El reloj sonaba lejano

Nota: hago la aclaración de que este fic no es para estómagos débiles (dentro de esa categoría intentaré hacerlo lo mas light posible ya que estamos en FF), es para mayores de 18 (entre comillas, claro, porque aquí nadie os va a vigilar, entráis bajo vuestra responsabilidad), tengo la historia mas o menos construida pero con muchas lagunas así que la acabaré cuando me harte o cuando las fans de TH se planten en la puerta de mi casa tras rastrear mi IP para darme una paliza. En fins, de ante mano gracias por leer y tras el aviso de Milaa voy a desbloquear lo de los revs anónimos para que no tengáis que crearos cuentas si queréis decirme algo, amenazar mi vida o proponer perversiones (ei, se puede). Un beso a todos/as..

--Ellle--

El reloj sonaba lejano. Desde la otra habitación pero como desde otro mundo.

Abrió una lata de atún, teniendo mucho cuidado de no estropearse las uñas en el proceso y se sonrió orgulloso.

Apenas le dio tiempo a dejar la lata sobre el mármol y atarse el cabello en una coleta cuando picaron a la puerta.

Fue como un pinchazo. Un instante de pánico. Una voz incrustada en su cerebro que le decía que no abriese por nada del mundo. Podía ser él. Pero tenía que abrir- los golpes insistieron- porque podía no serlo. Podía ser una persona en apuros, o algún vecino.

-¿Quién es?- su voz tembló un instante esperando una respuesta que no llegó nunca.

Finalmente se decidió. Comiéndose su miedo, sintiendo como se le quedaba anclado en el principio del estomago al abrirse del todo la puerta y verle allí, empapado por la lluvia, como surgido de las mismas tinieblas, ante él.

-¿Y bien?- Murmuró el de rastas.

-…T-Tom- un instante de duda. Y el miedo se convirtió en terror-¿que haces…?- no pudo acabar la frase. El puñetazo de su hermano lo dejó tumbado en el suelo. No le había dolido. Había sido como un chasquido, pero lentamente el dolor se dibujaba latente y cada vez con mas fuerza en su pómulo y nariz. Pasó los dedos un instante, pensando que tal vez se la había roto pero no; solo sangraba, dándole un aspecto estúpido y patético y cansado y triste y gris.

-¿Creías que no me dirían donde estaban? ¿De verdad lo creíste?- el tono del mayor dejaba bien clara toda la rabia que sentía.

-Tom, no…yo no…- solo lograba balbucear. Sus rodillas temblaban y buscaba frenético algún lugar al que correr lejos de todo aquello. Lejos de aquel que ya no era su hermano, que no podía serlo. Lejos de aquel ser que ahora solo estaba en sus peores pesadillas.

-…yo…yo…yo no- le imitó el rubio dejando que su voz de volviese estridente y brutal- lo único que sabías hacer bien aparte de follar era justificarte, pero veo que pierdes facultades, hermano.

-Déjalo ya por favor- le chilló Bill, sintiendo que quería llorar, sintiendo que si cerraba los ojos lo bastante fuerte todo desaparecería y volvería a estar allí el Tom de siempre.-Deja de hacerme esto.- con una sonrisa el de rastas lo cogió a las malas de la muñeca jalándolo con brutalidad hasta que lo tubo apretado contra su cuerpo, ensangrentado, asustado y suplicante.

-Yo no te he hecho nada.- le mordió el cuello con fuerza arrancándole un gemido que deseaba ser grito; grito de miedo, de odio, de un placer animal que no le gustaba porque le rebajaba a aquello en lo que el rubio le había convertido, mientras sentía su camiseta romperse por la espalda con un sonido agudo y desagradable, mientras las manos de Tom se clavaban en su carne que le respondía con espasmos y estremecimientos pese a que su cerebro clamaba en pos de una cordura que ambos parecían haber perdido, mientras su mundo se caía en trozos literalmente- eres tú quien se lo ha hecho. Tu solo.

Trató de pegarle, trató de soltarse, trató de escupirle sus palabras de desprecio, unas palabras vacías porque sabía que en el fondo el mayor tenía razón. Él era el culpable.

Lo sabía.

Era su pecado.

Ya lo sabía.

Su espalda se quejó al golpear contra la pared, al quedar entre esta y el cuerpo de su hermano que se debatía con él por acabar de desnudarle.

Bill le mordió el hombro con todas sus fuerzas hasta que el mayor le cogió del cuello, apretando para que soltase, sonriendo con desprecio mientras le miraba fijamente a los ojos, una mirada que hacía mucho que Bill no podía mantener.

-¿Desde cuando te revelas tanto?-Y del cuello lo llevó de un tirón hasta la mesa en donde le apoyó la cabeza sin tener mucha consideración hacía su rostro dolorido para inmovilizarle los brazos en la espalda con su cinturón- ¿acaso fuiste a ver al mago de Oz para que te otorgara el maravilloso don de la decencia? No me hagas reír Bill.

Y le hizo caminar hacía la habitación mientras el menor le decía que no, que todo había acabado, que le hacía daño, que eran hermanos y nada más.

Suplicaba y suplicaba sabiendo que su hermano no le escuchaba ya, hacía tiempo que había un muro de cristal entre ellos, pero suplicaba al cielo porque alguien lo rompiera, porque alguien le arrancara de allí, de aquella casa, de aquel cuarto en el que entraban, de aquella pesadilla, y de los brazos de aquel chico lleno de rabia que había dejado ya de ser su hermano.