Una vez más se encontraba en aquel lugar de oscuridad absoluta. Una oscuridad tan densa que el mundo parecía terminar a dos dedos de su nariz. Pero ella sabía que no era así. De hecho, aquel lugar se extendía hasta el infinito en cualquier dirección.
Ya hacía meses que entraba y salía de aquel mundo, así como de muchos otros.
Cualquier persona, con el adiestramiento necesario podía entrar al lugar, gracias a un ritual, más efectivo y sencillo cuanta más gente lo practicara al mismo tiempo, pero que de cualquier forma era largo, agotador y, con demasiada frecuencia, mortal.
O per lo menos eso le contó su padre y maestro. Lo cierto es que era más maestro que padre. Su relación siempre había sido fría y distante, carente de afecto. Ella no lloró, no se inmutó el día de su muerte. Pero ese día sí que supuso un cambio en su vida. Ese día él le contó la verdad. Ni ella ni su maestro eran de ese mundo. De hecho él no era su padre. Y todo cobró sentido. Él nunca quiso que le llamara padre, ni se comportó como si ella fuera su hija. La realidad era que ella era la princesa heredera de otro mundo, en el que sus gentes eran capaces de llegar a la oscuridad en unos minutos gracias a unas piedras verdes, abundantes en ese mundo, pero escasas en cualquier otro. Además eran capaces de orientarse en aquel lugar, de encontrar entradas a otros mundos aún sin ver ni oír, cuando otros muchos viajeros de otros mundos enloquecían y morían en la penumbra, sin que nadie nunca supiera nada más de ellos, o pasaban su vida atrapados en un mundo que no era el suyo.
Ese día tomó una decisión. Debido al estricto cuidado de su maestro, no tenía relación con nadie. No había cruzado más de cinco palabras seguidas con nadie que no fuera su maestro.
Así que abandonó el mundo, dispuesta a encontrar su lugar. A menudo abandonaba los sitios que visitaba en unos minutos, el tiempo justo para el ritual. De vez en cuando pasaba unos días, y alguna vez llegaba a algún lugar que ya había visitado. Afortunadamente, en la oscuridad no pasaba el tiempo, por eso podía pasar el equivalente a días sin comer, beber, o dormir. Afortunadamente, porque no sabía cómo llegar.
De ese modo, buscando al azar, era solo cuestión de tiempo que pasara lo que pasó. Al entrar en un mundo, uno de sus mayores miedos se hizo realidad. La piedra verde que llevaba colgada al cuello, la única que tenía, que necesitaba para entrar a la oscuridad, no estaba.
Darse cuenta de que estaba atrapada fue tan terrible, que no pudo llorar ni gritar. Cayó al suelo sentada, con la mirada perdida en el infinito, incapaz de pensar en nada. Pasado un rato, se abrazó a sus rodillas y entonces sí, lloró.
Fue cuando sus lágrimas se agotaron que se dio cuenta de que la piedra no podía haber desaparecido, debía de estar en algún sitio. Lo importante era sobrevivir, calmar su estómago, que llevaba horas rugiendo.
Tuvo la suerte de encontrar una raíz, que crecía por todas partes, y que contenía una gran cantidad de agua. Al principio no sabía si la matarían, pero pasados dos días, aún estaba viva.
No hacía otra cosa más que andar, fijándose en todo esperando toparse por casualidad con la piedra, y alejándose de cualquier sonido raro. Hasta que días después, imposible precisar cuántos, escuchó un sonido que no podía ignorar. Una voz humana.
Corrió hacia el sonido. No era el sonido de quien pide ayuda, sino que era más parecido a un canturreo.
Cuando llegó a un claro, justo en el centro, había un hombre. Al acercarse se percató de que ese hombre era en realidad un chico, apenas mayor que ella. Parecía tener un pié en algo semejante a arenas movedizas, con la diferencia de que no tenía un pie hundido, sino que la arena trepaba por su pierna. Sin dudar un segundo lo cogió de un brazo y estiró. Entre los dos fueron capaces de liberar la pierna del extraño. Sin decir nada se levantó y echó a andar.
-¡Espera!- Dijo ella. Él no se paró así que le siguió.
-¿Quién eres?
-No te importa- Contestó.
-¿Cuánto llevas aquí?
-No es asunto tuyo.
-Por si no te has dado cuenta te he salvado la vida.
-No te he pedido ayuda.
-¿Nunca te han dicho que eres un imbécil?- Entonces se paró en seco.
-Escucha, es evidente que acabas de llegar a este mundo a través de la oscuridad y no sabes cómo funciona esto. No me importa. Si quieres seguirme adelante, si quieres comer mis sobras me da igual, si quieres dormir en mi refugio eres libre de hacerlo, pero no me dirijas la palabra y no me molestes.
Ahora sí que estaba confusa. ¿Quién era él? ¿Cómo sabía que había llegado a través de la oscuridad? ¿Había llegado él de ese modo a aquel mundo donde la arena trepaba por tus piernas?
Desde luego era peculiar. Se movía como si no conociera el terreno, pero de todas formas no llegaba a caerse, de modo que llevaba allí el tiempo suficiente para adaptarse. Y en lugar de mantenerse silencioso, para no alertar a cualquier posible peligro de su presencia, cantaba a viva voz. Cantaba una estúpida canción infantil.
¿Quién sería aquel extraño sujeto?
