CAPÍTULO 1
EL NACIMIENTO

Saludos a usted, lector/a, voy a contarle una narración que algunos llaman cuento, en realidad este relato es parte de la historia de la infancia de mi hija y de algunos de los acontecimientos que me sucedieron cuando aun reinaba en mi país de Ulmaria. No se me ocurre ningún título original, por el momento he decidido bautizar este texto con el nombre de "Las dos niñas". Algunas personas me han sugerido títulos alternativos como "La princesa envidiosa" o "La amiga fiel". Escoja usted el nombre que más le guste.

Los cuentos suelen empezar con ciertas frases, "erase una vez", "en un reino muy lejano", etc. Hoy no es posible comenzar con estas oraciones, porque no hay un narrador omnisciente que las use, dado que soy yo, el rey Alejandro, el que cumple esa función. Algunos de los personajes también aportaran algunos datos a lo largo del relato, como podrá comprobar según avance la historia, pero yo seré el que más le acompañare e informare a lo largo de toda la obra.

Después de esta introducción pasamos directamente al texto principal.

EL REY ALEJANDRO
Cuando todavía era un joven monarca de veinticinco años, actualmente tengo setenta y uno, mi amada esposa se puso de parto y este fue complicado.

—Majestad, hay que decidir entre la vida del bebe o la de la madre—mencionó el médico que atendía a mi mujer.

— ¿Qué pregunta es esa? La reina es lo principal.

—Majestad, para perpetuar el linaje los gobernantes a menudo acostumbran a…

—Tendremos más hijos, pero mi esposa solo tiene veinticuatro años, es tan joven…

— ¡No! ¡El fruto de mi vientre es lo más importante!— gritó mi cónyuge.

—No me atrevo a perderte—la respondí.

—Alejandro, no he cargado con esta criatura durante meses para dejarla morir. Me perderás igualmente si consientes que ella muera.

No supe que contestarla. A veces me preguntó si hice o no lo correcto, pero le termine por dar la razón y opté por la vida del niño. Por fin se oyó el llanto del bebe.

—Es una niña, Majestades—dijo el doctor.

—Es preciosa. Alejandro, debes darla un nombre—me dijo la reina sosteniendo a la recién nacida.

En aquel entonces, aunque por ley no era obligatorio, la costumbre era que cuando se producía un nacimiento era el padre quien debía escoger el nombre del recién nacido nada más nacer. Actualmente esta tendencia ha cambiado, ahora los padres suelen decidir el nombre meses antes del nacimiento, y lo eligen de mutuo acuerdo, a veces consultando previamente con la familia.

—Hazlo tú, tesoro—respondí.

—Eva, como mi madre.

—Que así sea, la princesa Eva del reino de Ulmaria.

—Lo siento, Alejandro, ya no tengo fuerzas, me temo que me reuniré con mis padres muy pronto.

— ¡No! Te lo prohíbo, no puedes dejarme.

—No puedes dar órdenes al destino—respondió la reina con un hilo de voz.

—No me dejes, mi reina, mi amooor—respondí tomándola y besándole la mano izquierda.

—Prométeme que cuidadas bien de nuestra hija y de nuestro reino.

—Te prometo lo que quieras, pero no me abandones—contesté con lágrimas en los ojos.

