Era tarde, y la melodía de un piano, se escuchaba desde la calle. La canción le resultaba conocida, pero ahora mismo, no era capaz de descifrar dónde la había oído. Apoyó la espalda sobre la puerta y sintió que el dolor de su cuerpo se incrementaba, el agotamiento estaba llegando a un punto en el que resultaba casi insoportable. La música seguía sonando, y por un momento su cansancio venció a su cabeza. Elevó la mano izquierda, con el puño cerrado y lo acercó hasta la madera. Antes de que llegara siquiera a rozar la puerta, una oleada de recuerdos la invadió.

Una brisa cálida, arena mojada bajo sus pies, el sonido del mar rompiendo en la orilla de la playa, unas manos tapando sus ojos, haciendo que se incrementase la sensación de paz en su alma y el nudo de su estómago. El repentino roce de unos labios en su cuello; las manos, que antes cubrían sus ojos, acariciando suavemente su abdomen mientras la sonrisa aparecía en sus labios.

- ¿Qué te parece? – le preguntó él, con una voz que expresaba vitalidad y alegría.

- Es precioso – sólo logró susurrarlo, porque los sentimientos que se agolpaban en su pecho, no le permitían hablar – Dios... hacía tanto que necesitaba volver aquí...

- La última vez que estuve aquí, fue el verano pasado. El paseo de la entrada está algo cambiado, pero la playa sigue teniendo el mismo aspecto que hace dieciocho años.

Dieciocho años... ¿Tanto había pasado? ¡Era demasiado tiempo! ¿Y si no había una nueva ocasión? – Lo echo de menos.

- ¿El qué?

- A ti... – al girarse, se encontró una mirada serena, tan azul como el mar que tenía a su espalda. No podía ser que fuera ternura lo que había en aquellos ojos, era imposible, pero era una sensación tan agradable... Su felicidad estaba ahí, a sólo un paso, una palabra, una caricia... Y se arriesgó.

Cerró los ojos y se dejó llevar por el calor que lo invadió. Sus manos comenzaron a temblar, hacía siglos que no temblaba por una situación como aquella. Pero pensó que, quizás, ella también temblaba. No se equivocó, como siempre. Al unir sus manos con las de ella, notó que también perdía serenidad, y no esperó más. La abrazó sin separar sus labios. El sonido de las olas y sus leves gemidos, era lo único que escuchaban. Una melodía perfecta, acompañada de tiernas caricias.

Pasaron horas hasta que volvieron a la realidad, adentrándose nuevamente en la ciudad, donde la magia desaparecía, donde la locura daba paso al raciocinio y a la cordura. Donde su cobardía, no le permitió llevar a cabo un movimiento tan simple. "¡Tócala! ¡Llama a la puerta, Lisa, no es un error! ¡Esta tarde le has besado, maldita sea!" Al acercar la mano a la puerta, su puño se abrió, dejando que, simplemente, se apoyara sobre la madera, sin emitir sonido alguno. El piano dejó de oírse, y pensó que quizás, él la hubiera escuchado. Pero fue sólo un pequeño espacio de silencio, el justo instante en que acaba una canción y otra comienza.

Dio media vuelta, y regresó a la soledad de su casa, al miedo de ver las paredes cayéndosele encima, y a la rutina del tira y afloja, que hace que concilie el sueño de noche, pensando en lo que, una vez más, pudo ser.