Hola chicos! Me gustaría publicar el primer capitulo de Serendipia para saber vuestra opinión, si os gusta... si no os gusta... me quedan solo tres capitulitos de Una Ilusión Inocente, y me gustaría tener claro que lo próximo que voy a publicar os gusta. Me da mucha pena que se acabe, pero... hay que saludar a lo nuevo xD (Tranquilos, más tarde pongo otro capitulo de UII xD hoy vengo con ración doble)
El encuentro
La lluvia caía intermitentemente aquel cinco de diciembre sobre las desiertas calles de Beika. Todas las tiendas estaban ya cerradas y apenas un par de coches circulaban con rapidez por las mojadas carreteras. Miraras donde miraras no se veía rastro de personas o animales, al parecer, todo el mundo había decidido encontrar refugio a aquel diluvio. Saltaba a la vista que se avecinaba una gran tormenta, transformando así el día en uno de esos en los que tan solo te apetece quedarte en la cama o en el sofá entre mantas, tomando chocolate caliente o viendo alguna película al lado de algún ser querido. Pero todas esas ideas tan solo son deseos, deseos que se pierden con el viento, ideas de una felicidad que muy pocas veces se hace realidad, y ella sabía en lo más profundo de su corazón que no se cumplirían. Ella ya estaba irremediablemente perdida.
Entre aquel silencio, tan solo interrumpido por el ruido de los coches y el sonido de las gotas de lluvia al chocar contra el suelo, una joven desamparada caminaba sin rumbo fijo entre las solitarias calles de Beika sin importarle lo más mínimo mojarse ni las consecuencias que eso pudiese acarrear, pocas cosas le importaban en ese momento, tenía el corazón tan roto, tan verdaderamente destrozado, que no existía para ella nada lo suficientemente importante en el mundo que pudiese hacerla reaccionar ¿Qué hacer cuando toda tu vida es una mentira? ¿Que hacer cuando deseas odiar lo que más amas?
No encontraba respuestas, y eso que se esforzaba más que nunca en buscarlas. Su mente trabajaba a una velocidad vertiginosa que ni siquiera en los exámenes del instituto lograba sacar a la luz. Tal vez lo estaba haciendo mal, tal vez no buscaba las respuestas en el sitio adecuado, pero lo único que tenía claro era que no podía perdonar, no cuando no existía ninguna clase de arrepentimiento por la otra parte, y eso era seguramente lo que más le dolía, aunque jamás lo admitiría en voz alta.
Recordaba perfectamente que había ido a buscarlo, como hacía todos los días que se quedaba jugando hasta deshora en casa del profesor. Pero cuando llegó y vio que la puerta estaba entrecerrada, no dudó un instante en entrar, sus peores instintos le avisaban de que podían estar en peligro, su afán por la supervivencia que el karate le había proporcionado a lo largo de los años era casi infalible. Caminó con cautela hasta el salón y esperó en vano la aparición de algún ladrón, pero allí no había nadie, tan solo dos niños discutiendo, para su enorme sorpresa.
—Te he dicho que no, Kudo —Replicaba la joven de cabellos marrones por enésima vez, parecía demasiado cansada. —¿Qué parte del no no has comprendido?
Él niño de gafas la miraba con una especie de rabia poco usual, pues entre la rabia se podía observar también aprecio, pero aquello no era lo que más llamaba la atención de Ran. De forma consciente o inconsciente, la pequeña Ai lo había llamado Kudo.
—Necesito tomar el antídoto para despistar a Ran, eso también es importante ¿Recuerdas? Podría descubrir mi verdadera identidad —Respondió mientras se quitaba las gafas.
Nada más quitárselas, Ran tuvo que aguantar a duras penas las ganas de soltar un pequeño grito de sorpresa. Con las gafas él era Conan, pero ahora que se las quitaba, podía ver claramente a Shinichi Kudo en su rostro ¿Tanto podían cambiar a una persona unas miseras gafas? En su caso, al parecer, así era.
—Ella ha estado sospechando últimamente, necesito alguna forma de convencerla —Insistió al ver que la pequeña hacía caso omiso a sus insinuaciones. —Te prometo que me abstendré de escenas románticas como dices tu, es solo por su seguridad.