Nada más morir mi esposa me encerré con llave en mi habitación y durante varios días apenas salí de allí. Solo fui al exterior dos veces, una para asistir al entierro de mi amada, y otra para ir a su funeral. No sabría decir cuánto tiempo permanecí aislado, el cuarto tenía un lujoso aseo privado, de modo que no necesitaba abordonar la instancia para ir al baño; una criada me traía comida, pero apenas tenía ganas de comer. No había vuelto a ver a mi hija, y de hecho no sabía si deseaba verla o no porque su nacimiento había supuesto la pérdida de lo que más amaba en el mundo. Usted seguramente pensará que era una mala persona por culpar a la pequeña de algo de lo que evidentemente no era responsable, pero no hay nada más irracional que el dolor humano. Además no dejaba de preguntarme si hice bien o no en interponer la vida de la pequeña por encima de la supervivencia de mi esposa. Mi mujer era lo que más quería en el mundo, y era muy joven ¿Por qué la deje morir? ¿No era más lógico sacrificar a una extraña sin conciencia ni uso de razón? Sin embargo sé que si hubiese dejado morir a mi hija, su madre nunca me lo hubiese perdonado, hubiese perdido su amor para siempre. La criada de la comida me reprocho mi conducta en una ocasión, diciéndome que la princesa no era culpable de nada y que era un cobarde por no preocuparme más por ella y por el Estado. Me puse hecho una fiera y la expulsé a voces fuera de mi habitación, de hecho casi le pego, pero solo casi, me controle. No está bien que un rey maltrate a sus súbditos, ni tampoco que un hombre golpee a una mujer, yo nunca he hecho ninguna de las dos cosas, en aquella ocasión estuve a punto pero logre evitarlo. Aun hoy en día no entiendo el por qué pero al cabo de unos minutos las duras palabras de la criada me hicieron reaccionar, puede que por orgullo para no parecer un cobarde, quizá se me despertase el sentimiento de padre, o tal vez fuese porque no quería incumplir la promesa que le había hecho a mi esposa de cuidar de nuestra hija. En cualquier caso me duche, me cambié de ropa y salí de mi habitación, una vez en el exterior pregunte por mi descendiente.

—La princesa ha sido llevada a los sastres para que cuiden de ella—me dijo uno de los criados que habían estado en el parto.

— ¿A los sastres de la Corte? ¿Por qué?

—Su majestad ha estado veinte días ausente, alguien tenía que amamantar a su alteza, y como en este palacio solo hay una mujer que tenga leche…

—Llevadme a donde esta mi hija.

El criado me condujo hasta los talleres de costura, aunque no hubiese sido necesario que me guiase, conocía el palacio como la palma de mi mano.

—Buenos días, Majestad—me dijeron a la vez Silvestre y Vilma.

Les conocía desde hacía siete años, antes vivían y trabajaban en la ciudad, pero debido al éxito de su trabajo la corona les habían contratado a su servicio, aunque se les llamaba coloquialmente sastres en realidad eran modistas y diseñadores. El mote provenía de cuando llegaron al palacio por primera vez, uno de los nobles llamo sastre a Vilma y a partir de entonces ella se quedo con ese apodo, luego poco a poco el mote se traslado también a Silvestre que era y sigue siendo su marido. Esta pareja creaba la mayor parte de la ropa que consumíamos los nobles del palacio y de la Corte. También en ocasiones organizaban exposiciones de sus diseños y trabajos, la última fue hace un año, cuando organizaron una pasarela financiada mayormente por la corona.

—Buenos días. Me han informado de que os habéis ocupado de mi hija, os doy las gracias. ¿Dónde está ella?

—Por favor, Majestad, acompáñeme—dijo Vilma, conduciéndome hasta una cuna donde había dos niñas.

—Os presentó a mi hija, Sara. He tenido que ocuparme de ambas estos días.

—Entiendo. Gracias por todo, aunque me temo que tendréis que seguir haciéndolo, aquí no más mujeres que puedan alimentar a la princesa, tendremos que negociar un contrato para que percibáis alguna remuneración por vuestros servicios.

En la antigüedad todo los trabajadores del palacio era esclavos, más tarde tras la abolición de la esclavitud había aparecido los siervos, quieres en el fondo las únicas diferencias con los primeros eran que los segundos no podían ser vendidos, prostituidos ni condenados a muerte. No obstante los siervos habían desaparecido durante el reinado de mi bisabuelo quien estableció, aunque con poco éxito, los primeros derechos fundamentales y laborales, dichos derechos se habían desarrollado y fomentado en la época de mi abuelo. Durante el gobierno de mi padre se aprobó una nueva ley para que los trabajadores del palacio, quienes en principio debían permanecer solteros, pudiesen casarse y tener hijos. Dado que no entraba dentro de las obligaciones laborales de mis sastres ocuparse de mi hija debía hacérseles un contrato para que percibieran una compensación por ello.

