DISCLAIMER: Los personajes, para pena mía, pertenecen a Stephenie Meyer y solo los utilizo para crear mis locas historias; en cambio la trama es mí.

AVISO: Este fic participa del Reto de Apertura "Mi Pareja Perfecta" del foro "Sol de Medianoche"

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``Que la vida es sueño y los sueños, sueños son´´.

CALDERÓN DE LA BARCA.

ACTOI

-Vives, haces un porrón de cosas y luego te mueres –dijo con amargura Edward.

Estaba sentando junto a mí sobre el húmedo banco que hay enfrente de la droguería donde solía comprarse el tabaco. Su cabeza estaba echada hacia atrás y sus ojos claros miraban el cielo mañanero, completamente encapotado que amenazaba con llover. Observe detenidamente su mandíbula tensa, el perfil de su nariz, el largo de sus pestañas, todo en él me transmitía el dolor que debía sentir y… por un instante, deseé poder servirle de consuelo.

Sabía que estaba triste por la muerte de su abuela Elizabeth. Por lo que deduje de las visitas que le hacía cada semana a su casita en el campo desde que aprendió a andar, siempre estuvieron muy unidos. Elizabeth murió hace una semana exactamente, y su cremación fue ayer. Una cremación donde tuve que esperar afuera junto al resto de mascotas humanoides que tenían los amigos de la familia. Edward apenas me dijo nada cuando salió de la sala con su hermana pequeña, Alice, en brazos. Tampoco me llamo para que le hiciera compañía por la noche, como solía hacer, pero sabía que no durmió nada, ya que le oí dar vueltas en la cama sentada en el pasillo, con la espalda apoyada contra la puerta.

-¡Pues vaya mierda de sentido de vida! –mascullo.

-…

-¡Lo digo en serio! ¡Joder, ¿no puedes decir al menos algo?! –me increpo-. ¡¿Se te han fundido los circuitos del habla o qué?!

Edward acababa de estallar. Ya lo estaba esperando desde que lo vi esta mañana peleándose con la cafetera, hasta que harto le dio un golpe y fue a parar al suelo destrozándolo. Después de eso, tuve que escuchar la fuerte discusión que mantuvo con su progenitor en el pasillo, mientras limpiaba el desastre que había provocado. Sabía que en cualquier momento toda la rabia que sentía estallaría y prefería que se desquitase conmigo. Para eso me habían hecho, para escucharle, comprenderle y protegerle. Por eso le propuse que fuéramos a dar una vuelta cuando el Doctor salió del apartamento azotando la puerta a sus espaldas.

Edward giro la cabeza en mi dirección y me miro con sus anormales ojos amarillos, regalo de su padre el Doctor, brillando con rabia. Él necesitaba consuelo así que extendí los brazos y la abrace contra mi pecho. Según ponía en mi manual, cuando un humano se sentía triste, darle un abrazo era algo bueno. Se resistió un poco, pero no mucho. Él ya sabía que no tenía mucho que hacer contra la súper-fuerza que poseía un androide como yo.

-Lo siento –Fue lo único que pude decirle, aunque en realidad no lo sentía. Pues Elizabeth nunca me agrado, pero me habían programado para consolarle.

-No, no lo sientes –mascullo contra la tela vaquera de mi chaqueta. Trato de soltarse de mi agarre y yo le dejo ir-. No lo sientes –repitió. El brillo de rabia parecía ir apagándose siendo sustituido por otro que identifique como resignación-. Solo eres una maquina…

-Soy humana también –susurre.

-… no sientes nada. Y yo estoy aquí hablando contigo sobre el puñetero sentido de la vida –continuo hablando, ignorándome.

