Fic dedicado especialmente a Zryvanierkic, en agradecimiento a su incondicional apoyo en cuanto a historias sobre Defteros se trata, y a todos los que disfrutáis mis locuras fuera del ámbito canon de Saint Seiya. Se trata de un Universo Alterno, con las características y peculiaridades que dichos mundos albergan.
Disclaimer: los personajes pertenecen a Shiori Teshirogi.
SIETE
1. Amanecer
Son las 5:30 de la madrugada.
El despertador digital no demora en su cita diaria, aunque yo hace ya más de una hora que aguardo su llamado. He contado todos y cada uno de los minutos que han ido transitando reflejados en el techo de mi húmedo dormitorio. Como cada noche...casi cada hora. Casi...
Apenas duermo.
Hace dos años que apenas duermo, pero ellos no lo saben. Ni deben saberlo. Me despedirían del trabajo. Y trabajo, ahora es lo único que tengo.
Soy estibador en el puerto de mercaderías del Pireo. Un peón raso. Alguien sustituible fácilmente.
He detenido el primer pitido aburrido e in crescendo del despertador, pero cuando comienza el segundo reclamo lo silencio por completo. Es hora de irse...como cada día. Siguiendo fiel a la rutina que me mantiene actuando día tras día.
Las ropas que acuden a cubrir mi cuerpo son las mismas que ayer. Están sudadas, los pantalones sucios de polvo. ¿Pero a quién le importa? Quizás esta tarde, cuando regrese del trabajo, ponga una lavadora. Quizás cambie las sábanas y muy probablemente vaya a realizar alguna compra. Algunos alimentos congelados o empaquetados que contribuyan a mi sustento. Nada delicioso a fin de cuentas, simplemente necesario. Básico.
La realidad es que ahora mismo no tengo nada en la despensa. Sólo café.
El que me mantiene despierto. Vivo. Activo y adicto.
Todavía no ha amanecido cuando piso la acera de mi portal. La soledad de la calle me abraza con su perenne humedad, me recuerda que una esperanzadora mañana pronto se va a estrenar. Las manos buscan refugio en las profundidades de los bolsillos de mi raída chaqueta. Antes no me pertenecía...y ahora me resisto a sustituirla.
Con desgana suspiro, inspiro el aire que aún no se percibe tan contaminado y arranco mi día. Mi rutinaria elección es el transporte público, y hacia él me dirijo aunque después de andar unos escasos cincuenta metros, me detengo. La boca que me llevará a la guarida del gusano subterráneo me espera, pero yo me fijo en ése puesto.
Tu puesto. Tu sitio...tu lugar. Aún herméticamente cerrado.
Jamás te veo cuando inicio el día, pero sé que siempre estás cuando regreso. Tú y tu fiel perro lazarillo. Raay creo que se llama...Alguna vez he escuchado como le nombras, y he visto la alegría que estremece su lomo cuando posas tu mano sobre él.
Qué ironía...sé el nombre de tu perro...En cambio ignoro el tuyo. Únicamente sé de ti que vendes cupones de lotería que financia una organización de invidentes. Y que me sonríes cada tarde, cuando yo sólo te gruño.
Al menos Raay me devuelve el gruñido. Él sí parece conocerme...y él sabe porqué lo hace.
Porqué lo merezco.
Debo dejar de observar tu puesto como un demente o llegaré tarde al trabajo. Lo aborrezco, pero no puedo permitirme perderlo. El metro no está muy concurrido a esas horas de la madrugada. Menos aún el convoy que arrastrará mi pesadumbre. El primero del día. Tan frío y decadente como lo es la estación que me recibe. Tan gris y apagado como se viste mi alma. Aunque si pienso en la faz que mostrará este andén tan sólo unos treinta minutos más tarde, será una estampa muy distinta. Quizás no más alegre, pero sí más fingidamente colorida.
Yo no encajo en ella. El color es algo que ahora carece de importancia para mí. ¿Y para ti? ¿Qué importancia le das al color? Qué estúpido soy...bajando las escaleras que me sumergen a mi diaria obligación y dedicando mis pensamientos a ti. Qué importancia le vas a dar a algo que asumo no conoces...
Me dejo caer con desidia en el primer asiento que se presenta ante mí. Afortunadamente no debo hacer ningún cambio de línea hasta llegar a la última parada. Al fin de destino. De línea. De todo.
Piraeus.
Allí sí que debo andar un trecho para alcanzar un viejo autobús de línea que me acerque algo más a mi puesto de trabajo.
Cada madrugada rezo lo mismo...Que no me asignen el número Siete...Cualquiera menos el Siete.
El turno de la noche está por concluir. Las 7:00 de la mañana acechan, y todos los operarios aguardamos las indicaciones para sacar adelante nuestras horas. La mayoría hablan entre ellos, pero sus conversaciones banales y superficiales no me interesan. Me mantengo al margen, y la verdad es que todos mis compañeros me facilitan bastante llevar a cabo mi intención. No les culpo...Es más, quizás incluso se lo agradezco.
La voz de Hasgard irrumpe grave en mis oídos, consiguiendo que alce en parte mi rostro y le observe con mortecina esperanza.
- Defteros...acércate.- El encargado de aduanas me reclama, y yo me acerco sin mediar palabra. El papel que me ofrece cae en mis manos, y mi respiración me asfixia al corroborar la materialización de la negación de mi esperanza ante mi vista agotada.- Puntal Siete.
No...otra vez no...hay infinitos puntales en el puerto...Infinitos...- ¿No podría ser otro? Por favor, Hasgard...- No sé porqué insisto. El grandullón que hace dos años ocupa el puesto de mi hermano no me hará caso. Es más...empiezo a creer que su decisión jamás es aleatoria. Está claro...Hasgard me castiga. Y no le culpo...
- Puntal Siete, Defteros.
Puntal Siete, entonces...
Por suerte no hay muchos contenedores que descargar hoy. Con suerte terminaré pronto, regresaré a casa y acudiré a tu puesto.
Cambiar un cupón de lotería es la excusa.
Gruñirte una absurda necesidad.
¿Por qué?
Ni yo mismo lo sé...
