One Piece y sus personajes no me pertenecen, sino a Eiichiro Oda


Todo lo que había a su alrededor se desvaneció. Podía sentir el latido de su corazón en las sienes.

Un parpadeo. Otro. Y un grito ahogado cruzó el aire.

Las gotas de sangre se esparcieron por el suelo mientras el intenso olor a carne quemada se extendía por todo el lugar, provocándole unas nauseas que tarde o temprano no podría retener. Las cuerdas vocales le quemaban, pero no tanto como sus entrañas, que ardían por dentro.

Sus piernas reaccionaron, se movieron solas, y comenzó a correr hacia ellos. Apartó a marines y piratas a su paso, porque, por muchos años que pasaran, por mucho que hubiera pretendido haber superado su infancia, ellos siempre estarían ahí. Le daban igual las miradas y las reacciones que su comportamiento pudiera despertar. En aquel preciso instante, algo en su cabeza se había quebrado y todo su sistema, todas sus creencias habían comenzado a tambalearse.

El aire parecía condensarse a su alrededor. Le faltaba el oxígeno, pero solo le importaba llegar para estar con ellos. No obstante, alguien la retuvo. Ella intentó zafarse de su agarre, pero fue inútil. Aquella persona era más fuerte que ella.

—¿¡Qué demonios estás haciendo!?

—¡Déjame! —gritó ignorando la voz masculina que se había dirigido a ella— ¡Tengo que estar con ellos!

—Te lo repetiré una vez más, Seida. ¿¡Qué demonios crees que estás haciendo!?

—¡NO PUEDE MORIR! —gritó desesperada mirando directamente a los ojos de aquella persona.

Smoker estaba frente a ella, impidiéndole el paso y dedicándole una mirada de desaprobación. No obstante, algo le decía que Smoker, en cierta manera, estaba de su parte.

—No puedo imaginarme lo que sientes, pero, si te ven, tirarás tu carrera a la basura y no lo permitiré. La Marina te necesita.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y, aferrándose a la chaqueta de su salvador, enterró su rostro en su pecho y comenzó a llorar desconsoladamente, cayendo finalmente de rodillas contra el suelo. ¿Qué le importaba la Marina? ¿Qué le importaba aquella institución si solo estaba viendo impotente cómo sus seres queridos sufrían?

Ya había perdido a alguien especial cuando era pequeña. Era como si la historia volviera a repetirse una y otra vez.

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capítulo uno
Un nuevo comienzo

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—No, no vas a venir con nosotros.

—¿Y por qué no? —preguntó la niña, inflando sus mejillas.

—Porque eres una chica, eres débil y nos atrasarías demasiado.

— Luffy también es débil.

—¡Oi! —protestó el pequeño provocando en Sabo una carcajada.

—¡Es la verdad! —intentó defenderse— ¡Tenemos la misma edad! ¡Además, tienes esa fruta del diablo que no sabes utilizar!

—¡Eso no es verdad! —dijo Luffy, estirando su brazo, pero haciendo que éste cayera al suelo con torpeza.

—¿Lo ves?

—Eso no voy a negártelo —comentó Ace cruzándose de brazos.

—He vendido hasta aquí para visitaros y jugar con vosotros.

—Nadie te pidió que lo hicieras —Ace le dedicó una sonrisa burlona—. No puedes venir y ya está decidido.

—Eres idiota —sentenció la niña, apretando los puños.

Ace, por su parte, se encogió de hombros indiferente y dio media vuelta para adentrarse en el interior del bosque.

—¡Ace! ¡Espera! —gritó el pequeño, esperando que su hermano mayor no le dejara atrás.

La niña dio media vuelta también al ver que Luffy la dejaba atrás y apretó los puños con fuerza mientras se dirigía de nuevo hacia la casa.

—¡Seida! —la niña se giró al escuchar su nombre. Sabo se acercaba hacia ella corriendo.

—¿Qué quieres? —preguntó resignada—. Se van a ir sin ti.

—No hagas caso a Ace —Sabo sonrió—. Cuando volvamos, si quieres, podemos ir a jugar tú y yo juntos.