—Majestad. ¿Puedo preguntaros qué será de la princesa cuándo finalice su periodo de lactancia?—preguntó Vilma.

—Será llevada a las dependencias de la Corte, y conforme vaya creciendo tendrá que comenzar su formación aristocrática—respondí.

En aquel entonces, y actualmente también, la formación de la nobleza se dividía en tres grupos diferentes de enseñanzas: lo académico como lenguaje, matemáticas, historia, etc.; la formación aristocrática incluía protocolo y etiqueta, esgrima, equitación y arquería; y finalmente estaban las clases artísticas compuestas por danzas clásicas, canto, solfeó y piano. En la práctica todas estas actividades requerían demasiadas horas de estudio, por ello no todo el mundo estudiaba todas estas materias, la esgrima, el tiro con arco, el solfeo y el piano eran opcionales, pero las demás eran obligatorias.

Otra cuestión a tener en cuenta es que por aquel entonces no había enseñanza gratuita, toda era de pago y cara, razón por la cual la mayor parte de la población no se escolarizaba dado que no podía permitírselo. Normalmente solo las clases altas cursaban estudios, para los demás el mero hecho de acabar la formación básica era todo un reto, y sacarse una carrera era un privilegio que muy pocos podían costeárselo. Actualmente no es así, ahora hay formación gratuita y los estudios universitarios han sido un poco abaratados, aunque no tanto como se debería.

—Majestad, con todos mis respetos, queremos pedirle una cosa. Dejad que Sara se convierta en la dama de compañía de la princesa—me dijo Silvestre.

Era costumbre que a las niñas nobles, sobre todo si eran hijas únicas, una vez alcanzado los seis años se les asignase alguna dama de compañía, como compañera de juegos y de estudios. En el caso de las princesas, dicha dama debía tener unos modales similares y formar parte de ciertos actos, por eso si Sara se convertía en la compañera de mi hija tendría ciertos derechos pero también habría obligaciones.

—No lo tengo claro, las damas de compañía normalmente suelen ser chicas nobles, elegidas entre las familias cercanas a la corona, vuestra hija no lo es y eso haría que la Corte no aceptase que se convirtiese en la compañera de la princesa, la gente la rechazaría por sus orígenes—respondí.

Lo cierto es que legalmente no era obligatorio pertenecer a la aristocracia para ser elegida como dama de la princesa, pero sí era lo habitual. La Corte, en general, no veía con buenos ojos a quienes no eran nobles. Me pregunté en ese momento que habría hecho mi difunta esposa ante semejante petición, ella siempre tuvo una mente muy abierta, era muy tolerante y le gustaban los niños sin importar si pertenecían o no a la aristocracia. De todos modos las dos niñas en ese momento eran unos bebes, de modo que no tenía sentido plantearse si Sara sería o no elegida para acompañar a mi hija, habría que esperar a que las dos menores cumpliesen seis años antes de tomar la decisión.

—Majestad, nos hemos atrevido a pedirle semejante cosa, porque queremos que nuestra hija reciba una buena formación—me dijo Vilma.

—Entiendo, me pedís semejante favor porque sabéis que en tal caso los estudios de vuestra hija los pagaría la corona y ella estaría bajo la protección del trono, pero a pesar de tales derechos también tendría obligaciones, aprender los modales de la Corte, comportarse conforme a ellos, acompañar a mi hija a determinados actos, y ejercer funciones de ayudante de cámara una vez alcanzada la mayoría de edad. ¿De verdad queréis someter a vuestra hija a esa responsabilidad? Tened en cuenta que no es noble y muchos se quejaran de ella solo por eso.

—Mi esposo y yo somos conscientes de todo eso, Majestad.

