Se encontraba sentado cerca de la ventana. La habitación, iluminada únicamente por la tenue luz de la luna, tenía un aspecto lúgubre y solitaria, concordando a la perfección con el estado de ánimo del que moraba en ella. Se encontraba solo, hundido, herido. Una única palabra había hecho pedazos el mundo de Renji, hundiéndolo por completo. Adiós. Eso era lo único que ella había dicho antes de marcharse; antes de marcharse con él, con aquel shinigami sustituto al que tanto odiaba Renji. No solo le había derrotado en la batalla, sino que también se había llevado a Rukia, a la que Renji quería y necesitaba más que nada en el mundo. Y ahora, solo en aquella oscura habitación, rememoraba tiempos mejores, allá cuando Rukia estaba aún a su lado. Ciertamente, había tenido una infancia difícil, pero teniéndola a su lado, todo aquello era irrelevante, simplemente, había merecido la pena. Pero ahora, ya nada tenía sentido, no sin ella. Se culpaba a sí mismo por no haberle dicho lo que sentía cuando aún estaba a tiempo, antes de que llegara aquel odioso shinigami. Y se la había llevado, se la había llevado para siempre, y ya no podría decirle lo que no había tenido valor de confesarle cuando aún estaba a su lado. Decirle que la quería, que sin ella nada tenía sentido, que la necesitaba, y que no podía vivir sin ella. Pero ya era tarde, y Renji lo sabía, por eso ahora, solo en aquella habitación, se dedicó a contemplar las estrellas, lamentándose por aquella que había perdido para siempre.