La niña chasqueó la lengua y miró hacia otro lado, sintiendo cómo sus mejillas cambiaban de color. Sabo le dio una palmadita en el hombro y se marchó por el mismo lugar por el que Ace y Luffy habían desaparecido hacía unos instantes. Seida se quedó parada unos segundos, aún cuando los gritos de los tres niños ya habían dejado de escucharse y suspiró resignada.

Sus pequeños pasos le llevaron de vuelta a la casa donde Dadan y los bandidos de la montaña vivían. La niña abrió la puerta de la cabaña y se dirigió a uno de los rincones de la habitación principal, bajo la atenta mirada de Dogra y Magra, que la observaron resignados. Se sentó, como siempre, en la esquina de la derecha, la más alejada de la puerta, a esperar a que Luffy, Ace y Sabo regresaran. Recogió la falda de su bonito vestido de color rosa y encogió sus piernecitas mientras apoyaba su cabeza en las rodillas. Pochi se acercó hasta ella moviendo su cola hacia los lados, intentando animarla, como siempre, pero la niña se limitó a acariciarle la cabeza con poco tacto, por lo que el animal, como si supiera lo que pasaba por la mente de la pequeña, se tumbó a su lado, simplemente para hacerle compañía.

Seida vivía en Villa Foosha, lugar en el que había nacido hacía siete años. La pequeña nunca se había caracterizado por tener muchos amigos, pero aún recordaba, a pesar de su corta edad, la primera vez que Luffy se había acercado a ella en el bar en el que su prima Makino solía trabajar como camarera. La sonrisa y la inocencia de Luffy le habían encandilado desde el primer momento y, desde entonces, Seida le había seguido a todas partes, pero, como era habitual, Luffy siempre era más rápido que ella. Era como si por mucho que ella se acercara, él le llevara siempre varios pasos de distancia.

Aún así, nunca se había rendido y había permanecido a su lado, incluso cuando su abuelo Garp había decidido que Luffy debía vivir en la montaña. Todo sucedió cuando el pequeño no tuvo una mejor idea que comerse una fruta del diablo que le había dado el dudoso, pero, a ojos de Seida, alucinante poder de convertirse en un chico de goma. Fue entonces cuando Luffy conoció a Ace y a Sabo, a quienes consideraba como sus hermanos.

Seida no podía evitar sentirse excluida, en especial por el pecoso, con quien no mantenía una buena relación. Todo se debía a que, el día que Luffy descubrió la verdad sobre Ace gracias a Sabo, que Gol Roger era su padre, ella les estaba espiando. Desde entonces, Ace no confiaba en ella y le había puesto la etiqueta de persona non-grata, a pesar de que la niña jamás se había atrevido a hablar sobre eso con nadie, ni siquiera con Sabo ni Luffy, quienes recurrían a ese tema con mayor frecuencia de la que debían.

—¿Ya han vuelto a irse sin ti esos idiotas?

La niña levantó la vista para toparse con el rostro de Dadan muy cerca del suyo. Seida miró para otro lado avergonzada.

—Ace es el único idiota —murmuró.

—¿Y piensas quedarte ahí sentada todo el rato hasta que lleguen?

—¿Podría ayudarte con algo, Dadan-san? —preguntó la niña, visiblemente emocionada por poder ser de utilidad.

Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas, como cada vez que escuchaba a la niña dirigirse a ella con tal nivel de respeto.

—Ten —dijo, tendiéndole una escoba—. Ponte a barrer.

La niña se puso en pie, entusiasmada, y asintió, mientras Dogra y Magra miraban resignados a su jefa, quien parecía aprovecharse siempre de la admiración que la pequeña sentía por ella.

La pequeña comenzó a limpiar la casa en la que los bandidos de la montaña vivían y proporcionaban un hogar a los otros tres niños pequeños que tantos quebraderos de cabeza daban a Seida, a pesar de tener tan solo siete años. La niña estaba acostumbrada a eso, a limpiar mientras Ace, Sabo y Luffy se lo pasaban bien sin ella, pero no era consciente de que Dadan, aparte de darle algo que hacer durante el tiempo en el que los chicos no estaban, se estaba también aprovechando de ella.

