¡Hola! Esta es la primera historia que me atrevo a escribir y publicar. ¡Espero les guste! Me encantaría que dejen sus comentarios.

- Ninguno de los personajes me pertenece, sólo los tomo prestados y juego un rato con ellos -


De un momento a otro vi como el negro de mis párpados desaparecía y lo reemplazaba un tono carmesí. Sentí el calor de los rayos sobre mi cara hasta que me tapé con la sábana. A pesar de eso, el olor a pan recién hecho era imposible de ignorar. Inmediatamente el estómago me reprochó el seguir inmóvil.

-Buenos días señorita- Dijo Ángela, mi doncella, en un tono demasiado animado para mí.

-Buen día- murmuré entre las sábanas todavía.

Saqué fuerzas de donde no las tenía y finalmente me senté, pegando mi espalda en la cabecera de la cama. Todos mis movimientos parecían ser más lentos y torpes que los de una pereza.

-Rosalie sí que está apresurada.- Dije mientras observaba el desayuno que sostenía sobre una bandeja. Nunca me lo traían a la cama, a menos de que estuviera realmente enferma.

-¿Cómo no lo estaría?. Pónganse en su lugar, señorita.

Encogí mis hombros. La verdad es que me era imposible ponerme en su lugar. Éramos tan diferentes como el invierno y el verano. No me imaginaba aceptando un matrimonio arreglado con alguien que no conozco. Bueno, en realidad no me imagino casada con nadie.

Pasé mis dedos por mi pelo, estirándolo hacia atrás para poder empezar a desayunar. Ángela colocó delante de mí la comida que constaba de dos huevos fritos, dos panes con mermelada, té y un jugo de naranja. Luego comenzó a revolotear como un colibrí por toda la habitación, recogiendo ropa, doblándola y guardándola en la maleta, decidiendo qué zapatos iban a juego, entre muchas otras cosas. Yo comía lentamente mientras la observaba, embelesada.

Me desperté del trance cuando me dí cuenta de su mirada severa sobre mí.

-Madame, aún no ha terminado de comer y debe alistarse.

Enseguida me metí un pan entero.

-Listo- Dije con la boca demasiado llena como para que se me entendiera.

-Esos no son modales de una señorita- dijo con las manos en sus caderas y negando con la cabeza.

Le sonreí con dificultad. Luego me desvestí y entré directo a la bañera. Una vez seca me comenzaron a vestir.

-¡No apretes tanto!- dije casi sin aliento.

-Pero si así está bien. Éste es uno de los vestidos más cómodos-dijo con calma.

"Claro, como no lo llevas tú" pensé.

-Veo que diferimos con respecto al significado de lo que es cómodo- le espeté.

Ángela cedió a mi protesta y aflojó un poco las ligas del corsé.

-¿Por qué no podemos usar pantalones como los hombres?

-Señorita Bella, qué cosas dice- dijo divertida, como si fuera un chiste.

-Primero, estoy cansada de decirte que no me digas señorita, segundo...

Estaba a punto de decir hablaba en serio cuando las puertas de la habitación se abrieron de par en par. Era Rosalie.

-¿Aún no estás lista?- Dijo con tono severo mientras sentía las llamas saliendo de sus ojos y quemándome.

-En diez minutos lo estaré. No te preocupes- le respondí, tratando de calmarla.

-Te espero en el carruaje. Ya sabes que no me gustan las demoras.

La verdad pocas cosas son las que le gustan.

Alzó la barbilla y se retiró cerrando con fuerza. Rose se veía más linda de lo normal. Vaya que se había esmerado en arreglarse. Su vestido rosa pálido le iba perfecto con su pelo rubio y ojos azules. Lástima que su mal humor arruinara todo.

Una vez lista me miré en el espejo. Mi vestido era azul marino con el bordado en azul claro. Las mangas empezaban bien pegadas al cuerpo y eran más anchas a la altura de mis muñecas. La verdad la moda poco me interesaba, así que éste tipo de decisiones se las dejaba a mi prima.

-Recuérdame por qué tengo que ir.

-Pues- Me decía Ángela mientras me acomodaba el pelo- usted es lo más parecido a una hermana para Rosalie y ella irá a conocer a su futuro marido. Su prima necesita apoyo y compañía. Quién sabe, también pueda ser la oportunidad para que usted encuentre a alguien también. Algún caballero con un título importante que pueda mimarla con flores y prendas-suspiró-¡Qué romántico!-se dijo para sí misma, aunque también lo alcancé a escuchar.

Oír todo aquello me daba náuseas. Mi familia no era de la realeza, pero se dedicaban al comercio y teníamos una vida bastante cómoda, sin embargo ser cortejada por un señorito sólo para hacer feliz a sus padres y a los míos, asistir a soirées, hablar sobre joyas, vestidos y chismes de otras personas no era para mí.

Bajé las escaleras a toda prisa, pero no con tanta para evitar posibles caídas. Me despedí con un corto abrazo de mi madre y un beso en la frente de mi padre. No quería ver a mi prima enojada, o bueno, aún más enojada. Entré en el carruaje, no sin antes golpearme con la puerta, claro. Rose ya estaba adentro. Le sonreí algo apenada por la tardanza y me senté frente a ella.

Unos segundos después ya estábamos en marcha. Veía cómo mi casa se convertía en un punto lejano. Ojalá pudiera traer a Ángela. Yo no tenía muchas personas con las cuales poder hablar, prefería estar entre mis libros, o ayudando a mi madre. Ahora tendría que conformarme con la placentera compañía de Rosalie. Vaya que iba a ser un viaje divertido.

Al ver que Rose no tenía la más mínima intención de hablarme, abrí mi libro e intenté ponerme a leerlo. El camino era demasiado irregular como para conseguir descifrar una oración. Lo cerré, rindiéndome ante el aburrimiento.

-¿Estás feliz?- Me aventuré a decir.

-No sé si feliz sea la palabra adecuada.

-¿Emocionada?-Intenté de nuevo.

-Nerviosa, si te soy sincera.

¿Sincera? Eso era nuevo.

Se acomodó en el asiento, entrecruzó los dedos de sus manos y las colocó en su regazo fijando su mirada en mí.

-Hoy te ves decente-dijo arqueando una ceja.

-Pues, muchas gracias-dije tratando de no sonar ofendida por aquel comentario.

-Te voy a pedir algo, Isabella.-Inclinó su frente hacia adelante, dejando su barbilla casi tocando su cuello, sin dejar de mirarme- Puede que no sea algo importante para tí, pero para mí lo es. Espero te sepas comportar a la altura.

Me quedé mirándole perpleja. Usó mi nombre en vez de simplemente decirme "Bella" como todos lo hacían. Me sentía regañada por algo que aún no había hecho. Ante mi silencio sólo agregó:

-No lo arruines.

Si puedo arruinarlo, no sé para qué vine entonces. Yo sé que soy torpe, sin embargo sé comportarme, creo. Bueno, ya estaba en el carruaje y no había vuelta atrás. Haría lo posible por no estropearlo todo, aunque no sabía bien cómo hacer eso.

Me recosté en el carruaje. No había llegado y ya quería estar de regreso.