Sus palabras provocaron una extraña reacción en mi estomago, haciendo que se agitara violentamente. Lo que había dicho me habían dolido aunque el creyera que nada de lo que dijera me afectaría. Sí, era una maquina, un androide, pero también era humana. Se podría decir que era el único androide de mi especie, pues fui el resultado de un experimento que costó una gran cantidad de billetes y tiempo. Un experimento que no cumplió con los requisitos que esperaban y se convirtió solo en el juguete del hijo del hombre que me invento. Un juguete que llevaba con él desde que usaba pañales.

Edward cerró los ojos y soltó el aire que parecía haber estado conteniendo lentamente. Volvió a abrirlos y se puso en pie, mirando el cielo de nuevo, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones oscuros. Arrugo la nariz y frunció el ceño ligeramente. Identifique en el acto ese gesto que solía hacer a menudo: irritación. Esa irritación significaba que ya había terminado nuestra estancia en la placita y que de seguro querría volver a casa.

-Levanta. Nos vamos antes de que se ponga a llover –No volvió a mirarme, tampoco me espero. Comenzó a caminar hacia la salida.

Obedecí y le seguí. Estaba varios pasos por delante de mí y no tarde en alcanzarle mucho. Me puse a su lado y me acomode a su peculiar ritmo de caminar: largas zancadas, apenas apoyaba el talón, como si en lugar de andar estuviera corriendo. No pude evitar sorprenderme, cuando pasamos frente a la droguería de los Withlock y no entro a comprar su tabaco. Sabía que ya había consumido las dos cajetillas ayer por la noche y que ya no le quedaba nada. Y no creía que Edward hubiera comenzado a dejar de fumar. Estaba claro para mí que no lo dejaría nunca.

-Se te ha olvidado comprar el tabaco –le recordé.

-No se me ha olvidado –replico-. No he querido comprarlo.

No sabía la razón del porque se ese cambio repentino, pero tenía claro que si yo no compraba el tabaco por él, comenzaría a comportarse de manera odioso con todos los que le rodeaban por la falta de nicotina. Y si se comportaba de esa forma con el Doctor, de seguro acabarían peleándose de nuevo. Así que di media vuelta y camine de vuelta a la droguería.

-¡Hey, robot! ¿Qué estás haciendo? –me grito Edward, trasluciendo molestia.

Aunque no dejara translucir su molestia, tenía claro que estaba enojado conmigo porque me había llamado robot, y no por el nombre que me puso cuando era un bebe: Bella. Un nombre que hizo que mi corazón se sintiera cálido y alegre.

Bella.

oOoOoOo

-Venga, Edward, ponle un nombre a tu juguete –recuerdo que le dijo el Doctor, al ver que su hijo estaba distraído jugueteando con mis luminosos dedos. Sus ojos recién operados, emitían destellos cada vez que acercaba mis dedos a su cara y cuando los alejaba, soltaba una risita y extendía sus regordetas manitas para tratar de acercarlas a él de nuevo.

Que me pusiera un nombre, aquello me sorprendió y me puso nerviosa. No sabía el porqué, pero tenía claro que si tenía un nombre, entonces no seguiría siendo solo una maquina, un juguete, un error, como se molestaba en decirme el Doctor cada vez que me veía cuidando de su hijo; sino que sería algo más.

-¿Nombe? –pregunto Edward, girando torpemente la cabeza hacia su progenitor.

El Doctor estaba sentado en el sofá, y en lugar de mirar la pantalla holográfica encendida, miraba mi interacción con su hijo sentado en mi regazo al otro lado del sofá.

-Claro, Edward –El Doctor le sonrió-. Puedes llamar a tu juguete como quieras.

Cuando Edward me miro, me quede inmóvil a la espera, con mi corazón latiendo a un ritmo que no era normal en mí. Sus ojos dorados recorrieron mi cara, como si buscara algo y, luego, esbozo una tímida sonrisa que dejo al descubierto sus dos dientes inferiores.

-Billa –me dijo-. Billa –repitió serio.

-¿Quieres llamarla Bella? –El Doctor pareció molestarse ligeramente-. Edward, ese no es nombre para un juguete. ¿Qué tal si le ponemos A14 o ZX34? Esos nombres le van más.