Sin embargo, Seida se sentía útil. Aquel simple ejercicio no solo la entretenía, sino que la hacía sentirse también parte de la familia, así como estar más unida a Luffy. Desde el primer momento en el que le conoció se juró que le seguiría siempre, aunque, en esos momentos, no sabía que aquella idea tarde o temprano iría desvaneciéndose en su mente.

—¡Está aquí!

Uno de los bandidos de Dadan entró de manera precipitada en la casa, pero aquellas dos palabras fueron suficientes para que todos supieran a quién se refería. La mujer, de dos zancadas, se acercó hacia Seida y le arrebató los bártulos de limpieza de las manos, lanzándolos a un rincón.

De repente, la puerta volvió a abrirse con un estruendo y, bajo el quicio, de pie y con los brazos en jarras, se encontraba Monkey D. Garp.

—¡Garp-san! —gritó Seida corriendo hacia el hombre y extendiendo sus brazos hacia él.

Garp la recogió al vuelo, girando sobre sí mismo un par de veces y, después, volvió a dejarla en el suelo para darle unas palmaditas cariñosas en la cabeza, visiblemente emocionado por el entusiasmo que recibía por parte de la niña cada vez que le veía.

—Ojalá mis nietos me tuvieran el mismo respeto que tú… —el hombre se limpió una pequeña lágrima que asomaba de su ojo derecho bajo la atenta mirada de la pequeña Seida y, entonces, se acercó hasta Dadan, a quien rodeó con su brazo izquierdo y la atrajo hacia sí con fuerza—. Espero que no te hayas aprovechado de mi pequeña Seida y la hayas puesto a limpiar.

—N-No… Para nada.

—Bien- Garp la soltó, haciendo que las piernas de la mujer temblaran todavía—. ¿Y dónde están esos tres mocosos?

—Se han ido —Dadan suspiró—. Sabes que no suelen estar por aquí durante el día.

—¡Tu deber es estar pendiente de ellos!

—¡Ya les doy de comer! ¡No me pidas más!

Garp y Dadan se fulminaron con la mirada. Seida, conocedora de que saltaban chispas entre ambos, se acercó a Garp y le tomó de la mano. El hombre, que tenía los músculos tensados, se relajó automáticamente y miró a la pequeña de forma interrogante. Seida sonrió de forma tierna e, inmediatamente, los corazones de Dadan y Garp se ablandaron, ajenos a la manipulación que la niña ejercía sobre ellos en ese momento.

—Han vuelto a dejarla aquí tirada —comentó Dadan, rascándose la nuca.

—Esos idiotas… —refunfuñó Garp entre dientes— Voy a darles una buena lección —el hombre se agachó, poniéndose de cuclillas para que su mirada quedara más o menos a la altura de la de Seida—. ¿Quieres que, mientras tanto, hagamos algo?

—¿Podemos entrenar? —preguntó la niña, con los ojos iluminados de la emoción.

—¿Entrenar?

—Sí. Ace no quiere que me vaya con ellos y están todo el día entrenándose, pero Sabo a veces me enseña por las noches.

Garp emitió una sonora carcajada y se puso en pie, recogiendo a Seida del suelo y colocándosela en su hombro derecho.

—Entonces vamos a ello. Veamos que has aprendido.

Garp abandonó la casa con Seida y, juntos, caminaron hacia el interior del bosque, no muy lejos de la casa de los bandidos, pero sí lo suficiente como para no molestar y no ser molestados.

—¿Y para qué quieren entrenar tanto esos mequetrefes? —preguntó Garp, dejando a Seida en el suelo.

—Porque quieren ser piratas.

El rostro de Garp cambió de color y adquirió un tono morado. La niña le miró con curiosidad mientras el marine intentaba guardar la compostura frente a la pequeña.

—Voy a darles un poco de amor a esos mocosos para que se les quiten esas ideas de la cabeza… —comentó Garp, apretando su puño derecho con fuerza.

—Los piratas son malos, ¿verdad?

