Llantos.
Eso era lo único que podía oír.
El de su madre.
El de su padre, incapaz de contenerse.
El de su hermana pequeña, destrozada.
Llantos en el piso de abajo, amortiguados, pero audibles.
Se le metían en la cabeza y resonaban con fuerza.
El llanto suave, pero lobuno de Bill.
El desesperado de Ron.
Y el ahogado de Percy.
Alguien llamaba a su puerta. Alguien que al mismo tiempo clamaba sin fuerzas con voz quebradiza:
-George sal. Por favor, no hagas tonterías. Sal.
Y aunque no podía verlo, sabía que por las mejillas de Charlie caerían lágrimas silenciosas.
Miró a su lado, donde debería de estar para, de nuevo, encontrarse solo.
Sus ojos se concentraron de nuevo en el cuchillo que sujetaban sus manos, para después cerrarse con fuerza.
Los volvió a abrir y se centró de nuevo en su trabajo, con sus ojos llenos de lágrimas.
Finalmente, con un último impulso consiguió abrir la caja.
Voldemort había caído.
Como estaba planeado.
Su hermano había caído.
Dolía, pero no todo estaba perdido, en sus manos los planes del nuevo inicio, los de ambos, que ahora pasaban a ser solos suyos.
Iba a ser un nuevo inicio difícil, pero lo haría, por su hermano, por el mismo, por los sueños de ambos.
