The Legend of Zelda: The Fire Emblem (Prólogo)

Por Fox McCloude

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"En tiempos inmemoriales, las Deidades del Poder, Valor y Sabiduría descendieron sobre un mundo lleno de caos. Ellas crearon la tierra como la conocemos, y dejaron atrás un símbolo de su gran poder: el emblema dorado conocido como la Trifuerza, oculta en el llamado Reino Sagrado. Según se decía, dicha reliquia tendría el poder de cumplir los deseos del corazón de aquel que lograse obtenerla.

Hace más de mil generaciones, un hombre malvado del desierto logró abrir las puertas hacia el Reino Sagrado, donde aún permanecía oculta la mítica Trifuerza. Su corazón lleno de oscuridad y ambición transformó totalmente el Reino Sagrado, y hordas interminables de seres malignos comenzaron a emerger en nuestra tierra, trayendo consigo el caos y la desesperación.

Se desató una gran guerra por la Trifuerza, donde las fuerzas del bien y del mal combatieron entre sí por la sagrada reliquia. Bajo el mando de la entonces monarca del reino de Hyrule, siete poderosos sabios asumieron el deber de sellar la Trifuerza, para evitar que cayera en malas manos, mientras el ejército de valerosos caballeros se enfrentaban a las hordas malignas para protegerlos. Miles de ellos cayeron durante la cruenta batalla, pero su sacrificio no fue en vano: el ejército malvado fue derrotado, y la Trifuerza volvió a su lugar, donde no pudiera ser tocada por manos malignas.

Con su tarea completada, varios de los sabios y de los caballeros sobrevivientes tomaron caminos separados por todo el continente, y sus hazañas pasaron a formar parte de la historia. Alrededor de dichas historias se formaron leyendas, y bajo esas leyendas, se fundaron nuevas naciones, creciendo cada una a su manera. Miles de años han pasado desde entonces, y los tiempos de guerra han sido olvidados, dando paso a una larga y próspera era de paz.

Pero el tiempo transcurre como un río, y la historia se repite…"


Reino de Bern…

Las ceremonias formales nunca habían sido lo suyo. A decir verdad, únicamente habían asistido por obligación y para presentar sus respetos a su nación vecina. El príncipe del reino de Bern estaba a punto de celebrar su mayoría de edad y por ende su nombramiento oficial como legítimo heredero al trono, y debido a que el Rey Rhoam tenía otros compromisos más apremiantes que atender, su esposa e hija tendrían que representarlo.

Ninguna de las dos, ni la princesa Zelda ni la reina Selena de Hyrule, se mostraba particularmente entusiasmada. Habían permanecido en silencio todo el trayecto mientras su carruaje avanzaba por el camino, sin hacer otra cosa que observar los (admitiéndolo) hermosos paisajes de la tierra de Bern, una nación donde predominaban más las montañas, que se alzaban imponentes en el horizonte a dondequiera que mirasen.

. Creo que ya falta poco para llegar. – dijo la reina, rompiendo el incómodo silencio y atrayendo la atención de su hija.

- Me alegra saberlo, madre. – dijo la princesa, todavía con la cabeza apoyada en una mano y observando por la ventana del carruaje.

- No pareces muy entusiasmada. – añadió la monarca.

Zelda volteó a ver a su madre, y las dos se miraron fijamente una a la otra por un momento. El parecido entre ambas era tan evidente, que al verlas lado a lado no existiría un ápice de duda de su relación. Ambas compartían los rasgos más obvios, como la forma del rostro, el cabello del mismo tono dorado, la misma complexión blanca sin rayar en lo pálido y los ojos de un esmeralda vibrante. Las únicas diferencias notables eran que la reina era un poco más alta, y evidentemente su rostro había adquirido un encanto más propio de una mujer madura, en contraste con los rasgos más delicados y juveniles de su hija.

- Vamos ver al Rey Desmond. – dijo Zelda secamente. – Nadie que haya tenido el placer de conocerlo estaría entusiasmado. Y tú no eres la que tendrá que pasar seis meses en su compañía.

- Zelda querida, a mí no me agrada más que a ti. – respondió la reina suavemente. – Pero ambas sabemos que es mejor no darle un motivo para enfadarse con nosotras.

- Lo sé, lo sé. – dijo Zelda. – Mantendré la compostura, lo prometo.

A los quince años, Zelda todavía seguía aprendiendo sobre la importancia de la diplomacia entre naciones, pero eso no le impedía expresar su descontento por tener que atender esta clase de protocolos. No era la visita al reino de Bern en sí lo que la estaba incomodando en sí, sino la persona que les había extendido dicha invitación.

Los reinos de Hyrule y Bern siempre habían mantenido relaciones cordiales entre ellos, relativamente hablando. Sin embargo, en los últimos años, el Rey Desmond había empezado a exhibir su poder militar, algo de lo cual la nación de Bern siempre se había sentido muy orgullosa. No había entrado abiertamente en agresión con ninguna de las naciones vecinas, pero el Rey Rhoam tenía razones para creer que, si detectaba el menor símbolo de fragilidad o inestabilidad, podría invadir con todo el respaldo de sus fuerzas militares.

Zelda solo lo conocía de haberlo visto una sola vez, cuando ella tenía diez años. Su primera impresión fue que era un hombre que trataba parecer más grande de lo que realmente era, figurativamente hablando. Según su padre, el Rey Desmond no había sido alguien que destacase mucho por su habilidad en combate o en sus estudios, y no gozaba de una gran popularidad entre sus súbditos, y a Zelda no le costó mucho imaginarse el porqué.

- Con todo, esta invitación puede tener sus ventajas. – dijo la reina, buscando ver el lado positivo. – Piensa en todo lo que puedes aprender del reino de Bern en tu estadía aquí. Y seguro que no todos deberán ser iguales al Rey Desmond, ¿verdad?

Zelda albergaba la esperanza de que así fuera. En el trayecto hacia el palacio, habían podido oír un poco lo que decían los ciudadanos berneses. Aunque el disgusto por el rey era un secreto a voces, su hijo el príncipe era muy querido por el pueblo, y se decía que era un excelente estudiante, un prodigioso espadachín, y un portento en todos sus ámbitos. Sonaba como a alguien que realmente le gustaría conocer, y tal vez pudieran hacerse buenos amigos.

Los pensamientos de la princesa sobre el inminente encuentro con el heredero se vieron interrumpidos por un sonido de aleteo en el aire. Los jinetes que escoltaban su carroza detuvieron a sus monturas y las calmaron al instante. Zelda sacó su cabeza por la ventana para observar lo que pasaba, y efectivamente, vio como un trío de siluetas aladas venía acercándose a ellos. No obstante, no sintieron miedo alguno, pues sabía perfectamente lo que eran.

- Veo que el rey envió a sus Caballeros Wyverns para recibirnos. – dijo Zelda. – ¿Deberíamos sentirnos honradas?

- Probablemente. – dijo la reina. – Veamos cómo se conduce nuestro querido Link con ellos.

Zelda volvió inmediatamente a su asiento, no sin antes echar un último vistazo afuera, específicamente al caballero que encabezaba su escolta. El joven que montaba la yegua color canela con la crin y las patas blancas, de cabello rubio oscuro y ojos azules, vestido con una elegante armadura esmeralda y una capa de viaje negra, con su espada colgando de su cinturón.

Era el más joven entre los presentes, pero ella sabía mejor que nadie que era el más hábil y confiable de todos ellos, pese a haber sido investido apenas unos meses antes, y tener solo dieciséis años. Después de todo, lo conocía desde su infancia. No había nadie mejor que él para ese trabajo.

A pesar de haber oído relatos sobre los Caballeros Wyverns de Bern, para Link era muy diferente verlos en persona. Y no pudo evitar sentirse algo intimidado de verlos llegar volando de esa manera, sobre sus monturas reptilianas aladas.

- Tranquila, Epona. – dijo tratando de calmar a su yegua. – No son nuestros enemigos.

Involuntariamente, Link se llevó la mano al blasón que sujetaba su capa negra, que se había convertido en una especie de talismán para él. Este llevaba el emblema de la Orden de los Caballeros de la Trifuerza, y le había sido otorgado como símbolo de su nuevo estatus como protector de la familia real, y más específicamente, de la que sería la futura monarca del reino de Hyrule. Una gran responsabilidad, pero que había aceptado de buen grado.

Los tres jinetes voladores descendieron a pocos metros de ellos, y se bajaron de sus monturas. Él y dos de los caballeros que le acompañaban en la escolta al frente hicieron lo propio. Era tiempo de iniciar el habitual protocolo.

- Soy el General Galle, de los tres Lores Draconianos de Bern. Digan quienes son y sus intenciones.

Link observó al hombre que le había hablado. Link estimó que debía llevarle unos diez años en edad, tenía una cabellera azul algo larga sujeta con una banda y ojos de un profundo color negro. Llevaba una armadura de un gris azulado oscuro, y en su mano cargaba una gran pica de doble punta que era por lo menos medio metro más larga de lo que él era alto (le llevaba por lo menos una cabeza). Sus compatriotas eran una mujer pelirroja con armadura del mismo color que su cabello que llevaba una alabarda, y un joven que Link estimó tendría una edad similar a la suya, tal vez un par de años mayor, con el pelo del mismo tono que la mujer. Tomando un profundo respiro, el joven caballero procedió a presentarse.

- Soy Link de Ordon, miembro de la Orden de los Caballeros de la Trifuerza. Venimos aquí escoltando a la Reina Selena y a la Princesa Zelda de Hyrule, que fueron invitadas por su monarca para un evento especial.

El General Galle le dio una mirada a Link. Posiblemente le parecía extraño de que alguien tan joven como él fuese un caballero y más todavía líder de una escolta (ya había visto esa reacción varias veces) de alguien tan importante como la reina y la princesa.

- ¿Tendrías la amabilidad de mostrar su invitación? – preguntó respetuosamente el general.

Link se llevó la mano hacia su jubón, y extrajo un rollo de pergamino sellado para entregárselo. El General Galle reconoció el sello de la nación de Bern, y tras comprobar su autenticidad, asintió y se lo devolvió.

- Los escoltaremos hasta el palacio el resto del camino. Zeiss, Melady, sobrevuelen por los flancos.