—Son la basura del mar, Seida —Garp se agachó de nuevo para mirar a la niña a los ojos—. El camino que Ace y Luffy deben tomar es el de la Marina, como yo, y luchar contra esos piratas que solo saben crear el caos y aterrorizar a otras personas.

—¿Entonces los marines son buenos?

—Claro —Garp rió—. Yo soy uno de ellos —la niña sonrió—. ¿Sabes qué? Tienes que ayudarme a convencerles, sobre todo a Luffy. ¿Me lo prometes?

—¿A Luffy? —la pequeña parpadeó varias veces, sin llegar a comprender del todo.

—Tengo el presentimiento de que si puede hacer caso a alguien el cabeza hueca de mi nieto es a ti —respondió Garp sonriendo.

Seida asintió, sintiendo cómo el calor de sus mejillas ascendía y un extraño cosquilleo se instalaba en su estómago. Ella siempre creía estar por detrás de Luffy, así que le agradaba escuchar que ella podía tener tanta influencia en él, aun cuando sentía que su amigo estaba tan lejos de ella.

—Bien —Garp se quitó la chaqueta y la colgó en una rama cercana—. Muéstrame qué es lo que sabes hacer.

Seida descubrió junto a Garp que estaba muy lejos de lo que esperaba. A pesar de no irse habitualmente con Ace, Sabo y Luffy, les había visto pelear y, aun siendo tan pequeños, ya poseían una fuerza descomunal. Ella, en cambio, tenía mucho camino por recorrer. Sabo le había enseñado ciertos movimientos y trucos, pero la pequeña solo se frustraba porque no conseguía hacer ni un pequeño rasguño a un Garp que parecía divertirse más de la cuenta ante los intentos fallidos de la niña.

—Está bien —Garp se acercó hasta ella—. No me pongas esa cara —dijo el hombre entre carcajadas al ver la expresión con la que Seida le miraba—. Ten —Garp le tendió una especie de cuerda.

—¿Para qué es esto?

—Es un arma, Seida —la niña la miró desconfiada—. Puede serte de mucha utilidad. Ven. Te enseñaré a utilizarla.

Finalmente, tras algunas horas más de práctica y ya cansada por el ejercicio realizado, Seida se sentó en el césped y suspiró resignada, cruzándose de piernas. Garp se acercó hasta ella y se sentó a su lado, tendiéndole una botella de agua que la pequeña aceptó a regañadientes.

—No te desmotives. Lo has hecho muy bien.

—Lo dices para animarme porque soy pequeña —murmuró Seida, haciendo que Garp se riera.

—Lo digo de verdad, aunque puede que esté hablando casi más como si fuera tu abuelo —Garp se rascó la nuca inocentemente, avergonzado—. Tienes mucha determinación y eso es importante. No entrenas con asiduidad, pero Sabo te ha enseñado bien. Me sorprende tu agilidad y tu fuerza para lo pequeña que eres.

—¡Algún día creceré! —exclamó Seida con determinación, inflando sus mejillas.

—¡Por supuesto! —Garp rio, dándole unas palmaditas en la espalda, quizá un poco más fuerte de lo que debía, ya que Seida salió trastabillada hacia delante— Tienes maneras de buena luchadora.

Seida sonrió, recuperando la compostura tras las palmaditas de Garp, y apoyó su espalda en el tronco del árbol que tenía detrás. La niña levantó la vista y observó los tonos anaranjados del cielo, indicando que el sol comenzaba a esconderse para dar paso a la estrellada noche.

—Voy a convertirme en marine.

Garp tosió en repetidas ocasiones, casi atragantándose por lo que acababa de escuchar. El hombre miró a la pequeña, que se giró, clavando sus bonitos ojos azules sobre él, llenos de determinación.

—Quiero ser tan fuerte como tú algún día y acabar con los piratas. ¿Me enseñarás algún día, Garp-san?

La niña sonrió, pero no obtuvo ninguna respuesta por parte del hombre. Garp la tomó entre sus brazos y la estrechó con fuerza contra su pecho, prácticamente de la emoción tras escuchar las palabras de la pequeña. Quizá no habría convencido todavía a sus nietos, pero le llegaba al corazón cada una de las palabras que Seida le dirigía y más si era una promesa como aquella.