-¡No! –Edward sacudió la cabeza-. Billa. Billa –su tono de voz infantil no admitía replica.

El Doctor sacudió la cabeza y perdió el interés en nosotros, volviendo a centrarse en la pantalla holográfica.

Bella.

Sonaba hermoso. Muy hermoso. Solo que tal y como me dijo Edward más tarde, cuando aprendió a vocalizar bien las palabras, su intención había sido llamarme Brilla, por mis dedos luminosos. Pero que de todas maneras, Bella también estaba bien y le gustaba, me confeso, sonriéndome.

oOoOoOo

Ignorando su orden de que volviera, entre al cálido e iluminado interior del establecimiento. Mis sensibles fosas nasales fueron atacadas por el olor dulzón y un tanto mareante del incienso. Deje de respirar y me acerque rápidamente al mostrador, donde el hijo del señor Withlock, Jasper, leía una revista. Avance tan rápido y de manera silenciosa, que cuando toque el pequeño timbre dorado, dio un salto y soltó la revista.

-¡Oh! –exclamo-. No te oí llegar, robot –dijo Jasper, desapareciendo un instante de mi vista tras el mostrador para volver a ponerse de pie, con la revista de coches entre las manos-. ¿Qué quieres?

-Tabaco, por favor –dije-. Dos cajetillas –Rápidamente busque en la información, que tenía almacenada en el interior de mi cabeza, cual era la marca que Edward solía fumarse-. Marca Camel.

-Marchando –Jasper tiro dos cajetillas sobre el mostrador y velozmente marco el precio en la caja registradora-. Serán entonces…

-No, no quiere nada –dijo Edward, interrumpiéndole-. Nos vamos.

-Pero tú necesitas el tabaco –me gire a verle.

-He dicho que nos vamos –Me agarro del brazo y me arrastro fuera de la tienda.

-¡Oye, ¿pero quieres el tabaco o… –grito Jasper a nuestras espaldas. La puerta ahogo su voz cuando se cerró emitiendo un sonoro ruido.

Edward me soltó el brazo cuando estuvimos lo bastante lejos de la droguería, tal vez porque considero que no iba a volver allí. Preocupada porque percibía los latidos de su corazón acelerados y el incremento de su temperatura, no dude en llevar una mano a su frente. Comprobando si los efectos de la falta de nicotina en su torrente sanguíneo ya habían comenzado. Apenas pose mi mano sobre su cálida piel, Edward me la aparto y me la mantuvo sujeta con la suya, mientras aceleraba el paso.

-¿Estás bien? –le pregunte-. Tu temperatura corporal ha aumentado un dos por ciento y los latidos de tu corazón son acelerados. Debo volver y comprarte el tabaco. Tu cuerpo está comenzando a mostrar la falta de nicotina y demás sustancias que inhalabas a través de los cigarrillos –le explique-. Está bien que hayas decidido dejarlo, según dicen es un mal vicio, pero no debes hacerlo de una manera tan brusca, podría tener consecuencias graves en tú salud y…

-Da igual –me interrumpió, brusco.

-No da igual –replique-. Mi deber es cuidarte.

-De todas formas acabare muriéndome tarde o temprano, así que da igual si mi salud se va a la mierda –murmuro.

Fruncí el ceño ante aquella afirmación. Estaba claro que el moriría, pero aun así no tenia porque ser tan pronto. No quería verme privada de su cálida existencia tan pronto. A lo lejos estallo un trueno que me obligo a levantar la mirada al oscurecido cielo. Finas gotas no tardaron en caer sobre mi cara alzada.

Plic… plic… plic…

En cuestión de segundos comenzó a llover fuerte. Edward se quito el gorro con orejas y me la puso sobre mi cabeza rapada.

-Ahora toca correr –dijo, me agarro de nuevo de la mano y tiro de mí.