- Sí, General Galle.

Los dos aludidos retornaron a sus monturas, y a su vez, el General Galle extendió una mano en son de amistad a Link, que cortésmente la estrechó. Bien, no había sido un mal comité de bienvenida. Solo podía esperar que la acogida en el palacio fuese igual.

El resto del camino transcurrió sin contratiempos. Los Caballeros Wyvern se mantuvieron cerca de ellos todo el tiempo, pero no hubo necesidad de que actuaran. Simplemente continuaron volando mientras ellos recorrían el sendero que llevaba hacia su destino, el palacio de Bern.

Link, que no había salido de su tierra natal hasta entonces, no pudo más que sentirse impresionado y tal vez algo intimidado por lo que veía. Él creía que el Castillo de Hyrule era grande, pero no había punto de comparación con el de Bern, cuyas torres eran más altas y era al menos dos veces más ancho. Además, se alzaba sobre una meseta que estaba rodeada por una cordillera de picos escarpados, y la única vía de acceso era el camino por el cual ahora estaban ascendiendo.

- "Si alguna vez alguien quisiera asaltarlo, este sería el castillo mejor defendido del mundo." – pensó Link. Sería muy difícil, si no imposible, sortear las defensas naturales. Y si eso fallara, los Caballeros Wyverns que volaban a su alrededor podrían encargarse de todo.

No por nada eran una de las razones por las cuales Bern tenía el honor de la mayor fuerza militar de todo el continente. Nadie querría tenerlo como enemigo, y Link supo que eran afortunados de venir en misión de paz.


Palacio de Bern, horas después…

Tal como Zelda lo imaginaba, la ceremonia resultó ser poco más que un discurso glorificado de algunas personas de alto rango en Bern. Primero habló el propio rey Desmond, que intentaba pronunciar un discurso fuerte y enérgico sobre la gloriosa historia de Bern, resaltando cómo corría por sus venas la sangre de su fundador, el héroe Hartmut. Nadie se mostró particularmente entusiasmado durante esta etapa, y Zelda sintió algo de alivio de ver que no estaba sola en su opinión sobre el monarca.

La atmósfera cambió drásticamente cuando hizo su entrada el heredero, el príncipe Zephiel. Vestido con su atuendo ceremonial, caminó hacia donde lo esperaban su padre y los caballeros, y Zelda pudo percibir cómo el humor tenso que había en el aire se disipaba al instante.

- ¡Su alteza real, el príncipe Zephiel de Bern!

Por un fugaz momento, a Zelda le pareció que el príncipe Zephiel estaba mirando en dirección hacia ella. Una vez que tomó su lugar en el salón y pudo verlo con claridad, Zelda se percató de que, los dos se veían muy diferentes uno del otro. Ambos tenían el cabello rubio, pero el de Zephiel era de un tono algo más oscuro que el de su padre. Donde Desmond tenía facciones duras y una permanente mueca de enojo realzada por sus cejas, bigote y barba, el rostro de Zephiel era mucho más fino y delicado. Sus ojos también eran muy distintos: los de Desmond se veían muy entrecerrados e intimidatorios, y los de Zephiel más grandes e irradiaban amabilidad y compasión.

Quizás fuese porque ya no tenía que seguir oyendo la voz de Desmond, pero el resto de la ceremonia pasó mucho más rápido. Cuando el obispo pronunció el discurso de ascensión del príncipe oficialmente como el siguiente en la línea de sucesión al trono, la gente le brindó toda su atención.

- Y ahora, el heredero oficialmente será investido bajo la protección del sagrado Emblema de Fuego. – anunció el obispo.

Uno de los caballeros, que durante toda la ceremonia había estado sosteniendo entre sus manos una especie de cofre plano cubierto de terciopelo, lo abrió para revelar su contenido. Instantáneamente, todos los presentes residentes de Bern se inclinaron brevemente en señal de respeto.

El Emblema de Fuego era una placa dorada con forma de escudo, en la cual se representaba un gran dragón rodeado por unas llamas, de allí su nombre. Por alguna razón, tenía cinco hendiduras redondas en las cuatro esquinas y en el centro, como si se pudiese colocar algo en ellas. Las leyendas decían que Hartmut fundó Bern después de haber enfrentado y sellado a un poderoso dragón que asolaba la tierra, por lo cual el emblema fue adoptado como un recuerdo de dicha victoria. O eso era lo que Zelda había escuchado. Tendría mucho tiempo para conocer los detalles durante su estadía.

El príncipe tomó el emblema con ambas manos y lo alzó sobre su cabeza. Cerrando sus ojos, procedió a pronunciar su juramento para concluir la ceremonia:

- Como heredero de Bern, prometo mantener las leyes que resguardan la paz y la justicia en nuestra nación, así como lo hicieron mis antecesores. Con orgullo acepto mi responsabilidad, e imploro la protección y guía de los dioses cuando eventualmente ascienda al trono como sucesor de mi padre, y del linaje de nuestro glorioso fundador Hartmut.

- ¡Larga vida al príncipe Zephiel! ¡Larga vida al reino de Bern!

Inmediatamente todo el salón estalló en vítores y aplausos. Zephiel bajó el Emblema de Fuego y lo colocó de vuelta en su lugar. Zelda no pudo evitar unirse en el aplauso, y su madre tampoco. Para haber empezado tan mal, la conclusión había valido la pena.

- Bien, creo que ya pasó la peor parte. – comentó la reina Selena. – Quizás debas aprovechar para socializar con el príncipe. Después de todo, ambos serán la próxima generación que tomará las riendas de nuestras naciones.

- Sí, creo que tienes razón. – dijo Zelda.

Mientras seguía aplaudiendo, Zelda volvió a mirar al príncipe Zephiel. Esta vez no tuvo ninguna duda: el príncipe la estaba viendo, y la saludó con una sonrisa y un gesto con la cabeza. Zelda le respondió de la misma forma. A primera vista parecía un joven agradable, y si era tan querido por el pueblo, por lo menos podía estar segura de que no sería igual que su padre. Eso era buena señal.

Zelda y su madre pasaron todo el baile codeándose con el resto de los nobles que habían sido invitados a la ceremonia. Admitiéndolo, no había resultado del todo mal, y por lo menos no eran

- El rey Desmond ciertamente sabe cómo hacer una buena celebración. – dijo Zelda, llevándole una copa de vino a su madre.

- Especialmente para días importantes, como hoy. – dijo la reina. – Y aunque no lo fuera, valió la pena solo por ver algunas caras familiares después de tanto tiempo.

Zelda miró hacia donde observaba su madre. No hacía mucho, habían saludado al conde de Reglay y a su esposa, quienes habían venido en representación de Etruria. Eran buenos amigos de la reina Selena, y en ese momento charlaban amenamente con un par de nobles a quienes Zelda no reconoció de inmediato, pues no los había visto en un largo tiempo. Eran hombres jóvenes, no mayores de veinte años, el primero pelirrojo y con ropas ceremoniales blancas, mientras que su amigo era más corpulento y de pelo azul, e iba vestido de gris oscuro con una capa ceremonial roja.

- Madre… ¿es idea mía, o ellos son…?

- Veo que ya los reconociste. – asintió la reina. – Sí, en efecto, ellos son Eliwood de Pherae, y Hector de Ostia. Parece increíble que se vean forzados a asumir los tronos de sus territorios a tan temprana edad. Son muy fuertes para haberse superpuesto a las tragedias que cayeron en sus familias.

Zelda se quedó viéndolos. No conocía todos los detalles más que lo que le habían relatado sus padres, pero los anteriores marqueses de Pherae y Ostia eran muy queridos por sus pueblos, y grandes amigos del rey Rhoam. El marqués de Pherae y padre de Eliwood, Lord Elbert, fue asesinado cuando uno de los territorios de Lycia intentó organizar una rebelión para tomar el control y "unificar" el territorio bajo su mando. Y poco después, el marqués de Ostia, Lord Uther, sucumbió a una enfermedad que acabó con su vida prematuramente, por lo que su hermano menor tuvo que tomar su lugar.

- Si me lo preguntan, esos dos aún son demasiado jóvenes, e ingenuos. – sonó una voz ronca en respuesta a sus comentarios.

Zelda y su madre voltearon a ver, y se percataron de que eran el rey Desmond y su hijo, el príncipe Zephiel, acercándose a ellas con paso firme. Al verlos lado a lado, las diferencias entre ambos se hicieron todavía más pronunciadas, fue lo que Zelda pensó.

- Reina Selena de Hyrule, tú y tu hija nos honran con tu presencia. – dijo el rey Desmond cortésmente.

- Estamos honradas por tu invitación, rey Desmond. – replicó la reina en el mismo tono. – Y es un placer conocer al fin a tu hijo.

- Milady. – dijo el príncipe Zephiel, dando un paso al frente y haciendo una reverencia. – El placer es todo mío. Mi padre siempre ha hablado muy bien sobre el reino de Hyrule, y estoy encantado de conocer por fin a su monarca y a su heredera.

El príncipe extendió una mano hacia la princesa. Algo dudosa, Zelda correspondió el gesto, y Zephiel se inclinó para besarla suavemente.

- Zephiel, ¿por qué no aprovechan tú y la princesa Zelda para conocerse mejor? La reina Selena y yo tenemos… asuntos qué discutir. – dijo el rey Desmond. Por alguna razón, a Zelda le pareció que sonaba más como una orden que una sugerencia.

- Por supuesto, padre. ¿Me acompañas, princesa?

- Con gusto. – dijo ella.

Los herederos dejaron a sus padres, no sin antes tomar una copa cada uno para aplacar su sed. Zephiel guio a Zelda hacia la terraza del salón. La noche ya había caído sobre Bern, y se observaba un precioso cielo estrellado coronando las montañas en las lejanías. Zelda se permitió por un momento admirarla en silencio, hasta que finalmente, el príncipe de Bern decidió romper el silencio.

- ¿Es tu primera visita al reino de Bern? – le preguntó Zephiel, a lo cual ella asintió. – Y dime, ¿cuál es tu opinión sobre esta tierra?