—Garp-san, me estás aplastando. No puedo casi ni respirar —balbuceó la niña, intentando que el hombre la soltara.

—¡Puaj! Es asqueroso.

Garp aflojó su abrazo de Seida cuando escuchó la voz de Ace. Los tres niños regresaban a casa portando un enorme pez que serviría de cena para todos aquella noche.

—¿Es así como saludáis a vuestro abuelo? —preguntó Garp poniéndose rápidamente en pie y propinando un capón a cada uno de los tres niños.

—¿Por qué siempre tengo que recibir yo también? —protestó Sabo, rascándose el chichón que le acababa de salir.

—¡Habéis pescado un pez muy grande! —exclamó Seida poniéndose en pie e ignorando lo que acababa de suceder, acostumbrada a aquellas muestras de cariño por parte de Garp hacia sus nietos.

—¡Y lo he pescado casi yo solito! —comentó Luffy, emocionado.

—¿¡Lo dices en serio!? —preguntó Seida, abriendo la boca por la sorpresa y admirando la hazaña de Luffy.

—¡Eso no es verdad! —intervino Ace— Como siempre, te lanzaste antes de tiempo y caíste al agua. Pescamos al pez porque casi te traga.

Luffy emitió una carcajada mientras Sabo suspiraba resignado.

—Eso sigue siendo igual de impresionante, Luffy —insistió Seida, ignorando a Ace.

—¡Es mi entrenamiento para convertirme en el Rey de los Piratas!

De repente, Garp propinó otro capón a Luffy, quien se palpó el nuevo chichón que había salido sobre el primero, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas por el dolor.

—¿¡Cuándo demonios se os van a quitar esas estúpidas ideas de la cabeza!?

—¡Nunca! —intervino Ace apuntando a Garp con el dedo índice, defendiendo a su hermano pequeño— ¡Nos convertiremos en piratas! ¡Asúmelo de una vez, viejo!

Y, al igual que había hecho con Luffy, Ace también recibió un golpe por parte de su abuelo. El pecoso se rascó el nuevo chicón, pero no protesto de manera tan airada como lo había hecho Luffy, ya que su orgullo era más fuerte que el dolor que sentía. Finalmente, y sin más dilación, los cinco emprendieron de nuevo el camino hacia la pequeña casa que los bandidos tenían en la montaña.

A Seida le gustaban aquellos momentos en los que todos luchaban por la comida. Ella prefería quedarse esperando para acercarse después, sigilosamente, a alguno de los restos que aquellos devoradores dejaban. Las peleas, los gritos, los improperios y los insultos que se sucedían durante aquellos minutos que duraba la cena podrían horrorizar a aquellos que no conocieran cómo era la vida con los bandidos de la montaña, pero a Seida le gustaba observar aquellas situaciones para retenerlas en su mente. Si Ace estaba en lo cierto y cumplía lo que siempre defendía, algún día, él sería el primero en partir. Todavía quedaba mucho tiempo para que cumpliera los diecisiete años, pero, por mucho que Seida se llevara mal con el pecoso, si él se iba, las cosas ya no serían lo mismo. Seida deseaba crecer también, hacerse una mujer, pero lo que no sabía es que, unos años después, estaría fantaseando con recuperar esos días en los que era una inocente niña de siete años.

—Voy a marcharme —Garp se puso en pie para despedirse de todos ellos—. Espero que Dadan os consiga quitar esa idea de la piratería de la cabeza —añadió, haciendo que Ace se cruzara de brazos.

—Te recuerdo que no soy su madre —replicó la mujer.

—¡Haz lo que te digo! —le amenazó Garp, haciendo que la mujer cambiara de actitud repentinamente y asintiera con la cabeza, atemorizada por el hombre.

—¡Vosotros tres! —Dadan se giró hacia Sabo, Ace y Luffy— Daos un baño ahora mismo. Apestáis.

Los tres asintieron y salieron corriendo por la puerta, prácticamente desvistiéndose por el camino, bajo la atenta mirada de Garp.

