Hola amigos soy Dayana, pero me gusta que me llamen Daya ¿qué original no? —Sarcasmo mode ON—

Este Fic participa en el reto: para cada sensación, una estación. Del foro: El Escorpión que Coleccionaba Rosas.

Es la primera vez que participo en un reto, ¡tengan piedad de mí! Pero siéntanse en la completa libertad de expresar su opinión.

Disclaimer: Harry Potter NO me pertenece. Como todos sabemos, la autora original es la dueña de una prodigiosa mente llamada J.K Rowling, ella es la propietaria de todo elemento reconocible de su obra en este FF. Yo solo tengo un gato que se llama Bichie, es blanco, ojiazul, odioso, regordete y lo amo.


Invierno, aversión.


Rose miraba con aire ausente las llamas ondeantes dentro de la chimenea de la sala común de Gryffindor, parecía hipnotizada. Eran alrededor de las cuatro de la tarde. Afuera nevaba de una manera como nunca había visto. Los copos de nieve se agolpaban en las ventanas nublando casi por completo la vista hacia el exterior. El sonido crepitante de una chispa proveniente del fuego la hizo salir de su esimismamiento. Se encontraba aturdida aún, por la reacción exagerada —y enrevesada— de su padre ante su decisión de quedarse en Hogwarts aquella Navidad. Hermione naturalmente lo había comprendido, como siempre lo hacía.

Era su tercer año en el colegio, —y tal como su madre en su época—había cargado sobre sus hombros un par de materias más que el promedio; pero ella estaba en desventaja, no tenía un giratiempo como su progenitora, pero si la testarudez heredada de ella. Debía estudiar y esforzarse más que los demás y en casa le habría resultado imposible; mientras todos festejarían y comerían hasta reventar, ella seguramente habría tenido que hacer el esfuerzo sobrehumano de concentrarse entre el jolgorio armado por los nada acomedidos Weasley. Así que optó por el sosiego que reinaba en la prácticamente inhabitada Hogwarts durante el invierno, para así, adelantar un poco el agobiante trabajo de ir un paso más allá que el resto de sus compañeros.

Se reacomodó en el sillón y recargó la cabeza contra el respaldo. Había pasado más tres horas envuelta en el ensordecedor silencio de la sala común. Solo uno o dos estudiantes pasaban ocasionalmente. El pesado libro que leía minutos atrás resbaló por sus piernas. Resopló fastidiada e imaginó con cierto dejo de envidia el delicioso festín que en casa de sus abuelos le habría esperado, de no ser por el hecho de que se había metido —casi sin pensarlo— en el lío en el que justo en ese momento se encontraba. Sacudió la cabeza y sonrió, había sido su elección. Repitió en su mente, una vez más, la convicción a la que se había aferrado: cada sacrificio traería una recompenza. Aunque no estaba muy segura de cuál.

El entusiasmo la había invadido de nuevo. Con ganas renovadas acercó a su níveo rostro el ejemplar de Historia de la Magia, de Adalbert Waffling. Con esa, era la cuarta vez que lo releía, de hecho, lo sabía de memoria, así como otros seis libros. Lo que le ahorraba tiempo en clases y a la hora de hacer sus deberes, por eso, repasar nunca estaba de más.

Un par de chicas atravesaron el salón entre murmullos, rompiendo el apasible y sobrevalorado silencio para Rose. Tomaron asiento cerca de ella, cuchicheaban y reían como un par de niñas hablando sobre el juguete nuevo que les había traído Santa.

—Y dicen que si le besas debajo de una planta de muérdago quedaran unidos de por vida, el beso sellará un amor eterno e irrompible y la boda llegará muy pronto, mi madre me lo dijo. Funcionó con mi padre, espero que funcione con él. — afirmó convencida una de las muchachas. Ella era rubia de tez blanca- rojiza.

—¿Pero cómo vas a convencerlo de que te bese?— Rebatió la morena de ojos color avellana que la acompañaba. La rubia ojiazul se descolocó ante la pregunta y tensó los labios como escrutando dentro de su mente para dar una respuesta acertada.

—No lo sé.

—¿Qué te dice que no podría besarme a mi?— Contraatacó la morena arqueando una ceja. Rose puso los ojos en blanco. Era una de las tantas veces en las que oía hablar de Scorpius Malfoy, más bien uno más de los absurdos debates sobre quien se quedaría con él entre sus compañeras de clases. Aquella repetitiva situación le resultaba molesta y es que había heredado de su madre, el ideal de que la superación personal cobraba más importancia que una cara bonita y, para variar, de su padre heredó la aversión hacía los Malfoy, más que por algún hecho vivido, por la mera mala fama que muy bien le había inculcado Ron.

—Scorpius es realmente guapo, ¿crees que tenga novia? ¿Crees que pueda fijarse en mi? ¿Qué opinas tú Rose?— Inquirió la rubia entusiastamente dirigiendo una centelleante mirada a la pelirroja.

