Disclaimer: Attack on Titan pertenece a Hajime Isayama. Fanfiction escrito sin fines lucrativos.
Línea temporal: pre-series.
SOL NOCTURNO
Capítulo Único
Algunas chicas, principalmente jovencitas enamoradas o niñas pequeñas, duermen con un oso de peluche a su lado, incluso lo hacen con uno entre sus brazos. Mikasa había tenido un osito de peluche cuando había sido una niña inocente, ignorante de la crueldad del mundo; pero ahora, en la casa Jaeger, no tenía ninguno.
Carla, la madre de Eren, le había querido obsequiarle uno en una de esas ocasiones en que ella la había acompañado a comprar comestibles al mercado, pero Mikasa se había negado categóricamente a ello. Ella no necesitaba de un osito de peluche ahora. No después de lo que había visto y vivido.
De cualquier manera, al final Mikasa sí había obtenido un osito (aunque no era un osito, más bien un amigable lobo) de felpa. El doctor Jaeger se lo había llevado una de esas veces que regresaba a casa después de ausentarse muchos días. Parecía que esperaba verla sonreír como aquella chiquilla que ya no era. Y ella hizo el esfuerzo por complacerle como retribución a toda la amabilidad que le estaban dando. Una sonrisa no podía compararse a todo lo que estaba recibiendo y seguiría obteniendo en el futuro, pero no podía hacer mucho más por ellos.
Mikasa colocó su regalo sobre las sábanas, apoyado en la almohada. Lo colocaba todos los días en ese mismo sitio después de tender su cama. Sabía que Carla lo vería allí y sonreiría cuando lo hiciera, pensando que ese muñeco de felpa era todo lo que necesitaba una pequeñita que había presenciado la muerte de sus padres, para mantenerse inocente de todo el mal que acechaba.
Pero el mundo era cruel, el pasado doloroso y Mikasa sólo era una niña.
Las noches eran largas y oscuras. Y en la soledad de su habitación, Mikasa pensaba en muchas cosas aunque no quisiera hacerlo. Aunque intentara mantenerse serena, controlando sus emociones. El recuerdo de los cuerpos de sus padres llenos de sangre; los momentos llenos de soledad, secuestrada y golpeada, cuando estaba segura de que su fin o el inicio de algo más horrible estaba por cernirse sobre ella. También aquellos momentos felices en su vieja casa, que ahora no eran más que memorias tristes e incluso dolorosas, de algo que tuvo y no iba a volver.
Naturalmente, Mikasa también tenía pesadillas, aunque nadie supiera sobre ello. Ella no gritaba, no lloraba ni sentía deseos de desaparecer para dejar de sentirse vacía de una vez por todas. Al final de cuentas, todo aquello no era real (ya no más) y su corazón debería retomar su ritmo normal en cualquier momento. Tampoco hablaba sobre estos problemas. Se mantenía callada porque de otro modo, la ilusión de que estaba volviendo a tener una vida saludable y normal se esfumaría.
Esas malas noches, que no eran muchas, pero sí suficientemente abrumadoras, Mikasa se serenaba a sí misma, acurrucándose entre las sábanas blancas, abrazando con fuerza su bufanda, la bufanda que Eren le había regalado, olvidando poco a poco lo que había visto en sueños.
La bufanda era lo único que necesitaba para consolarse, por eso se había negado a que le compraran aquel oso de peluche. No necesitaba ninguna otra cosa más que eso. La bufanda era su sol nocturno, la materialización de la esperanza y sus ganas de continuar viviendo.
¿Para qué querría ella un lobo de felpa o una algodonoza imitación de un oso? Tenía el obsequio de Eren, su posesión más preciada de la vida, y eso era todo cuanto necesitaba para seguir siempre hacia adelante, sin lamentarse por lo que se había perdido, dejándolo todo atrás.
