—¿Qué es lo que quieres? —pregunté con cierto esfuerzo. El peso de su cuerpo sobre el mío dificultaba el paso de aire. Sumado a eso, el calor que emanaba era sofocante.
Me observó silencioso durante unos instantes, con intensidad que brilló entre la oscuridad nocturna en que mi habitación se veía sumida. Apartó de mi rostro el cabello, mas no el asombro que tal situación me provocaba.
—¿Querer? —sonó casi como un suspiro. Su diestra acompañó la caricia que su voz me había dado, extendiéndola con lentitud desde mi cuello hasta mi parte baja y, a la vez que un suspiro me era arrancado, continuó— Yo te necesito.
No me lo quité de encima. No pude hacerlo, no encontré la fuerza para resistirme siquiera. Pero no tiene sentido recriminármelo.
Dudo mucho ser el único incapaz de resistírsele.
Abaddon
Aún no se había adecuado al extraño pequeño detalle que lo acompañaba susurrándole al oído, aunque más extraño hubiese sido asimilarlo desde el comienzo. Quizás pareciera un lunático con esos arranques, más de lo que era considerado ya de por sí por quienes lo conocían, o estos deducirían que por fin se había desatado su lado psicótico. Poco y nada le importaba lo que otros pudieran pensar de él pero, por contradictorio que pudiera sonar, ciertamente no quería quedar como un loco.
Había tomado la costumbre de "hablar solo", aunque no le fue difícil comenzar a evitarlo una vez que se dio cuenta y asimismo a ignorar a su insistente compañía cada vez que aparecía a sabiendas de que corría el riesgo de molestarle en su afán por mantener una conversación siempre inadecuada, por insignificante que fuera, en la vía pública. La molestia, obviamente, se la cobraba. No era que hubiera perdido carácter, simplemente…
Acostumbrado a la soledad de su departamento, la verdad era que, de cierta manera, su presencia había traído un aire agradable consigo. Algo bueno debía de haber entre tantos inconvenientes, tantas molestias y horrores. Y era que, ¿quién lo hubiera pensado? Preparaba muy buenos cafés y era dedicado en la cocina, por lo que el rubio rápidamente se había olvidado de ese mal hábito de poner su cansancio por encima del hambre. También encontraba el lugar impecable al regresar cada vez que, por cualquiera que fuera la razón, el otro decidía no acompañarlo a la universidad o donde fuera. Dudaba que decidiera dejar de lado su incansable labor jugando a ser su sombra sólo por motivos de limpieza o por dejarle el almuerzo listo, pero no se quejaría ni le cuestionaría, no era estúpido. No se acostumbraba a él, pero no podía negarse a sus atenciones.
Quién lo hubiera pensado, que terminaría por aceptarlo a duras penas, secretamente a gusto con él, sólo un poco. Al menos mientras la luz directa del exterior sobre él le diera refugio, y mientras no fuese su compañero quien sintiera hambre.
Dos días con sus noches habían transcurrido y, aun así, juraba que no podía recordar con exactitud cómo fue que había comenzado. Los grandes rasgos, por otra parte, jamás los olvidaría, ni tampoco la manera en que, por mero capricho, le llamaba insistentemente ignorando la gran cantidad de veces en que había expresado lo mucho que le desagradaba ese sonido.
"Senpai…"
Pero que no lo aceptara no significaba nada, siendo que su cuerpo no mentía. Su falta de resistencia lo evidenciaba, aunque ya no se lo recriminaba. Dos días con sus noches, en los que habían robado de él hasta lo último, con saña, repitiendo ese primer encuentro una y otra vez.
Ocurrió mientras dormía, ajeno al mundo y los problemas que éste le causaba. Una opresión sobre su torso quitó de él la temporal calma y, al abrir los ojos con el peso que sus párpados cargaban, pudo ver la figura que descaradamente lo observaba desde encima suyo. Un sueño, pensó mientras intentaba distinguir lo que fuera entre la penumbra. Lo que vio no podía ser otra cosa sino un sueño. Una pesadilla.
No fue la expresión tan severa en ese precioso rostro lo que llamó su atención en un primer momento, ni tampoco la insondable oscuridad en sus ojos. No fue su desnudez, hecho catastrófico en cualquier otro momento. Fueron sus alas, enormes, desplegadas con gran orgullo, compartiendo tono con sus ojos y cabello, negros como si a un cuervo perteneciesen. Una criatura perfecta.
Un íncubo.
No conocía su nombre de pila, ya que se había presentado simplemente como Morinaga, y tampoco podía dar por seguro que ese fuese realmente su nombre.
Le provocó un sobresalto, y no era para menos. La fascinación vendría poco después, esa que negaría por siempre. No podía esperarse que alguien como él aceptara que la figura de un hombre había despertado sus pulsiones más violentas. Tenía la sensación de estar deslizándose hasta lo más profundo, hasta el fondo de su cordura, su moral y su sentido común. Adoró desde el primer instante cargar con esa desgracia en la piel.
Sucumbía a su encanto. Realmente le fascinaba, tanto que le enfurecía. Le otorgaba un mínimo alivio el saber que no eran suyas esas sensaciones.
De entre sus labios había conseguido arrancar los más vergonzosos sonidos que de vez en cuando tenía la amabilidad de silenciar con esa sonrisa que sólo al contacto pudo distinguir, haciéndole notar, quizás amenazante, los filosos colmillos que aún no había sido capaz de ver.