- Bueno, las montañas ciertamente son un majestuoso paisaje. – respondió ella. – Leer sobre ellas en mis libros no es nada comparado con verlas con mis propios ojos.

- Podría decir lo mismo sobre ti. – dijo Zephiel. Zelda lo miró de manera inquisitiva, por lo que procedió a explicar. – No tienes idea de cuánto ansiaba poder conocerte. Los rumores sobre tu gran belleza no te han hecho justicia ahora que puedo verte en persona. Eres mucho más encantadora de lo que me imaginé.

- Me siento halagada. – respondió Zelda, sonriendo con modestia.

Aunque la gente frecuentemente dijera que ella y su madre eran las mujeres más hermosas de su reino, ella no era vanidosa con su aspecto. Creía que la belleza verdadera venía desde el corazón después de todo.

- Espero tener también la oportunidad de conocer tu reino algún día. – continuó Zephiel, mirando hacia el cielo. – Mi padre me ha contado muchas anécdotas de su juventud. Dice que en su momento, él y el rey Rhoam fueron grandes rivales competitivos.

Zelda observó a Zephiel. Si eso era lo que el rey Desmond le había contado a Zephiel, estaba estirando al máximo la verdad. El rey Rhoam tenía otra versión: era Desmond el que los veía como rivales siempre tratando (y fallando) en superarlo a él. Rhoam había intentado que fuesen amigos, pero Desmond estaba obsesionado con la competencia, y al final se dio por vencido, aceptando sus retos solo por bien de paz. A raíz de eso su relación se tornó amarga debido a que Rhoam casi siempre era el que destacaba en todo lo que hacía y Desmond desarrolló un gran resentimiento.

Por supuesto, ella no tenía corazón para decirle eso. Mejor desviar el tema.

- Si me permites decirlo, tu padre no se veía particularmente feliz durante la ceremonia. – comentó.

- Creo que es difícil para él. – dijo Zephiel. – Debo recordarle mucho a mi madre, que en paz descanse. Quizás todavía le duela recordarla.

- Mi madre solía decir que la reina Hellene era una gran mujer. – dijo Zelda. – Hablaba muy bien de ella.

- Sí, lo era. Pero ella y mi padre no siempre se llevaban bien. – dijo Zephiel, y su expresión se tornó melancólica. – Y no los culpo: su matrimonio fue arreglado y casi ni se conocían en su momento.

- Escuché que la reina Hellene nació en Etruria. – comentó Zelda. – Fue un matrimonio para estrechar vínculos entre ambas naciones, tengo entendido.

- Eso dicen. – asintió Zephiel. – Personalmente, creo que yo me sentiría igual que mi padre si tuviera que casarme con alguien desconocida. No debió ser fácil tener que casarse por imposición.

Zelda se preguntaba si ese matrimonio arreglado era en parte la razón por la cual el rey Desmond era tan desagradable. Aunque no conoció a la reina Hellene cuando estaba viva, asumió que al menos, tuvo la fortuna de que su hijo debió heredar su personalidad, si era una persona tan amable y benévola como la describía la reina Selena.

- Hoy es un día importante. – dijo Zephiel. – Ahora que me he convertido en un adulto, podré tomar un rol mucho más activo en ayudar al reino. Sé que mi padre está muy presionado en estos momentos, atendiendo las quejas de nuestro pueblo, y a veces casi no duerme. Hay quienes no confían en él, lamentablemente. Por eso… quiero ayudarlo de cualquier manera.

- Estoy segura de que lo harás. – sonrió Zelda. – De camino hasta aquí, escuché a todo el reino hablar cosas muy buenas sobre ti. Dicen que tienes todas las cualidades de un digno heredero y un gran rey.

- Los rumores tienden a exagerar las cosas. – dijo Zephiel modestamente. – Mi padre tiene altas expectativas, y lamento decir que no he podido llenarlas.

Zelda se preguntó cómo podría ser eso posible. Todo el reino de Bern hablaba de que Zephiel tenía un futuro brillante por delante, y si su reputación le precedía de tal modo tenía que ser cierto. ¿Qué clase de expectativas podría tener el rey Desmond que un hijo que fuese tal prodigio no las llenaba?

- Pero voy a esforzarme. – dijo Zephiel. – Algún día seré el digno sucesor que mi padre desea, y espero llevar a nuestro reino a una gran era de prosperidad. Y no solo para nosotros en Bern, sino para todo el continente. Quiero compartir nuestra paz y felicidad con todo el mundo.

- Espero estar allí para ver ese día. – dijo Zelda. – Sé que mi destino es asumir el trono de Hyrule algún día, así que me sentiré muy afortunada de contar contigo como como aliado y amigo.

- Lo mismo digo, Princesa Zelda. – replicó el príncipe. De inmediato alzó su copa, todavía medio llena, en señal de brindis. – Por el inicio de una gran amistad, entre nosotros y nuestras naciones en el futuro.

- A tu salud. – replicó ella chocando su copa con la de él.

Entretanto, mientras los herederos de Hyrule y Bern se conocían, sus padres se habían retirado a una zona del salón un poco más alejada. Después de todo, el asunto que tenían que discutir, en efecto, era bastante personal.

- No puedes hablar en serio. – dijo el rey Desmond, cruzando los brazos.

- No te estoy pidiendo demasiado, Desmond. Después de todo, acepté tu petición de que Zelda estudie aquí en Bern, ¿o no?

- Sí, pero… no entiendo para qué necesita ser acompañada por ese… niño.

- Ese "niño" como lo llamas, es un miembro de la Orden de los Caballeros de la Trifuerza, y el guardaespaldas de mi hija. – dijo la reina. – La familia real de Hyrule les ha confiado sus vidas por ser nuestros más valientes y leales protectores desde los tiempos de la Gran Guerra por la Trifuerza.

- Pero nuestros Caballeros Wyvern no son menos valientes o confiables, si me permites señalarlo. – respondió Desmond, poniéndose aires. – ¿O es que no confías en nosotros? ¿O en mí?

La reina tuvo que contener el impulso de responder a eso último, sabiendo que era más una afirmación que una pregunta. Ella estaba dispuesta a ser cordial, pero Desmond no le ponía las cosas fáciles con su actitud. Si quería que ella mejorase su opinión de él, estaba fallando miserablemente.

- Esto no se trata solo de la seguridad de mi hija. – dijo la reina. – Verás, ese joven, Sir Link de Ordon, es más que el guardaespaldas de mi hija. Es también su amigo más cercano, pues ambos se conocen desde la infancia. Estará ahora en una tierra extraña, y es posible que se sienta sola mientras intenta aclimatarse.

- Eres demasiado blanda con tu heredera si le permites tales sandeces. Necesita aprender a ser fuerte, y eso incluye a veces alejarse de los demás. – dijo Desmond tajante.

- Zelda es mi heredera, pero primero que todo, es mi hija. – dijo la reina muy enfática. – Cuando acepté tu propuesta, lo hice bajo los términos de que la estadía de Zelda aquí sería lo más agradable y placentera posible. No veo cómo tener cerca a su mejor amigo puede ir en detrimento de ello.

El rey Desmond frunció el cejo, pero la reina le ganó con los hechos. Uno de sus fuertes siempre había sido la diplomacia, y eso era especialmente útil lidiando con personas testarudas o difíciles de complacer. Cuando de negociaciones se trataba, nadie la superaba a ella, y esperaba poder inculcarle ese don a su hija en el futuro. Con eso se evitaban muchas discordias y en los peores casos, derramamientos de sangre.

- *Suspiro*, está bien. Pero el guardaespaldas de tu hija tendrá que acomodarse en los cuarteles de nuestros caballeros. No esperes que le demos trato preferencial.

- No te preocupes por eso. – replicó la reina. – De hecho, conociendo a Sir Link, él odiaría que fuese de ese modo.

De por sí, la idea de dejar a su hija en otra nación, así fuese por propósitos académicos, no terminaba de gustarle a la reina Selena. Algo en ella le decía que el rey Desmond tenía algún propósito oculto detrás de esa invitación, y esa sensación no la dejaba tranquila, así que de ningún modo dejaría a su hija bajo su custodia sin nadie que la cuidase.

Ella misma se habría quedado gustosa, si no fuese porque tenía sus responsabilidades en Hyrule junto a su marido y no podía abandonarlas. Por tanto, lo mejor que podía hacer era asegurarse de que al menos, hubiese alguien cerca de ella en quien pudiera confiar para mantenerla a salvo. Y no habría nadie mejor para ese trabajo que Sir Link.


Dos meses más tarde…

Cumpliendo su parte del acuerdo, Zelda se quedó en el Castillo de Bern como invitada, para comenzar con sus estudios. Por lo visto, Zephiel no mentía al decirle que su padre estaba muy ocupado, y eso limitaba el tiempo de contacto directo entre ambos. No haría falta decir que eso para ella era un gran alivio.

Dejando de lado ese minúsculo detalle, la estadía de la princesa fue bastante agradable. Siendo ella una estudiante diligente y atenta, no tardó mucho en ganarse a los tutores, quienes no reparaban en decir que jamás habían tenido a una alumna tan prodigiosa, descontando desde luego al príncipe Zephiel. Incluso los libros de historia más gruesos de la gran biblioteca no la intimidaban en lo más mínimo.

- Y así, el héroe Hartmut alzó su escudo en alto, declarando el final de la guerra contra los dragones. El escudo pasó a convertirse en el símbolo de la nación de Bern desde su fundación, y es conocido desde entonces como el Emblema de Fuego. – concluyó su lectura Zephiel.

- Increíble, una historia verdaderamente apasionante. – dijo Zelda, escribiéndolo todo en su pergamino. – Siempre he deseado saber qué hicieron los héroes más notables de Gran Guerra por la Trifuerza tras el conflicto.

- Bien, en ese caso creo que te gustará el siguiente capítulo. – Zephiel cogió otro tomo casi tan grueso como el que habían estado leyendo. – Santa Elimine, fundadora del reino de Etruria y la iglesia que hoy lleva su nombre, se dice que fue bendecida por los dioses y ascendió directamente hacia los cielos en lugar de morir.

- Elimine era el nombre de una de los siete sabios que ayudaron a sellar la Trifuerza durante el conflicto. – asintió Zelda. – ¿No es maravilloso cómo están interconectadas las historias de nuestras naciones?