Había subido al trono a los veinticuatro años, después de la muerte de mi progenitor, tres meses antes me había casado, y un año después de mi matrimonio, es decir con tan solo veinticinco años, me había convertido en un padre viudo. Realmente era demasiado joven para asumir tanta responsabilidad, me tocaba ejercer al mismo tiempo de rey y de padre. Por eso ahora que ya soy un anciano, cuando miro hacia atrás pienso que fue la falta de edad o tal vez el hecho de derivar algunas responsabilidades lo que me hizo decir sí a la demanda de mis sastres. Ordene que Sara y sus padres fuesen llevados a una de las habitaciones de la Corte cercana a la mía, más adelante esa misma instancia se convertiría en el cuarto de Sara, pero me estoy adelantando a los hechos.

Dado que el nombramiento de la hija de Vilma y Silvestre no se efectuaría hasta dentro de seis años ordene que mientras tanto la niña plebeya y sus padres permaneciesen en esa instancia para tenerlos cerca de mí. Mi hija por el momento dormiría con ellos para facilitar su lactancia, después, conforme creciera, pasaría a ocupar otra habitación de al lado. En resumidas cuentas, mi dormitorio, el los sastres y la futura habitación de mi pequeña estaban uno al lado del otro. Eso provocó las críticas de muchos nobles que se indignaron al saber que pensaba nombrar dama de compañía de mi hija a una niña plebeya, yo ya sabía que habría quejas pero no esperaba que surgiesen tan pronto, al fin y al cabo, las menores aun eran muy pequeñas.

—Majestad, no es cierto que esa mocosa, que ni siguiera es noble, va a convertirse en la compañera de la princesa. ¿Verdad?—me dijo el conde de Roquefort.

—Así es, pero aun faltan unos años para el nombramiento. Y ahora no quiero más quejas. Tenemos otros asuntos de los que ocuparnos, como por ejemplo el estado de los impuestos, que habéis manipulado a mis espaldas.

Durante los días que había estado ausente la aristocracia había aprovechado mi ausencia para reunirse por su cuenta. Se habían reducido los tributos que los nobles pagaban a la corona y en cambió se habían aumentado los impuestos del pueblo llano. Estalle en cólera al enterarme de que todo esto se había hecho sin contar con mi aprobación y con mi firma mediante el sello real, por lo cual sin hacer caso de las críticas ilegalice tales actos.

En el mundo real donde vive usted, también hay muchos gobiernos que cobran demasiados impuestos a las clases medias y en cambió disminuyen su estado del bienestar, y sin embargo exigen muy poco a las clases altas.

La corte estaba formada por ciento treinta varones nobles, los cuales dirigían el Estado junto conmigo. Una característica de este gobierno, cosa que nunca gusto a mi esposa, es que no había mujeres en él. De hecho hasta la subida de mi hija al trono nunca se reconoció el derecho de que las mujeres ejerciesen funciones políticas, por eso cuando Eva se convirtió en la primera soberana, porque hasta entonces las reinas solo habían sido consortes pero sin poder político, e incorporo mujeres a la Corte estos actos provocaron mucha polémica a nivel nacional. Me estoy adelantando de nuevo a los hechos, uno de mis muchos defectos es que no me organizo a la hora de escribir este relato, de hecho algunos críticos me han dicho que doy muy poca información en algunos apartados y demasiada en otros, le ruego a usted, lector/a, que me perdone por estos fallos pero yo no pedí ser escritor, y si escribo esto es solamente para dejar constancia de la infancia de mi hija ahora que ella ya es reina. Otro motivo de escribir estas líneas es el hecho de querer analizarme a mí mismo, desde la perspectiva de mi yo anciano.

Después de reunirme con la Corte, me entreviste con los comandantes del ejército y finalmente con algunos representantes del pueblo llano, en comparación con la nobleza y el ejército la gente normal tiene unos modales menos estirados y suelen ser más comprensivos y tolerantes, en general, prefiero tener que este tipo de reuniones que aquellas que se celebran en la Corte. Con todos esos presuntuosos que creen que ser noble significa mirar a todo el mundo por encima del hombro, ni siguiera se respetan entre ellos sino que suelen formar alianzas, llamadas fracciones, y compiten unos contra otros, en vez de trabajar juntos por el bien del Estado y del pueblo.