—Después será tu turno —comentó la mujer, mirando de soslayo a Seida—, pero no creas que esto es un hotel. Lárgate de una maldita vez.

La niña asintió sonriente y, después, se giró para mirar a Garp.

—Buen viaje, Garp-san. Te prometo que haré lo que pueda.

—Cuento contigo —comentó el hombre revolviéndole el pelo.

Dadan y el resto de bandidos les miraron interrogantes. Evidentemente, había información que desconocían, pero prefirieron ignorar los asuntos que Monkey D. Garp podía tener con una niña de siete años.

Tras aquellas palabras, Garp dio media vuelta y abandonó la casa. Seida corrió tras él y le observó alejarse por el camino que descendía de la montaña, sintiendo en ese preciso instante un extraño vacío en su interior. Le gustaban las visitas de Garp porque sentía que tenía un aliado, alguien que se preocupaba por ella y que entendía su frustración con respecto a Luffy. Ahora, volvería su lucha por captar la atención Ace, Sabo y Luffy.

Cuando la enorme figura de Garp se perdió a lo lejos, en la oscuridad del bosque, Seida dio media vuelta y se encaminó a la parte trasera de la casa para darse su baño, pero sus ojos se abrieron de par en par cuando encontró a los tres niños metidos todavía en el barreño.

—¿¡Qué demonios haces!? —preguntó Ace.

—L-Lo siento… Pensaba que ya habíais terminado —respondió Seida, visiblemente avergonzada pues jugueteaba con sus dedos intentando no mirarles.

—¡Seida! —Luffy se puso en pie y prácticamente saltó del barreño para recibirla— ¡Métete con nosotros! ¡El agua está perfecta!

Las mejillas de Seida cambiaron de color. La pequeña intentó responder, pero el hecho de ver a Luffy desnudo y de compartir baño con tres chicos no le ponía las cosas nada fáciles, así que solo pudo tartamudear, mientras se tapaba los ojos con sus pequeñas manos.

—¡Pero qué dices! —Ace golpeó en la cabeza a su hermano— ¡Es una chica! —intervino el pecoso, cuyas mejillas también estaban sonrojadas ante la idea de compartir baño con una chica, a pesar de que fuera tres años más pequeña que él.

Sabo se carcajeó al ver la situación, aunque no podía negar que también le daba vergüenza que Seida pudiera verles de aquella manera. No obstante, cuando el rubio se giró para tranquilizarla, la niña ya no estaba.

Seida había salido corriendo. Quería alejarse de aquellos tres porque sentía que su cara podría comenzar a arder en cualquier momento. Tenían siete años y seguían siendo unos niños, pero Luffy seguía siendo tan inocente como cuando se habían conocido hacía dos años. La pequeña se acurrucó en la entrada de la casa y escondió el rostro entre sus piernas, intentando calmarse un poco.

—Ya puedes bañarte.

Seida levantó levemente el rostro al escuchar la voz de Sabo dirigirse a ella. El niño la miraba sonriente. La niña asintió y se puso en pie, intentando aparentar normalidad.

—No le hagas caso a Luffy.

Seida se detuvo en seco al escucharle decir eso, sintiendo como un escalofrío le recorría la espalda. Sin embargo, una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Te quiero mucho, Sabo —confesó Seida, girando levemente su rostro para mirar al niño.

—¿Qu-Qué? —preguntó Sabo nervioso, ante lo que acababa de escuchar— ¡Cállate! ¡No digas esas cosas! ¿¡Por qué demonios las chicas tenéis que ser tan cursis!? —gritó su amigo, lanzándole una piedra.

Seida emitió un gritito y salió corriendo en dirección al baño mientras reía a carcajadas. Era consciente de que podía recibir una respuesta así por parte de Sabo, pero se sentía tan feliz por tenerle a su lado que quería compartir aquella información con él.

Era curioso cómo su relación con cada uno de los tres niños era tan diferente. Mientras que con Ace se sentía en una guerra constante, Luffy era el sol que iluminaba su camino y, finalmente, Sabo era esa clase de hermano mayor que siempre había deseado tanto. Él la protegía, la comprendía y siempre la animaba, como en aquella ocasión. Decirle que le quería era lo único que podía hacer. Seida se alegraba de tenerle en su vida, de que siempre pareciera estar de su parte, aun cuando ni siquiera tenía razón.