- Sí, lo es. – respondió Zephiel con una gran sonrisa. – Aunque… alguien aquí aparte de nosotros no parece encontrar las historias particularmente interesantes.

Dirigió una mirada fugaz hacia una silla que estaba en un rincón. El joven Sir Link, que bajo el acuerdo de acompañar a todas partes a Zelda como su guardaespaldas, se encontraba ocupando dicho asiento, al tiempo que luchaba por no quedarse dormido de aburrimiento. Y a juzgar por sus cabeceos, parecía estar perdiendo la batalla.

- ¿Está bien que se duerma de ese modo? – preguntó el príncipe.

- No te preocupes por él. – replicó Zelda. – Puede parecer que está aburrido ahora, pero siempre está alerta a lo que le rodea.

Zephiel parecía listo para preguntar cómo podía estar tan segura de ello, pero en eso, las puertas de la biblioteca se abrieron de par en par. Entró entonces un hombre de elevada estatura, pelo rubio y con armadura de color púrpura oscuro que se inclinó frente a ellos respetuosamente.

- Príncipe Zephiel, lamento interrumpir, pero debo informarle que vamos tarde para nuestra lección de combate.

- ¿En serio, Murdock? Vaya, no me había dado cuenta. – dijo el aludido mientras se ponía de pie y cerraba los libros rápidamente. – Con tu permiso, princesa Zelda, espero que no tengas inconveniente en continuar sin mí.

- No hay problema. Creo que podré seguir leyendo por mi cuenta.

Zephiel se retiró junto a Murdock, dejando a Zelda continuar sola con su lección. Una vez que se marcharon, el aparentemente soñoliento Link abrió los ojos de par en par y se dirigió hacia la silla antes ocupada por el príncipe de Bern, y distraídamente cogió uno de los libros que estaban leyendo, abriéndolo en una página al azar.

- Diosas, cómo pesa este tomo. Y las letras son demasiado pequeñas, ¿cómo puede alguien leer esto? – preguntó.

- Con mucha dificultad. – replicó Zelda, sin despegar la mirada de su propio libro. – Pero tengo que hacerlo; como futura reina de Hyrule, es mi deber conocer la historia de todo el continente.

- Te envidio. – dijo Link dejando el libro de vuelta en su lugar. – Yo me moriría de aburrimiento de tener que leer todo esto.

Zelda dejó por un momento su libro para darle una mirada inquisitiva a su guardaespaldas. – No parecía que fuera así cuando estudiabas conmigo.

- Eso era diferente. – replicó él. – Mi problema con los libros es que… bueno, que no se mueven, son solo palabras e imágenes estáticas. Entiendo mucho mejor cuando tú me lo explicas todo.

Zelda rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír. Link ciertamente tenía un gran talento con la espada que le permitió ascender rápidamente en los rangos de los Caballeros de la Trifuerza. Pero a pesar de ello, flaqueaba en otros aspectos, particularmente los que requerían aplicarse de manera teórica más que práctica. No era que fuese tonto de ninguna manera, simplemente… se sentía desmotivado y no siempre les daba la atención debida. Para algunos, era un verdadero milagro que no hubiese fallado ninguna de sus clases, aunque varias de ellas las terminó aprobando solo por los pelos.

- A veces hay que usar un poco la imaginación con los libros. – dijo Zelda. – Si recuerdas, una vez te dije que ese es precisamente un requisito para aprender a utilizar la magia.

- Hablando de eso, ¿tienen tomos de magia y hechicería en esta biblioteca? – preguntó Link.

- No lo sé, no les he preguntado. – dijo Zelda. – Imagino que debe haber algunos en alguna parte.

- Están en la sección prohibida. – dijo de pronto una vocecita, llamando la atención de ambos jóvenes.

Link y Zelda voltearon a todos lados en busca de quién había hablado. Tardaron un poco en encontrarla por no mirar hacia abajo, pues se trataba de una pequeña niña, no mayor de ocho o nueve años. Tenía el pelo rubio y ojos azul claro, la tez extremadamente clara y llevaba ropas sencillas pero bordadas para la realeza.

- Eh… hola. No quise interrumpir, perdón. – dijo la niña tímidamente.

- No, no te preocupes. – dijo Zelda. – Disculpa, creo que no te había visto antes.

- Estuve en la mansión real hasta ayer. Mi madre… falleció hace diez días.

Link y la princesa intercambiaron miradas, e inmediatamente se compadecieron de la pequeña. Zelda se paró de su asiento para acercársele, se agachó para que pudieran verse cara a cara, y suavemente la sujetó de los hombros.

- En verdad lo siento. Te ofrezco mis más sinceras condolencias. ¿Cómo te llamas, pequeña?

- Guinivere. – respondió la niña, tratando de sonreír. – Y tú debes ser la princesa Zelda de Hyrule, ¿verdad?

- ¿Cómo lo supiste? – dijo Zelda devolviéndole la sonrisa.

- Mi hermano me contó sobre ti en sus cartas. Dijo que eras una mujer muy hermosa y amable, y veo que tenía razón. Tenía muchas ganas de conocerte.

- ¿Hermano? Disculpa, ¿a qué te…?

- ¡Guinivere! – exclamó de pronto una voz atronadora. Las puertas de la biblioteca se abrieron de par en par, revelando ni más ni menos que al rey Desmond, que miró a todas partes y finalmente se fijó en la niña, y brevemente en Link y Zelda, aunque rápidamente centró su atención en la pequeña. – Ah, por fin te encuentro, ¿qué te he dicho sobre andar por el castillo sola y sin supervisión?

- Venía a buscar mi libro favorito para leer. – se excusó la niña. – Lo siento, no quise causar problemas, padre.

Esa última palabra hizo que Link y Zelda se quedaran estáticos. ¿Acababa de llamar "padre" al rey Desmond? Mirándola más de cerca, notaron que el pelo de ambos tenía un tono rubio bastante similar.

El monarca, no sin antes hacer un gesto de "shhhh", sonrió y besó a la niña en la frente antes de cargarla. Si quedaba alguna duda, eso lo disiparía totalmente. Pero lo más sorprendente era que… estaba sonriendo. No una sonrisa forzada para mantener la compostura, sino una sonrisa genuina.

- Si no te comportas tendré que castigarte, mi niña, y no quiero que me obligues a hacerlo. – le dijo cariñosamente. – Vamos, yo me encargaré de buscar tu libro favorito para leértelo como siempre.

- No hace falta, ya puedo leer. – replicó ella.

- Oh, ¿es en serio? Qué bien, mi niña está creciendo. Demuéstrame lo que has aprendido.

Y sin más, el rey Desmond se adentró entre los estantes de la biblioteca, con su pequeña en brazos. Link y Zelda intercambiaron miradas de nuevo. Ignorando el hecho de que el rey había actuado como si ninguno de ellos estuviera allí (salvo esa mirada fulminante que les dio y que claramente decía "ustedes dos no han visto nada"), estaban sorprendidos por dos cosas. Primero, por el comportamiento que acababa de exhibir: no le habían visto demostrar afecto más allá de la cortesía básica por nadie. Y segundo… ¿la pequeña Guinivere era su hija?

- No sabía que el rey Desmond tenía otra posible heredera. – dijo Link.

- Ni yo. La reina Hellene falleció hace varios años, y los registros no hablan de que haya tenido más hijos antes de su muerte. – agregó Zelda. – Pero el rey Desmond no se ha vuelto a casar desde entonces, y además…

Zelda se paró un momento, y su mente empezó a trabajar. Guinivere acababa de decirles que había estado viviendo en la mansión real, y que su madre había fallecido recientemente. Por la edad que aparentaba, no había que ser un genio para deducir que tendría que haber nacido antes de la muerte de la reina Hellene. Si había llamado "padre" al rey Desmond, no era difícil deducir quién era el "hermano" que le habría contado sobre Zelda, pero entonces eso quería decir que…

- Es una niña ilegítima. – murmuró Zelda, una vez que terminó de asimilar las implicaciones.

De ser ese el caso, tenía sentido que ninguno de ellos supiera de su existencia. Si llegaba a saberse, podría armarse un gran escándalo en el reino de Bern, y la ya de por sí precaria opinión que el pueblo tenía sobre su gobernante terminaría de irse a pique.

Los dos jóvenes se miraron uno a la otra, y el mensaje silencioso fue claro: lo que acababan de ver no debía salir de las murallas de ese castillo. No obstante, ambos sentían curiosidad, e hicieron una nota de preguntarle al príncipe Zephiel al respecto en cuanto tuvieran la oportunidad. Después de todo, dudaban que el rey Desmond fuese a contarles los detalles de buena gana.


Un poco más tarde…

Habiendo terminado ya con su lección, Zelda y Link abandonaron la biblioteca. Con lo grande que era el castillo de Bern, tardaron un poco en llegar hasta los terrenos de entrenamiento de los caballeros. Sería una buena oportunidad de hablar con Zephiel, ya que este frecuentemente entrenaba con ellos, Link lo había visto en varias ocasiones.

Efectivamente, cuando llegaron allá, el príncipe se encontraba en medio de un combate de entrenamiento. Blandiendo una espada de plata a dos manos, trataba de romper la defensa de su instructor, Murdock, que bloqueaba sus ataques con un hacha. Zelda y Link observaron que los ataques eran precisos, rápidos y fuertes al mismo tiempo, y pese a superarlo en tamaño y constitución ampliamente, era Murdock el que se veía forzado a retroceder.

Finalmente, Zephiel lanzó una estocada al pecho de Murdock. Este trató de interponer el hacha y normalmente habría funcionado, pero el príncipe puso todo su cuerpo en ese ataque, empujando no solo con los brazos sino también con las piernas para sacar a su instructor de balance solo por un instante. Con el hacha apartada, hizo un giro rápido del brazo izquierdo y alzó la hoja dirigiéndola hacia la cabeza de Murdock, deteniéndola a solo pocos centímetros de tocarlo.

- Suficiente. – declaró este, relajando su postura. – Usted gana, príncipe Zephiel.