¿Escenas románticas? ¿Seguridad? ¿De qué estaba hablando? La mente y el corazón de Ran chocaban entre si, intentando otorgarle cada uno una respuesta con el fin de apaciguarla. Su corazón le aseguraba que tenía que tratarse de una broma, durante tanto tiempo sospechando sobre Conan había acabado asumiendo que no podían ser la misma persona, pero ahora, su mente, le recordaba que todos los indicios estaban apuntando directamente a eso, aunque le doliese en el alma.
—Kudo, ¿Tengo que recordarte que desarrollarás anticuerpos? —Dijo Haibara para así lograr bajarlo de las nubes. —No durarías nada, ni siquiera lo suficiente para volver a engañarla.
El pequeño detective resopló, dándose un poco por vencido. Se acercó a la pequeña y tomó su mano en señal afectiva, sonriendole un tanto cansado. Ella, en cambio, se sonrojó ligeramente y apartó la mirada hacia la punta opuesta a él. Le costaba fingir sus sentimientos cuando el chico la miraba de esa forma.
Los dos seguían con la misma ropa con la que los había visto esta mañana. Camisetas y pantalones coloridos, típicas ropas de niños de siete años, pero ahora, todo en ellos se veía diferente para Ran. Sus facciones se podían considerar casi adultas, estaban tan serios, tan seguros de si mismos que le dolía el solo hecho de mirarlos y tener que aceptar que había sido engañada como una verdadera estúpida.
El pequeño e inocente corazón de Ran fue incapaz de soportar más tiempo aquella escena. Caminó hacia atrás un par de pasos para asegurarse de que no la escuchaban, y cuando tuvo la garantía, huyó corriendo con todas sus fuerzas sin saber con certeza hacia donde se dirigía, justo al mismo tiempo que empezaba a llover copiosamente.
Y eso, en resumidas cuentas, era lo que había hecho Ran Mouri aquel cinco de diciembre. Escapar sin pedir explicaciones, guardarse su dolor y angustia y soltar sus famosas lagrimas, las cuales se camuflaban con las gotas de lluvia que el cielo enviaba. Pensaba, caminaba y volvía a pensar, estaba sumida en una especie de circulo vicioso que podía acabar enloqueciendola si no paraba. Le dolía la cabeza, seguramente tenía bastante fiebre ¿Pero que importaba eso? ¿Qué importancia tiene un poco de fiebre cuando te han engañado, mentido y despreciado? Ninguna, no para ella.
Y no podía evitar confesar que lo que más le dolía era aquel gesto, aquel simple gesto de tomarle la mano a una chica que no era ella. Quien sabe, tal vez la pequeña Ai Haibara también tenía su edad, tal vez había encontrado en la castaña de pelo corto lo que no había podido encontrar en ella misma. Compartían un secreto, se entendían, y eso, era algo que dejaba a Ran totalmente fuera.
Se habían convertido poco a poco en dos extraños y ella no se había dado ni cuenta, tan enfrascada siempre en esperarle, en insistirle en que vuelva, no había reparado en que el detective ahora tenía otra vida, otros sueños. Ya no quedaba nada de aquella relación de antaño, el chico había cambiado, y Ran no había querido aceptarlo, pero a partir de ahora aquello iba a cambiar, no volvería a entrometerse en su vida nunca, nunca más.
Con todo aquel cansancio acumulado, y el fuerte dolor de espalda que la consumía poco a poco de tanto caminar, se acercó a un banco de madera próximo a ella para poder así descansar un poco. Se frotó con fuerza la frente y los ojos, los cuales le picaban como si le hubiesen tirado picante a traición, y con mucho cuidado, se abrazó a sus piernas y escondió la mirada. No le apetecía ver o mirar nada, los paisajes ya no la hacían sentir ningún tipo de sensación como antaño ¿Estaría convirtiéndose en un ser sin emociones?
Estaba tan concentrada en su desorden de pensamientos, que cuando sintió una extraña presencia a su lado, pensó directamente que se trataba de su imaginación o incluso del inicio de la locura. Lo dejó pasar y se concentró en calmarse un poco, al fin y al cabo, no ganaba ya nada llorando por una causa perdida. Pero cuando finalmente decidió alzar la cabeza, creyó que se había vuelto oficialmente loca.
A su lado se encontraba un vivido reflejo suyo, como si hubiesen instalado un espejo en el banco en algún despiste, como si fuesen las dos caras de una moneda. Se veía a si misma, asustada, con los ojos rojos, totalmente mojada... un momento ¿Ojos? Volvió a mirar aquellos ojos y reparó en el azul oscuro que le devolvía la mirada. Era alguien diferente, una joven con el pelo un poco más revuelto, pero con la misma tristeza que la embargaba a ella.