Personalmente nunca quise ser rey, si mi padre hubiese tenido más descendencia cualquier otro hubiese podido heredar la corona, pero al ser hijo único me correspondió sucederle en el trono. En realidad quería ser abogado, por algún motivo siempre tuve esa vocación, ahora en cambio estaba condenado a hacerme cargo de un reino gobernado por una pandilla de impresentables, no es justo, un príncipe o un rey debería poder hacer lo que quisiese, pero a mí se me había otorgado una responsabilidad que nunca deseé, de hecho si me hubiese dejado llevar por mis impulsos juveniles le hubiese cedido el cetro real al primero que me lo pidiese, pero en ese caso el país sería gobernado por cualquier aristócrata presumido y ambicioso, y eso era algo que no debía consentir.

Al día siguiente se presentó el conde de Roquefort para sugerirme que su sobrina, que era tan solo veinte días mayor que mi hija, fuese quien se convirtiese en su momento en la compañera de la princesa. La propuesta fue muy bien vista por varios de los miembros de la Corte, pero los opositores al conde se opusieron, de todos modos, todo el mundo aprovecho la ocasión para criticar de nuevo a Sara. ¿Se imagina usted la situación? Pensadlo. ¿Qué sentido tiene criticar a una bebe? Suponiendo que tenga alguna lógica, yo aun no la he encontrado. Le respondí al conde que no era el momento para tratar ese tipo de asuntos, y que más prioritario era hacerse cargo del comercio nacional y sobre todo del internacional, dado que varios barcos comerciales que comunicaban con varios países del continente habían naufragado como consecuencia de las tormentas marinas, por lo tanto el comercio entre países estaba suspendido temporalmente, lo que provocaría la escasez y por tanto el encarecimiento de varios productos alimenticios, generando descontento entre nuestra población.

—Majestad, eso no es tan grave, el que quiera quejarse que se queje. Y si algunos alimentos son caros, se consumen otros en su lugar—me respondió el conde.

— ¿Qué hay de las familias más desfavorecidas? Habría que buscar la forma de crear algún tipo de ayuda para ellas en tanto se solucione el asunto del transporte.

—Majestad, Eso no es asunto nuestro. Los desfavorecidos tendrán que salir adelante por si mismos—volvió a hablar el conde.

La situación era intolerable. Reflexiona sobre ello. La Corte constituía el gobierno del país, aquellos nobles y yo éramos quienes teníamos que tomar las decisiones del Estado, pero a pesar de todo, según el conde, lo que les sucediese a los ciudadanos no era asunto nuestro. ¿De quién era la responsabilidad? ¿De los países vecinos? ¿Del pueblo llano? No lo sé, pero nuestra no, al menos no según el conde y otros tantos… mentecatos.

De todas las fracciones la de Roquefort era la más numerosa, contaba con ochenta miembros de los ciento treinta que había en total, sin contar conmigo. Este grupo estaba dirigido formalmente por un duque, pero como él era bastante anciano en la práctica era el conde quien ejercía la dirección.

Habían pasado seis meses desde la muerte de la reina. Conforme iba superando su fallecimiento comenzaba a despertarse mi vena paterna y cada vez me sentía más unido a mi hija, la cual ya tenía medio año de vida. Sara por su parte contaba ya ocho meses y aunque aún era pronto para juzgar ciertas cosas, según me dijo Vilma las niñas parecían llevarse bien entre ellas. A menudo comía y cenaba con Silvestre y su mujer, una actitud bastante impropia en un rey de aquel entonces pero de esa manera veía a mi hija y me informaba sobre ella, dado que pasaba la mayor parte del tiempo con los nobles de la Corte. Los modistas al principio se sentían un poco intimidados de compartir mesa con su soberano, pero poco a poco el paso del tiempo comenzó a suavizar las cosas, me parecían, y aun me parecen, una pareja encantadora, y cada vez me encariñaba más con ellos y con Sara. Poco a poco se fue creando un ambiente y entorno algo familiar entre ellos, su hija, mi princesita y yo, seguramente esto fue consecuencia del interés que sentíamos Silvestre, Vilma y yo por las niñas.

