Esta historia pertenece al universo creado en Magia Olvidada.

Los personajes y lugares son obra de J. K. Rowling.

viso: Este fic participa en el minireto de octubre para "La Copa de las Casas 2014-15" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.

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Esos ojos carentes de todo brillo de calidez, de vivacidad, o amor. Nada. Esos iris marrón brillante, esas pupilas con reflejos blancos, no transmiten nada, no están imbuidos de algo esencial: experiencia.

Están muertos, pero, a diferencia de los ojos inertes, que recordaba de su madre aquel fatídico domingo, no muestran algo de corazón, de pérdida de espíritu. Nunca han estado vivos.

Pero no es ese el motivo por el que Gilderoy teme hasta límites enfermizos y psicóticos a las muñecas de porcelana que adornan decenas de escaparates de jugueterías antiquísimas. Tampoco es su mirada gélida y artificial. No lo supo hasta que un día vio por segunda vez, tras veinte años, una bellísima muñeca del siglo XVIII. Entonces lo supo.

Tenía miedo de lo que ellas tenían y el nunca obtendría. Miedo a pensar demasiado en su propia degeneración. Aquella muñeca de rostro pétreo y mirada aguada por el barniz, un simple trozo de cerámica pulida ataviada con vestidos de seda y bucles de pelo dorado, algo artificial, carente de cualquier tipo de vida, humanidad o pensamiento, había permanecido imperturbable al propio tiempo.

En veinte años no había acusado el paso de los días, meses y años transcurridos, mientras Gilderoy había pasado de ser un muchacho de rostro angelical, a un adulto que miraba acomplejado su rostro todas las mañanas antes de aplicarse las pociones e ungüentos. Su juventud había mermado como una flor de temporada, yacía caída en recuerdos lejanos. Pero la muñeca seguía igual de hermosa, lo seguiría por siempre. El moriría pero esa muñeca seguiría inmortal, recordada, querida, odiada o temida, daba igual, no moriría, no envejecería. Sería perfecta. Siempre.

¿Cómo no temer algo que nunca podrás alcanzar? No había envidia en los pensamientos de Gilderoy, había pavor del eterno recordatorio de que su vida, su obra podría trascender unos cuantos años a su propia muerte, pero no llegaría a durar tanto que aquel juguete de rostro angelical y aterrador. Jamás podría llegar a igualar ese don y sentía miedo de recordar cuan insignificante era.

Necesitaba algo que transmitiese su presencia en el tiempo profundo. Necesitaba vencer a las muñecas que lo vigilaban celosas de que tratase de igualarlas. Necesitaba no sentir miedo. Pero nunca podría mirar esos ojos muertos sin sentir una punzada de terror, de sentir la muerte tras esos reflejos artificiales.

Tal vez debería escribir un libro...