—Tu y yo... nos parecemos —Habló, asustando a Ran de sobremanera, y disipando así totalmente la dudas iniciales.
Aquella chica no era producto de su imaginación, aquella chica era tan real como lo era ella. En otras circunstancias le habría sorprendido tan extraña casualidad, pero en estos momentos debía confesar que le daba un poco igual.
—Es... sorprendente —Admitió la karateca finalmente, emitiendo una débil sonrisa, no tenía fuerzas para mucho más.
Se quedaron en silencio, cada una concentrada en lo suyo. Pero la misteriosa joven de ojos azules sentía una curiosidad más que evidente por la chica que la acompañaba, por eso se había acercado a ella. Sin siquiera quererlo, recordó con confusión lo sucedido momentos antes de ver a Ran. Se encontraba caminando con calma a pesar de la tormentosa lluvia como solía hacer todas las tardes, se recordaba a si misma que acabaría perdiéndose entre tanta calle solitaria y que debía encontrar algún lugar donde refugiarse cuando la vio sentada en ese banco cabizbaja. Se parecía tanto a ella que la curiosidad ganó al frío.
—Yo me llamo Aoko, Aoko Nakamori —Se presentó en un claro intento de entablar conversación. —¿Cómo te llamas tu?
—Ran Mouri... —Contestó con la voz un poco ronca, hecho que Aoko advirtió al instante.
Deseaba enormemente preguntarle que le pasaba, por un momento se olvidó de sus propios problemas y se concentró en la castaña llamada Ran. Le tomó la temperatura con la mano y se asustó inmediatamente, estaba sin duda muy enferma.
—Deberías ir al hospital, estás ardiendo de fiebre.. —Le advirtió preocupada. —Si quieres te acompaño.
Ran negó rápidamente con la cabeza, no quería ir a ningún hospital, era lo ultimo que deseaba hacer. Se conformaría con volver a casa y tomar cualquier medicamento, resignarse a la realidad y olvidarse de sus berrinches de niña. Se levantó dispuesta a irse, pero no sin antes agradecerle su preocupación.
—Muchas gracias por todo, Aoko-san —Dijo sonriendo formalmente.
Se giró con la intención de regresar a casa, justo al mismo tiempo que la joven de ojos azules lograba detenerla, tirando suavemente de su chaqueta amarilla empapada. No la dejaría irse sin saber que le sucedía.
—¿Porqué estabas aquí mojándote de esta forma? Es algo irresponsable por tu parte —Comentó a modo de reprimenda. —Deberías tener tu salud más en cuenta...
¿Su salud? las palabras de Aoko le sonaron a burla. Estaba más que claro que aquella joven de aspecto inocente y tristón no comprendía la asombrosa fragilidad de su corazón ¿Cómo iba a contarle lo que le sucedía si tenía claro que la tomaría por una loca? La respuesta la halló apenas sin darse cuenta, le bastó una leve mirada a aquellos ojos grandes.
—Me han hecho daño, la persona que más quiero en este mundo me ha mentido —Confesó, decirlo en alto le hacía confirmar lo que su corazón se esforzaba en negar. —Cuando el ultimo año de tu vida es una mentira, poco te importa tener fiebre, la verdad.
Ran se tapó la boca con ambas manos nada más decirlo. No solía confiar en los demás con facilidad, y menos en una completa desconocida por mucho que se pareciese a ella. Pero cuando miraba a Aoko sentía que era de confianza, que ella era la única persona que podía verdaderamente entenderla a la perfección.
—No sé por que pero me lo imaginaba... —Confesó Aoko sonriendo por primera vez, mientras hacía esfuerzos por aguantar las lagrimas con todas sus fuerzas. —Cuando te miro no solo te veo igual a mi por fuera, si no también por dentro.
Ran no comprendió a que podía referirse con esas palabras, pero parecía verdaderamente igual de dolida que ella.
—La única persona que he querido en mi vida resultó ser el hombre que más odio en el planeta —Explicó bajando la cabeza para observar el suelo, no se sentía con fuerzas de mirar hacia ningún otro lugar cuando las lagrimas resbalaban por su perfecto rostro. —¿Q-Qué voy a hacer a partir de ahora?