No pudo defenderse, algo mucho más allá de él le detenía, y no era como si ese sujeto hubiese necesitado forzarlo. En un segundo ya no fue consciente de sus acciones, sólo llevado por algo que no podía realmente ser definido como instinto, y al abrir los ojos nuevamente, esta vez recibido por la luz del Sol, el entumecimiento en la totalidad de su cuerpo y el dolor en su cintura no le permitieron ni por un segundo pensar que aquello había sido sólo un sueño.
Se puso de pie con la poca energía que conservaba y lentamente caminó hacia la sala, esperando encontrarlo, a la vez, no. Pero sí lo hizo. Al menos ya estaba vestido. Maldijo en voz baja, sin saber que debería agradecer la falta de memoria con respecto a pocas horas atrás. Era eso lo que le mantenía alejado de la crisis histérica, la incapacidad de recordar… y lo útil que le resultó luego en otros aspectos.
—¿Por qué sigues aquí?
Ese par de ojos lóbregos lo observaron por sobre el hombro ahora cubierto por la tela bordeaux de la camisa que quién sabe en dónde había conseguido. Con descaro y desinterés, cruzó las piernas y torció una sonrisa.
—Buenos días.
—No me jodas.
—Tranquilo, ¿tuviste un mal sueño? —su sonrisa se volvió amplia— ¿O es que no verme al despertar te puso de mal humor?
Esos cuernos que, aunque pequeños, resaltaban de manera muy llamativa en su frente fueron detalles que la luz le concedió ver, aunque su comentario hizo que apartara la mirada contra toda atracción, frunciendo fuertemente el ceño y cruzándose de brazos.
—Vete, no tengo lo que quieres. De hecho, para ser un demonio, eres demasiado estúpido. Buscar a alguien como yo…
—¿Y quién te ha dicho qué es lo que quiero?
—Cualquiera sabe lo que quiere un súcubo.
—¿Me has visto cara de mujer acaso? Una súcubo no tendría nada con que hacerte gritar como hace unas horas. Y pensar que con sólo metért…
—¡Lo que seas! —interrumpió nervioso y con su rostro ardiendo.
—Íncubo. Puedo bajarme los pantalones para refrescarte la memoria.
—La cuestión —le detuvo nuevamente— es que yo no puedo darte un hijo. No sé si es la primera vez que ves a un humano o sólo eres idiota, pero soy un masculino.
Hubo un pequeño silencio en el que ambos se mantuvieron la mirada, insultando internamente la poca inteligencia que cada uno veía en el otro.
—Y… —quien permanecía sentado se revolvió el cabello— permíteme volver a preguntar, ¿a ti quién te ha dicho que lo que quiero es un hijo tuyo?
El rubio estrechó la mirada con desconfianza e inseguridad a la vez.
—Se supone que…
—Básicamente —se adelantó poniéndose de pie, haciendo que el otro retrocediera—, porque parece que sólo te has cruzado con un artículo en Internet en un día de ocio y es todo lo que has retenido —se acercó al contrario a pasos lentos—, necesito tu energía o moriré.
Souichi buscó apartarse de su camino al verlo tan cerca, pero un parpadeo bastó para verse acorralado entre sus brazos, rodeado por sus magníficas alas.
—Necesito alimentarme de ti para seguir existiendo.
Nuevamente su cuerpo le traicionaba. Le faltaba el aire, se sentía pequeño, como la presa que era. Patético, si el terror que estaba sintiendo en ese momento no fuese lo principal en su cabeza, se sentiría, se llamaría a sí mismo "patético". Aunque no lo era realmente, se le llama ser "humano".
Temeroso, con poco éxito intentando ocultarlo, se atrevió a preguntar— ¿Por qué yo?
—¿Por qué eliges esta manzana antes que aquella? Eres el que mejor se ve, la suerte que te toca.
Esas alas, al igual que cada una de las características que físicamente lo identificaban como lo que era, lentamente fueron desvaneciéndose. En su lugar sólo quedó la firmeza de un abrazo que se disfrazaba de protección.
—No significa que vaya a hacerte daño.
Su voz era suave nuevamente, sedativa. El toque de su mano sobre la mejilla del otro, delicado. Otra vez estaba haciéndole caer contra su voluntad con el roce de sus labios, quitándole tanto el temor como el sentido común.
—Sólo… déjame tomar de ti la vida que me hace falta.
Su razón, una vez más, se deshizo contra su boca. Lo odiaría, de tener conciencia en esos momentos, lo destrozaría a golpes, si era que existía posibilidad para él de dañar ese cuerpo. Era él mismo, su cuerpo y su orgullo quienes recibían el daño porque, por más que no pudiera recordarlo, el sólo hecho de conocer lo que hacían con él de todas maneras era devastador sin importar lo mucho que se esforzara en ignorar el hecho.
Y en ese ritmo ilógico fue como se dio el transcurso de los días a partir de allí. Una y otra vez fue víctima, cada vez más difícil abrir los ojos por la mañana. Día tras día, su cansancio fue reflejándose en cada paso que daba. Contrastaba con lo jovial en la actitud de ese que seguía sus pisadas de cerca en todo momento. Si bien no lo conocía todo sobre esas criaturas, como bien lo había dejado claro sin querer, sabía que aquella no era una conducta habitual en ellos.
Si ya lo había utilizado hasta casi agotar lo último en él, ¿por qué no lo dejaba solo ni siquiera cuando le era inservible?
¿Por qué aún no se había marchado?
