Ninguno de los dioses aquí mencionados me pertenece. La historia, en cambio, sí.
Mi rival
No podía ser lo que estaba pasando, en opinión del orgulloso dios de la guerra, Ares. Simplemente no podía estar ocurriéndole a él. Atenea, la diosa de la sabiduría era tan distinta de él… siempre presumiendo de lo mucho que se podía lograr en una guerra si nadie se dejaba llevar por la pasión. Todo eso le parecían tonterías al impetuoso dios, pero debía aceptar que Atenea tenía las pruebas a su favor.
—Pero eso no significa que yo deba estar de acuerdo. ¿Qué es una guerra sin impulsos? Son los deseos los que mueven esta dimensión que estamos viviendo.
De nuevo habían comenzado con otra de sus eternas discusiones. Simplemente no podía comprender a la diosa virgen. ¿Qué era lo que la movía a ella a actuar? ¿Por qué ella mantenía distancia emocional de todos los hombres y mujeres?... no, no estaba bien concentrar sus pensamientos en esa diosa altiva. Vamos, ni siquiera era tan bonita como su amante Afrodita. La belleza de Atenea era descuidada, como si no quisiera que nadie la notase por eso. Pero él había comenzado a notarla. Sus ojos claros, de mirada tranquila, sus cabellos rubios que caían ligeramente desordenados. Su presencia fuerte y poderosa, pero nada varonil. Era imposible creer que nadie la hubiera notado antes.
—Estoy pensando como un estúpido admirador de Palas Atenea. ¡Somos adversarios, por el Tártaro!
—Yo que tú no pensaría de esa manera en Atenea, Ares.
Quien dijo esto fue Hermes, el mensajero de su padre, Zeus. El astuto dios no pudo evitar una sonrisa traviesa en su rostro.
—¿Qué te hace creer que estoy pensando en Palas Atenea, Hermes?— le preguntó desafiante el impetuoso guerrero.
—La manera en como la has estado mirando. No eres nada disimulado.
Ares no iba a aceptar las acusaciones de ese chiflado. ¿Él, mirándola a ella? Debió excederse en la dosis de ambrosía. Solamente eso explicaría las locuras que estaba diciendo.
—Vamos, Hermes. Este orgulloso quiere que Atenea le dé una buena tunda— ahora quien habló fue Poseidón, mientras se reía.
—Ja, ja, ja… muy gracioso, tío—la expresión de Ares era la de un niño haciendo un puchero. Estos dos estaban locos.
—Es la verdad, sobrinito. Solamente un loco se fijaría en mi sobrina con intenciones de deseo. Y como tú estás lo bastante chiflado para hacerlo, no me asombraría que fueras uno de esos masoquistas— Poseidón se reía feliz por la rara idea.
—Déjate de idioteces, Poseidón. Yo no me fijo ni me fijaré jamás en esa presumida. No estoy loco.
—Sí, sí, lo que tú digas, Ares. Después no te quejes cuando Atenea te atrape.
Poseidón y Hermes volvieron a reírse del dios de la guerra. Era simplemente hilarante ver como Ares seguía con su postura orgullosa, a pesar de que ambos lo miraban admirar a Atenea.
Por casualidad, Atenea había pasado cuando se estaba dando esta curiosa conversación y francamente, a pesar de que Ares normalmente le caía mal, pensar que él la hubiera considerado atractiva, la hizo sentirse muy bien.
Claro… siempre podía mantener la postura de presumida, altiva y orgullosa, para ocultar que a ella también consideraba a su rival demasiado atractivo.
Par de orgullosos estos dioses…
Digamos que la historia de Luly Fujiko me inspiró a escribir sobre esta pareja no canónica. Además, me gustan Ares y Atenea y me gusta la idea unirlos, aunque no funcionó tan bien como hubiera querido. De antemano, gracias por leer esta locura.
