguido por el anciano, desapareciendo instantes después entre las olas del enfurecido mar.
A lo lejos, en medio de una tormenta, desde las negras y agitadas aguas del mar de las Filipinas, sólo se podía observar el fatídico hundimiento de un navío en llamas, el cual alguna vez había sido un lujoso crucero vacacional con destino a Okinawa...
— Hemos… hemos fallado… señor —jadeó dificultosamente un hombre con traje de mesero a través de su intercomunicador, antes que se cortara la señal.
Una poderosa ola se levantó sobre el crucero, destrozando brutalmente los restos del barco, dejando únicamente pedazos de madera a flote.
Continuará…
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N/A: ¡Hola a todos! Bueno, a pensar de mis diversas actividades diarias, no me podía quedar sin escribir y aquí me tienen una vez más con una nueva historia. Como lo prometí, éste es mi primer intento de Universo Alterno. Ya sé lo que me van a decir… yo y mis comienzos xD. ¿Qué les pareció? Ya verán que con el transcurso de la historia irán descubriendo muchas cosas y que de seguro les dejaron con varias dudas.
Espero que les guste este nuevo proyecto y que me acompañen a lo largo de este fic, el cual les aseguro, no le faltará absolutamente nada o al menos eso intentaré. Los que ya me conocen, saben a lo que me refiero.
Estaré esperando con muchas ansias sus reviews y recuerden que cualquier comentario o sugerencia, siempre serán bienvenidos.
¡Besos y hasta la próxima!
Peach ^^