Los nobles a mis espaldas cuestionaban mi edad para ocupar el trono, sé que aunque lo negasen algunos me llamaban "el jovenzuelo". La mayoría de edad era a los 21 años, yo solo tenía cuatro más y para el resto de los adultos aristócratas, que la mayor parte era cuarentones, cincuentones o incluso más viejos, era casi un niño. El propio Roquefort me sacaba quince años.

El caso es que tal vez por ser un jovenzuelo o por el hecho de estar harto de algunas personas me atreví a cometer un acto bastante imprudente. Cuando mi hija cumplió nueve meses uno de los miembros más viejos de la Corte falleció por causas naturales, este hombre dirigía la fracción en donde estaba el conde de Roquefort, yo apele al derecho de segregación,según el cual una vez muerto el líder del grupo y sin haber nombrado previamente a un sucesor, el conde y su partido, si es que se puede llamar partido, debían de abandonar la Corte, el gobierno y el palacio. Eso provoco toda una revuelta y casi estuvo a punto de constarme el trono, los nobles juraron que se vengarían. Tres días después se presentó, en la sala del trono, el conde con varios nobles y me amenazaron con levantarse en armas contra mí a menos que volviese a admitirlos. Yo controlaba los ejércitos del país, pero Roquefort y algunos de sus partidarios tenían sus propios mercenarios y la posibilidad de reclutar más, si la nobleza y la corona se enfrentaban entre ellas podría surgir una guerra civil. Sin embargo los jóvenes podemos ser muy belicosos y traicioneros, a un gesto mío aparecieron de pronto varios guardias reales en la sala del trono, rodearon a los aristócratas y les arrestaron. Todos ellos fueron conducidos esposados, y bajo vigilancia a uno de los salones del palacio. La cuestión es que no podía retener demasiado a esas personas porque sus partidarios podían tomar represalias.

Hay quien piensa que la función de un rey es castigar o premiar a los demás, eso puede hacerse con personas de clase media o baja, pero no con gente poderosa que puede llevar al país a una guerra civil con tal de defender sus propios intereses. Con respecto a aquellos nobles el premiarles sería un gesto de debilidad, y el castigarles haría que sus seguidores se vengaran, solo se podía optar por una negociación. Deje en libertad a todos los detenidos, salvo a Roquefort con quien me reuní en privado.

—Majestad, pido muy poco. Primero, mi libertad; segundo, que mi fracción y yo seamos readmitidos en la Corte y en el gobierno; y tercero que la niña plebeya que habéis puesto bajo vuestra protección sea expulsada, junto con sus padres, del palacio.

— ¿Algo más?

—No, es todo.

—Desde este momento podéis ser considerado libre, y vuestra fracción será readmitida. En cuando a la muchacha no pienso expulsarla, pero os hare una oferta mejor. ¿Qué os parecería ser nombrado marqués e incorporar los viñeros de Olivares a vuestro marquesado?

— ¿A cambio de qué?

—Todos sus partidarios y también usted firmareis un documento en el que por vuestro honor me juráis lealtad incondicional a mí y al Estado, comprometiéndoos a trabajar correctamente por el bien del reino y del pueblo.

— En tal caso pido también una reducción del 20% en los tributos que pagamos a la corona.

—Del 10% y no negocio más.

— De acuerdo. Mañana nos reuniremos para firmar los acuerdos.