Sabo era, en definitiva, su mayor apoyo en su especial guerra contra Ace. Él siempre iba a estar ahí o, al menos, eso era lo que en ese momento creía. No le resultó nada fácil al pequeño convencer a Ace, pero el hecho de que Garp hubiera dado una serie de consejos a Seida llevó al pecoso a, finalmente, dejar a la niña pasar algo de tiempo junto a ellos.

El objetivo de Ace era demostrarle que ella no podía seguirles el ritmo, así que se dedicó a llevarla por los caminos más complicados. Mientras que los tres chicos iban de un lado para otro sin ningún problema, Seida se topó con numerosas dificultades. Cuando los cuatro llegaron a un pequeño claro en medio del bosque, la pequeña llegó dando bocanadas de aire, intentando recuperar el aliento. Sus rodillas estaban repletas de raspones y, aunque estaba ya dolorida por el esfuerzo, era demasiado cabezota para rendirse. Si Ace deseaba probarla, si deseaba demostrarle que no estaba hecha para jugar con ellos, Seida no iba a ceder, le iba a demostrar que era él el que se equivocaba.

El pecoso se cruzó de brazos en medio del claro, donde había una pizarra de madera con los nombres de los tres niños apuntados en ella. Seida se acercó para mirarla con curiosidad y supuso que los números mostraban las peleas perdidas y las ganadas. Luffy era claramente el perdedor en aquella batalla, aun así una leve sonrisa se dibujó en su rostro, ya que conocía a Luffy demasiado bien como para saber que el pequeño todavía soñaba con ganar algún día a sus hermanos mayores.

—Aquí es donde entrenamos —Seida se giró para mirar a Ace—. Solemos pelear de dos en dos. Como verás, yo voy en cabeza, aunque Sabo me sigue muy de cerca. Luffy es otra historia, así que pelearás con él.

—¿Lo dices en serio?

Seida miró a Ace muy sorprendida, con sus ojos abiertos de par en par. No es que no se imaginara que los chicos no pelearan entre ellos para practicar, pero no quería tener que enfrentarse a Luffy. No obstante, y para su sorpresa, Luffy ya estaba en el centro del círculo, mirándola con una sonrisa de medio lado.

—¡Voy a probar contigo mis nuevas técnicas! —gritó el niño entusiasmado.

Seida tragó saliva y tomó con ambas manos la cuerda que Garp le había entregado el día anterior. Ace y Sabo se situaron cada uno a un lado y observaron con atención los movimientos de cada uno.

Luffy fue el primero en lanzarse contra ella. Seida emitió un grito y se apartó a un lado, dando un pequeño salto. La niña se puso rápidamente en pie antes de que Luffy pudiera darle una patada o un puñetazo y se alejó de él a trompicones. Fue entonces cuando Seida pudo verla, la expresión de Ace. El pecoso miraba todo con una sonrisa de medio lado, divertido ante la falta de respuesta de Seida. Ella no quería pegar a Luffy, no se atrevía porque era su amigo y porque no quería hacerle daño. Sin embargo, tenía otras muchas opciones.

Seida frunció el ceño, dispuesta a borrar aquella sonrisa de superioridad del rostro de Ace. La pequeña tensó la cuerda un par de veces y terminó enrollando un extremo en su mano derecha. Luffy, en cambio, seguía intentando golpearla, mientras ella esquivaba solo los golpes.

—Gomu Gomu no…

Luffy giró su brazo derecho varias veces y, después, lo soltó, haciendo que éste se estirara. El puño del moreno se dirigía a gran velocidad contra ella, pero, finalmente, el brazo perdió fuerza y terminó cayendo al suelo. Luffy abrió los ojos de par en par por la sorpresa y se apresuró a recomponerlo rápidamente, pero ya era demasiado tarde.

