Dos adolescentes. Ella, con bella inocencia de no más de 15 años, y un gran y opulento vestido que denota su condición, destaca como un faro en las calles de Port Royal. Él, oficial de rango, de no más de 20, impone a los transeuntes. Los dos van discutiendo.
-Porfa.
-No.
-Porfaaaaaaa.
-No.
-¿¡Por quéééééé!
-Porque no.
Es como una partida de cartas marcadas. Ya sabes quién iba a ganar, pero hay que jugar hasta el final.
-Pero... ¿¡Qué te cuesta!
-Mucho.
-¡James!- insistió, enrrabietada.
-No seas plasta.
-¡Me lo prometiste!
-Eso no suena a una promesa hecha por mí. ¿Me emborrachaste o algo?
-¡Eres... Eres...!
-Sigue, dilo, anda ¿qué soy? ¡Cada vez está más lejos de que diga que sí!
Ella gruñó exasperada, y la risa burlona de él se dejó oír por el puerto.
-¡Dame al menos una maldita razón!
-¿Que soy mayor y sé más de esto que tú te vale?
-No.
-¿Que es peligroso?
-Tonterías.
-¿Que no sabes nadar?
-¡Porque tú no me quieres enseñar!
Él esbozó una sonrisa burlona.
-Échale las culpas a tu padre -suspiró- no querrá que te arruines el peinado.
-¡Pero si no me va a pasar nada! ¡Y mi peinado ha salido de situaciones peores!
-¡Pero yo no! Imagínate que te ahogas. ¿Yo que hago? ¿Irme a Francia?
Hizo un mohín.
-¿Y dejarme aquí, sola, y olvidada? ¿Serías capaz?
Él se encogió de hombros.
-Pues claro, así ya no me tendría que pelear con niñitas consentidas que no saben lo que están pidiendo.
-No estamos peleando, estamos manteniendo una conversación de adultos.
Le echó una mirada de reojo.
-¡No te lo crees ni tú!
Los dos rieron.
-Sé que no dejarías que me pasara nada malo.
-¿Y qué te hace pensar eso? A lo mejor soy un desalmado. A lo mejor me caes mal. Hay tantas y tantas cosas que no sabes de mí...
-Sé que eres bueno.
Eso le sorprendió, dejándole sin armas en cuestión de segundos.
-No me hagas la pelota. Conmigo eso no cuela.
Un intento desesperado de seguir bromista.
-...Y el mejor, más fuerte, y más valiente marinero del mundo. -tomó su mano- Y que eres capaz de surcar los mares con una niñita consentida porque ella, a diferencia de ti, es una mujercita de palabra y promete que las culpas no te las llevarías tú.
-Ahhh... y se supone que me tengo que fiar de tí.
Se volvió y la miró, ese par de ojos acaramelados que relucían, soñadores.
-¿Lo harás?- susurró ella.
Podría haberle dicho muchas cosas. Empezando porque el puerto no era lugar para la hija del gobernador, acabando porque tendría que quitarse ese vestido opulento y a ver cómo iba a poder soportar él eso. Pasando por la furia de su padre, o el temor a que su querida y amada Liz sufriera. Podría habérselo dicho, de no estar ella escrutándole con aquella mirada ilusionada, amante del peligro, de la acción. Podría habérselo dicho, de no saber ya que ella sufriría más alejada del mar que empapándose en el puerto.
-James...
Suspiró.
-Está bien.