Roquefort pensó que era un gesto de debilidad por mi parte cederle los viñeros de olivares para mantener a mi lado a la hija de mis sastres, pero tal como comprobaría al cabo de tres días le había timado. Aquellas tierras eran muy poco fértiles y productivas, lo que se pagaba por ellas en impuestos no compensaba las rentas que se derivaban de las mismas. Peor para él. Hacía tiempo que quería deshacerme de aquel terreno para desgravar impuestos de la Corona. Lo gracioso del tema es que Roquefort controlaba las cuentas del Estado. ¿Cómo era posible que le hubiese tomado el pelo con tanta facilidad? Muy sencillo, sus asesores jugaban a dos bandas y yo les tenía de mi lado a cambió de… digamos… ciertas "propinas". Estos "mercenarios" no le habían avisado a su señor del estado de aquellos viñeros.

Roquefort cuando se entero del engaño opto por callarse, y dijo en la Corte que él ya sabía que los viñeros eran poco productivos pero se podían mejorar si se invertía suficiente tiempo y dinero en ellos. A pesar de todos estos argumentos nunca consiguió sacar beneficio alguno de esas tierras.

Fue entonces cuando comenzó a haber un autentico gobierno en Ulmaria. Los nobles continuaban siendo algo ambiciosos pero al menos ahora se comprometían con los asuntos de Estado, ya no se oían esas frases de lo que le suceda al pueblo no es asunto nuestro, Majestad.

Las niñas por su parte seguían bajo el cuidado de mis sastres, quienes además con motivo de ciertas fiestas nacionales primaverales habían tenido nuevos pedidos de los nobles del palacio, por lo que se les hacía difícil compaginar el trabajo con la atención de las dos menores.

Las festividades se llamaban Fiestas Medievales, porque consistían en toda una serie de ferias y actividades propias del Medievo; había tenderetes, puestos de comida, y varias competiciones: carreras de caballo, para mayores de quince años y otras para mayores de edad; competiciones de esgrima, donde los niños menores de catorce años luchaban con espadas de madera y el resto con espadas reales; juegos de caza donde se capturaba vivo a una persona disfrazada de animal, solo para mayores de edad; y justas, las cuales eran solo para adultos aunque se permitía a los niños asistir como espectadores, etc. Había incluso una supuesta quema de brujas, en donde se prendían fuego a varios espantapájaros y muñecos, vestidos con ropas de las mujeres de la edad media, a los cuales los niños apedreaban previamente antes de la quema. A mí personalmente estas festividades me repugnaban porque me parecían demasiado violentas, de modo que si podía evitaba ir a las fiestas, pero como rey me tocaba presidir el comienzo de los juegos, así como los actos finales, sin embargo no había ninguna obligación de participar en ellos. A los padres de Sara tampoco les gustaban estas fiestas, por eso los tres siempre instigamos a las niñas para que igualmente los rechazasen. Para librarme de presidir estas actividades introduje en ellas un nuevo elemento. Cada año se elegiría por sorteo a un rey de las fiestas, el cual se ocuparía de presidirlas, podría participar gratis en los juegos de las ferias y se le darían cupones descuento para los puestos de comida. La única condición para presentarse a la elección era tener mayoría de edad, es decir, más de veintiún años. El primer rey fue elegido al año siguiente, se le hizo una supuesta coronación con una corona hecha de hierro y vidrios, pero estaba tan bien diseñada que parecía de oro y piedras preciosas, para entonces las niñas ya tenían dos años.

Unos meses después con la llegada del invierno llegaron también las primeras navidades de las dos niñas, y la primera para mí desde que enviude. El invierno se me hacia eterno, la reina y yo nos habíamos conocido en una Nochevieja celebrada en el palacio de su padre, allí se inició nuestro noviazgo, que duro dos años, tras los cuales decidimos pedir permiso a nuestros padres para casarnos, fue entonces cuando ambos nos enteramos de que nuestro matrimonio ya había sido concertado por nuestras familias a nuestras espaldas. En un primer momento nos enfadamos, pero no nos duro demasiado el enfado, una vez superado fijamos la fecha de la boda.


Habían pasado siete años desde el nacimiento de mi hija. Sara ya tenía el nombramiento de dama de compañía de la princesa desde hacía un año.

