Otra vez estaba allí, todo cuanto veía estaba cubierto por la nieve. Corría a través de un sendero demarcado por rocas, los árboles deshojados a su orilla formaban un arco, dando así la sensación de que se cruzaba un pasillo. Tenía miedo, pero no podía dilucidar por qué; sólo sabía que debía huir, correr lo más rápido que pudiera. Sus pies descalzos recibían la inclemencia del frío y la orilla de su sencillo vestido blanco se ensuciaba a cada paso que daba. Podía escuchar el galope de varios caballos, sin embargo miraba hacia atrás y no veía nada más que el interminable sendero, rocas, árboles y nieve. Un gran vacío la inundó, calando profundo en su corazón, obligándose a llevar sus manos al pecho y continuar corriendo. Luego, cuando el sonido de los caballos se hacía más fuerte, veía una figura delante, justo donde terminaba el camino y donde más allá solo observaba una potente luz. Era un hombre que le daba la espalda, y aunque no sabía por qué, sabía que debía alcanzarle, llegar hasta él. Como en cada ocasión, al momento de tocar el hombre de aquella persona, las imágenes se volvían confusas e iban desapareciendo hasta que despertaba, sudando frío y con la misma sensación de vacío que había tenido durante el sueño.

A su lado, Ginny dormía en forma pacífica y murmuraba el nombre de Harry suavemente. Miró el reloj despertador y suspiró con pesadez al darse cuenta de que apenas eran las tres de la mañana, le sería imposible volver a conciliar el sueño. Ese sueño lo había estado teniendo desde finales del año escolar pasado, pero no se lo contó a ninguno de sus amigos. Creyó que no era prudente, luego de la muerte de Sirius, cargar a los chicos con más preocupaciones innecesarias. Además, Hermione estaba segura de que no era algo tan terrible después de todo, no era más que un tonto sueño. Lo que no podía explicarse es el por qué la dejaba tan afectada y preocupada.

Cansada de mirar el techo, se levantó de la cama y buscó uno de los libros del curso siguiente; al menos leería algo de provecho hasta que saliera el sol. En unas cuantas horas regresarían a Hogwarts; a veces se sorprendía de los sucesos que pasaron desde el primer día en que conoció a Harry y Ron, desde el trol en el baño hasta la pelea en el ministerio. Parecía una eternidad, y aún así estaban listos para cumplir otro año.

Se percató de que había amanecido cuando la señora Weasley le dio los buenos días y le preguntó qué quería para desayunar. Decidió que lo mejor era ir a despertar a los chicos para que no se atrasaran, ya conocía en demasía las costumbres de sus amigos –que por más que había intentado cambiarlas, lo declaró como caso perdido–. La madriguera se sumió en un completo caos, todos se movían de un lugar a otro buscando lo necesario y tratando de que no se les quedara nada. Apuraron el desayuno bajo la presión de los señores Weasley, ya que iban atrasados. Al terminar subieron el equipaje al auto encantado de Arthur y se acomodaron dentro tan rápido como pudieron. Una vez que el señor Weasley comprobó que todo estaba en orden, encendió el auto y se dirigieron a la estación Kings Cross.

–No se olviden de escribirnos– dijo Molly al despedirse, mientras trataba de quitarle una mancha del rostro a Ron, el cual se sonrojó avergonzado. Después del último abrazo, los chicos se dieron prisa para guardar el equipaje y encontrar un compartimiento vacío, tuvieron la suerte de que Neville les estaba guardando lugar. Ginevra se separó de ellos para reunirse con Luna y su grupo de quinto curso. Aunque Harry aún seguía deprimido por la pérdida de su padrino, logró compartir algunas bromas con sus amigos y estar tan animado como sus sentimientos le permitían. Ron seguía de tan buen humor como siempre, más porque sentía que era su deber animar a su mejor amigo. En cuanto a Hermione, que siempre había sido la más sensata y madura de los tres, se tomaba las cosas con más calma, riendo cuando era necesario, callando en el momento justo y opinando en el instante pertinente.