Me acomode a su rápida carrera. No sabía porque me sujetaba de la mano, pero no tenia porque preocuparse por que volviera a la droguería. Fruncí el ceño ante su preocupación por mí a la hora de ponerme su gorra. Yo no la necesitaba. No me enfermaría nunca, pero el sí. Su cabello rojizo ya estaba completamente empapado y eso me alarmo, porque la parte más importante de todo su cuerpo era la cabeza, y la estaba exponiendo a la lluvia. Iba a devolverle su gorra, para que su cabello no siguiera mojándose pero me empujo al interior de un portal entreabierto. Jadeando, Edward se inclino hacia adelante y apoyo las manos sobre sus rodillas.

-Joder, parezco un viejo –se quejó, tratando de acompasar su respiración.

Ya no tendríamos que preocuparnos por la lluvia. Pero aun así le puse de nuevo la gorra. Su cabeza tenía que estar bien protegida.

-¿Puedes ver cuando parara de llover? –me pregunto.

-Sí.

Mi cerebro positrónico* se conecto a la red y mire las noticias del tiempo. La lluvia torrencial de afuera tardaría su media hora en parar. Para luego volver a comenzar después de unos pocos minutos. Así que si los datos del tiempo estaban bien, tendríamos que permanecer en el interior del portal unas dos horas como mucho, hasta que la lluvia cesara. Se lo dije a Edward, el cual suspiro y se deslizo hasta acabar sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la rugosa pared.

-Entonces tendremos que esperar. No creo que a Alice le dé por inundar la casa –murmuro.

El interior del portal estaba a oscuras, pero gracias a mis ojos con visión nocturna podía ver perfectamente a mí alrededor. Sabía que Edward, con sus ojos dorados también veía más o menos lo mismo que yo, pero aun así encendí mis manos mientras me sentaba a su lado. Para cogerlo desprevenido, como si en lugar de pesar ochenta kilos no pesase nada, y ponerlo en mi regazo.

-¡No tengo cinco años como para que me sientes en tus piernas! –dijo hosco, revolviéndose.

Ya sabía que no tenía cinco años. Ya era todo un adulto y dentro de unos pocos meses cumpliría la mayoría de edad. Pero aun así, a mi me seguía pareciendo pequeño, aunque físicamente fuese el doble de grande y alto que yo.

-Tienes que entrar en calor, tus ropas están todo mojadas –repliqué, activando mi sistema de calefacción. Pase los brazos entorno a su cuerpo y apoye mi barbilla sobre la cima de su cabeza-. ¿Quieres pasar el rato jugando al Uno holográfico? –le propuse.

-No –susurro. Había parado de moverse y parecía estar calmándose. Su corazón ya no latia tan fuerte como unos minutos antes-. Me recitas ese poema –me pidió al cabo de un buen rato.

-¿Cuál?

-Ese que me decías cuando era pequeño y no quería dormir porque pensaba que el Monstruo de las Galletas vendría y me comería –murmuro-. El de los sueños.

Una sonrisa se formo en mi cara al escuchar su pequeña risa, probablemente recordando esas noches en las que se negaba a dormirse.

oOoOoOo

-¡No! –grito Edward, negándose a quedarse debajo de las mantas-. ¡Galletamonstruo vendrá por mí! –continuo gritando-. ¡Quiero ir con papá!

Salto de la cama y trato de salir de la habitación, pero no le deje ir. El Doctor me había encargado responsable de que Edward durmiera la cantidad de horas que se esperaba de un niño, y como responsable me encargaría de que durmiera. Lo cogí en brazos mientras se revolvió de un lado a otro, llorando.

-¡No, Brilla, no quiero! ¡No quiero! –berreo.

-Shhh –le chiste, metiéndole entre las mantas de nuevo-. No pasa nada, Edward. El Monstruo de las Galletas no vendrá por ti. No existe.

-¡Si existe! –Edward se revolvió y se quito las mantas-. Emmett me lo enseño. Es azul y se come a los niños que se duermen. ¡Yo no quiero que me coma! –se quejo.

