PROLOGO
Me comía las uñas de la impaciencia que me embargaba. Algo raro de mí. Oh carajo, me había saltado el esmalte se solo tocarlas con mis dientes. Aparté las manos y las puse entre la silla y mis muslos para no convertirlo en un mal hábito. Mi pie se movía inconscientemente marcando mi nerviosismo. Mi hermano no tardaría veinte minutos en llegar pero cuarenta habían pasado y ya me ponía nerviosa. "Tranquila, respira" me dije a mi misma "Ya llegará". ¿Qué me pasaba? ¿Desde cuándo que vinieran los amigos de mis hermanos a buscarme me incomodaba? No era algo fuera de lo normal, había empezado a salir con ellos hace unos meses y las salidas se dedicaban a tomar Coca Cola e ir al Parque Central cercano al barrio donde vivíamos. Generalmente éramos unas diez personas pero cuando las juntadas eran organizadas con tiempo estaban todos los que incluían el grupo y eran unos veinte o veinticinco con gente extra como yo. Aunque en estos últimos momento ya me tenían como una más del montón. No me agradaba mucho la idea porque me gustaba hacer notar mi presencia pero era más fácil para adaptarme. Es que no eran los amigos en general los que me ponían nerviosa, era uno de ellos. Era él. Cambie mi posición cuando se me acalambraron las piernas. Todavía no podía creer lo que estaba por hacer. Tanto tiempo soñando este momento se hacía realidad. Reneé, mi madre, y Phil, su nuevo esposo, se habían ido de viaje a Nueva York a buscar unos repuestos de autos para su nuevo coche de carreras: Él se dedicaba a correr en las grandes pistas y mis hermanos eran tan fanáticos de los "fierros" como él. De lo único que hablaban era de motores, carrocerías y repuestos. Como no, el grupo de amigos del barrio también seguían la misma pasión. Había veces que se juntaban a lavar los coches ¡Simplemente a lavarlos y luego se iban! AL principio no entendía esa fascinación por los autos pero cuando empecé a verlos por mí misma, se me contagio. Me encontraba días lavando yo el auto de Reneé cuando tan solo tenía un poco de tierra. En fin, hoy, sábado, mis dos hermanos Demetri y Félix habían salido y yo con la excusa de verlo llame a mi madre para que supiera que estaba sola en casa y tuviera que venir Demetri a "cuidarme". Mi plan salió de maravillas: en vez de venir y quedarse acá, pasaría a buscarme y nos iríamos a la casa de fin de semana de Edward; o "la quinta" como ellos la llamaban. Cuando me dijo que venían por mi fui a prepararme física y mentalmente para el encuentro. Yo sabía que colores le encantaban a él que vistiera y entre esos estaba el negro y el azul. Me había maquillado poco como Emmett me había dicho que me quedaba mejor y me había puesto un vestido que combinaba la inocencia con la comodidad para una ocasión como esta. No pude más con mi inquietud. Me paré estirando las piernas para que la sangre volviera a regar por ellas. En eso sentí el ruido del escape de su auto. Corrí hasta mi habitación a mirarme por última vez en el espejo y comprobé que todo estaba perfecto. Mi cabello color chocolate caía con ondas por mi espalda hasta mi cintura de la misma forma que lo había modelado. Quité una pequeña pelusa que se había enganchado a mi ropa. Chequeé el maquillaje sobre mis ojos marrones y si mis guillerminas seguían lustradas. Retoqué rápidamente el brillo de mis labios para producir un efecto más sexy. Tranquilizándome abrí la puerta de mi casa. Entró mi hermano directamente a su habitación sin siquiera saludarme. Tampoco me importó que lo hiciera estaba concentrada en encontrar a otra persona. Detrás de él divisé la figura que seguía. Casi me llevo un infarto. Ahí esos ojos negros que me llegaban hasta lo más profundo del alma me miraban con una intensidad indescriptible. Los bermudas de todos colores le quedaban de maravillas sobre sus caderas, las vans blancas y el pelo despeinado. No llevaba camiseta puesta. Solté el aire rápidamente cuando pose mis ojos sobre esos abdominales perfectamente marcados. No sé si lo hacía a propósito o era por el calor que hacía en verano en Los Ángeles, pero tenía esos pequeños detalles que me mataban por dentro. Alzó las comisuras de los labios formando esa sonrisa torcida que tanto me gustaba. Era lo que más me gustaba de él, además de todo su ser. Me miró de arriba abajo, chequeando mi ropa y mi piel quemaba por cada centímetro que recorría con la mirada hasta llegar a mis ojos y quedarse ahí estancado por unos segundos. Se acercó lentamente y me saludó como solo él sabía hacerlo. Una mano se movió lentamente por detrás de mi cuello haciendo que un pequeño escalofrío que solo yo notaba me recorriera toda la columna y con la otra mano tomó mi cintura con fuerza, atrayéndome hacia su cuerpo. Depositó un pequeñísimo beso en mi mejilla derecha y me abrazó con todo su ser. "Hola Bells." Yo no reaccionaba. Me moví mecánicamente mis manos a su espalda ancha e inhale ese perfume que no se parecía a ningún otro. Era el perfume más delicioso del mundo: One Million de Paco Rabanne, pero mezclado con el aroma de su piel se volvía mucho más adictivo. Me soltó lentamente cuando escuchamos a James reír desde atrás. Él también venia sin remera y me miraba con esos ojos verdes claros como si fuera a comerme. ¿Qué les pasaba a los hombres hoy? ¿Acaso había algo distinto en mí? Se acerco y me saludo con un semejante beso en la mejilla que hizo que Edward soltara un gruñido por lo bajo que solo yo escuche y lo miré con cara de confusión. Esta atracción que crecía entre los dos era un juego de fuego, y aunque yo tuviera solo 15 años y el 23, seguiría jugando hasta quemarme por completo.
