Prefacio

Ned estaba abatido, gotas de sudor caían por su frente, pero otras gotas por sus mejillas. Lágrimas. Subió cada peldaño de la Torre de la Alegría como si de un desafío se tratase. Sabía que en la cámara allá a lo alto de la torre estaría su hermana, Lyanna, a la que amaba tanto y había desaparecido desde hace más de un año.

Vio la puerta cerrada frente a sus ojos, y tomó un último aliento antes de abrirla, intentando reponer sus fuerzas, empujó la puerta…

"Eddard…" – sintió la voz de su hermana entre la penumbra del habitáculo.

"¿Lyanna?" – preguntó – "¡Lyanna!" – gritó justo al ver su deplorable aspecto, tumbada sobre una cama en el centro de la sala. Unas cuantas velas le permitieron avistar su rostro, comprobar que aún estaba viva… y sin pensarlo durante un solo segundo, la abrazó.

"Ned… has… venido." – dijo con una voz débil.

"Sí, Lyanna, he venido a por ti. He venido a salvarte." – sollozó.

"Lo siento, Ned…" – lloró Lyanna con las últimas fuerzas que le quedaban, se aferró a su hermano como si fuese lo último que sintiera en la vida. Antes de que él se percatara de que hoy, el dios de la Muerte acechaba aquella habitación.

Miró a los ojos oscuros de su hermana, y cómo éstos se apagaban más y más. El color de la sangre, ese profundo color escarlata que tanto detestaba, afloraba por el abdomen de Lyanna, y en ese instante, Ned pensó que ya no había marcha atrás. Además, él mismo se percató de que no estaban solos en esa habitación, había alguien más.

Lyanna le susurró algo al oído a su hermano, una frase casi ininteligible, pero que iba a cambiar por completo el curso de su vida. Cuando la finalizó, le dijo a Eddard:

"Prométemelo, Ned."

"Te lo prometo." – le contestó.

Eddard comprobó cómo ella cerró los ojos, y con un último suspiro, murió. Su piel estaba pálida y algo amoratada, sus labios entre un rojizo y violeta. Las lágrimas de Ned cayeron sobre sus mejillas, y él se compadeció de su querida hermana, quién, aún después de haber muerto, continuaba conservando su hermosura.

Lyanna Stark murió esa noche, en una habitación con olor a sangre y a rosas.