Seida sonrió. La niña dio un par de zancadas a su derecha y lanzó la cuerda contra Luffy. Ésta se enrolló en el cuerpo del niño y, de un tirón, el cuerpo de Luffy golpeó el suelo, por lo que Seida, aprovechando el momento de la caída, se situó sobre él y enrolló la cuerda alrededor del cuello de Luffy, pero sin ejercer presión sobre éste.

—Te gané.

Durante unos segundos, nadie dijo nada. Seida permaneció sobre Luffy, mirándole a los ojos. Sintió cómo su corazón se aceleraba y sus mejillas comenzaban a cambiar de color.

—¡Ha sido impresionante, Seida! —Sabo corrió hacia ella para ponerla en pie.

—Tampoco ha sido para tanto… —añadió Ace, acercándose hasta ellos— A Luffy le gana cualquiera.

—¡Eso no es verdad! —protestó Luffy, poniéndose en pie.

—Has estado muy bien, Luffy. Has mejorado mucho tus técnicas —comentó Seida, mostrándole una amplia sonrisa.

—¿Verdad? —los ojos de Luffy se iluminaron —Cuando las perfeccione, ganaré a Ace y a Sabo.

—¡Eso seguro!

—No le animes tanto —Ace la acusó con el dedo.

—¿Y por qué no? Luffy se está esforzando mucho —replicó Seida, poniendo los brazos en jarras.

—Porque tú no le dices las cosas desde un punto de vista objetivo —Ace se cruzó de brazos, altivo, y mostró una sonrisa pícara que a Seida no le dio buena espina—. Le dices todas esas cosas porque te gusta.

Seida parpadeó varias veces y, de repente, toda su cara se tornó de color rojo intenso. ¿Qué Luffy le gustaba?

—¿Qu-Qué dices? ¡Eso no es verdad!

—Es verdad. Además, te delatas tú sola poniéndote así de colorada —Ace se carcajeó—. Seguro que te imaginas cómo será el día de tu boda con Luffy.

—¡Yo no me voy a casar! —intervino Luffy, frunciendo el ceño.

Seida sintió un pinchazo en el estómago al escuchar aquellas palabras de Luffy. No obstante, la pequeña contuvo sus ganas de pegarle un puñetazo a su amigo y se enfrentó de nuevo a Ace.

—¡Eres un idiota!

Ace se limitó a hacer burla a la niña mientras Sabo suspiraba resignado. Seida había estado más allá de sus expectativas, pero, finalmente, Ace siempre se salía con la suya y terminaban discutiendo, en vez de alabando las capacidades de la pequeña. Por mucho que él intentara intervenir en la conversación, el niño no se hacía escuchar del todo y, aunque siempre terminaba llevándose algún golpe, acababa metiéndose entre los dos cuando veía que las cosas se ponían cada vez peor.

Luffy, por su parte, solo se reía de la escena, mirándola con aquellos ojos inocentes. Seida, en cambio, se sentía desprotegida sin la ayuda de Luffy, aunque Sabo intentara ayudarla. Si ella estaba allí, si ella iba hasta lo alto de la montaña, era para estar con Luffy, pero el niño no parecía darse cuenta. Aquello, a sus siete años, la frustraba y Ace se aprovechaba de ello para sacarla de sus casillas y divertirse a su costa.

Y daban igual los años que pasaran. Nada de eso iba a cambiar nunca.


¡Hasta aquí el primer capítulo de este nuevo fanfic!

Tras terminar con Acero y sal, me lanzo con una nueva historia que, esta vez y como podréis imaginar tras leer este primer capítulo, estará centrada en la Marina y en el OC que me he inventado, Seida. Espero que os haya agradado y que decidáis continuar leyéndola para seguir conociendo a mi personaje y los cambios que va a sufir a lo largo de la historia. Tengo bastantes ideas para este nuevo fanfic, así que me tomaré mi tiempo en escribirlo, ya que, como podéis ver, los capítulos son relativamente extensos.

Espero vuestras opiniones, sugerencias y críticas, siempre constructivas. Sé que el inicio de esta historia es un poco repetitivo con el tema de ASL, pero quería darle una nueva perspectiva ;) Además, que irán apareciendo muchos personajes de One Piece.

¡Nos leemos!