El príncipe retiró y envainó su espada, y ambos se dieron una reverencia en señal de respeto. Murmullos de admiración empezaron a sonar entre todos los caballeros presentes, y a su vez Zelda y Link tuvieron que admitir que estaban impresionados. Los rumores eran ciertos: el heredero de Bern era igualmente un prodigio con la espada tanto como con los libros.

- ¿Asumo que disfrutaron del pequeño espectáculo? – les preguntó al acercárseles.

- Eso fue impresionante. – dijo Zelda. – No cualquiera es capaz de romper la guardia de un oponente más grande y fuerte de ese modo.

- No es la gran cosa. – dijo Zephiel con modestia. – Murdock no estaba peleando en serio, solo se defendía. En un combate real jamás habría podido contra él.

- Si me permite decirlo, alteza, eso lo dudo. – intervino Link. – Puedo reconocer un buen espadachín por sus movimientos, y usted definitivamente lo es. Alguna vez me encantaría un combate de entrenamiento contra usted.

- Con todo respeto, muchacho, no deberías emitir esa clase de desafíos tan a la ligera. – intervino Murdock. – Recuerda que es al príncipe de Bern a quien te estás dirigiendo.

- Murdock, está bien. – dijo Zephiel. – No lo dijo con intención de ofender. Pero ya que lo menciona… ¿por qué no? Hace mucho que no me mido con un oponente cercano a mi edad. ¿Qué tal si nos batimos en duelo aquí mismo y ahora?

La repentina respuesta de Zephiel, los tomó desprevenidos a ambos, Link y Zelda. Los jóvenes hyruleanos intercambiaron miradas, y la princesa vio que a pesar de dudar un momento, un fuego se había encendido en los ojos de su caballero. Habiendo sido entrenado en combate durante tanto tiempo, ella sabía que le gustaba medirse contra oponentes fuertes. Y aunque no era su intención emitir un desafío, si el príncipe Zephiel lo había aceptado de ese modo, sería descortés echarse para atrás.

Finalmente, Link asintió y dio un paso al frente. – ¿Pueden proveerme una espada larga de una mano y un escudo? Ese es mi estilo de combate.

Zephiel inmediatamente ordenó a uno de sus caballeros prestarle a Link las armas que pidió. Por supuesto, siendo que estaban en ejercicios de entrenamiento, las armas que usaban tenían hojas de metal pero sin filo para evitar heridas fatales. Eran lo más cercano para acostumbrarse a un combate real. Sin embargo, Link pidió específicamente que le dieran un particular tipo de escudo: alargado con una punta triangular en el borde inferior. Nadie a excepción de Zelda entendió el porqué de dicha petición, pero accedieron a ella sin cuestionar.

Los caballeros despejaron el terreno y pronto Link y Zephiel se encontraron frente a frente. Zelda se puso a un lado para tener una vista completa de toda la arena, y observó expectante a ambos combatientes. Esto sería un espectáculo digno de admirar.

- ¿Qué sucede aquí? – preguntó la inconfundible voz gruñona del rey Desmond. Zelda volteó a verlo y notó que se acercaba junto con su pequeña hija, Guinivere.

- El príncipe Zephiel decidió tener un combate de entrenamiento con Link. – replicó Zelda.

- ¿Oh? Esto va a ser interesante. – dijo el rey con tono intrigado.

- ¡Tú puedes, hermano! – exclamó la niña a todo pulmón, y Zelda no pudo evitar sonreír.

En la arena, Link y Zephiel se saludaron uno al otro con sus espadas antes de retroceder unos pasos y ponerse cada uno en guardia. Murdock, que supervisaba el encuentro, declaró que el primero que lograra acertarle un golpe al oponente sería el ganador.

- ¿Listos? – dijo alzando la mano, antes de bajarla de golpe. – ¡Comiencen!

Apenas lo dijo, fue Zephiel quien hizo el primer movimiento, lanzándose con un mandoble desde el lado derecho, notando que Link llevaba su escudo en el brazo derecho e imaginó que por ese lado estaría más vulnerable.

Link sin embargo previó su intención y girando el cuerpo completo usó el escudo para interceptar el golpe, y al mismo tiempo extendió el otro brazo para dar un tajo horizontal girando todo el cuerpo de adentro hacia afuera. Zephiel alcanzó a saltar hacia atrás y evadió el golpe, pero la mirada en sus ojos dio a entender que lo tomó desprevenido momentáneamente, aunque casi de inmediato sonrió.

- Eso no estuvo del todo mal. – le dijo.

- Ahora es mi turno. – respondió Link.

El caballero hyruleano esta vez se lanzó a la ofensiva dando un tajo vertical. Zephiel hizo un bloqueo horizontal interceptándolo con su propia espada e inmediatamente los dos se trabaron en una lucha cuerpo a cuerpo, con Link siendo el que lanzaba los golpes y Zephiel rechazándolos tratando de buscar una abertura.

Zelda observaba detenidamente sin perder ningún detalle. Zephiel usaba una espada larga que le daba mayor alcance, pero el peso de esta lo dejaba algo vulnerable a corta distancia, y Link estaba aprovechándose de eso para mantener el asalto cuerpo a cuerpo, dándole golpes rápidos y precisos. Su defensa era impresionante, pero evidentemente era Link quien tenía el control del combate.

- Parece que Zephiel tiene problemas. – comentó el rey Desmond sin darle realmente mucha importancia.

- Eso no puede ser, mi hermano nunca pierde. – dijo la pequeña Guinivere.

- Los dos parecen estar muy igualados en habilidad. – dijo Zelda. – Pero Link tiene una pequeña ventaja en este momento.

El rey y su hija miraron a la princesa de Hyrule, evidentemente sin entender a lo que se refería. Zelda procedió a explicar.

- Link es ambidiestro, pero en combate utiliza la espada con la mano izquierda. ¿Asumo que el príncipe Zephiel nunca antes ha peleado contra un oponente que usa postura zurda?

El rey Desmond no le respondió, pero su silencio fue suficiente para Zelda. Evidentemente ese era el caso. No obstante, al cabo de un par de minutos, Zephiel dejó de retroceder, y lento pero seguro, los bloqueos comenzaron a revertirse, y tras un bloqueo horizontal, Zephiel se agachó para absorber el golpe de Link y lo empujó con todo el cuerpo para darle vuelta al encuentro.

- ¡Vamos, Zephiel, tú ganas! – gritó Guinivere, alzando un pequeño puño en el aire.

El contraataque de Zephiel inició con una serie de mandobles horizontales de lado a lado que buscaban romper la defensa de Link. Este mantenía el escudo levantado para repelerlos y solo lo movía para cubrir los ángulos que quedaban expuestos, pero ahora que Zephiel conocía sus movimientos, Link era quien se veía forzado a retroceder. El asalto del príncipe de Bern era implacable, y el caballero hyruleano parecía haber tomado conciencia de ello.

Finalmente dejó de bloquear y usando su pie como pivote se giró hacia un lado para esquivar un tajo vertical y ponerse en un ángulo muerto. No obstante, Zephiel se anticipó a esto y se alejó haciendo un giro propio, retrocediendo varios pasos. Los dos contendientes volvieron a sonreírse con admiración y respeto uno por el otro.

- Esto está resultando mejor de lo que esperaba. – comentó Zephiel.

- Lo mismo digo yo. – replicó Link. – Pero creo que es hora de terminar.

- Como digas.

El príncipe volvió a lanzarse al ataque, y Link hizo lo propio colocando el escudo al frente. Los dos se encontraron en el medio del campo de batalla y empezaron de nuevo a chocar sus espadas en cuanto Link decidió abrir su defensa y empezar a atacar. Los dos se mostraron muy parejos, hasta que Zephiel vio una oportunidad de apartar el escudo y apuntar su hoja hacia la cara de Link. Este logró apenas evadirlo antes de darse cuenta que solo fue una finta para el verdadero movimiento que vendría a continuación: el golpe de gracia.

- ¡Ya lo tienes! – vitoreó Guinivere.

Sin embargo, Zelda puso los ojos en rendijas, sabiendo que aunque para el observador casual eso significaría que el encuentro iría hacia Zephiel, para ella no. Link todavía tenía una carta que jugar.

- ¡Umph!

Todo pasó demasiado rápido. Cuando Zephiel volvió a alzar su espada para golpear a Link en la cabeza con el plano, el caballero echó atrás su brazo derecho y usó el escudo para golpear al príncipe en el estómago con el borde triangular, alejándolo y sacándole el aire momentáneamente. Esto tomó por sorpresa a todos los presentes, pero especialmente al rey Desmond y a Guinivere.

- ¿Qué ha sido eso? – preguntó el monarca, a lo cual Zelda sonrió con orgullo.

- Algunos dicen que la mejor defensa es un buen ataque. Les dije que Link era ambidiestro, ¿o no?

Desmond y Guinivere miraron a Zelda, pero luego de un momento entendieron lo que quería decir. Si la mejor defensa era el ataque, Link simplemente lo había llevado a su conclusión lógica, usando el escudo para atacar y no solo para protegerse.

Entretanto, en la arena, Zephiel se frotó el estómago y tardó un momento en volver a levantar la mirada. En todo ese tiempo Link mantuvo la postura, como si estuviese listo para continuar si quería más. A su vez, Murdock ni siquiera se movió de su lugar, aparentemente demasiado estupefacto con el movimiento que acababa de ejecutar para decir nada.

Zephiel por su parte, relajó su postura y envainó su espada, antes de hacer una reverencia a su oponente.

- Suficiente. Yo he perdido. – declaró solemnemente.

- ¿Príncipe Zephiel? – exclamó Murdock. – Pero si no le ha acertado ningún golpe.

- Ningún golpe con la espada. – replicó el heredero severamente. – Pero la regla era que el primero que lograra acertarle un golpe al otro sería el ganador. Y sí me acertó un golpe, usando su escudo, ¿o me equivoco?

El General intentó decir algo, pero finalmente no encontró palabras para replicar, y se vio forzado a concederle la victoria a Link. El chico también relajó su postura y envainó su propia espada, y los dos combatientes se acercaron nuevamente para darse la mano.

- Fue un buen encuentro, Sir Link. – dijo Zephiel. – Hace mucho que no disfrutaba tanto de un combate.