La llegada a Hogwarts siempre era una experiencia inolvidable, muchos allí sentían que regresaban a sus casas. La ceremonia de selección fue corta, recibieron el acostumbrado discurso del director, y además, la noticia del nuevo profesor de pociones, Horace Slughorn, y Snape tomando el puesto de profesor de DCAO. Para muchos esto fue una grata sorpresa, ya que Slughorn no era tan exigente como su predecesor, y por mucho, menos escalofriante. La salud de Dumbledore parecía un tanto quebrada, pero solo una observación minuciosa podía llevar a aquella conclusión, ya que el director era capaz de sonreír aún en las ocasiones más estresantes.

Cuando la cena se dio por terminada, los prefectos guiaron a los estudiantes hasta sus casas comunes, dándoles la nueva contraseña y las normas de regla. Aunque no fueran sus mejores amigas, Hermione se sintió contenta de volver a ver a Lavender y Pavarti, que con su parloteo y bromas, ayudaban a la castaña a recordar que también era una chica ordinaria que disfrutaba de las pequeñas cosas de la vida. No todo era la guerra o los estudios, también estaban las personas que crecían junto a ella y estaban a su lado. Después de que estuvieron bastante cansadas como para continuar, se fueron a dormir. Esa noche volvió a soñar, solo que esta vez algo diferente había sucedido, antes de despertar, de que las figuras se disiparan y ella despertara bañada en su propio sudor, escuchó claramente que el caballero de su sueño le dijo: Encuéntrame, ven a mí.

En otra parte del castillo, lejos de las torres, en lo más profundo de los dominios del castillo, sentando frente al fuego, se encontraba un joven con la mirada perdida en algún punto en la pared. Los intentos de sus amigos, por hacerlo partícipe de la conversación, fueron en vanos y al final desistieron, dejándolo solo, que era exactamente lo que quería. Estar solo y pensar. No había recibido noticias de su padre y la aparente calma que reinaba estaba envuelta en una atmósfera de tensión, un delicado balance que podía romperse en cualquier instante. Las fuerzas del mal se estaban preparando y cuando el momento llegara debía actuar como había estado evitando por tanto tiempo.

La sala común de Slytherin fue sumiéndose en el silencio mientras los alumnos se retiraban a sus dormitorios. Cuando Blaise y Theodore se despidieron de él, apenas levantó la mano en señal de reconocimiento sin mirarles. Por lo general era mucho más agradable con sus amigos, pero últimamente estaba demasiado abstraído en sus pensamientos como para prestar atención a las reglas de la etiqueta y la cortesía.

Luego de pasada la media noche, el sueño hizo efecto en él y le obligó a retirarse a dormir. Sus compañeros estaban rendidos plácidamente. Contrario a lo que pudieran pensar, eran bastante silenciosos, cualidad que Draco apreciaba en ellos. No bien pasaron unos minutos cuando él también cayó dormido profundamente. La mañana siguiente fue como cualquier otra, los chicos se levantaron, Blaise tardó más que todos en salir del baño, Theo realizaba todo con una parsimonia exasperante y él trataba de arreglarse a tiempo para llegar a su primera clase de DCAO puntual. Pero había algo diferente, algo de lo que no pudieron percatarse los otros dos Slytherins. Ninguno notó la ansiedad en los ojos del rubio y el espíritu de turbación que lo abrumaba. Estado provocado por un extraño sueño que tuviera esa misma noche. Soñó que esperaba a alguien, al final de un sendero, y que la preocupación lo consumía. Fue tan vívido que aún podía sentir ese ligero escalofrío que lo acompañó durante esa visión onírica. Lo que más le perturbó fue la voz de una chica que le gritaba fuerte y claramente las palabras: Espérame, no me dejes.