A pesar de sus orígenes la educación de Sara fue una formación aristocrática, al ser la dama de compañía de mi hija, asistían las dos al mismo colegio con los mismos profesores y tenían las mismas asignaturas. Vilma y Silvestre por un lado se sentían satisfechos de que su hija tuviese una buena educación, pero por otro pensaban que a la larga eso la convertiría en una persona muy diferente a ellos que poseían unas formas más humildes. La Corte no soportaba ver como una chica plebeya era criada como uno de los suyos.

—Majestad, es un escándalo que esa mocosa plebeya se crea igual que nosotros—dijo Roquefort.

Le respondí preguntándole por el estado de los productos agrícolas y sus precios en el mercado.

Afortunadamente las niñas se llevaban bien entre ellas, era un alivió, si hubiese habido mal ambiente entre las dos la situación hubiese sido muy desagradable para todos, pero por suerte ellas se entendían a la perfección. Sin embargo a veces discutían o hacían el tonto y entonces la Corte armaba un escándalo. Recuerdo un caso en que las dos estaban peleándose con unas almohadas, uno de los nobles las vio y denunció a Sara por "levantar la mano contra la princesa". Las niñas únicamente estaban jugando entre ellas pero a la aristocracia le gusta siempre exagerar, sobre todo con aquellas personas que les caen mal. De entrada no hice nada al respecto, la acusación me parecía ridícula e injusta. ¿Quién no ha jugado a las peleas de almohadas cuando era pequeño? Sin embargo movido por las presiones de la Corte al cabo de tres días tuve que organizar un interrogatorio, la acusación legalmente era muy grave y podría haber desembocado en que la acusada fuese llevada a un tribunal de plebeyos, pero mi hija hablo en su favor, diciendo que no se estaban peleando, que solamente jugaban con las almohadas, que ¿por qué la Corte detenía a una niña solo por jugar? Etc. La hija de mis sastres fue declarada inocente sin cargos pero sus padres se enfadaron conmigo y con la Corte, para los nobles el que se enfadasen Silvestre y Vilma les daba igual pero a mí me dolió. De hecho a mí me sentó muy mal todo aquello e intente razonar con la aristocracia para hacerles comprender que no se podía arma un alboroto semejante por una simple pelea de chiquillas, la nobleza me respondió que no les gustaba la chica plebeya y que yo me había encariñado con ella; es cierto que me había encariñado un poco con Sara ¿Y qué? ¿Era algo tan ilógico? La había visto crecer junto con mi hija, yo era el rey pero también era humano. Conocía a ambas niñas desde que eran bebes y convivía con Silvestre y Vilma, pues entonces ¿Por qué no me iba a encariñar con una familia con la que se estaba criando mi hija?

A pesar de todo a veces había ciertos momentos muy entrañables entre los padres de Sara, ella, mi hija y yo, por ejemplo a veces por las noches Vilma y Silvestre les contaban cuentos inventados por ellos a ambas niñas en presencia de mí, yo también lo hacía a veces aunque admito que no tenía demasiada imaginación para crear historias. Uno de los cuentos de Vilma que más me ha gustado siempre es el de "Las dos osas". Según este relato, la osa mayor y la menor eran una osa parda y una hembra de panda respectivamente, un día salvaron a los habitantes de un pueblo de una inundación al evitar que se rompiese una presa, como recompensa al morir ambas Dios puso su retrato en el firmamento.

FIN DEL CAPÍTULO 1.


Hola, lectores:

Recientemente he comenzado a escribir el capítulo 8 de "La inocente", pero como su desarrollo va un poco lento mientras tanto les dejo este fic. En principio esta historia abarcará uno capítulos.

A partir del siguiente episodio las niñas comenzaran a participar directamente en la historia. Aquí se mantuvieron al margen porque aun eran bebes, pero ahora que han cumplido los 7 comenzaran a ganar más peso en el fic.

Un saludo.
Nos leemos.