- Lo mismo digo. – replicó Link. – Sabe, alteza, mi padre siempre solía decir que la mejor manera de conocerse entre hombres, es peleando. Personalmente, siento que con este combate ahora lo conozco mucho mejor.

- ¿Oh, es en serio? – preguntó el príncipe intrigado. – ¿Y qué conoces sobre mí?

- Que es alguien muy entregado a todo lo que hace, siempre pone todo su esfuerzo en ello. Y que no deja que nada ni nadie le impida alcanzar sus objetivos. – dijo Link. El príncipe de Bern se sorprendió de eso.

- ¿Y lo dedujiste solo enfrentándome una vez? Eso es interesante, ¿me enseñarías a hacerlo?

- No es algo que se pueda enseñar, alteza. Solo se aprende con el tiempo, eso dijo mi padre. En realidad, cada quién desarrolla su propia manera de leer a los demás, supongo que en nuestro caso es peleando.

- Entiendo. – asintió Zephiel. – Bueno, espero que algún día en el futuro, podamos tener una revancha. Tal vez entonces yo mismo haya encontrado mi propia manera de leer a las personas.

Los caballeros comenzaron a aplaudir, y Zelda hizo lo propio. A su lado, la pequeña Guinivere comenzó a gemir decepcionada y dijo: "No puede ser, mi hermano nunca pierde", lo que la hizo sonreír divertida. Era irónico que fuese ella quien estaba molesta por la derrota cuando su hermano la estaba tomando bastante bien.

Por otro lado, Zelda observó la expresión del rey Desmond. Para el observador casual, podría parecer indescifrable, pero así como Link tenía su método para leer a las personas, Zelda tenía también el suyo. Específicamente, "los ojos son las ventanas el alma", como algunos lo dirían.

La mirada del rey Desmond denotaba una clara decepción e incomodidad por el resultado, lo cual era comprensible, pero entre esas cosas, Zelda alcanzó a ver un atisbo de… ¿alegría? ¿Satisfacción? Era como si una parte de él estuviera feliz por el resultado del combate, aunque por fuera tratara de demostrar lo contrario.

- "¿Qué es lo que tiene en su mente, rey Desmond?" – se preguntó Zelda. Aunque parte de ella no sabía si realmente quería averiguarlo.

Después de cenar, Zelda se dirigió hacia su habitación para descansar. Había sido un largo día de estudio, y no había tenido oportunidad de preguntar si le permitirían acceder a los libros de magia y hechicería, ni tampoco de preguntar sobre Guinivere. Ya el día tocaba a su fin, así que no quedaba mucho más que hacer.

Sin embargo, al pasar por el corredor que iba hacia sus aposentos, se dio cuenta que había dado una vuelta equivocada al ver un cuadro que llevaba al ala oeste del castillo, y regresó por donde vino. Mientras iba de vuelta empezó a escuchar algo de ruido, específicamente unas voces que estaban discutiendo.

- … fue verdaderamente una vergüenza.

- Padre, solo fue un combate de entrenamiento.

- Una derrota es una derrota, Zephiel. Constantemente todos dicen que eres un prodigio con la espada, pero perdiste contra un simple caballero de otro reino. ¿Entiendes cómo me hace quedar eso a mí, que soy tu padre?

Zelda se quedó paralizada. Las voces eran inconfundibles: eran el rey Desmond y el príncipe Zephiel. Como se lo había imaginado, el rey Desmond no parecía haber tomado bien la derrota de su hijo en ese combate.

- Padre, Sir Link me venció en buena ley, según las reglas que establecimos. Solo fue un golpe de suerte, pero en un combate en serio, te aseguro que yo…

- No digas nada. – interrumpió Desmond. – Por otra parte, tal vez esto te tire un poco de ese pedestal que te hiciste, ¿no es así? A ver si con eso te aplicas un poco más.

- … Sí, padre.

Zelda no podía creer lo que oía. Por lo visto, lo que vio en la mirada del monarca de Bern no había estado equivocado. Sonaba… no, realmente se alegraba de que Zephiel hubiera perdido. Nada de orgullo por haberlo hecho bien a pesar de todo, nada de tratar de reconfortarlo. Solo una satisfacción que no tenía ningún sentido.

- Espero que esto no vaya a afectar la impresión que ambos queremos dejar. – continuó Desmond. – Recuerda que de ello depende de si sigues o no siendo el heredero. Si me decepcionas…

- Lo sé, lo sé. – replicó Zephiel. – Aunque bien sabes que a mí no me importa en absoluto asumir el trono. Si quieres que lo asuma Guinivere, con gusto cederé mi lugar en la línea de sucesión.

- Sabes que no puedes hacer eso. – dijo Desmond. – Amo a Guinivere, pero ella aún es muy pequeña, y su… condición no le otorga derecho a reclamar el trono. Y se armaría un escándalo si se llega a saber.

Zelda sintió sobrecogerse su pecho. Al menos eso respondía una de sus dudas: Guinivere era una niña ilegítima, pero claramente el rey Desmond la adoraba. Desde luego, ese favoritismo parental no era para nada una buena señal.

- Por ahora, sabes que de ti depende que se formalice esta alianza. Más te vale no fallarme.

- No lo haré, padre, con tu permiso.

Y dicho eso, Zelda oyó pasos acercándose hacia la puerta. Inmediatamente se escondió detrás de una colina, aunque espió momentáneamente para ver salir al príncipe Zephiel de la habitación. Afortunadamente para ella se fue en la dirección opuesta hacia el fondo del pasillo, y segundos después oyó atrancar la puerta. Esa fue su señal para irse por donde vino hacia los aposentos para los invitados.

Aunque después de lo que acababa de oír, le iba a ser muy difícil conciliar el sueño. ¿Formalizar una alianza? ¿De qué estaban hablando? ¿Querían formar una alianza con Hyrule y por eso era que la habían invitado a estudiar en Bern durante un tiempo?


A cuatro meses de la llegada…

Las clases de Zelda con el príncipe Zephiel continuaron como estaba planeado, aunque después de haber escuchado aquella conversación, ya no pudo tomárselas de la misma manera. De hecho, había empezado a enfocarse más en sus estudios en un intento de olvidar algo que claramente no debió haber escuchado.

Algo más que también notó fue que durante los días de descanso, el príncipe Zephiel intentaba abordarla para hablar sobre temas más casuales. Empezó a preguntarle cosas sobre ella, las cosas que le gustaban y le disgustaban, y en ocasiones, hasta la invitaba a conocer lugares de la capital de Bern en su compañía. En otras circunstancias, habría asumido que el príncipe de Bern estaba intentando cortejarla y hasta se habría sentido hasta cierto punto halagada. Pero tras lo que había oído… no podía evitar pensar que lo estaba haciendo más forzado que por cualquier otra causa. Por supuesto, no se había atrevido a decirlo de viva voz.

Hasta aquella tarde en particular. El príncipe la había invitado a ver un lugar particularmente especial, conocido como el Santuario de los Sellos, el cual era la piedra angular de la historia de Bern. Sin embargo, solo podían verlo desde afuera, ya que la entrada estaba cerrada incluso a los miembros de la familia real.

- Aquí es donde se dice que Hartmut selló al Dragón Demonio que lideraba a los dragones malvados durante la guerra. – explicó Zephiel. – Según las leyendas, el cuerpo del dragón todavía descansa en el interior de este santuario, aunque es solo una concha vacía sin alma.

- ¿No han comprobado si es verdad? – preguntó Zelda, a lo cual Zephiel negó con la cabeza.

- Aunque quisiéramos, la entrada está protegida con unos sellos muy poderosos. Dicen que el Emblema de Fuego es la única llave para abrirla, pero por sí solo es inútil en su estado actual. – dijo Zephiel. – En todo caso, no querríamos que alguien se apoderase del cuerpo de ese dragón y lo utilizara para propósitos siniestros, ¿verdad?

- No, obviamente no. – dijo Zelda. – Es una pena, no me molestaría conocer el interior del santuario.

- Tal vez algún día, cuando sea seguro. – replicó Zephiel. El príncipe por un momento dejó de sonreír, y Zelda se percató de que estaba observando a Link, que los seguía muy de cerca. – Princesa Zelda, hay algunas que quisiera conversar contigo… pero me gustaría que fuese en privado.

- ¿Hay algún problema? – preguntó Zelda. – ¿O es que te incomoda la presencia de Link?

- No, en absoluto, y entiendo que su deber es protegerte. Pero lo que voy a decirte es algo… bastante personal. – dijo Zephiel. – Si no es demasiado pedir…

Zelda se tomó un momento para pensarlo. Tenía una idea de lo que quería hablar Zephiel, y ella misma también tenía cosas que preguntarle

- Link, ¿podrías darnos cinco minutos a solas? – pidió Zelda.

- Sí, princesa. – dijo Link inclinándose respetuosamente.

De inmediato se alejó hasta estar fuera de vista, dejando a los dos herederos de Bern y Hyrule a solas para que pudiesen tener su conversación. Zephiel de inmediato comenzó a hablar en voz más baja de lo habitual, solo por si acaso.

- No me malentiendas; como dije, es bastante personal y preferiría que quedara entre nosotros. Antes que nada, quiero que me respondas, ¿qué opinas de tu estadía en el reino de Bern?

- Admito que ha sido agradable. – respondió Zelda. – Fuera de tener que estudiar, conocer sus lugares históricos y a su gente realmente me ha gustado mucho.

- Eso me alegra. – dijo Zephiel. – Zelda, voy a ser sincero contigo. Sé que no es mucho el tiempo de conocerte, pero realmente me pareces una mujer extraordinaria. Además de hermosa, tienes talento e inteligencia como nadie, y una sabiduría que supera tu edad. No me cabe duda que serás una gran reina cuando llegue el momento.

- Me siento halagada. – dijo Zelda, aunque por dentro tenía el presentimiento de lo que iba a decirle.

- Nuestras naciones son las dos fuerzas más importantes de todo el continente. Hyrule goza de la protección divina de la Trifuerza, y Bern es la fuerza militar más poderosa. Juntas ambas podrían esparcir la paz y la prosperidad a todo el continente. Y mi deseo es poder compartirlo con todos.