Rose sacudió la cabeza, no podía creer lo que oía. No era en lo absoluto de su incumbencia, los asuntos amorosos de nadie. Infló las mejillas y bufó indignada. —Opino, con todo el respeto que te mereces Alice, que es estúpido que te hallas quedado en el colegio solo por el chico Malfoy; por otra parte, siento lo de tus abuelos Marissa, se nota lo mucho que te han afectado sus muertes.— Respondió en el tono de voz más filoso que le fue posible. El silencio reinó de nuevo. Rose levantó la vista por encima del libro. Sus compañeras le mandaban miradas furiosas. La pelirroja rodó los ojos; había perdido la cuenta de todas las veces en esos tres años de escuela que debía soportar episodios como ese, sin embargo se sentía algo avergonzada por su falta de tacto; al fin de cuentas, Scorpius no había dado señas de ser un futuro mago oscuro y genio del mal, como aseguraba su receloso y sobreprotector padre y, era un exclusivo asunto de ellas si el chico les resultaba irresistible, al punto que las hacía parecer un par de cabezas huecas.

—Lo siento chicas, es solo que...— Vaciló— no me hagan caso.— Prosiguió cerrando el libro y reincorporándose. Aquellas dos no parecían querer levantarse del cómodo sillón y, mucho menos alejarse del reconfortante calor que despedía la chimenea. Temiendo que se desatara un tonto debate de nuevo, Rose decidió ir en búsqueda de otro lugar para leer en completa paz, preferiblemente lo suficientemente lejos de allí. Subió a su habitación y se atavió con una gruesa bufanda. Se colocó orejeras y guantes. Tomó otro par de libros de su baúl y los abrazó chocándolos contra su pecho. Minutos después atravesaba la sala común dirigiendo una mirada discreta a sus compañeras, que como previó, habían retomado su discusión. Fue escaleras abajo. Recorrió el casi desierto castillo. Tomando finalmente asiento en uno de los corredores descubiertos, desde donde solo se podía escuchar el silbido de la suave y fría brisa invernal.

Visualizó a pocos metros al chico Malfoy besándose con una muchacha de su casa, una bonita Slytherin de cabello negro. El rubio se despegó toscamente, la pelinegra deslizó sus manos por su cuello intentando atraerlo hacia ella para así besar una vez más a un Scorpius que se mostraba renuente. Rose no pudo evitar reír burlonamente, casi sin percatarse de que su risa había sido algo fuerte. Se reprendió mentalmente, no estaba bien mofarse de sus compañeras, quienes seguramente seguían peleándose el amor de aquél chico, mientras él se besuqueaba con otra, sin muy seguramente imaginar que en algún lugar de el universo ellas existían. No era asunto suyo, así que volvió a sumergirse en su libro, haciendo caso omiso a lo que sucedía a su alrededor.

La claridad del día comenzaba a desvanecerse, oscurecía algo más temprano, por ser invierno. Resopló. Debía volver a la comodidad de su dormitorio y más tarde cenar sola, como había venido haciendo. Cerró fuertemente sus cansados ojos y añoró los protectores brazos de su padre abrazándola, las largas pláticas con su madre sobre asuntos que solo a ellas dos parecían importarle, la complicidad entre su prima Lily y ella, jugar ajedrez mágico con su diestro hermano menor, Hugo; los juegos de Quidditch en la nieve con sus primos, las tartas de su abuela Molly, los curiosos cuentos Muggles de su abuelo Arthur, los consejos sobre chicos que le daba su tía Ginny, que hasta ese momento le habían servido en algo menos que en nada; escuchar una vez más las increíbles anécdotas de su tío Harry... Extrañaba tremendamente la víspera de Navidad en La Madriguera, definitivamente no volvería a quedarse lejos de su familia de nuevo durante esas fechas. Suspiró largamente.

—Pelirroja, suéter tejido a mano con la inicial de tu nombre grabada en el centro, debes ser una Weasley— escuchó en una firme y algo ronca, pero melodiosa voz varonil. Frunció el entrecejo y abrió súbitamente los ojos, pero no divisaba algo más que una densa niebla rodeándole. —¿Tus padres no te han enseñado que es de mala educación espiar a la gente?— Rose indignada alzó la vista en busca del dueño de aquél reclamo sin bases, ni fundamentos. Atravesando la niebla emergió la silueta de Scorpius Malfoy acercándose a ella, la miraba quedo con las manos metidas dentro de su abrigo negro.

—Ah, eres tú, el irresistible— masculló con un dejo de sarcasmo. Habían sido contadas las veces en las que —durante años— había entablado una conversación con él. Solo llevaban una relación cordial, por no decir ninguna.

—Rose Weasley, ¿o debería llamarte la insufrible?— Dijo el rubio tratando de parecer divertido. Una media sonrisa se dibujó en su rostro. La pelirroja adoptó una actitud solemne. Se sentía realmente enojada, al considerarse tres veces ofendida en menos de cinco minutos. Scorpius tomó asiento a su lado, rozó con el dorso de su dedo índice la encendida mejilla derecha de Rose, quien invadida de un total escepticismo ante lo que sucedía, —y sin tener muy claro por qué— levantó la vista hacia el techo del lugar viendo una pequeña planta de muérdago colgando justo sobre ellos.


Fin del primer capítulo. Todos guardan relación entre sí.

¿Review? ¿Zapatazo? Ó un ¿'retírate por amor al arte, eres realmente mala'?