Juro que si alguien me hubiese dicho hace un año que era la hija de la salvadora y la reina malvada de Blancanieves, le hubiese mandado al hospital psiquiátrico más cercano. Y es que para una chica de quince años recién cumplidos, que había vivido casi toda su vida en soledad, parecía absolutamente ridículo y descabellado que un niñito de apenas diez años se presentara en la puerta diciendo que era mi hermano menor.
La historia, que están a punto de conocer, comenzó una noche, como cualquier otra, me hallaba sentada en paz y calma preparando unas partituras para el siguiente evento benéfico que se presentaría en la ciudad de Boston, y como la chelista más joven de la orquesta sinfónica de Estados Unidos, tenía que lucirme y dejarlos a todos con la boca abierta.
Ser famosa a tan corta edad no era nada sencillo, y más aún en mi estado, apenas mis padres habían muerto en un accidente automovilístico, yo fui la heredera de su gran e implacable fortuna, quedando emancipada del estado por mandato de su testamento, pero al mismo tiempo de quedarme completamente sola en el mundo, también había perdido mis piernas, mi columna vertebral había quedado muy dañada y las posibilidades de una cirugía reparadora sin daños colaterales, era de un cinco por ciento.
Por quinta vez hacia un bollo de papel, frustrada por no conseguir las notas que quería lograr en el maldito pentagrama tachado, borroneado y corregido, era imposible, nunca trabajé muy bien bajo presión, y toda la responsabilidad de que la orquesta quedara bien parada recaía en mis hombros, y para más inri, el dichoso día del festival se iba acercando más y más, y yo aun sin una partitura decente que presentar.
-Señorita Thomson, ya sabe que no me gusta que trabaje hasta tan tarde-me dijo Azul irrumpiendo en el estudio que había sido, hacía tiempo, de mi padre-tómese un descanso, por favor-Azul había sido mi niñera cuando era más pequeña y, ahora era mi doncella y enfermera personal, a pesar de ser de carácter regio y estricto, era una gran mujer y amiga, siempre me había gustado su aspecto de reina de belleza, su cabellera castaña casi cobriza y lacia recogida eternamente en un tocado de rodete sencillo, sus ojos azules desprendían una extraña chispa que nunca supe descifrar, y sus labios rosa pálidos nunca mostraban una sonrisa si no era para mí nada mas-¿ya cenó u otra vez está saltándose las comidas?-una de las cosas que le desagradaban a esa peculiar mujer, era que "descuidara mi alimentación por el trabajo"
-Azul, estoy muy ocupada, así que por favor retírate, no tengo tiempo para charlar-antes de que pudiera retrucarme una de sus célebres frases, el timbre de la entrada sonó sorprendiéndonos extrañamente, era muy tarde para recibir visitas y no esperábamos a nadie-¿puedes ir a ver quién es y que necesita?-sin soltar una palabra asintió y desapareció de mi radio de visión.
Luego de una larga espera, se escuchó que la puerta del despachó se volvía a abrir, ya cansada de las interrupciones de Azul, me saqué los anteojos con cansancio y estaba a punto de reprenderla, cuando en mi campo de visión, no fue mi doncella, la que apareció en el marco de la puerta. En cambio, había un chiquillo, un pequeño niño de tez pálida y lechosa, su cabello castaño oscuro contrastaba con su piel, sus ojos de un extraño y llamativo verde esmerilado, tenía una nariz pequeña y respingada y labios finos y pálidos. Aun no salía de mi sorpresa, cuando el crío me sonrió confiadamente y se aproximó.
-Hola chico, ¿Quién eres?-sin esperarlo siquiera se posicionó a mi lado y de sorpresa me abrazó. Hacía tiempo que no recibía una muestra tan espontanea de cariño, por lo tanto me dejó algo sorprendida.
-Hola, soy Henry, y soy tu hermano-sus palabras me cayeron como un enorme baldazo de agua helada. Me parecía una broma de pésimo gusto, sin molestarme en ver que solo era un niñito, lo empujé haciendo que trastabillara y cayera al piso. Su sonrisa había desaparecido de un plumazo dando paso a un rostro lleno de confusión.
-No sé quién te crees que eres, pero tu estúpida bromita no me hace ninguna gracia-se levantó con la ayuda de sus brazos. Su postura ahora era diferente, sus brazos estaban firmemente sujetos a los lados y sus manos se habían convertido en pequeños puños. Su boca estaba en un molesto rictus, sus labios pegados superior con inferior como si se los hubieran sellado con pegamento, y sus ojos me clavaban una desafiante mirada, retándome a otro movimiento.
-No te estoy mintiendo, soy tu hermano menor, fuiste robada del hospital cuando eras una bebe, mis madres te dan por muerta-no entendía nada de lo que me estaba parloteando-si no me crees puedes acompañarme a mi casa, es en Storybroocke Maine-con cada palabra que su boca soltaba, más me creía que ese chiquillo había perdido la cabeza o que me estaba tomando el pelo.
-Señorita Thomson, lo lamento, no lo pude frenar, ¿quiere que llame a la policía o lo saque?-parecía que me había topado con un pequeño problema con ojitos de cachorro mojado, su mirar me suplicara que lo ayudara, y sinceramente no quería que un chiquilín estuviera solo en las calles de Boston donde podía pasarle cualquier cosa, o asustado en una celda de una estación de policía.