Zelda contuvo un suspiro. Justo ahora vendría lo inevitable, y ella ya tenía su respuesta preparada. En efecto, el joven se arrodilló y la tomó de la mano, como era tradicional en dichas propuestas.

- Princesa Zelda de Hyrule… ¿aceptarías comprometerte conmigo, para unir a nuestros reinos?

Como lo esperaba, ya lo había dicho. La respuesta a eso ya lo sabía muy bien, pero no podía darla directamente. Las lecciones de su madre en diplomacia harían valer su utilidad ahora, y sabía cómo aplicarlas, especialmente para un asunto tan delicado.

- Antes de responderte, dime una cosa. ¿Estás haciéndome esta propuesta por ti, o el rey Desmond te ordenó hacerlo?

La pregunta tomó desprevenido al príncipe de Bern, que dejó de sonreír y se puso de pie. Su mirada claramente denotaba que no se esperaba que ella supiera eso, pero lo mejor era ser honesta y exponer la razón de una vez para que no se hiciera ideas equivocadas.

- Debo confesar que hace dos meses, escuché involuntariamente una conversación entre ustedes dos, justo después que perdiste en ese combate contra Link. – dijo Zelda. – El rey Desmond estaba hablando algo acerca de una alianza. Tuve el presentimiento de que se referían a nosotros, ¿estoy en lo correcto?

- Bueno… sí, lo estás. – admitió él. – Desde hace tiempo, mi padre ha querido que nuestra nación se una con Hyrule, pero el rey Rhoam se ha mostrado bastante reacio a formalizarla, a pesar de los beneficios mutuos.

- Con el debido respeto, mi padre siempre ha sabido juzgar a la gente. – dijo Zelda sin inmutarse. – Él y el rey Desmond no siempre se han entendido bien, han tenido muchos desacuerdos. Entiende que no es fácil para él.

- Sé que mi padre no es la persona más fácil de tratar, pero no es malo en el fondo. – lo defendió Zephiel. – Ha tenido una vida muy difícil, y las presiones de gobernar el reino…

- ¿Tanto como para amenazarte con quitarte tu lugar en la línea de sucesión? – preguntó Zelda.

Zephiel desvió la mirada, pero no se molestó en negarlo. Zelda rápidamente entendió que aunque había dado en el clavo, también había sido un golpe bajo, así que rápidamente decidió cambiar el tema, a otro tópico que también requería su atención.

- Háblame de Guinivere. – le dijo. – Está claro que tu padre la adora, y no es para menos, es una niña encantadora. Pero es obvio que hay muchos secretos respecto a su nacimiento.

Zephiel tardó un momento en responderle. – Lo de Guinivere es… complicado. Mi padre estaba teniendo un amorío con una de sus sirvientas a espaldas de mi madre. Debes entender el escándalo que se podría armar si llegaba a saberse.

- Lo entiendo perfectamente. – dijo Zelda, presintiendo que vendría la peor parte a continuación. Y no se decepcionó.

- Mi madre dijo que no quería hacerse responsable por una hija ilegítima. Ya de por sí su matrimonio estaba en aguas turbias cuando se enteró. Así que llegaron a un acuerdo: se aseguraría de que a Guinivere y su madre no les faltaría nada y se les permitiría vivir en la mansión real, a cambio de que su condición permaneciera en el anonimato, y garantías de que yo sería el heredero al trono. Y él accedió.

- No parece que lo haya hecho de buena gana, por lo que escuché. – dijo Zelda muy enfática.

- Entiende que es delicado, si se llega a saber que mi padre tuvo ese amorío mientras estaba casado, todo Bern entrará en caos. Y eso no podemos permitirlo. – dijo Zephiel. – Especialmente… no quiero que Guinivere sufra, ella no tiene la culpa de nada de esto.

- La quieres mucho, ¿verdad? – No era realmente una pregunta, era un hecho.

- Independientemente de su origen, es una niña dulce y merece ser feliz. – dijo Zephiel. – De hecho, dice que si tuviera una hermana mayor, le gustaría que fuera como tú.

- Debo admitir que sería lindo tener una hermanita menor como ella. – asintió Zelda. – Pero vamos al grano, Zephiel. Tu interés en proponerme ese compromiso, ¿es en mí, o solo lo haces por complacer los deseos de tu padre?

Zelda supo que no podía dejar el tema de lado para siempre. Después de todo, ese era el centro de su conversación, y había que dejar las cosas muy en claro. De nuevo Zephiel tuvo dificultad para mirarla a los ojos, pero finalmente tomó aplomo y la encaró.

- Admito que al principio, lo hice solo porque mi padre me lo ordenó. – dijo Zephiel. – Pero en este tiempo, que he podido conocerte, mi atracción es genuina. Quiero conocerte más y tal vez… lo siento, creo que me estoy dejando llevar.

Zephiel se alejó de ella. Por darle crédito, al menos intentaba no hacer sus avances demasiado fuertes, pero eso no quitaba que parecía estar bajo mucha presión. Evidentemente no le quería fallar a su padre, aunque fuese una persona tan odiosa. ¿No lo veía o acaso estaba en negación?

- Príncipe Zephiel, te recuerdo que aún no estoy en edad de compromiso. – dijo Zelda. – Y si me permites decirlo, creo que no puedo aceptarlo bajo tales circunstancias. No sé cómo sea aquí en Bern, pero en Hyrule, los compromisos se hacen a partes iguales por amor y por el reino.

- ¿Por amor? – preguntó Zephiel. – ¿Intentas decirme… que yo no te atraigo?

- Intento decir que creo que no nos conocemos lo suficiente para que exista amor entre nosotros. – dijo Zelda. – No lo niego, eres un joven apuesto, caballeroso y un prodigio de grandes talentos. Pero muchas veces… hace falta más de unos pocos meses para conocer a alguien lo suficiente como para amarlo. A veces puede llevar toda una vida.

Zelda eligió con mucho cuidado sus palabras. Todo lo que dijo era cierto, más estaba omitiendo el detalle más importante. Su corazón ya le pertenecía a alguien más, y no tenía intenciones de entregárselo a ninguna otra persona. Desde luego, Zephiel no necesitaba saber eso, o por lo menos no todavía.

- Entiendo. – dijo resignado el príncipe. – Te pido disculpas por mi atrevimiento. Parece ser que todavía no he dejado atrás al niño ingenuo que fui antes de mi ceremonia de madurez.

- No debes disculparte. – dijo Zelda. – Mi madre siempre ha dicho que cuando somos jóvenes, tendemos a confundir nuestros sentimientos.

- Entonces… ¿podemos al menos seguir siendo amigos? – preguntó volviendo a extenderle la mano.

Zelda dudó un momento, pero finalmente, al no percibir intenciones malas u ocultas, la aceptó con un gesto afirmativo. Por lo menos podía estar segura de que no tomaría mal un rechazo, aunque a ella le doliera romperle el corazón. Mejor decirle la verdad que darle falsas esperanzas con una mentira.

Lo que le preocupaba, sin embargo, era cómo reaccionaría el rey Desmond. Por si acaso, le escribiría una carta a su madre pidiéndole consejo al respecto, contándole sobre las intenciones del monarca de Bern. Eso definitivamente merecía saberlo.


Un mes más tarde…

Había llegado la hora de regresar a casa. Los reyes de Hyrule arribaron juntos con la escolta que se llevaría a su hija de regreso al reino, y se encontraban en aquel momento diciéndole algunas palabras al rey Desmond.

- Agradecemos todas las atenciones que les prestaste a nuestra hija durante su estadía aquí. – dijo el rey Rhoam en tono severo, pero genuinamente agradecido.

- No obstante… debo decir que estoy bastante decepcionada de ti, rey Desmond. – dijo la reina Selena. – Sé que durante años has querido hacer una alianza con nosotros, pero… ¿tratar de usar como intermediario a tu propio hijo?

- Solo fue una idea. – replicó Desmond sin darle importancia. – Yo solo sugerí que Zephiel podría cortejar a su hija.

- No tendríamos inconveniente en que así fuera, si viniera de él. – dijo el rey Rhoam. – No por imposición de su padre.

- ¿Estás insinuando que lo obligué? – preguntó Desmond, sintiéndose acusado.

El rey Rhoam y la reina Selena hicieron una pausa antes de responderle. Era más un hecho que una acusación, pero ambos sabían que al rey Desmond no le gustaba mucho que le dijeran sus verdades en la cara.

- Rhoam, durante años he propuesto una unión entre nuestros reinos. – dijo el monarca de Bern, luchando por controlar su tono. – Ambos sabemos que sería beneficioso para ambas naciones, y no veo por qué te opones tan vehementemente. ¿Es que no confías en mí?

- Desmond, ambos también sabemos que eres un hombre ambicioso. Nuestra tierra resguarda una reliquia sagrada, y es nuestro deber asegurarnos de que no caiga en malas manos. – dijo Rhoam. – Entenderás por qué es tan difícil… compartir dicha responsabilidad.

Al observador casual se le habría escapado que el rey Desmond apretaba los puños ligeramente, pero no que sus facciones de pronto se endurecían ante el comentario. Él no era ningún tonto: las leyendas decían que la Sagrada Trifuerza tenía el poder de conceder los deseos de cualquiera que se apoderara de ella. Y Desmond solo intentaba buscar una forma de acceder a ella para usarla en su beneficio.

- Si ya no tienes nada que decirnos, nos retiramos. – dijo la reina Selena. – Cuídense mucho, tú y tu hijo, les deseo a ambos lo mejor.

Y sin decir más, la familia real de Hyrule se dirigió hacia su carruaje. Link por su parte se reunió con sus colegas de la Orden de los Caballeros de la Trifuerza, uniéndose a la escolta mientras los Caballeros Wyvern de Bern los acompañaban bajando por la colina.

Mientras el carruaje avanzaba, Zelda se quedó observando por la ventana al príncipe Zephiel, que todavía la despedía con la mano mientras estaba en su rango de visión. Finalmente bajaron por la colina y cuando ya no pudo verlo más, se reclinó sobre su asiento.

- Y bien, ¿disfrutaste de tu estadía? – preguntó el rey Rhoam, rompiendo el silencio y sacándola de sus pensamientos.