Emmett era el niño con el que solía jugar en el patio de la guardería de Forks. A mi parecer era una persona bastante agradable, aunque demasiado bromista para el bien de Edward. No sabía de donde se había sacado eso del Monstruo de las Galletas Emmett, pero por culpa de eso, Edward no dormía bien desde hacía varias semanas.

-Edward, si el monstruo ese se atreve a venir –dije con voz solemne, volviendo a arroparle-. Te prometo que no le dejare que te coma. Nunca.

-¿Nunca? –me pregunto, mirándome esperanzado y manteniéndose quieto.

-Nunca nunca –asegure-. Le daré unas galletas y le pediré amablemente que no venga más.

-¿Galletas? –repitió inseguro.

Asentí, sentándome en la orilla de la cama. Acaricie su pelo revuelto, tal y como ponía en el manual. El contacto físico ayudaba a relajar a los humanos, y según veía estaba funcionando. Edward estaba muy quietecito, observándome atentamente, con sus ojos brillando en la habitación en penumbras.

-A él le gustan mucho las galletas. Y también los poemas. ¿Quieres que te diga su poema preferido? Así si no estoy y aparece se lo puedas decir para que se marche –le propuse.

-¡Sí! –exclamo Edward, asintiendo vigorosamente con la cabeza.

oOoOoOo

-Por supuesto –En nada el poema bailo ante mis ojos y comencé a recitarle:

Yo sueño que estoy aquí

de estas prisiones cargado,

y soñé que en otro estado

más lisonjero me vi.

¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño…

Me interrumpí cuando Edward se removió de nuevo entre mis brazos y se separo de mí. Le deje ir, para ver cómo me miraba serio, con su cara no muy lejos de la mía. Sus ropas ya estaban secas, así que no había necesidad de seguir abrazándolo contra mí, pero aun así eche en falta su contacto.

-¿Sucede algo? –Su corazón volvía a latir muy rápido, y su respiración estaba agitada.

-Termina, por favor –me pidió

-… que toda la vida es sueño… –dije.

-… y los sueños, sueños son –finalizo él, interrumpiéndome.

-¿Si ya te lo sabías porque me lo has pedido? –le pregunte, frunciendo el ceño-. ¿En verdad estás bien? Tu corazón late muy rápido –me preocupe.

-Me gusta escuchar tu voz. Como lo recitas –Edward se acerco a mí-. Brilla, ¿te vendrías conmigo? –me pregunto, poniéndose muy serio.

¿Irme con él? De seguro algo le pasaba. Este comportamiento suyo era extraño.

-¿Adonde quieres ir, Edward? –le pregunte, pensando seriamente en si debía llamar al Doctor y decirle que su hijo actuaba de manera rara-. Si está en mi mano te llevare a donde quieras pero antes ya sabes que debes pedirle permiso a tu progenitor, ¿verdad?

-Bella, adonde yo quiero ir no es necesario el permiso de Carlisle –dijo serio, acercándose más.

-¿Y donde esta ese lugar?

Me sentía nerviosa y mi corazón comenzó a latir rápido, como aquella vez en la que Edward siendo pequeño me puso un nombre. Estaba demasiado cerca de mí. Sus anormales ojos brillaban, brillaban mucho y en ellos solo había, ¿dolor?

-Con la abuela –Y me beso.

Fin del I Acto

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Hola hola a todos.

Buuuf, diré que el one-shot me costó lo suyo, ya que las historias cortas no son lo mío, pero aquí tienen, hice un esfuerzo y les dejo está historia. A ver que les pareció.

Besitos a todos.

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*Positrónico: El cerebro positrónico es un artefacto tecnológico ficticio, concebido por el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov. Opera como una unidad central de procesamiento (CPU) para los robots, y les dota de cierta forma de conciencia. Es de tamaño similar al cerebro humano y está ubicado en la cabeza de los robots.