Le dediqué una sonrisa cómplice al pequeño cuentista, que me la devolvió encantado.
-Azul, prepara una pequeña maleta, haremos un viaje para devolver a este caballerito a su casa-Azul no estaba del todo de acuerdo, en la hora que estuvo haciendo nuestros bolsos, estuvo despotricando contra el pobre niño, que era muy tarde para hacer un viaje, que ese pequeño haría un desastre cuando llegáramos a su casa, que no era prudente para mi salud viajar hasta un pueblito que quizás ni existía, que tal vez nos perderíamos perder o que tal vez el auto tuviera un inconveniente mecánico.
-¿En serio me vas a hacer caso? ¿Vas a ir a casa conmigo?-Henry se veía realmente ilusionado, toda mi vida había presumido de saber leer los rostros de la gente, sabia como eran, por sus gestos, su carácter, incluso a veces podía ver si mentían o no. Y por como brillaban sus ojos me decía que en realidad me había dicho la verdad…o que era tan buen mentiroso que no lo notaba.
-escucha Henry, solo estamos haciendo un pequeño equipaje porque es muy tarde para llevarte a casa y volver en la misma noche-a pesar de darle la explicación necesaria, parecía que el chaval no me estaba escuchando.
El viaje fue sencillamente, un hervidero de energía y una gran migraña para la pobre Azul, la música de la radio estaba a todo lo que daba el volumen, mientras Henry y yo bromeábamos, reíamos y cantábamos erróneamente las letras que escuchábamos, no me había divertido así en años, me sentía una niña de nuevo. Sentía la brisa fría de la noche en mi rostro, y la velocidad me hacía querer sacar la cabeza por la ventanilla y gritar a todo pulmón. Estábamos tan entretenidos que apenas si notamos el cartel de bienvenida al pueblito de "Storybrooke".
-vaya, al parecer el señorito Henry no mentía-dijo Azul apagando la radio y suspirando aliviada por el repentino silencio instaurado en el vehículo-¿nos puede decir donde es la dirección de su casa?-Henry se veía reacio a decirnos donde se encontraba su domicilio-por favor señorito ya es muy tarde para juegos, y realmente estamos cansadas.
-calle Mifflin 108-dijo de mala gana cruzando los brazos-es la calle principal, a la izquierda, no se pueden confundir, es la casa más grande de la calle, incluso del pueblo-al llegar a nuestro destino, pudimos ver que Henry decía la verdad, eso no era una casa, más bien era una mansión, de dos pisos y cochera externa incluida, completamente pintada de blanco rodeada por una verja de hierro forjado, con un jardín de un hermoso verde, tenía un camino parqué, que encaminaba desde la pesada puerta de la verja hasta la maciza puerta blanca de entrada de la gran casona, las ventanas, pintadas en verde de la casa, tenían las celosías abiertas completamente y las cortinas corridas de par en par. El tejado de color terracota estaba coronad por una chimenea rectangular del mismo tono.
-ayúdame a bajar, Azul-la pobre mujer me lanzó una mirada como si me hubiese salido una segunda cabeza, pero sin dudarlo, se bajó del vehículo, abrió la cajuela y sacó la silla de rueda que me ayudaba a moverme independientemente. Acostumbrada a no pedir ayuda, me subí a ella apoyándome en el asiento con mis manos.
-¿está segura de querer acompañarnos hasta allá?-me preguntó Azul, preocupada, señalado con el dedo índice la entrada de la mansión-puede quedarse en el auto y no esforzarse tanto.
-tranquilízate, puedo con esto-le dije moviéndome hacia adelante y abriendo la verja que se encontraba a mi altura-lo devolvemos a su familia y buscaremos algún lugar para descansar-asintió a toda palabra que le estaba diciendo-y mañana temprano, volveremos a casa-el parqué hacia que las ruedas de la silla hicieran un gracioso traqueteo contra el ladrillo rojo-además, no es de buena educación no presentarse.
Antes de que pudiéramos llegar al pórtico, la maciza puerta blanca se abrió abruptamente, dejando ver a una mujer de cabello negro, corto, en capas que se disparaban a todas direcciones, hasta los hombros, su piel era cetrina, poco bronceada, de cara alargada, de facciones afiladas, nariz respingada y de puente recto, ojos cafés oscuros, y labios carnosos y pintados de un llamativo rojo manzana, resaltando una pequeña cicatriz en relieve hundido que sobresalía del labio superior, del lado derecho.
Estaba vestida con un exquisito vestido de noche, de tonalidad arenosa opaca, sin mangas, que le llegaba por encima de las rodillas, junto con un par de tacones negros de, tal vez, quince centímetros.
Apenas vio al niño, se abalanzó y lo acorraló en un casi asfixiante abrazo. En su respiración agitada y rápida se podía denotar que había estado llorando, seguramente de la preocupación de no saber dónde estaba su hijo bien amado, o si estaba con vida, siquiera.
-¡Henry! ¿Estás bien? ¿Dónde demonios estabas? ¿Qué pasó?-el pobre seguramente no sabía que pregunta responder primero. Hasta que la fina mujer se percató de nuestra presencia-¿ustedes lo trajeron?-preguntó viendo fijamente a mi asistente personal.