- Admito que no fue tan mala como pensé. – dijo Zelda. – Y aprendí bastante sobre la historia de la nación desde los tiempos de su fundador. Lo único malo es que no me dejaron practicar mucho la magia.

- Una verdadera lástima. – dijo la reina Selena. – Pero no creo que tu padre estuviera hablando de tus estudios.

Zelda observó a su madre, y luego otra vez a su padre. Aunque las capacidades telepáticas no eran desconocidas en su linaje, no creía que sus padres las necesitaran para saber lo que pasaba por su mente. Y dada la última conversación que habían tenido antes de despedirse, tampoco era difícil suponer que era eso lo que la tenía tan incómoda.

- El príncipe Zephiel es realmente agradable. – dijo Zelda. – Es totalmente diferente de su padre: a pesar de ser talentoso es modesto y no le gusta ponerse aires de grandeza. Es una pena que su padre no reconozca sus méritos, por más que se esfuerce.

- Nadie duda que será un gran gobernante cuando llegue su momento. – dijo Rhoam. – Estoy seguro de que ustedes se llevarán mucho mejor de lo que tu madre y yo nos llevamos con Desmond.

- Hablando de eso… Zelda, ¿cómo tomó el príncipe tu rechazo? – preguntó la reina.

- Bueno… diría que bastante bien, pero me preocupa cómo lo tomará su padre. – dijo Zelda. – El príncipe Zephiel evidentemente me propuso el compromiso por presión de su padre, pero… no puedo evitar preguntarme si realmente tenía algo de interés genuino en mí. Eso hizo que fuera más difícil, pensar que pude haberlo herido con mi rechazo.

- Hiciste lo correcto, hija. – dijo Selena. – Por mucho que duela, es mejor herir con la verdad que matar con una mentira. Y no está bien que traiciones a tu propio corazón.

- Dicho eso, me preocupa si Desmond tomará represalias por eso. – dijo Rhoam, cruzándose de brazos. – Por lo que he sabido, el matrimonio entre él y la reina Hellene fue bastante complicado. Los rumores decían que peleaban todo el tiempo y no se llevaban nada bien. Y Zephiel es un vivo recordatorio de ello.

- Por no hablar de que Zephiel es todo lo que él no pudo ser. – dijo Selena. – Desmond no destacó ni con los libros ni con las espadas. Y ahora vive bajo la sombra de un heredero que es mucho más talentoso que él. Más que sentirse orgulloso, es como si le tuviese envidia.

Zelda se quedó en silencio, pensando en todo lo que acababan de decirse. Todo era cierto: el rey Desmond trataba a su hijo con indiferencia en sus mejores días y con hostilidad casi abierta en los peores. Tenía sentido si realmente era como decían sus padres y Zephiel era un vivo recordatorio de un matrimonio arreglado y sin amor.

Ella no tenía idea de cómo se sentiría, pues aunque el matrimonio de sus propios padres también fue arreglado, al menos los dos tuvieron la ocasión de conocerse y enamorarse de verdad, antes que les soltaran la bomba del compromiso. Para cuando les fue revelado, ellos se amaban de verdad y lo aceptaron gustosamente, o eso le habían relatado. Sin embargo, cuando ella nació, decidieron que no querían decidir por ella con quién debería pasar el resto de su vida, y le dejaron claro que confiaban plenamente en que tomaría una buena decisión cuando llegara el momento.

- Pero, presiento que hay algo más en todo esto, ¿no es así, Zelda? Algo que todavía no nos has contado. – intervino de nuevo el rey, volviendo a sacarla de sus pensamientos.

- De hecho… sí, lo hay. – admitió Zelda. No tenía sentido mentirles; ellos siempre eran capaces de ver cuando lo hacía. – Pero no creo que este sea el lugar ni momento para decírselos. Es algo realmente… delicado, si me entienden.

- ¿Qué tan delicado? – preguntó Rhoam con una expresión de intriga.

- Lo suficiente como para ocasionar todo un caos en Bern si llega a hacerse público. – dijo Zelda en tono terminante.

El rey y la reina inmediatamente comprendieron el mensaje y no hicieron más preguntas. Les contaría cuando estuviesen en la seguridad de su castillo, rodeados por muros donde no hubiese riesgo de ser escuchados. Después de todo, el rey Desmond había sido muy claro en que no quería que se supiera de su hija ilegítima, la pequeña Guinivere, y ellos la habían descubierto por puro accidente.


Aquella noche, sobre las montañas de Bern…

Al tiempo que todos dormían, salvo los ocasionales patrulleros nocturnos que sobrevolaban en sus wyverns las montañas cercanas, todo alrededor del castillo de Bern era tranquilidad.

Lejos de cualquier mirada, dos siluetas oscuras, cobijadas por las sombras de una noche sin luna, observaban desde un punto elevado las escasas luces de vigilancia que rodeaban el castillo de Bern. Completamente ignorantes de su presencia, y de lo que ellos podían ver que nadie más podía.

- Deben sentirse muy seguros, rodeados por esas montañas y con esos lagartos voladores aleteando encima de ellos. – dijo una de las sombras, la más grande y masiva con un tono de voz profundo y siniestro.

- Pobres ilusos. – dijo la otra, ésta más pequeña y con una voz femenina y seductora. – Pero las guerras no siempre se ganan por fuerza bruta. Hay que ser inteligente y saber manipular al enemigo.

- ¿Estás segura de que nos servirán? – preguntó la primera silueta.

- No puedo equivocarme. – replicó la segunda. – La estrella maligna se alza sobre este palacio. Los tiempos oscuros se aproximan, y el catalizador para iniciar el conflicto profetizado se halla en este lugar.

- Espero que tengas razón. Tantos siglos de paz hacen que la vida sea demasiado aburrida. ¿Qué vamos a hacer?

- Déjame todo a mí. – dijo la voz femenina alzando una mano. – Mi apariencia hará que sea más fácil mezclarme entre ellos y ganarme su confianza.

- Tch, aguafiestas. – dijo la masculina con tono de fastidio. – Podría acabar con ellos y apoderarme de ese castillo en una sola noche.

- Nos serán más útiles vivos, al menos por ahora. Además, hemos esperado durante siglos. Un par de años más para ponernos en marcha darán lo mismo.

Y dicho eso, la silueta femenina alzó su capa y ondeándola desapareció en el aire. Aquella sería la última noche de tranquilidad en el reino de Bern. Fuerzas de la oscuridad movidas por una antigua profecía estaban en marcha, y pronto, la paz milenaria que había reinado en el continente llegaría a su final.

La rueda del destino estaba siempre en marcha, y nadie podría detenerla. El conflicto que estallaría sería inevitable.

FIN.


Notas del autor:

Uff, por fin, ya quedó, y pude arrancar oficialmente con este dichoso crossover de Zelda y Fire Emblem. Este es solo una antesala, por supuesto; un abrebocas para introducir a los personajes principales. Como dato curioso, las escenas de Zelda y Zephiel están basadas parcialmente en los flashbacks de Saori Kido y Julian Solo en Saint Seiya. Aunque aquí Zephiel parece haber tomado mejor el rechazo que Julian, o quizás no tanto pero se contuvo en su reacción. Ya veremos qué resulta de todo eso.

Ahora bien, creo que es preciso aclarar algunos puntos. Para empezar, este crossover será con los juegos de Fire Emblem de GBA que tienen lugar en el continente de Elibe, es decir, Binding Blade y Blazing Sword (protagonizados respectivamente por Roy y su padre Eliwood). Quienes los conozcan habrán notado que coloqué personajes de ambos títulos coexistiendo simultáneamente, aunque entre los dos hay una diferencia de veinte años. Así que desde ya les digo: habrá eventos y referencias a los juegos, y los personajes serán esencialmente los mismos, pero algunas cosas cambiarán a efectos de este crossover. Ya quienes me conocen sabrán que me gusta incluir gags mitológicos y referencias a otros juegos de Zelda independientemente de dónde se sitúen mis historias, y planeo hacer lo mismo con esta para el universo de Fire Emblem. De hecho, y salvo contadas excepciones con uno o dos OCs, usaré personajes 100% canónicos de los juegos de Zelda y de los dos títulos de Fire Emblem (ventaja de que esta saga tenga un reparto de personajes tan amplio, significa que ningún rol se queda desocupado).

Otra cosa, y esto es más una petición para quienes conozcan los títulos de Fire Emblem, o por lo menos esos dos, les voy a pedir que en sus comentarios en lo posible traten, TRATEN de no spoilear posibles eventos que sucederán aquí para quienes no estén familiarizados con la saga. Mi intención es que este crossover se pueda leer sin necesidad de tener conocimiento previo de Fire Emblem, pero al mismo tiempo, quienes sí lo conozcan sean capaces de captar las referencias, no solo a los títulos de Elibe sino a otros. Inclusive aquí mismo hay una con el titular Emblema de Fuego, que seguramente los observadores más minuciosos y veteranos de la saga habrán captado.

Por último, respecto a cuándo comenzaré a publicar el crossover propiamente dicho, les diré que será cuando haya adelantado unos cuatro o cinco capítulos para hacerlo de manera regular. No les voy a decir más debido a que quienes estén pendiente de las noticias internacionales sabrán que actualmente mi país está pasando por una crisis eléctrica por culpa de malas gestiones del "gobierno" (o "ciberataques" perpetrados por EEUU, según dicen ellos) que causan apagones constantemente, lo cual aunado a mis responsabilidades laborales y académicas es posible que corte mi tiempo para poder escribir. Así que están advertidos: no quiero comentarios del tipo preguntando cuándo voy a actualizar o presionándome a que continúe. En mi experiencia, leyendo una historia es mejor enfocarse en el aquí y el ahora, y un escritor que se sienta presionado a continuar tiene menos probabilidades de retomar un escrito si llega a quedarse estancado por cualquier motivo.

Ya, creo que eso es todo. Espero que hayan disfrutado de este pequeño prólogo. No olviden decirme qué les pareció, saben que los comentarios se aprecian mucho (excepto los ya mencionados). Las sugerencias serán bienvenidas, aunque ya tengo un esquema bastante claro de cómo y hacia dónde llevaré esta historia. De antemano gracias por leerla, y espero que nos veamos pronto.