¡Un Yamaichi!, ¿quizás un Taito? Siendo Tai y Yamato, lo que importa es que estén juntos.

PD. A menos que me surja un arrebato incontrolable en el futuro, esto no tendrá continuación.


Sin aviso o permiso, lo hizo.

Si el mundo era azul, seguramente se veía como ese lugar en donde una multitud de personas, portando tonos cerúleos, se movían por doquier. Entre los gritos y la euforia del momento, de la reciente anotación que aún vibraba en el pecho de los espectadores, le vio hacer una caravana de aquellas teatrales que a éste tanto le gustaban pero, lento y fuera de lugar se llevó una mano al pecho mientras la carrera se convertía en un andar pausado, torpe y tan poco natural.

Fue cuestión de un segundo y, ya todo estaba dando un giro irreal...

Nadie lo notó, nadie alrededor del chico.

Sólo él, a lo lejos.

Como si estuviera en un barco, a punto de hundirse por la fuerza de una gran e inevitable ola, de sólo contemplarlo todo pareció inclinarse hacia la derecha y luego a la izquierda. Estaba mareado o quizás, por contener el aliento, le faltaba oxigeno.

Al mayor parecía que le faltaba aire y con el dolor instalándose en un costado de su cuerpo, comenzó a doblarse. La gente seguía gritando, alzaban las voces a coro, vitoreaban y entre la mordaz escena de la victoria, éste comenzó a caer. Era un joven alto, de cuerpo atlético y melena chocolate; contemplar como esa persona se desplomaba justo frente a sus ojos pero a una horrorosa distancia fue como ver un pilar, aquel en torno al cual había construido su vida, resquebrajarse y caer.

Caer, llevándose consigo lo bueno, lo feliz, lo añorado; aplastándolo todo.

Gritó hiriéndose no la garganta sino el pecho, su cabeza cimbraba y corrió aún antes de darse cuenta de que lo hacía. Al frente, finalmente, los demás habían reparado en lo que ocurría y formaban un círculo sombrío que le recordaba a esos documentales de buitres desgarbados que sobrevolaban en torno a un herido.

Ahora ya nadie alzaba la voz, una ola de murmullos con preguntas y temores corría casi a la misma velocidad con que él avanzaba entre la gente y descendía por las gradas. Al fondo, no muy lejos, era una sirena la que ahogaba el resto de los sonidos.

Mas si resultaba o no prohibido, no le importó.

Saltó a la cancha, sus piernas temblaron por el golpe y al no soportar su peso, rodó levantándose a tropezones por la desesperación. La mala condición, pero esa verdad y las otras sensaciones se sumaron a la lista de cosas a las que ahora no les prestaría atención pues, sólo valía llegar a él: a Tai.

Y cuando lo consiguió, empujando a los jugadores, reveló lo que habían escondido...

–¡TAI! ¡TAI! –su vista se nubló, aún sentía vértigo. Intentó sujetar al moreno pero, luchó con quien le detenía y trataba de apartarle–. ¡DÉJAMEEE! ¡SUÉLTAAME!

Bruscamente fue liberado, arrojado a la realidad.

–¡TAI!

Sin poder meter las manos cayó con un ruido sordo y, nada lo preparó para eso. Vio que el otro no se movía, que no respiraba; rígido, con la mano apretada al pecho, Tai yacía en el césped.

Y no parecía dormir.

El mundo se detuvo justo en ese momento; sin aviso o permiso, lo hizo.

–¿T-Tai?...

~*FIN*~


Dedicado a Koushiro Yamato que ama las historias así, cortitas y sin continuación. ¡Feliz Navidad!, Editora~